miércoles, febrero 22

La ciencia ficción y yo (1)

Comencé a leer ciencia ficción (cf en lo sucesivo) cuando tenía doce años. Por aquel entonces, yo era, como todos los niños, un entusiasta de los dinosaurios; un día, encontré en mi casa una revista que había comprado mi hermano mayor. Era el número 43 de la publicación argentina Más Allá y contenía un relato ilustrado con el dibujo de un tiranosaurio, lo cual llamó inmediatamente mi atención. El cuento, de Sprague De Camp, se llamaba Un rifle para el dinosaurio y trataba sobre viajes en el tiempo y cacerías en el jurásico. Lo leí y me fascinó. A continuación, devoré Los reyes de la estrellas, una novela de Edmond Hamilton que hoy me parece infumable, pero que entonces me alucinó, e inicié así una vorágine lectora que me llevó a tragarme sin rechistar cuanta cf caía en mis manos. Y, dado que mi padre había creado Futuro, la primera colección de cf moderna publicada en España, y como mi hermano era aficionado al género, caía mucha.
Qué inconmensurable tesoro puede ser la cf para un niño; un género literario que te ofrece el universo entero, ideas insólitas, seres extraños, escenarios alucinantes. Hay una característica de la cf clásica, llamada por los anglosajones sense of wonder, “sentido de la maravilla”, que brota cuando una narración relata un hecho fantástico y extraordinario con tanta verosimilitud que, en base a la suspensión de la incredulidad, llega a parecerte real. Entonces, te maravillas. Bueno, pues imagínate lo que la cf puede hacerle a un preadolescente soñador como era yo por aquel entonces. Sinceramente, aún recuerdo esos primeros años de mi historia de amor con el género como uno de los periodos más exultantes de mi vida lectora.
Sin embargo, al mismo tiempo que leía cf, también leía otras cosas. Literatura general, en parte guiada por mi otro hermano, así que poco a poco, mientras crecía, fueron llegando a mí autores como Jardiel Poncela, Stevenson, Quevedo, Woodehouse, Fernádez Flores, Hemingway, Mihura, Evelyn Wough, Huxley, Goldwin, Camus, Kingsley Amis, García Márquez, Borges, Kafka... En fin, mi paladar literario se fue sofisticando y un buen día descubrí que la mayor parte de esa cf que tanto me gustaba era, en realidad, literariamente infecta.
Pero otra parte no. Junto a autores de saldo, había escritores realmente estimulantes. Por ejemplo, las “tres bes”, Bradbury, Bester y Ballard. O el inclasificable Cordwainer Smith. O Brown, Zelazny, Bloch, Matheson, Sheckley, Silverberg, Lem, Clarke...

Permitidme dar un rodeo, especialmente dedicado a los visitantes de este blog que no suelen frecuentar el género. La cf tal y como hoy la concebimos se inaugura, como tantas otras temáticas, en el Romanticismo, con la publicación de Frankenstein, de Mary Shelley. Luego, tras las esporádicas contribuciones de algunos autores como London o Poe, aparecen Julio Verne y H. G. Wells. Este último fija las líneas generales del género y prepara el camino para lo que vendría después. Y lo que vino después fue un salto de continente, porque la cf abandona sus orígenes europeos y se instala en EEUU de la mano de Hugo Gernsback, un emigrante luxemburgués que, a través de su revista Amazing Stories, populariza el género y lo bautiza con ese término, “science fiction”, tan terriblemente inadecuado. Durante tres largos lustros, la cf es básicamente pulp; intranscendentes relatos futuristas de aventuras, eso que se conoce como space operas. Entonces, a finales de los años 30, aparece un individuo que revolucionaría el género: John W. Campbell, editor de la revista Astounding Stories. Campbell forma una cuadra de escritores a los que exige una mayor solidez en su técnica narrativa y mas ambición en sus argumentos (aunque, eso sí, siempre centrados en aspectos científicos y tecnológicos) Durante este periodo, y bajo su batuta, surgen los primeros “clásicos” de la cf moderna: Asimov, Heinlein, Sturgeon o Simak, por citar sólo cuatro ejemplos. No obstante, la cf de la era Campbell sigue marcada por cierto grado de infantilismo y por muchas deficiencias en lo que a calidad literaria se refiere. Con honrosas excepciones, la cf de este periodo no es más que mera literatura popular de entretenimiento.
El género alcanza la mayoría de edad en la década de los 50, y lo hace de la mano de dos revistas y dos editores: Galaxy, dirigida por Horace Gold, y The Magazine of Fantasy & Sciencie Fiction, con Anthony Boucher al frente. Ambas publicaciones exigen a los autores más ambición estética en sus relatos y, sobre todo, más ambición temática. La cf comienza a explorar temas que hasta entonces eran tabú, como la política, el sexo o la religión. En esta década surgen, o se consolidan, una serie de autores fundamentales: Alfred Bester, Brian Aldiss, Robert Silverberg, Frederik Pohl o Philip K. Dick, por citar sólo un puñado de nombres (pero hay más).
Finalmente, durante los sesenta, la cf llega a la madurez y lo hace, una vez más, de la mano de una revista y un editor: New Worlds y Michael Moorcock, sólo que ahora el escenario no es USA, sino Inglaterra. Moorcock, junto a dos autores tan relevantes como Aldiss y Ballard, encabeza un movimiento –una revolución en realidad- que acabaría siendo conocida como la New Thing. Su propuesta teórica puede resumirse en la siguiente premisa: la cf debe abandonar el espacio exterior y centrarse en el espacio interior del ser humano. Además, la New Thing aboga por el experimentalismo literario y exige de sus escritores la máxima ambición temática y estética.
Demasiada ambición, por desgracia. En torno a este movimiento, que pronto saltaría a Estados Unidos, se congregan una serie de autores de gran calidad; los citados Aldiss y Ballard, Roger Zelazny, Thomas Disch, Ursula K. Le Guin, Samuel Delany, Norman Spinrad, M. John Harrisson, o los “reciclados” Silverberg y Brunner. Pero pronto empezaron a surgir los problemas. Por un lado, el exceso de experimentalismo acabó conduciendo al callejón sin salida del “todo vale”. Por otro, el gran publico lector de cf –compuesto en su mayoría, no lo olvidemos, por adolescentes- no estaba preparado para encontrar madurez y ambición estética en un género al que sólo le pedía reconfortantes fantasías masturbatorias.
Simultáneamente, se produjo un suceso insólito: la cf, hasta entonces un género muy minoritario, produjo dos títulos que se convirtieron en best sellers. Dune, de Frank Herbert y Forastero en tierra extraña, de Robert Heinlein. Entonces, los editores, que hasta entonces consideraban sus colecciones de cf como algo marginal a lo que no valía la pena prestar mucha atención, decidieron meter mano en el asunto. ¿Y qué pasa cuando a un movimiento literario le da la espalda el público, las editoriales y el marketing? Pues que a tomar por culo la revolución. Bye bye, New Thing.
¿Y qué pasó después? Nada. La cf regresó a sus orígenes, a las aventurillas espaciales más o menos sofisticadas, a la pseudociencia y la pseudotecnología, a las fantasías masturbatorias para adolescentes inseguros. ¿Qué es lo más relevante que le ha sucedido a la cf desde finales de los 70 hasta ahora? El ciberpunk, un género que desde Neuromante, su primera –y, eso sí, excelente- novela, no ha hecho más que imitarse a sí mismo.

En fin, debéis reconocerme que he hecho un verdadero ejercicio de síntesis para resumir doscientos años de cf. Ahora yo regreso a escena. Durante las últimas dos décadas, la cf se ha vuelto autorreferencial. Los autores actuales se afanan en diseñar sociedades futuras cada vez más complejas y barrocas, o en pergeñar enrevesadas tramas pseudocientíficas en una especie de ejercicio circense del más difícil todavía, o en narrar colosales space operas de proporciones tan cósmicas como infantiles. Y, qué queréis que os diga, a mí todo eso me importa un pijo. Así que, poco a poco, fui dejando de leer cf. Ah, sí, continuó fiel a algún que otro autor, como el siempre brillante Christopher Priest o el viejo Ballard, y de vez en cuando leo las recomendaciones que me hacen los amigos fiables, pero lo cierto es que el “núcleo duro” del género ya no me interesa lo más mínimo.
Entonces, a comienzos de los noventa, volví a escribir. Y paradójicamente, pese a mi desencanto con el género, lo que hice fue escribir cf. Pero me estoy alargando mucho. Si quieres saber cómo continúan mis aventuras en el mundo de la fantasía, tendrás que esperar a la segunda y última entrega de este apasionante relato.

Próximamente, en este blog.

12 comentarios:

Álex Vidal dijo...

César, lee más cf, hombre. Y te doy un buen motivo: de que haya lectores depende en su totalidad mi nómina ;)

Anónimo dijo...

Qué lección magistral, grandullón. Me ha encantado.

Anónimo dijo...

Realmente buen artículo. E intrigante en su final. En mi caso no he leido demasiada cf. ES A RAÍZ DEL upc DEL 94, EL QUE TU SACASTE EL que me introdujo en el tema. Que por cierto lo he vuelto a encontrar. De ahí salté a los españoles y Ballard, Asimov, bradbury, etc... Pero aún me queda mucho por leer. De lujo ¿No?

Felideus dijo...

Un excelente artículo César, espero ansioso la segunda parte y las dobles contestaciones pareadas de Cristian :)

César dijo...

Alex: tranquilo, hombre. No leo cf, pero sí la compro. Es que tengo una colección de cf bastante potable y me da pena dejarla morir, así que la mantengo viva, aunque sin ningún afán completista. Supongo que te agradará saber que el último Dick que habéis publicado ya está ocupando espacio en una de mis librerías. Lo que es por mí, tu nómina está asegurada.
Solo: de acuerdo contigo.
Care: gracias, guapetona.
Cristian: pues sí, considero a esos autores buena literatura. Es curioso lo que ocurre con los humoristas. Nunca se les valora cuando están vivos, pero sí cuando llevan unos siglos muertos. ¿O es que no eran humoristas Quevedo, Sterne, el Cervantes del Quijote, Bocaccio o Chaucer? O Kafka, si vamos a eso. Es curioso ese desprecio académico al humor, siendo, como es, uno de los géneros más difíciles.
Cristian: cada día me convenzo más de que estás como una cabra. Y eso, dicho por mí, es un halago, ojo. No te mosquees, que me gustan las cabras. (Por cierto, Mary Shell me suena más a gasolina que a sexo; y eso que a mí me suena a sexo casi todo)
Mazarbul: sí, felizmente te queda mucha cf por leer, y de la buena. Qué suerte. Y mira, quizá yo pueda ayudarte en eso si sigues visitando este blog. Ya entenderás por qué.
Felideus: gracias; y yo también estoy expectante ante las próximas intervenciones de cristian. Es impredecible. Es cuántico.
Cristian: tranquilo, yo también soy catalán. Aunque poco.

Álex Vidal dijo...

Almeja es cloïssa, si mal no recuerdo. Pero concha...

Vaya, pues yo también soy catalán, pero me acabo de quedar en blanco con lo de la concha... :'(

Álex Vidal dijo...

César: muchas gracias por mantener mi sueldo, que ahora que voy a afrontar otra hipoteca se agradece un montón.

Seguro que ya lo has leído, y muchos de los contertulios, pero no dejéis de leer a Karel Capek, autor de R.U.R. (que no está mal), La fábrica de Absoluto (muy divertida), Apócrifos (divertidísima y ácida) y La guerra de las salamandras (divertidísima y demoledora, ilustrada por Juanmi y prologada por un tal Álex que tampoco sabía mucho, pero le puso mucha ilusión). Un autor que, si no se llevó el Nobel, fue porque precisamente Hitler no recomendó a la Academia noruega (en aquella época títere del Tercer Reich) que se lo otorgasen.

Álex Vidal dijo...

Tengo pendiente una biografía de Capek, que compré el año pasado por Amazon.

Closca es la traducción de concha, aunque también vale como caparazón.

César: con se agradece mucho quería decir que te debo al menos una cerveza y unas tapas ;)

César dijo...

Alex: acepto (las cañas y las tapas).
Pero no sé si me las merezco, porque debo confesar, ruborizado de vergüenza, que no he leído "La guerra de las salamandras"... :'-(

Xiana dijo...

Delicioso... Pero aunque los libros de ahora no te gusten, piensa que siempre te quedará alguno bueno por leer.

Álex Vidal dijo...

Cristian: www.gigamesh.com, sección "Colección", pulsa en Títulos publicados. La guerra de las salamandras es el número 16 de la colección :)

Gabriel Benítez Lozano dijo...

Y ya que mencionan biografias y libros sobre CF hay uno buenisimo que me lei de THE DREAMS OUR STUFF IS MADE OFF: Como la ciencia ficción conquistó al mundo de Thomas M. Disch (de cual les recomiendo el relato CASABLANCA, uno de mis favoritos. El libro es un viaje no solo por la ciencia ficción sino por su influencia en el mundo, escritores, literatura, ondas raras... Este es un librazo...