lunes, agosto 21

Posparto




          Decía mi madre que no hay mayor relax que el que una mujer siente justo después de dar a luz. No puedo asegurarlo por propia experiencia, claro; pero mi madre parió tres hijos tamaño king size, así que tenía tres enormes argumentos para sustentar su opinión. En cualquier caso, es comprensible. Después de pasar por una situación tensa y dolorosa (parto, cólico nefrítico, estreñimiento, dolor de muelas...), sentirte, no digo que muy bien, sino simplemente normal ya es de puta madre.

          Pues exactamente así me siento ahora. Hace poco que parí, entrañables amigos míos; semanas atrás, justo antes de irme de vacaciones, traje al mundo un nuevo retoño. Por fin terminé la segunda parte de La estrategia del parásito.

          Con frecuencia veo en Facebook a escritores que comentan cada incidencia del proceso de escritura de sus novelas, y siempre me pregunto lo mismo: ¿Y eso a quién le importa? Así que, siendo ecuánime, ¿a quién le importa si he acabado o no una puñetera novela? A nadie, por poco sensato que sea.

          Pero es que, ay, ha sido un parto largo y dificultoso; he tardado más de un año en escribir un texto de cincuenta y pico mil palabras. Porque en el transcurso del proceso he sufrido toda suerte de percances, incluyendo una rotura de pierna y todos los problemas subsiguientes que ello conlleva.

          Pero se acabó. Mi pata está mejor y terminé la puñetera novela. Y ahora estoy como una recién parida, relajadito y sin dar un palo al agua. Ya no hay que apretar más (de momento). Vale, el parto fue hace más de un mes, estoy estirando la situación. Pero es que aún estamos en veranito y se está tan a gusto así, sin hacer nada... Además, sólo pensar en ponerme a escribir la tercera parte me provoca severos ataques de caspa. Por ahora, por ahora...

          Pepa y yo pasamos un par de días en Rocadragón; es decir, en Zumaia (Guipúzcoa), en cuya playa desembarcó Daenerys de la Tormenta. Es un lugar impresionante, con unas formaciones rocosas llamadas “flysch”, semejantes a colas de dinosaurio (o de dragón).

          Luego nos fuimos a Francia, primero a Cahors, donde estuvimos cuatro días. Es un pueblo precioso, encajonado en un meandro del río Lot, con un increíble puente medieval fortificado. Por el que, por cierto, pasa uno de los Caminos de Santiago franceses. Recorrimos casi todo el Valle del Lot, que es realmente bonito, y visitamos pueblos tan alucinantes como Saint-Cirq-Lapopié o Rocamadour.

          A continuación nos dirigimos unos cien kilómetros al norte, a Périgueux, y pasamos cinco días recorriendo el Perigord y la Dordoña. Muy bonito también. El último día visitamos Angulema, la capital europea del cómic, y ya de paso nos dimos un garbeo por el Musée de la Bande Dessinée. En cuanto a la zampa, reconozcámoslo, no se les da mal eso de la cocina a los franceses. Demasiado foie para mi gusto (soy de la liga anti-foie), pero todo lo demás era delicioso.
 
 

          Me encanta viajar, así, en abstracto; y en concreto me encanta viajar por Francia, en coche, a mi aire. Pepa y yo hemos recorrido la Costa Azul. Otro año fuimos a Bretaña hasta llegar a Mont Saint Michel (uno de los lugares más bellos y mágicos del mundo). Más tarde visitamos el Loira y Normandía, luego otro verano Occitania, y ahora la Dordoña.

          Puede que España sea más rica y variada en cuanto a paisajes (a fin de cuentas, la mitad de Francia es una monótona llanura), pero los galos nos ganan en lo que respecta a patrimonio monumental. Vas conduciendo y te encuentras un pueblo precioso tras otro, increíbles templos góticos y románicos, fortalezas, reliquias de las dos grandes guerras, palacios, viejas casonas... y todo estupendamente cuidado. En Francia se respira Historia.

          Eso me recuerda uno de los momentos mágicos que he pasado con Pepa. Acabábamos de casarnos y nos fuimos de viaje nupcial al norte de Italia, en coche, recorriendo toda la costa francesa del Mediterráneo. Una noche circulábamos por la Alta Cornisa en busca de un pueblo y un hotel que nos había recomendado mi hermano José Carlos. Llovía a mares y estaba oscuro cual boca de lobo, así que nos perdimos. Como se hacía tarde, nos metimos en el primer pueblo que vimos, La Turbie, donde encontramos alojamiento en el hotel Napoleón. No vimos nada del entorno, porque no se veía nada.

          Quede claro que en mi vida había oído hablar de La Turbie. El caso es que nos fuimos a dormir. Al día siguiente, al despertarnos, me levanté y abrí las contraventanas. Las nubes se habían esfumado y había un sol radiante. Y yo me quedé con la boca abierta.

          Desde la ventana se veía un pueblo de lo más coqueto, y por encima de él, las ruinas de un monumento romano. El Trofeo de los Alpes, como averiguamos después, que se construyó por orden de Augusto entre el 7 y 6 aC para conmemorar su triunfo sobre las tribus ligures. Si te lo esperas, te impresiona; si no te lo esperas, como era nuestro caso, alucinas.

          Francia es muy mágica.
 
 

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Deseando leerlo ya...hoy he visto el primer anuncio de lotería de navidad, se acabo el verano,y eso me ha llevado a pensar en el estupendo regalo que nos hace todas las navidades, por que no recopilarlos en forma de libro, le regalo una excusa para procastinar su próxima novela. Saludos

Anónimo dijo...

Feliz verano César!!!. Me alegro que terminaras la novela. Por un momento me has recordado a Conan Doyle cuando se quiso cargar a Holmes...pero tus lectores te lo agradecemos, por si te sirve de algo.
Y Francia es bella, pero mucho, e italia...si viajar es lo mejor del mundo.
Mazarbul

Mazcota dijo...

Tienes toda la razón del mundo cuando comentas que no hay ningún interés en seguir el proceso de escritura de una novela, como tampoco me atrae lo más mínimo visionar el “Cómo se hizo” en un Blu-ray. Pero que uno de mis autores predilectos me avise de sus novedades es otro cantar; la noticia es similar a cuando procuro enterarme de las producciones futuras de mis directores favoritos. Entonces, se me abren los ojos como platos y apunto en mi agenda mental la cita ineludible con la peli o el libro. Así que gracias por el aviso, andaremos (yo al menos) expectantes.

Por otro lado, unas vacaciones envidiables; más aún cuando llevo ya dos años sin poder disfrutar de más de cuatro días seguidos festivos. Aunque espero que para el verano del año que viene, si todo va bien, me pueda resarcir con no menos de dos semanas. Ya ves que en eso también ando expectante, no hay otro remedio...

César dijo...

Anónimo de las 12:55: Como eres muy amable, no te impondré la multa de cien babelos que mereces por tratarme de usted, y te dejaré ir con una mera reprimenda. Pero que no se repita. Me has recordado que debo empezar a pensar en le próximo cuento de Navidad. Siempre lo dejo para el final y luego todo son prisas. Un saludo.

Joaquín Dos Apellidos: Pues te recomiendo encarecidamente que visites Francia. Vale la pena.

Mazarbul: Feliz verano para ti también, amigo mío. En efecto, viajar es una maravilla. Si pudiera, me pasaría la mitad del año viajando. Pero, ay, no puedo.

Mazcota: Qué putada que hayas tenido últimamente tan pocas vacaciones. Espero que puedas resarcirte con creces.

Jane Jubilada dijo...

El primer viaje que hice al extranjero fue a La Dordoña quedándonos en una granja 15 días y me quedé enamorada del paisaje francés y de esos pueblos pequeños tan coquetos. Desde entonces he ido varias veces (la última a la Provenza) y siempre me quedo embrujada. Es un país precioso.

Jarl-9000 dijo...

Qué chulada lo de las ruinas romanas de La Turbie. Me recuerda a lo que sentí cuando, en un viaje que hicimos mi mujer y yo a Estambul, nos encontramos con una cola de turistas para entrar en un pequeño edificio a poca distancia de Santa Sofía. No sabíamos de qué se trataba, los letreros no aclaraban gran cosa, pero decidimos hacer un alto ahí y hacer cola. Al entrar vimos que la gente se internaba en la tierra por unas escaleras. Pues bien, al llegar abajo nos topamos de pronto con las cisternas romanas que aparecen en "Desde Rusia con Amor": una enorme cavidad subterránea llena de agua y cubierta de columnas hasta donde alcanza la vista, y todo eso justo debajo de la ciudad. Impresionante, sobre todo si no sabes lo que te esperas, como nos ocurrió a nosotros. Me sentí transportado a otro mundo.

César dijo...

Jarl-9000: Cómo mola eso que cuentas. Una sorpresa alucinante, sin duda. Y, además, sintiéndote James Bond.