viernes, marzo 22

Au revoir



Queridos merodeadores: Tengo medio escrito un post celebrando el 80 aniversario del estreno de King Kong, pero no me ha dado tiempo a terminarlo, porque me largo a París para visitar a Pablo. Así que, feliz Semana Santa para todos. En unos diez días, La Fraternidad de Babel proseguirá su siempre errática e irreflexiva -aunque tenaz- labor.


Besos o abrazos según el gusto de cada cual.

martes, marzo 12

Pablo con P de París



Mi hijo pequeño, Pablo, está en París. Tiene 22 años (mi hijo, no París), acabó la carrera (Comunicación Audiovisual) el año pasado con una media de notable y habla cuatro idiomas: español, inglés, francés y catalán (sí, le dio por estudiar catalán; y eso que su padre, que es catalán, no lo habla). Pablo es sorprendentemente culto; lector, cinéfilo, interesado en arte, historia, política, economía... en casa bromeamos llamándole gafapasta. Por cierto, ¿qué clase de sociedad es aquella en la que las personas interesadas por la cultura reciben un adjetivo despectivo? Una mierda de sociedad, está claro. En cualquier caso, mi hijo no tiene aspecto de “gafapasta”, porque, aunque usa gafas, mide 1’96 y es fuerte como un oso.

Pablo está en París por varios motivos. En primer lugar, porque quiere hacer un master sobre gestión cultural en la universidad francesa. ¿Sabéis una cosa?, los masters de la universidad pública francesa no solo son (en general) mejores que los de la pública española, sino también mucho más baratos. Pero comienzan en junio, así que, entre tanto, Pablo ha conseguido unas prácticas en el departamento de producción de una agencia publicitaria en París. Y ahí le tengo, practicando el francés, aprendiendo producción y viviendo en un diminuto estudio del Trocadero.

Es posible que Pablo acabe estableciéndose en París, quién sabe. Para ser sincero, es lo que me gustaría que ocurriese. Porque para alguien que quiere trabajar en el mundo de la cultura, Francia ofrece muchas más posibilidades que España. Y porque vivir en Francia es mucho más sano, mental y materialmente, que pudrirte de asco en este país nuestro cada vez más pobre en todos los sentidos. Por cierto, accidentalmente he leído una frase de Javier Marías en mi calendario de mesa: En España todo el mundo se pregunta “¿Qué va a pasar?”. Casi nadie hace esta otra pregunta: ¿Qué vamos a hacer?

El caso es que mi hijo Pablo puede acabar sumándose a los más de 300.000 jóvenes, la mayoría con formación superior, que han huido de España desde 2008 en busca de un mejor horizonte laboral. ¿Es eso una desgracia?

Pues no lo sé. Hay muchas desgracias en España, muchos desastres, pero no estoy seguro de que ese sea uno de ellos. Pongámonos en la piel de Paul, un norteamericano nacido en Stockton, California, donde tiene a toda su familia y amigos. Tras cursar su carrera en la universidad de San Francisco, Paul encuentra trabajo en Nueva York y se traslada allí. Normal, ¿verdad? Pues bien, entre Stockton y Nueva York hay una distancia de 4.776 kilómetros. De Madrid a París sólo hay 1.270, más o menos la cuarta parte de distancia. ¿Por qué lo que es normal allí se convierte en una tragedia aquí? ¿Porque Paul está en su mismo país y Pablo ha tenido que irse a otro? Pero, ¿no estamos en la Unión Europea? ¿No queríamos construir una federación de países? Además, os garantizo que hay más diferencias vitales y culturales entre ciertos estados de Estados Unidos que entre Francia y España.

El problema, a mi entender, es que los españoles somos muy paletos, muy endogámicos e inmovilistas. Damos por hecho que tenemos que quedarnos siempre en el mismo sitio que hemos nacido, y la mera posibilidad de irnos a otro lugar nos aterra. Pero es que hasta hace muy poco éramos pueblerinos, demonios; el Madrid de mi infancia sólo era un pueblo grande, nada más. Y en los pueblos era normal que en el mismo caserón, o en caserones vecinos, convivieran varias ramas de la familia. Desde siempre y para siempre. Tenemos tantas raíces que apenas podemos movernos.

Aunque, claro, la fuga de cerebros empobrece a España. ¿O el empobrecimiento de España causa la fuga de cerebros? Ambas cosas, por supuesto; la típica pescadilla haciendo el chorra mordiéndose la cola. Entre todos hemos construido una mierda de país, ¿nos extraña que nuestros mejores hijos huyan de aquí tapándose la nariz? Al contrario, bien por ellos, que tienen la lucidez y el valor de irse lejos de tanta miseria moral y material. Pero entonces, ¿qué pasa con los que nos quedamos, qué pasa con nuestro país? Pues pasa que, incluso en esas terribles circunstancias, tenemos una gran oportunidad. Los cientos de miles de jóvenes que se están yendo a otros lugares adquirirán una experiencia valiosísima, se formarán como nunca podrían haberlo hecho aquí, y sobre todo ampliarán sus mentes con nuevas ideas, con distintos conceptos culturales. ¿Os imagináis qué tesoro de generación? Si dentro de unos años pudiéramos hacerles volver, España se renovaría como nunca antes lo ha hecho. Pero, claro, para eso tendríamos que sentar antes las bases necesarias para recuperar esos cerebros. ¿Lo haremos?

Supongo que es porque cada vez estoy más viejo, pero el caso es que cada vez soy más pesimista. Dudo mucho se haga nada por mejorar a España; nuestras instituciones son ineficaces y están podridas. Además, creo que el proyecto para nosotros es convertirnos en los chinos de Europa; mano de obra barata y sin derechos. Lo mejor que podríamos hacer todos los que estamos a disgusto en este país es largarnos; a París, como mi hijo; o a Stockton, California; o a Nueva Zelanda, que más lejos no se puede ir. Los millones de personas que estamos hartas de tanta mierda, de tanto “listo”, de tanto chulo, de tanta mentira y de tanta mediocridad deberíamos hacer las maletas y emigrar. Y que España se la queden los que en realidad ya la tienen.