jueves, julio 23

Guillermo Brown


 
            El pasado domingo regresé del Festival Celsius, cambiando las frescas tierras asturianas por el horno madrileño (jesú, qué caló). Ha sido un Celsius extraño a causa del C-19. Pero ha sido, lo que basta y sobra para prorrumpir en una agradecida ovación en honor de Cristina, Jorge Iván, Diego y el resto de los organizadores. ¡Gracias, amigos/as!

            El caso es que presenté el tercer volumen de las Crónicas del parásito y, tras el acto, firmé unos cuantos ejemplares. Y ahí me reencontré con mi buen amigo y viejo merodeador Juan H. Qué, como el año pasado, me hizo un regalo (infinitas gracias, Juan, pero no lo hagas más, porque me creas mala conciencia). Me regaló un CD, The Chieftains 3, una antología de relatos policiacos de Fredric Brown y un ejemplar de Guillermo Brown en inglés, que es toda una curiosidad.
 
 

            Ya os he hablado de las historias de Guillermo, de Richmal Crompton. Esos libros han marcado mi vida como ningún otro lo ha hecho. Me convirtieron definitivamente en lector, forjaron mi sentido del humor, me enseñaron lo que es la rebeldía y son una de las principales influencias de lo que escribo. Comencé a leerlos cuando tenía unos nueve o diez años, porque los heredé de mis hermanos y porque en esa época, comienzos de los 60, Crompton y Blyton eran las dos autoras de literatura infantil más populares.

            Me apresuro a aclarar dos cosas: Yo era (y soy) fan absoluto de Guillermo, mientras que las historias de Blyton me parecían (y parecen) tontas y blandorras. Y, en segundo lugar, Guillermo es un niño de once años y sus historias fueron un éxito entre los niños. Sin embargo, pueden -y deben- ser disfrutadas por los adultos. De hecho, los primeros relatos estaban dirigidos a los lectores adultos, y son una divertidísima sátira de la sociedad inglesa.

            Los libros de Guillermo (son antologías de relatos) fueron publicados en España por Editorial Molino entre 1935 y 1970, hasta un total de 39 volúmenes. Hubo una reedición, la última, en 1999, que debió de ser un fracaso porque a los niños de ahora no les divierte Guillermo. Se lo leía a mis hijos cuando eran pequeños, y el único que se reía era yo. Incluso hubo un absurdo intento de adaptar sus historias a los tiempos actuales. ¿Por qué no le gusta Guillermo a los niños de hoy?

            Supongo que por diversos motivos, entre ellos que la sociedad inglesa de los años 30 debe de resultarles más extraña que Mordor. Pero leí una explicación muy convincente. La base de las historias de Guillermo puede resumirse en una frase: El enemigo natural de los niños son los adultos, especialmente los padres. Eso era cierto en los años 30, y en los 40, y en los 50, y en los 60, y en los 70..., pero a partir de los 80 la cosa empieza a cambiar. Los padres de ahora ya no son las figuras autoritarias y restrictivas de antaño. Más bien al contrario; los actuales progenitores son tolerantes y generosos, y más que padres ambicionan ser amigos de sus hijos. Rebelarse contra ellos sería tan absurdo como ponerle barricadas a Santa Claus. Por eso Guillermo resulta incomprensible para los niños de hoy.

            Pero volvamos al libro que me regaló el bueno de Juan H. En la foto de arriba podéis ver la portada. William, the dictator. Ojo, recordad que se trata de una sátira; a la señora Crompton jamás la acusaron de filonazi (al contrario de su colega Blyton). El libro se publicó en Inglaterra en 1938, y en España en 1962. Y ahí está la curiosidad: dado que en nuestro país “disfrutábamos” de una bonita dictadura, ese libro de Guillermo (el 22 de la serie española), apareció con otro título y otra portada.

            Aún no lo he comentado, pero otro de los alicientes de Guillermo son las maravillosas ilustraciones de Thomas Henry (autor de la portada de arriba). Pues bien, en la edición española el libro pasó de titularse William, the dictator, a llamarse Guillermo el luchador. Y la portada inglesa de Thomas Henry fue sustituida por otra de J. Correas. Comparando el contenido de ambas ediciones, vemos que la inglesa consta de diez relatos, mientras que en la española sólo hay nueve. Falta What’s in a Name?, que debe de ser el relato relacionado con los dictadores. Ya veis, amiguitos; así era la vida durante la oprobiosa.
 
 

            Lo más cabreante es que en las posteriores reediciones que se hicieron, ya en democracia, no se recuperó el título original, y el libro siguió llamándose Guillermo el luchador, sin la portada y el relato omitidos. Censura heredada se llama eso, y también escaso rigor editorial.

            Después de en Inglaterra, España fue el país de Europa donde más éxito tuvieron las historias de Guillermo, y creo que eso se debió en parte a la dictadura. Guillermo es el paradigma del rebelde, siempre enfrentado a la autoridad. De él dijo John Lennon: «Me sentí del todo identificado con su rebeldía, su audacia, su sentido del humor, los vuelos de su fantasía, su necesidad de ser siempre el jefe, pero tener siempre también compañeros, e incluso su preferencia por los pieles rojas sobre los vaqueros». No olvidemos que su pandilla de amigos se llama Los Proscritos.

            Los que nunca, oh infelices, habéis leído una historia de Guillermo, quizá penséis que son las típicas historias inocentonas de niños, a lo sumo al estilo de Daniel el Travieso. Nada más lejos de la realidad; en los relatos de Crompton no hay ni un ápice de sentimentalismo o ternura, nada de lo que habitualmente relacionamos con la infancia. Guillermo es sucio, torvo y malencarado, una fábrica ambulante de desastres. Nadie en su sano juicio querría tenerlo como hijo. Pero sí como amigo. ¡Floreat por siempre, Proscritos!

 

viernes, julio 3

Fracasos en un pendrive



            A veces me preguntan de dónde saco las ideas para mis relatos. Y yo respondo que de todas partes. De lo que veo, de lo que leo, de lo que me sucede, de lo que sueño, de lo que me cuentan... En realidad, la pregunta debería ser otra: ¿Cómo y por qué entre tantas ideas escoges una en concreto? Ojo: cuando digo “idea” no hablo de un argumento, sino de algo mucho más pequeño, poco más que un tema. Pues bien, cada idea plantea una pregunta diferente. Lo que hago es escoger la pregunta que en ese momento más me interesa.

            Por ejemplo, hace ocho años, tras una de mis múltiples lecturas sobre mi leyenda favorita, la del Rey Arturo, reflexioné acerca del tema general de la leyenda y llegué a la conclusión de que trata sobre la barbarie y la civilización, y sobre la difusa frontera entre una y otra. Entonces surgió la pregunta: Si la sociedad se derrumbase y cayera en la barbarie, ¿qué harías: intentar mantener la civilización o convertirte en un bárbaro? Lo que me fascinó de esa pregunta es que no tiene una respuesta sino muchas, y que incluso las respuestas más antagónicas se sostienen sobre argumentos razonables.

            Mi forma de intentar responder (o no encontrar respuesta) a esas preguntas consiste en escribir ficción, así que ideé un argumento y me puse a darle al teclado. Al cabo de un par de semanas, paré, revisé lo que había escrito y llegué a la conclusión de que aquello era malo, malo, malo. Esa no era la respuesta, así que dejé de escribirlo.

            Entonces ideé otro argumento. No me limité a corregir lo anterior, hice algo muy distinto. Y al poco volví a pararme, volví a releer y volví a mandar a la mierda lo que llevaba escrito.

            Dejé pasar un tiempo para reposar las ideas. Al cabo de unos dos años, más o menos, volví a retomar el proyecto, desarrollé un nuevo argumento distinto a los otros dos, y entonces la cosa funcionó. Escribí la mitad de la novela y tuve que parar para atender otros compromisos editoriales. Finalmente, hace unos meses, la acabé.

            Pues bien, ayer estaba revisando el contenido de un pendrive y encontré un archivo sin título (sólo ponía “novela”). Tras abrirlo, descubrí que era un texto de casi treinta páginas. Lo leí y me quedé perplejo: lo había escrito yo, pero ni recordaba haberlo hecho ni tenía la menor idea de lo que era. Finalmente caí: se trataba de la primera versión de la novela. ¡Pero no me acordaba de nada!

            Y eso no es normal. Veréis, aunque planifico mis novelas antes de escribirlas, apenas tomo notas, porque lo guardo todo en la cabeza. Para otras cosas tengo memoria de pez de colores, pero a la hora de escribir soy una máquina. He sido capaz de escribir una novela corta a lo largo de casi 20 años, recordando cada detalle del argumento. Pero ese texto se había esfumado de mi cabeza; tanto que al releerlo no encontraba nada familiar en él. Nada me sonaba. Era como si lo hubiera escrito otra persona. Y debía de haberlo trabajado bastante, porque los personajes empleaban una jerga inventada.

            ¿Por qué lo olvidé? Supongo que al descubrir que lo que había escrito no valía, me cabreé. Demonios, a buen ritmo (en mi caso) 30 páginas son más de una semana de trabajo tirada a la basura. Así que mi rencoroso cerebro debió de mandar a la mierda aquel texto inútil, no dejando ni rastro de él en la memoria.

            El caso es que en el pendrive había otro archivo sin nombre: la segunda versión de la novela. Sólo ocho páginas. Que tampoco recordaba haber escrito; aunque había cosas que me sonaban. Vagamente.

            Es curioso eso de leer textos propios como si fueran ajenos. Da un poco de grima. Aunque al menos me permitió averiguar en qué me había equivocado las dos primeras veces. ¿Recordáis la pregunta? Si se derrumba la sociedad, ¿intentas conservar la civilización o te sumes en la barbarie?

            La primera versión presentaba un futuro en el que la sociedad se derrumbó hace tiempo y la gente ha vuelto a una vida tribal y nómada. El problema es que en ese contexto no hay nada que conservar; en todo caso, se trataría de refundar la civilización, no de mantenerla. Y no era eso lo que yo quería hacer. Otro problema era que el texto parecía una mezcla entre Mad Max y La naranja mecánica. Es decir, más visto que el TBO (qué frase hecha más añeja, pardiez).

            La segunda versión se desarrollaba en un futuro cercano en el que una minoría de privilegiados vive en ciudades fortificadas, mientras que el resto de la población malvive en medio de la barbarie. De nuevo no hay civilización alguna que mantener, porque ya existe la civilización, aunque en manos de pocos. Eso sería un escenario situado antes del colapso definitivo. No me extraña que abandonara ese argumento tan rápido, porque no respondía a ninguna pregunta.

            La versión definitiva, ambientada en un futuro más cercano todavía, se sitúa en el momento en que la sociedad se colapsa definitivamente. Es justo ahí cuando la pregunta es pertinente, porque es en ese preciso momento cuando se plantea la cuestión. Aunque descarté por completo los dos primeros argumentos, tomé algunos elementos de ellos, pero apenas unos cuantos detalles. Incluso en los errores siempre hay algo aprovechable.

            Por si alguno se pregunta cuál es la respuesta a la pregunta, no le responderé que tendrá que aguardar a leerlo en la novela, porque como decía antes, no hay respuesta correcta. La historia está protagonizada por tres hermanos; cada uno de ellos representa una respuesta distinta. Que el lector decida.

            ¿Qué haría yo si la civilización se colapsase? Pues nada, porque dudo mucho que formara parte de los supervivientes.