Cuando yo era pequeño, nadie celebraba Halloween en España. Lo tradicional era irse el uno de noviembre a pasar el día en el cementerio junto a las tumbas de lo seres queridos. Supongo que sigue haciéndose, aunque, para ser sinceros, siempre me pareció un poco raro eso de marcarse un picnic sobre una lápida, encima de los huesos del abuelito. En cuanto a Halloween, sólo era una extraña celebración que veíamos en las películas o los tebeos norteamericanos. Una costumbre yanqui, tan exótica como la mantequilla de maní o los autocines.
Pero pasó el tiempo y, hará cosa de quince años, los niños españoles comenzaron a celebrar Halloween; poco a poco al principio, de forma generalizada en la actualidad. Y desde entonces no he parado de oír voces lamentando el papanatismo de adoptar costumbres foráneas (¡y encima yanquis!), con lo bonitas que son nuestras fiestas autóctonas. Como por ejemplo, la Navidad, una festividad de orígenes semitas, orientales y romanos con algún que otro toque de mitraismo. Por cierto, quienes critican Halloween, critican también la implantación de los árboles de Navidad en detrimento de nuestros bonitos belenes. Un momento, ¿nuestros?... De eso nada, los belenes son de origen napolitano.
Y es que realmente tenemos el copyright de muy poquitas costumbres. Las tradiciones traspasan fronteras, la gente viene y va llevando consigo diferentes ritos; unos cuajan y otros no. Es cierto que Halloween se ha popularizado gracias a la difusión de la cultura norteamericana, pero su implantación, en este caso, no se ha debido a la presión comercial (como ocurre con San Valentín), sino que se ha producido de forma espontánea. Supongo que primero comenzó a celebrarse en los liceos ingleses y americanos; luego, poco a poco, otros colegios fueron sumándose y ahora todos los chavales se lo pasan bomba disfrazándose de brujas y monstruos y tirando huevos a los coches.
NOTA: Niños queridos, es peligroso arrojar huevos a los coches; podéis provocar un accidente y, lo que es peor, puede que sea yo quien conduzca. Si os paráis a pensarlo, es mucho mas divertido tirar huevos a las ancianas. Quizá resbalen y se rompan una cadera, lo cual será una risa, tanto para vosotros como para la anciana en cuestión, que va estar de lo más contento con su nueva prótesis de titanio.
En cualquier caso, Halloween no es una novedad ni su origen es norteamericano, pues fue llevada a Estados Unidos por los emigrantes irlandeses a mediados del siglo XIX. De hecho, Halloween se remonta a hace unos dos mil quinientos años y surgió en la cultura celta de Inglaterra, Irlanda y Francia.
Como me recuerda en la anterior entrada el amigo Yarhel, hoy, 31 de octubre, se celebra Samhain, el año nuevo celta (Samhain significa “final del verano”). Es decir, muere un año y nace otro, y durante la noche que se extiende entre ambos sucesos cae la barrera que separa el mundo de los muertos del de los vivos. Así que, durante esa noche, existía la costumbre de dejar ofrendas de alimentos para los difuntos, y la creencia de que, si no lo hacías, los muertos vendrían a reclamártelo. Por eso, los niños se disfrazan de monstruos y te piden golosinas a cambio de no gastarte una broma.
El caso es que llegó el cristianismo y los sacerdotes se encontraron con el problema de que la gente, al llegar estas fechas, se ponía como loca a practicar los ritos del Samhain y pasaban de ir a la iglesia. Así pues, los obispos se zambulleron alegremente en el sincretismo y decidieron cristianizar la festividad pagana, dedicando el 1 de noviembre a todos los santos (todos los santos muertos, claro está). Ese día, en Inglaterra e Irlanda, se llamó “All Hallows’Day” y la noche anterior “All Hallows’Eve” que, por contracción, pasó a convertirse en Halloween.
De modo que, amigos purista de lo autóctono (si es que hay alguno leyéndome), Halloween no sólo es una costumbre europea, sino que nuestro vernáculo Primero de Noviembre no es más que una espuria sustitución de la genuina festividad, el Samhain, que es el origen directo de Halloween. No olvidemos, por otro lado, que, antes de que los romanos vinieran aquí a construir el acueducto de Segovia y la murallas de Lugo, la península Ibérica estaba casi enteramente colonizada por tribus celtas que, probablemente, celebraban el Samhain. Así que practicar Halloween no es más que volver a los orígenes.
La verdad es que me cae bien Halloween, quizá porque es una fiesta tonificantemente pagana. Los niños la han adoptado porque les divierte, porque se lo pasan bien y pueden hacer un poco el gamberro, lo cual es muy sano. El año pasado, vinieron a casa las hijas de unos vecinos disfrazadas de brujas y yo no tenía ni una puñetera golosina que darles. A punto estuve de prepararles unos bocatas de chorizo, pero me pareció un poco cutre. Este año estoy preparado y ya tengo en mi despacho una bolsa de chucherías para entregárselas a los muertos y evitar que me persigan.
En cuanto a vosotros, amigos míos, no os voy a dar chucherías, pero a cambio os deseo un muy feliz año nuevo celta, un venturoso Samhain y un terrorífico Halloween.
Recordatorio: No olvidéis visitar El aprendizaje de la soledad (http://silencioeslodemas.blogspot.com), donde encontraréis Visita, un estupendo microrrelato de Care Santos.
Un enclave tutelado por César Mallorquí, el Abominable Hombre de las Letras, en colaboración con la Sociedad de Amigos del Movimiento Perpetuo. Si no te interesa la literatura, el cine, el comic, los enigmas, el juego y, en general, las cosas inútiles, aparta tus sucias manos de este blog.
martes, octubre 31
lunes, octubre 30
Día de los Muertos
La vida es una carrera en la que nadie quiere llegar a la meta, porque la meta, amigos míos, es la muerte. ¿Habéis pensado últimamente en la muerte? Recordad que la palabra cadáver proviene del latín Caro Data Vermibus, que significa “carne dada a los gusanos”. ¿Os imagináis vuestro cuerpo yerto, pudriéndose mientras los gusanos se dan un festín cuyo primer y único plato sois vosotros?
En fin, no hace falta que os entreguéis a tan alegres disquisiciones, porque un próximo evento se ocupará de llevar la muerte a vuestros ordenadores. Por primera vez en la historia, dos blogs se unen para propagar el miedo y la desazón. El aprendizaje de la soledad ( http://silencioeslodemas.blogspot.com/), insigne lugar tutelado por mi querida amiga y extraordinaria escritora Care Santos, y La Fraternidad de Babel celebrarán conjuntamente un Especial Día de los Muertos que os erizará el vello y hará que los escalofríos corran por vuestras espaldas. He aquí el programa de actos:
Día 31 de octubre: En El aprendizaje encontraréis un microrrelato inédito de terror firmado por Care Latherface Santos; y en La Fraternidad un artículo sobre Halloween obra de vuestro seguro servidor, César Víctor Von Mallorquí.
Día 1 de noviembre: Monográfico cinéfilo. Care, la mujer sin miedo, hablará sobre las películas que la han asustado, mientras que, en este blog, el vicioso y libidinoso monje Fray César (fuente de inspiración para la inmortal obra de Matthew Lewis) propondrá un top ten del terror cinematográfico.
Día 2 de noviembre: del celuloide pasaremos a la celulosa y nos adentraremos en la literatura de terror. ¿Hay algo más espeluznante que una novela de César Vidal o un ensayo de Jiménez los Santos? Quizá no, pero en cualquier caso Care y yo os propondremos un paseo por nuestros terrores de papel.
Así que no faltéis a la cita con el Especial Día de los Muertos.
Próximamente en los mejores blogs.
En fin, no hace falta que os entreguéis a tan alegres disquisiciones, porque un próximo evento se ocupará de llevar la muerte a vuestros ordenadores. Por primera vez en la historia, dos blogs se unen para propagar el miedo y la desazón. El aprendizaje de la soledad ( http://silencioeslodemas.blogspot.com/), insigne lugar tutelado por mi querida amiga y extraordinaria escritora Care Santos, y La Fraternidad de Babel celebrarán conjuntamente un Especial Día de los Muertos que os erizará el vello y hará que los escalofríos corran por vuestras espaldas. He aquí el programa de actos:
Día 31 de octubre: En El aprendizaje encontraréis un microrrelato inédito de terror firmado por Care Latherface Santos; y en La Fraternidad un artículo sobre Halloween obra de vuestro seguro servidor, César Víctor Von Mallorquí.
Día 1 de noviembre: Monográfico cinéfilo. Care, la mujer sin miedo, hablará sobre las películas que la han asustado, mientras que, en este blog, el vicioso y libidinoso monje Fray César (fuente de inspiración para la inmortal obra de Matthew Lewis) propondrá un top ten del terror cinematográfico.
Día 2 de noviembre: del celuloide pasaremos a la celulosa y nos adentraremos en la literatura de terror. ¿Hay algo más espeluznante que una novela de César Vidal o un ensayo de Jiménez los Santos? Quizá no, pero en cualquier caso Care y yo os propondremos un paseo por nuestros terrores de papel.
Así que no faltéis a la cita con el Especial Día de los Muertos.
Próximamente en los mejores blogs.
sábado, octubre 28
Elogio de lo inútil
Si de entre todos los relatos cortos que he escrito me preguntaran cuál es mi favorito, escogería El rebaño -El Círculo de Jericó (Ediciones B 1995) Antología de la ciencia ficción española (Minotauro, 2003)-. La génesis de esa historia tuvo lugar cinco o seis años antes de escribirla, cuando, mientras recorría el Pirineo de Huesca, vi un rebaño de ovejas cuidado por un pastor y su perro. Estuve un rato mirando y advertí que el pastor no hacía nada, pues era el perro quien controlaba en todo momento a las ovejas. Entonces me pregunté: ¿qué pasaría si el pastor no estuviese, si la humanidad entera hubiese desaparecido, y un perro siguiera, durante años, cuidando un rebaño? La sensación de soledad y de pérdida que experimenté al barajar esa idea se quedó grabada en mi mente hasta cristalizar, al cabo del tiempo, en un relato.
Pues bien, así de sencillo es el argumento de El rebaño. En un futuro muy cercano –pasado mañana-, la humanidad ha desaparecido a causa de una guerra biológica, pero un perro llamado Brezo sigue pastoreando un rebaño de ovejas durante años, aunque esa labor carezca ya de sentido. Simultáneamente, un satélite artificial de observación dotado de casi inteligencia artificial, continua registrando y enviando datos, aunque ya no hay nadie que le escuche. Dos seres, un animal y un artefacto, dedican los últimos años de su existencia a algo absolutamente inútil. Sin embargo, tal y como yo lo veo, es precisamente esa inutilidad lo que otorga una inmensa grandeza al perro de la historia. Porque, con frecuencia, se asocia la palabra “inútil” a algo desechable, o intrascendente, o poco importante, y sin duda en alguna de sus acepciones esto es correcto; pero no en todas.
Esto viene a cuento a causa de los comentarios provocados por el discurso de Paul Auster que reproduje parcialmente en la anterior entrada. La mayor parte de ellos venían a decir: “¿Cómo que la literatura es inútil? De eso nada; es algo imprescindible, maravilloso, utilísimo”. E incluso se citaban un par de ejemplos de cómo la literatura puede ha sido útil socialmente.
Uno de los amables contertulios comentaba, defendiendo la utilidad de la literatura, que no hay nada más poderoso que las ideas y, por tanto, nada más útil. Y es verdad. Hay libros que han ejercido una poderosísima influencia sobre la humanidad y sus actos. Por ejemplo, La Biblia, El Corán, Mein Kampf, El Capital, El protocolo de los sabios de Sión, los tratados aristotélicos y un montón de obras más. Pero Auster no se refería a esa clase de libros, sino a la ficción, a la narrativa. Y, en efecto, la literatura de ficción ha ejercido escasísima influencia práctica a nivel social, aunque siempre habrá alguna que otra excepción, por supuesto. Pero, en general, la narrativa es algo inútil.
Y aquí deberíamos meditar sobre lo que quiere decir Auster cuando maneja los términos utilidad e inutilidad. Pero, ojo, lo vamos a hacer desde el punto de vista de nuestra opulenta civilización occidental. Bien; a las cosas útiles las vamos a llamar “necesidades”, y a la inútiles “lujos”. ¿Vale? Bueno, pues las necesidades son algo que está ahí, que forma parte de nuestro paisaje, pero que no valoramos especialmente porque se trata de cosas normales y cotidianas. No nos emocionamos cuando apretamos una clavija y se encienden las luces, ni cantamos himnos de alegría cada vez abrimos un grifo y sale agua. De hecho, sólo damos importancia a las necesidades cuando desaparecen. ¿Habéis sufrido algún corte eléctrico en vuestra casa? Pues ya sabéis lo que es volver a la edad de piedra. En resumen, las necesidades (con la excepción de la comida) no nos proporcionan placer por sí mismas, pero sí una profunda desdicha cuando no están.
¿Y qué pasa con los lujos? Pues que ocurre lo contrario; en principio, carecer de lujos no nos hace, ni mucho menos, tan desdichados como carecer de necesidades. De hecho, hay un montón de lujos que no me hacen particularmente infeliz por no poseerlos, porque ignoro lo que se siente al tenerlos. Igual, por cierto, que hay un montón de personas que son enteramente felices pese a no haber leído jamás un libro (o a lo mejor precisamente por ello, quién sabe).
El valor de los lujos, por tanto, no depende de su ausencia, sino que brota por su presencia. Yo no era infeliz por no leer, por ejemplo, a Mark Twain, pero fui más feliz cuando lo leí. Ésa precisamente es la función de los lujos: darnos algo que está más allá de las necesidades, brindarnos placer y felicidad. Y eso es exactamente lo que hace el arte: expande nuestra vida y nos proporciona placer. Porque, afortunadamente, el arte no es una necesidad, sino un lujo.
Es más, no sólo sostengo que el arte, y más concretamente la narrativa, es algo inútil; además, afirmo que debe serlo, pues el arte útil en cierto modo está pervertido. Veréis, una de las premisas básicas para que el arte sea arte reside en la libertad del artista para crear sin más restricciones que las que él mismo decida imponerse. Pues bien, cuando el arte obedece a razones prácticas, cuando se pone en función de una utilidad, parte de esa libertad que antes mencionaba se pierde y el arte deja de ser arte para convertirse en una herramienta; útil quizá, pero sin alma. Eso ocurre, por ejemplo, con la (terrible) literatura didáctica, con el realismo pictórico soviético o con el cine propagandístico norteamericano. Naturalmente, siempre habrá excepciones; pero serán eso: excepciones. El arte debe ser libre y la única forma de serlo es no depender de nada, ni siquiera de la utilidad.
Naturalmente, todo esto lo digo desde un punto de vista social, porque individualmente las cosas son muy distintas. Para mí, como supongo que para todos los que frecuentan este blog, la narrativa es algo importantísimo. Mi existencia sería mucho más triste si no pudiera leer, ver o escuchar historias. Incluso sería más triste si no pudiera escribirlas o, cuando menos, imaginarlas. No me moriría si no leyese, claro; la literatura no es estrictamente vital... pero contribuye a darle sentido a mi vida, igual que su inútil labor de pastoreo daba sentido a la vida del perro de mi relato.
Así pues, no hay que rasgarse las vestiduras porque Auster diga que la literatura es inútil. Pensad que, a veces, por un exceso de amor y de pasión, tendemos a convertir estatuas en ídolos, y una estatua puede ser maravillosa sin necesidad de adorarla. No pongamos la literatura en un altar, no nos inclinemos ante ella con pasmada devoción. Gracias a dios, la literatura no es dios. La literatura es un juego maravilloso que, como todo juego, no necesita servir para nada. Porque si sirviese, ya no sería un juego.
En lo que a mí respecta, prefiero considerar la narrativa un lujo del que afortunadamente puedo disfrutar en cualquier momento. Lo que pasa es que, al cabo del tiempo, los lujos acaban por convertirse en imprescindibles...
Pues bien, así de sencillo es el argumento de El rebaño. En un futuro muy cercano –pasado mañana-, la humanidad ha desaparecido a causa de una guerra biológica, pero un perro llamado Brezo sigue pastoreando un rebaño de ovejas durante años, aunque esa labor carezca ya de sentido. Simultáneamente, un satélite artificial de observación dotado de casi inteligencia artificial, continua registrando y enviando datos, aunque ya no hay nadie que le escuche. Dos seres, un animal y un artefacto, dedican los últimos años de su existencia a algo absolutamente inútil. Sin embargo, tal y como yo lo veo, es precisamente esa inutilidad lo que otorga una inmensa grandeza al perro de la historia. Porque, con frecuencia, se asocia la palabra “inútil” a algo desechable, o intrascendente, o poco importante, y sin duda en alguna de sus acepciones esto es correcto; pero no en todas.
Esto viene a cuento a causa de los comentarios provocados por el discurso de Paul Auster que reproduje parcialmente en la anterior entrada. La mayor parte de ellos venían a decir: “¿Cómo que la literatura es inútil? De eso nada; es algo imprescindible, maravilloso, utilísimo”. E incluso se citaban un par de ejemplos de cómo la literatura puede ha sido útil socialmente.
Uno de los amables contertulios comentaba, defendiendo la utilidad de la literatura, que no hay nada más poderoso que las ideas y, por tanto, nada más útil. Y es verdad. Hay libros que han ejercido una poderosísima influencia sobre la humanidad y sus actos. Por ejemplo, La Biblia, El Corán, Mein Kampf, El Capital, El protocolo de los sabios de Sión, los tratados aristotélicos y un montón de obras más. Pero Auster no se refería a esa clase de libros, sino a la ficción, a la narrativa. Y, en efecto, la literatura de ficción ha ejercido escasísima influencia práctica a nivel social, aunque siempre habrá alguna que otra excepción, por supuesto. Pero, en general, la narrativa es algo inútil.
Y aquí deberíamos meditar sobre lo que quiere decir Auster cuando maneja los términos utilidad e inutilidad. Pero, ojo, lo vamos a hacer desde el punto de vista de nuestra opulenta civilización occidental. Bien; a las cosas útiles las vamos a llamar “necesidades”, y a la inútiles “lujos”. ¿Vale? Bueno, pues las necesidades son algo que está ahí, que forma parte de nuestro paisaje, pero que no valoramos especialmente porque se trata de cosas normales y cotidianas. No nos emocionamos cuando apretamos una clavija y se encienden las luces, ni cantamos himnos de alegría cada vez abrimos un grifo y sale agua. De hecho, sólo damos importancia a las necesidades cuando desaparecen. ¿Habéis sufrido algún corte eléctrico en vuestra casa? Pues ya sabéis lo que es volver a la edad de piedra. En resumen, las necesidades (con la excepción de la comida) no nos proporcionan placer por sí mismas, pero sí una profunda desdicha cuando no están.
¿Y qué pasa con los lujos? Pues que ocurre lo contrario; en principio, carecer de lujos no nos hace, ni mucho menos, tan desdichados como carecer de necesidades. De hecho, hay un montón de lujos que no me hacen particularmente infeliz por no poseerlos, porque ignoro lo que se siente al tenerlos. Igual, por cierto, que hay un montón de personas que son enteramente felices pese a no haber leído jamás un libro (o a lo mejor precisamente por ello, quién sabe).
El valor de los lujos, por tanto, no depende de su ausencia, sino que brota por su presencia. Yo no era infeliz por no leer, por ejemplo, a Mark Twain, pero fui más feliz cuando lo leí. Ésa precisamente es la función de los lujos: darnos algo que está más allá de las necesidades, brindarnos placer y felicidad. Y eso es exactamente lo que hace el arte: expande nuestra vida y nos proporciona placer. Porque, afortunadamente, el arte no es una necesidad, sino un lujo.
Es más, no sólo sostengo que el arte, y más concretamente la narrativa, es algo inútil; además, afirmo que debe serlo, pues el arte útil en cierto modo está pervertido. Veréis, una de las premisas básicas para que el arte sea arte reside en la libertad del artista para crear sin más restricciones que las que él mismo decida imponerse. Pues bien, cuando el arte obedece a razones prácticas, cuando se pone en función de una utilidad, parte de esa libertad que antes mencionaba se pierde y el arte deja de ser arte para convertirse en una herramienta; útil quizá, pero sin alma. Eso ocurre, por ejemplo, con la (terrible) literatura didáctica, con el realismo pictórico soviético o con el cine propagandístico norteamericano. Naturalmente, siempre habrá excepciones; pero serán eso: excepciones. El arte debe ser libre y la única forma de serlo es no depender de nada, ni siquiera de la utilidad.
Naturalmente, todo esto lo digo desde un punto de vista social, porque individualmente las cosas son muy distintas. Para mí, como supongo que para todos los que frecuentan este blog, la narrativa es algo importantísimo. Mi existencia sería mucho más triste si no pudiera leer, ver o escuchar historias. Incluso sería más triste si no pudiera escribirlas o, cuando menos, imaginarlas. No me moriría si no leyese, claro; la literatura no es estrictamente vital... pero contribuye a darle sentido a mi vida, igual que su inútil labor de pastoreo daba sentido a la vida del perro de mi relato.
Así pues, no hay que rasgarse las vestiduras porque Auster diga que la literatura es inútil. Pensad que, a veces, por un exceso de amor y de pasión, tendemos a convertir estatuas en ídolos, y una estatua puede ser maravillosa sin necesidad de adorarla. No pongamos la literatura en un altar, no nos inclinemos ante ella con pasmada devoción. Gracias a dios, la literatura no es dios. La literatura es un juego maravilloso que, como todo juego, no necesita servir para nada. Porque si sirviese, ya no sería un juego.
En lo que a mí respecta, prefiero considerar la narrativa un lujo del que afortunadamente puedo disfrutar en cualquier momento. Lo que pasa es que, al cabo del tiempo, los lujos acaban por convertirse en imprescindibles...
sábado, octubre 21
El placer de lo inútil
Ayer escuché en la tele el discurso que leyó Paul Auster durante la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Pocas veces he estado tan de acuerdo con las palabras de un escritor, y menos de un escritor premiado. Más allá de la empalagosa mística literaria, Auster habló de la bellísima, de la radiante inutilidad del arte de escribir (algo muy en sintonía con este blog). Así pues, no me resisto a reproducir un fragmento de dicho discurso... Vale, un fragmento no; casi todo. Pero merece la pena.
“Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?
En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.
La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar? Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos.
Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la “era posliteraria”. Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten –en la página impresa o en la pantalla de televisión–, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas”.
Paul Auster 20-10-2006
“Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?
En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.
La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar? Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos.
Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la “era posliteraria”. Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten –en la página impresa o en la pantalla de televisión–, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas”.
Paul Auster 20-10-2006
sábado, octubre 14
Nobelistas
Permitidme realizar un pequeño test. Leed de seguido la lista de nombres que os propondré a continuación y, sin deteneros a pensarlo mucho, decidme qué tienen en común:
Saint-John Perse, Halldór Kiljan Laxness, Johannes Vilhelm Jensen, Frans Eemil Sillanpää, Roger Martin du Gard, Erik Axel Karlfeldt, Sigrid Undset, Grazia Deledda, Wladiyslaw Stanislaw Reymont, Carl Friedrich Georg Spittler, Karl Adolph Gjellerup, Henrik Pontoppidan, Carl Gustaf Verner von Heidenstam, Gerhart Johan Robert Hauptmann, Rudolf Christoph Eucken...
Si habéis averiguado cuál es su nexo en común, os felicito y os transmito toda mi admiración, porque yo habría sido incapaz de hacerlo. Ni remotamente se me hubiera pasado por la cabeza que todos esos nombres corresponden a ganadores del Premio Nobel de Literatura. Nunca he oído hablar de ellos, no sé quiénes son ni qué han escrito.
Pero prosigamos con el test. Ahora leed esta nueva lista de nombres y plantearos qué tienen en común:
James Joyce, Marcel Proust, Bertolt Brecht, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf, Graham Greene, George Orwell, Mark Twain, Vladimir Nabokov, Dino Buzzati, August Strindberg, Leon Tolstoi, Federico García Lorca, Antonio Machado, Julio Cortázar, Juan Rulfo, H. G. Wells, Francis Scott Fitzgerald, André Malraux...
Sí, en efecto, todos son escritores (algo que no era tan fácil de discernir en la lista inicial), pero además, y sobre todo, ninguno de ellos recibió el Premio Nobel de Literatura.
Como no he leído a ninguno de los escritores que aparecen en la primera relación, no tengo ni idea de si merecían el Nobel o no, pero está claro que sus obras no han logrado superar la prueba del tiempo y de la geografía. En cuanto a la segunda lista..., bueno, habla por sí misma.
El Nobel, como todos los premios, tiene mucho de arbitrario y aún más de político (en el sentido más amplio de la palabra). ¿O todavía creemos que se premia sólo la calidad literaria? A Borges se lo negaron por aceptar una medalla de unos militares golpistas (hecho criticable, sí, pero en modo alguno literario), sin embargo se lo dieron –por citar sólo a nuestros Nobel- a autores tan inmortales como Echegaray, Benavente o Cela... ¡Se lo dieron a Cela, pardiez! Entonces, ¿por qué celebramos con tanta alharaca la concesión del Nobel de Literatura? ¿Por el millón de euros que le sacuden al ganador? ¿Por el circo mediático? ¿Por el prestigio de un premio literario que quita y da por razones extraliterarias?
Y ahora vamos a concluir el test con dos últimas preguntas:
¿A quién le han concedido el último Nobel de Literatura?...
A Orhan Pamuk, todo el mundo lo sabe.
¿Y quién ha ganado este año el Premio Nobel de Medicina?...
Si conocéis la respuesta, me inclino ante vosotros. Y por si no la conocéis, os diré que los ganadores han sido los doctores Andrew Fire y Craig Mello, cuyo trabajos sobre genética puede que algún día salven nuestras vidas o las de nuestros hijos.
Saint-John Perse, Halldór Kiljan Laxness, Johannes Vilhelm Jensen, Frans Eemil Sillanpää, Roger Martin du Gard, Erik Axel Karlfeldt, Sigrid Undset, Grazia Deledda, Wladiyslaw Stanislaw Reymont, Carl Friedrich Georg Spittler, Karl Adolph Gjellerup, Henrik Pontoppidan, Carl Gustaf Verner von Heidenstam, Gerhart Johan Robert Hauptmann, Rudolf Christoph Eucken...
Si habéis averiguado cuál es su nexo en común, os felicito y os transmito toda mi admiración, porque yo habría sido incapaz de hacerlo. Ni remotamente se me hubiera pasado por la cabeza que todos esos nombres corresponden a ganadores del Premio Nobel de Literatura. Nunca he oído hablar de ellos, no sé quiénes son ni qué han escrito.
Pero prosigamos con el test. Ahora leed esta nueva lista de nombres y plantearos qué tienen en común:
James Joyce, Marcel Proust, Bertolt Brecht, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf, Graham Greene, George Orwell, Mark Twain, Vladimir Nabokov, Dino Buzzati, August Strindberg, Leon Tolstoi, Federico García Lorca, Antonio Machado, Julio Cortázar, Juan Rulfo, H. G. Wells, Francis Scott Fitzgerald, André Malraux...
Sí, en efecto, todos son escritores (algo que no era tan fácil de discernir en la lista inicial), pero además, y sobre todo, ninguno de ellos recibió el Premio Nobel de Literatura.
Como no he leído a ninguno de los escritores que aparecen en la primera relación, no tengo ni idea de si merecían el Nobel o no, pero está claro que sus obras no han logrado superar la prueba del tiempo y de la geografía. En cuanto a la segunda lista..., bueno, habla por sí misma.
El Nobel, como todos los premios, tiene mucho de arbitrario y aún más de político (en el sentido más amplio de la palabra). ¿O todavía creemos que se premia sólo la calidad literaria? A Borges se lo negaron por aceptar una medalla de unos militares golpistas (hecho criticable, sí, pero en modo alguno literario), sin embargo se lo dieron –por citar sólo a nuestros Nobel- a autores tan inmortales como Echegaray, Benavente o Cela... ¡Se lo dieron a Cela, pardiez! Entonces, ¿por qué celebramos con tanta alharaca la concesión del Nobel de Literatura? ¿Por el millón de euros que le sacuden al ganador? ¿Por el circo mediático? ¿Por el prestigio de un premio literario que quita y da por razones extraliterarias?
Y ahora vamos a concluir el test con dos últimas preguntas:
¿A quién le han concedido el último Nobel de Literatura?...
A Orhan Pamuk, todo el mundo lo sabe.
¿Y quién ha ganado este año el Premio Nobel de Medicina?...
Si conocéis la respuesta, me inclino ante vosotros. Y por si no la conocéis, os diré que los ganadores han sido los doctores Andrew Fire y Craig Mello, cuyo trabajos sobre genética puede que algún día salven nuestras vidas o las de nuestros hijos.
sábado, octubre 7
Dos libros
Los dos últimos libros que han caído en mis manos no son para leer. De hecho, uno de ellos ni siquiera es propiamente un libro, sino un cuadernillo de 24 páginas que me ha costado un euro con veinte céntimos. Se trata, claro, de obras de consulta. Me encantan esta clase de libros, los diccionarios de todo tipo, las enciclopedias, los manuales, los prontuarios, los compendios... Son cultura en cápsulas; ofrecen respuestas concretas a preguntas concretas y ordenan el conocimiento de una forma tan ficticia como tranquilizadora. Además, por concentrada, son la lectura perfecta para cuando vas al baño a aliviar el vientre.
El primero de mis dos libros no lo he comprado, sino que me lo ha mandado amablemente su autor, Ramón Charlo. Se llama Autores y seudónimos en la novela popular y está publicado por Padilla Libros Editores & Libreros (Sevilla, 2005). ¿Qué es? Pues un diccionario de los autores españoles de novela popular del siglo veinte, incluyendo sus seudónimos. Ramón Charlo, uno de nuestros mejores estudiosos de la novela popular, ha llevado a cabo con este libro una labor titánica, pues cualquiera que conozca un poco la literatura de kiosco sabe lo compleja que resulta la tarea de identificar la identidad que se esconde tras muchos seudónimos. Así pues, se trata de un libro imprescindible para quienes se interesen por esa rama pobre de la literatura que es (o, mejor dicho, fue) la novela de a duro.
El segundo libro, en este caso cuadernillo, es el Calendario Zaragozano de 2007. Lo compro todos los años, sin excepción; tanto es así, que cada vez que veo un nuevo ejemplar en los kioscos, siento lo mismo que se experimenta al reencontrarse con un viejo amigo largo tiempo ausente. De hecho, lo considero un punto fijo en el devenir del tiempo, un bastión inexpugnable e inmutable que siempre sigue igual, con el mismo tamaño, el mismo color, la misma tipografía y el mismo terrible dibujo de don Mariano Castillo y Ocsiero en portada. Verlo me hace retroceder a la infancia.
Y no sólo a la infancia, sino más atrás en el tiempo, a otra era y otra cultura. Veréis, el Calendario Zaragozano contiene un “juicio universal meteorológico” a un año vista cuyos pronósticos dudo que alguna vez se hayan cumplido. Además –y ésa es la parte que suelo utilizar para documentarme- ofrece una reseña diaria de las principales efemérides astronómicas (incluyendo las salidas y puestas del sol y la luna). Y también el santoral completo, las principales ferias y mercados de España, citas y refranes tan deliciosos como Si en enero flores, en mayo dolores o Con pillos me junte Dios; con tontos no.
Pero volvamos a lo que decía de retroceder en el tiempo. El Calendario Zaragozano fue fundado -por el citado Mariano Castillo, astrónomo- en 1840. Es decir, en una época en la que la sociedad era mayoritariamente rural. De hecho, el Calendario Zaragozano es una valiosísima herramienta para agricultores y ganaderos, pero no para urbanitas. Por eso, cuando lo hojeo, lo que hago es viajar a un mundo que ya casi no existe, a una cultura regida por el paso de las estaciones y el matemático faenar de las estrellas. En cierto modo, el Calendario Zaragozano y Stonehenge son lo mismo: instrumentos de una civilización rural para medir el tiempo y cuidar las cosechas.
¿Vosotros no lo compráis? Pues deberíais hacerlo; viajar en el tiempo por 1’20 euros es un chollo.
El primero de mis dos libros no lo he comprado, sino que me lo ha mandado amablemente su autor, Ramón Charlo. Se llama Autores y seudónimos en la novela popular y está publicado por Padilla Libros Editores & Libreros (Sevilla, 2005). ¿Qué es? Pues un diccionario de los autores españoles de novela popular del siglo veinte, incluyendo sus seudónimos. Ramón Charlo, uno de nuestros mejores estudiosos de la novela popular, ha llevado a cabo con este libro una labor titánica, pues cualquiera que conozca un poco la literatura de kiosco sabe lo compleja que resulta la tarea de identificar la identidad que se esconde tras muchos seudónimos. Así pues, se trata de un libro imprescindible para quienes se interesen por esa rama pobre de la literatura que es (o, mejor dicho, fue) la novela de a duro.
El segundo libro, en este caso cuadernillo, es el Calendario Zaragozano de 2007. Lo compro todos los años, sin excepción; tanto es así, que cada vez que veo un nuevo ejemplar en los kioscos, siento lo mismo que se experimenta al reencontrarse con un viejo amigo largo tiempo ausente. De hecho, lo considero un punto fijo en el devenir del tiempo, un bastión inexpugnable e inmutable que siempre sigue igual, con el mismo tamaño, el mismo color, la misma tipografía y el mismo terrible dibujo de don Mariano Castillo y Ocsiero en portada. Verlo me hace retroceder a la infancia.
Y no sólo a la infancia, sino más atrás en el tiempo, a otra era y otra cultura. Veréis, el Calendario Zaragozano contiene un “juicio universal meteorológico” a un año vista cuyos pronósticos dudo que alguna vez se hayan cumplido. Además –y ésa es la parte que suelo utilizar para documentarme- ofrece una reseña diaria de las principales efemérides astronómicas (incluyendo las salidas y puestas del sol y la luna). Y también el santoral completo, las principales ferias y mercados de España, citas y refranes tan deliciosos como Si en enero flores, en mayo dolores o Con pillos me junte Dios; con tontos no.
Pero volvamos a lo que decía de retroceder en el tiempo. El Calendario Zaragozano fue fundado -por el citado Mariano Castillo, astrónomo- en 1840. Es decir, en una época en la que la sociedad era mayoritariamente rural. De hecho, el Calendario Zaragozano es una valiosísima herramienta para agricultores y ganaderos, pero no para urbanitas. Por eso, cuando lo hojeo, lo que hago es viajar a un mundo que ya casi no existe, a una cultura regida por el paso de las estaciones y el matemático faenar de las estrellas. En cierto modo, el Calendario Zaragozano y Stonehenge son lo mismo: instrumentos de una civilización rural para medir el tiempo y cuidar las cosechas.
¿Vosotros no lo compráis? Pues deberíais hacerlo; viajar en el tiempo por 1’20 euros es un chollo.
domingo, octubre 1
Cf a 24 imágenes por segundo
Supongo que me ha entrado el mono por las listas, porque después de revisar el cine del Oeste me puse a darle vueltas a las películas de ciencia ficción (cf en lo sucesivo). De entrada, pensé que no encontraría demasiados films memorables, pues la historia cinematográfica del género no ha brillado a gran altura, pero me sorprendió toparme con bastantes más títulos notables de lo que yo pensaba.
Con todo, el cine ha elegido casi siempre los caminos más folclóricos e infantiloides a la hora de tratar la cf. Entre quienes lo desconocen, existe la creencia de que este género permite el “vale todo”, cuando es exactamente lo contrario. La cf es literatura fantástica con ambición de verosimilitud; de hecho, la buena cf precisa un rigor que los creadores cinematográficos rara vez le han concedido. Por el contrario, el cine ha elegido casi siempre centrarse en la parafernalia tópica del género, como los cohetes, las pistolas de rayos y los aliens con ojos de insecto, y encima lo ha hecho mal. El problema, amigos míos, es que la cf cinematográfica cuando es mala, no sólo es mala, sino que también es ridícula. En gran medida, la mala prensa que sufre la cf literaria se debe a la cf de celuloide. Y es que pocas cosas causan más vergüenza ajena que ver a un tipo forrado con papel Albal disparando un secador de pelo contra un grotesco muñeco de látex.
Pero no todo es malo. Así que allá va mi lista, por orden de estreno, de las 10 mejores películas de cf de la historia (según mi nada modesta opinión).
1. Metrópolis (Fritz Lang 1926). Reconozcámoslo: el argumento de esta película es un truño infumable. De hecho, está basada en una novela futurista del mismo título (publicada en Martínez Roca, Súper Ficción 1977) escrita por Thea Von Harbour, esposa del director y entusiasta militante nazi. En fin, ese final idílico en que patrones y obreros se estrechan en un abrazo fraternal, pero quedándose cada uno en el lugar que le corresponde, es muy representativo de las utopías fascistas tan en boga durante aquellos años. Sin embargo, la vigorosa estética expresionista y art deco del film y esa prodigiosa ciudad -auténtica protagonista de la película-, convierten a Metrópolis en una imperecedera obra maestra visual. Su influjo jamás ha dejado de estar presente en el mundo del cine, del arte y del diseño y, como prueba, valga recordar que C3PO, el famoso robot dorado de Star Wars, es una copia/homenaje del autómata femenino construido por Rotwang, el científico chungo de Metrópolis.
2. Ultimátum a la Tierra (Robert Wise 1951). En esta película se juega con varios tópicos de la cf: el primer contacto con seres extraterrestres, los platillos volantes, los robots... pero, y esto no deja de ser sorprendente dada la época que corría, Wise lo hizo con gran seriedad y rigor. Además, pese a estar producida en plena guerra fría, la película propone un estimulante mensaje pacifista y antixenófobo. Aunque Ultimátum a la Tierra resulta visualmente inferior a la inmensa (en ese sentido) Metrópolis, es infinitamente superior a ella desde un punto de vista argumental y narrativo. A decir verdad, creo que se trata de la primera gran película de cf de la historia. Y desde luego, quienes la hemos visto jamás olvidaremos estas palabras: Klaatu varada nictu.
3. La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel 1956). Quizá la invasión extraterrestre más famosa que nos ha brindado el cine (Wells aparte). Tus vecinos, tus amigos, tus seres queridos, todos están siendo sustituidos por et’s idénticos al original, pero sin emociones. La paranoia en estado puro. Una película brillante, angustiosa y estimulantemente ambigua, pues puede interpretarse tanto como una metáfora del macartismo, como del comunismo.
4. 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Puede que no sea objetivo con este film (sin duda, no lo soy), pero aquí va mi opinión: si todas las demás películas que cito aquí fueran iglesias, 2001 sería una catedral. Una obra maestra inmensa, desmedida, lisérgica y abrumadora. Sólo hay algo que no comprendo respecto a ella: ¿por qué la gente se empeña en no entenderla? Su argumento no puede ser más claro, y sin embargo todo el mundo la tilda de críptica. En fin, sólo añadiré algo: el germen de 2001 es el cuento de Arthur C. Clarke El Centinela, en mi opinión uno de los mejores relatos cortos de la historia del género.
5. Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg 1977). Spielberg tuvo el acierto de contar la historia del primer contacto de la humanidad con una civilización extraterrestre narrándola desde diversos puntos de vista, pero centrándose en un personaje absolutamente normal y cotidiano. La cinta adquiere en muchos momentos resonancias místicas, míticas y poéticas, gracias, entre otras cosas, a un muy sabio empleo de los efectos especiales; aunque también es cierto que en ocasiones se ve lastrada por secuencias un tanto efectistas. Con todo, es una magnífica película que Spielberg remontó después del estreno, quitando y añadiendo escenas, aunque creo que la primera versión es mejor. Sin duda, la “conversación musical” entre los terrestres y el megaovni es uno de los grandes hitos del cine. Eso por no hablar de las famosas cinco notas...
6. Star Wars – El imperio contraataca (George Lucas 1977, Irvin Kershner 1980). Star Wars nació como un divertido homenaje a los seriales de Flash Gordon y Buck Rogers, a las novelas de Edmond Hamilton, Jack Williamson (que, por cierto, sigue estando vivo y hasta hace poco, a sus más de cien años, todavía en activo) o E. E. Doc Smith y a toda esa ciencia ficción aventurera e ingenua que floreció durante los años 30 y 40 del siglo pasado. Las dos primeras entregas de la serie son, sin duda, el mejor space opera jamás filmado. La tercera –El retorno del Jedi (1983)- derivó hacia el infantilismo y la repetición, y de la segunda trilogía (que supuestamente es la primera) mejor no hablar. Con todo, hay que reconocer que el efecto de Star Wars sobre la cf literaria ha sido nefasto.
7. Alien (Ridley Scott 1979). He aquí el paradigma del extraterrestre hijoputa. Un bicho muy, pero que muy cabrón –con un ciclo vital más cabrón aún- se cuela en una inmensa nave de carga y comienza a cargarse a todos los humanos que encuentra en su camino. En realidad, Alien es un relato terror en clave de cf, donde la nave espacial acaba siendo un escenario gótico y el alienígena un producto de nuestras pesadillas. Como anécdota, comentaré que el argumento de Alien es clavadito a un viejo relato de A. E. Van Vogt (Black Destroyer, si mal no recuerdo), lo cual obligó a la productora a entregar una sustanciosa compensación económica al escritor para evitar el juicio. La continuación de la película, Aliens, el regreso (James Cameron, 1986), aunque inferior a la primera, es una digna secuela realizada, eso sí, en una clave completamente distinta.
8. Blade Runner (Ridley Scott 1982). Entre las muchas virtudes de esta magistral película –basada en una novela de Philip K. Dick-, espléndida combinación de cine negro y cf, se encuentra la de haber presentado el futuro cercano más verosímil jamás filmado. Tanto es así, que la concepción visual -y también temática- de Blade Runner contribuyó decisivamente a la creación del ciberpunck (la escenografía de Blade Runner, por cierto, está nítidamente influida por los comics de Moebius, que también colaboró en la dirección de arte). Scott realizó posteriormente una “versión del director” que cambiaba sutilmente el final... de forma absolutamente equivocada.
9. Terminator (James Cameron 1984). Puede que a algunos les escandalice incluir aquí una peli protagonizada por el anabolizado gobernador de California, pero Terminator es una vibrante película de cf, salpimentada con toques de thriller y narrada con brío y convicción. Además, Suarcenaguer (nunca sé cómo se escribe) es un pésimo actor (¿actor?), pero para interpretar a un inexpresivo y ominoso robot asesino resulta sencillamente perfecto. La secuela, Terminator II (Cameron 1991), pese a ser inferior a la primera, contiene algunas secuencias francamente memorables. De la tercera podéis olvidaros tranquilamente.
10. Gattaca (Andrew Niccol 1997). La pregunta que uno se hace al terminar de ver Gattaca es si la sociedad futura que describe el film es una utopía o una distopía. Y sólo cabe una respuesta: las dos cosas a la vez. Gattaca es el reino, no de lo políticamente correcto, sino de lo humanamente correcto; personas mejoradas por ingeniería genética frente a humanos normales, y una forma sutil de marginación que se basa en la simple y cotidiana ley de la competencia: los mejores ocuparán los puestos sociales de más responsabilidad. El problema es que los mejores siempre son los humanos mejorados. Pero lo más inquietante del film es que, si lo pensamos en abstracto, esa sociedad pacífica, racional y opulenta que describen sus imágenes parece, en principio, deseable, la culminación de nuestras ambiciones. No estaría mal, por tanto, recordar ese sabio proverbio que reza: cuidado con lo que deseas, porque podrías conseguirlo. Gattaca, en resumen, es una excelente película; si Niccol la hubiese dirigido con un poquito más de brío, podría haber sido deslumbrante.
Éste es pues mi lista. ¿Qué conclusiones podemos sacar a partir de ella? La primera, que el cine de cf es inferior en calidad a, por ejemplo, el western. Si repasamos la lista de películas del Oeste que propuse hace unas semanas, veremos que todos los títulos que citaba, prácticamente sin excepción, eran obras maestras, no sólo del género, sino del cine en general. Sin embargo, en la presente lista sólo podemos encontrar tres obras maestras y media. Con la manga muy ancha, cinco. No obstante, hay más películas interesantes de cf de lo que cabría esperar.
De entrada, dos que me hubiera gustado incluir en la lista: Cube (Vincenzo Natali 1997) y Regreso al futuro (Robert Zemeckis 1985). La primera es una pequeña película independiente que logra sacar un brillante partido a sus limitados recursos. La segunda es una comedia, de modo que no suele ser valorada como pieza de cf; pero lo es, y mucho más sólida de lo que parece a simple vista. De la época clásica, podemos rescatar El increíble hombre menguante (Jack Arnold 1957) y El enigma de otro mundo (Christian Nyby y Howard Wawks 1951), de la que John Carpenter hizo un inteligente remake en 1982. De la época dorada también tenemos la verniana 20.000 leguas de viaje submarino (Richard Fleisher 1954), con un impagable James Mason en el papel de Nemo. ¿Y cómo olvidarnos de El Planeta de los simios (Franklin J. Schaffner 1968)? Ha envejecido mal, pero su final es un clásico de la historia del cine. Y también protagonizada por Charlton Heston, Soylent Green (Richard Fleischer 1973), una claustrofóbica antiutopía superpoblacionista.
Steven Spielberg, además de Encuentros, ha dirigido un buen puñado de películas de cf: Parque Jurásico (1990), Minority Report (2002), la muy interesante Inteligencia Artificial (2001) -pese a su lacrimógeno final- y la no menos notable La Guerra de los Mundos (2005) –y no cito ET (1982) porque nunca me ha gustado-. Paul Verhoeven es el autor de dos divertidas sátiras de cf: Robocop (1987) y Tropas del espacio (1997), y de Desafío total (1990), con Suarcenator convertido en personaje dickiano. Kubrick, además de la joya de la corona, también nos brindó La naranja mecánica (1971), una película tan criticada como admirada (yo la adoro). Y del cine del Este podemos mencionar Solaris (1972) y Stalker (1979); puede que alguna de las dos debiera estar en la lista, pero es que, a fuer de sincero, Tarkovski me aburre profundamente. Ah, y ya que hablábamos antes de Gobernator, hay otra película suya mucho más interesante de lo que parece a simple vista: Depredador (John McTiernan 1987). El problema del film es que, al principio, parece basura estilo Rambo, pero como dijo un crítico: hay demasiadas ideas en esta película para rechazarla de un plumazo.
Un detalle. Fijaos en la temática de las diez películas elegidas: la mitad de ellas tratan del primer contacto con una especie alienígena. Y es que, supongo, ése es el tema central de la cf como género. Dentro de este ámbito, podemos mencionar también Contacto (Robert Zemckis 1997), una interesante película lastrada por el excesivo peso que se le concede a los aspectos religiosos y por algún que otro ocasional exceso de sentimentalismo. El segundo tema estrella sería la inteligencia artificial y los robots, pues forma parte (aunque no siempre sea el eje narrativo) de seis de los títulos. Y el tercero, probablemente, el viaje en el tiempo, uno de cuyos mejores ejemplos podría ser la irregular –pero en ocasiones fascinante- Doce monos (Terry Gillian 1995).
Y, para terminar, dos conocidas rarezas. La primera, una más que notable película de cf española (ahí es nada): Abre los ojos (Alejandro Amenabar 1997). Aunque, claro, ahora está de moda darle palos a Amenabar. Ay, qué malo es triunfar en este país... La segunda rareza, que acaba de aparecer en DVD, es V de vendetta (James McTeigue 2006), basada en un cómic de Alan Moore. Si V es un superhéroe (cosa que dudo), sin duda V de vendetta es la mejor película de superhéroes jamás rodada (junto con El protegido –1999-, de Shyamalan). Pero en realidad se trata de una interesante ucronía antiutópica, una de las mejores sorpresas que nos ha brindado el cine de cf reciente. Ah, supongo que os habéis fijado que de Matrix ni hablo.
Y ya está, se acabó. Aunque, claro, no se ha acabado ni mucho menos; seguro que he olvidado un montón de películas. Pero ya me las recordaréis...
Con todo, el cine ha elegido casi siempre los caminos más folclóricos e infantiloides a la hora de tratar la cf. Entre quienes lo desconocen, existe la creencia de que este género permite el “vale todo”, cuando es exactamente lo contrario. La cf es literatura fantástica con ambición de verosimilitud; de hecho, la buena cf precisa un rigor que los creadores cinematográficos rara vez le han concedido. Por el contrario, el cine ha elegido casi siempre centrarse en la parafernalia tópica del género, como los cohetes, las pistolas de rayos y los aliens con ojos de insecto, y encima lo ha hecho mal. El problema, amigos míos, es que la cf cinematográfica cuando es mala, no sólo es mala, sino que también es ridícula. En gran medida, la mala prensa que sufre la cf literaria se debe a la cf de celuloide. Y es que pocas cosas causan más vergüenza ajena que ver a un tipo forrado con papel Albal disparando un secador de pelo contra un grotesco muñeco de látex.
Pero no todo es malo. Así que allá va mi lista, por orden de estreno, de las 10 mejores películas de cf de la historia (según mi nada modesta opinión).
1. Metrópolis (Fritz Lang 1926). Reconozcámoslo: el argumento de esta película es un truño infumable. De hecho, está basada en una novela futurista del mismo título (publicada en Martínez Roca, Súper Ficción 1977) escrita por Thea Von Harbour, esposa del director y entusiasta militante nazi. En fin, ese final idílico en que patrones y obreros se estrechan en un abrazo fraternal, pero quedándose cada uno en el lugar que le corresponde, es muy representativo de las utopías fascistas tan en boga durante aquellos años. Sin embargo, la vigorosa estética expresionista y art deco del film y esa prodigiosa ciudad -auténtica protagonista de la película-, convierten a Metrópolis en una imperecedera obra maestra visual. Su influjo jamás ha dejado de estar presente en el mundo del cine, del arte y del diseño y, como prueba, valga recordar que C3PO, el famoso robot dorado de Star Wars, es una copia/homenaje del autómata femenino construido por Rotwang, el científico chungo de Metrópolis.
2. Ultimátum a la Tierra (Robert Wise 1951). En esta película se juega con varios tópicos de la cf: el primer contacto con seres extraterrestres, los platillos volantes, los robots... pero, y esto no deja de ser sorprendente dada la época que corría, Wise lo hizo con gran seriedad y rigor. Además, pese a estar producida en plena guerra fría, la película propone un estimulante mensaje pacifista y antixenófobo. Aunque Ultimátum a la Tierra resulta visualmente inferior a la inmensa (en ese sentido) Metrópolis, es infinitamente superior a ella desde un punto de vista argumental y narrativo. A decir verdad, creo que se trata de la primera gran película de cf de la historia. Y desde luego, quienes la hemos visto jamás olvidaremos estas palabras: Klaatu varada nictu.
3. La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel 1956). Quizá la invasión extraterrestre más famosa que nos ha brindado el cine (Wells aparte). Tus vecinos, tus amigos, tus seres queridos, todos están siendo sustituidos por et’s idénticos al original, pero sin emociones. La paranoia en estado puro. Una película brillante, angustiosa y estimulantemente ambigua, pues puede interpretarse tanto como una metáfora del macartismo, como del comunismo.
4. 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Puede que no sea objetivo con este film (sin duda, no lo soy), pero aquí va mi opinión: si todas las demás películas que cito aquí fueran iglesias, 2001 sería una catedral. Una obra maestra inmensa, desmedida, lisérgica y abrumadora. Sólo hay algo que no comprendo respecto a ella: ¿por qué la gente se empeña en no entenderla? Su argumento no puede ser más claro, y sin embargo todo el mundo la tilda de críptica. En fin, sólo añadiré algo: el germen de 2001 es el cuento de Arthur C. Clarke El Centinela, en mi opinión uno de los mejores relatos cortos de la historia del género.
5. Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg 1977). Spielberg tuvo el acierto de contar la historia del primer contacto de la humanidad con una civilización extraterrestre narrándola desde diversos puntos de vista, pero centrándose en un personaje absolutamente normal y cotidiano. La cinta adquiere en muchos momentos resonancias místicas, míticas y poéticas, gracias, entre otras cosas, a un muy sabio empleo de los efectos especiales; aunque también es cierto que en ocasiones se ve lastrada por secuencias un tanto efectistas. Con todo, es una magnífica película que Spielberg remontó después del estreno, quitando y añadiendo escenas, aunque creo que la primera versión es mejor. Sin duda, la “conversación musical” entre los terrestres y el megaovni es uno de los grandes hitos del cine. Eso por no hablar de las famosas cinco notas...
6. Star Wars – El imperio contraataca (George Lucas 1977, Irvin Kershner 1980). Star Wars nació como un divertido homenaje a los seriales de Flash Gordon y Buck Rogers, a las novelas de Edmond Hamilton, Jack Williamson (que, por cierto, sigue estando vivo y hasta hace poco, a sus más de cien años, todavía en activo) o E. E. Doc Smith y a toda esa ciencia ficción aventurera e ingenua que floreció durante los años 30 y 40 del siglo pasado. Las dos primeras entregas de la serie son, sin duda, el mejor space opera jamás filmado. La tercera –El retorno del Jedi (1983)- derivó hacia el infantilismo y la repetición, y de la segunda trilogía (que supuestamente es la primera) mejor no hablar. Con todo, hay que reconocer que el efecto de Star Wars sobre la cf literaria ha sido nefasto.
7. Alien (Ridley Scott 1979). He aquí el paradigma del extraterrestre hijoputa. Un bicho muy, pero que muy cabrón –con un ciclo vital más cabrón aún- se cuela en una inmensa nave de carga y comienza a cargarse a todos los humanos que encuentra en su camino. En realidad, Alien es un relato terror en clave de cf, donde la nave espacial acaba siendo un escenario gótico y el alienígena un producto de nuestras pesadillas. Como anécdota, comentaré que el argumento de Alien es clavadito a un viejo relato de A. E. Van Vogt (Black Destroyer, si mal no recuerdo), lo cual obligó a la productora a entregar una sustanciosa compensación económica al escritor para evitar el juicio. La continuación de la película, Aliens, el regreso (James Cameron, 1986), aunque inferior a la primera, es una digna secuela realizada, eso sí, en una clave completamente distinta.
8. Blade Runner (Ridley Scott 1982). Entre las muchas virtudes de esta magistral película –basada en una novela de Philip K. Dick-, espléndida combinación de cine negro y cf, se encuentra la de haber presentado el futuro cercano más verosímil jamás filmado. Tanto es así, que la concepción visual -y también temática- de Blade Runner contribuyó decisivamente a la creación del ciberpunck (la escenografía de Blade Runner, por cierto, está nítidamente influida por los comics de Moebius, que también colaboró en la dirección de arte). Scott realizó posteriormente una “versión del director” que cambiaba sutilmente el final... de forma absolutamente equivocada.
9. Terminator (James Cameron 1984). Puede que a algunos les escandalice incluir aquí una peli protagonizada por el anabolizado gobernador de California, pero Terminator es una vibrante película de cf, salpimentada con toques de thriller y narrada con brío y convicción. Además, Suarcenaguer (nunca sé cómo se escribe) es un pésimo actor (¿actor?), pero para interpretar a un inexpresivo y ominoso robot asesino resulta sencillamente perfecto. La secuela, Terminator II (Cameron 1991), pese a ser inferior a la primera, contiene algunas secuencias francamente memorables. De la tercera podéis olvidaros tranquilamente.
10. Gattaca (Andrew Niccol 1997). La pregunta que uno se hace al terminar de ver Gattaca es si la sociedad futura que describe el film es una utopía o una distopía. Y sólo cabe una respuesta: las dos cosas a la vez. Gattaca es el reino, no de lo políticamente correcto, sino de lo humanamente correcto; personas mejoradas por ingeniería genética frente a humanos normales, y una forma sutil de marginación que se basa en la simple y cotidiana ley de la competencia: los mejores ocuparán los puestos sociales de más responsabilidad. El problema es que los mejores siempre son los humanos mejorados. Pero lo más inquietante del film es que, si lo pensamos en abstracto, esa sociedad pacífica, racional y opulenta que describen sus imágenes parece, en principio, deseable, la culminación de nuestras ambiciones. No estaría mal, por tanto, recordar ese sabio proverbio que reza: cuidado con lo que deseas, porque podrías conseguirlo. Gattaca, en resumen, es una excelente película; si Niccol la hubiese dirigido con un poquito más de brío, podría haber sido deslumbrante.
Éste es pues mi lista. ¿Qué conclusiones podemos sacar a partir de ella? La primera, que el cine de cf es inferior en calidad a, por ejemplo, el western. Si repasamos la lista de películas del Oeste que propuse hace unas semanas, veremos que todos los títulos que citaba, prácticamente sin excepción, eran obras maestras, no sólo del género, sino del cine en general. Sin embargo, en la presente lista sólo podemos encontrar tres obras maestras y media. Con la manga muy ancha, cinco. No obstante, hay más películas interesantes de cf de lo que cabría esperar.
De entrada, dos que me hubiera gustado incluir en la lista: Cube (Vincenzo Natali 1997) y Regreso al futuro (Robert Zemeckis 1985). La primera es una pequeña película independiente que logra sacar un brillante partido a sus limitados recursos. La segunda es una comedia, de modo que no suele ser valorada como pieza de cf; pero lo es, y mucho más sólida de lo que parece a simple vista. De la época clásica, podemos rescatar El increíble hombre menguante (Jack Arnold 1957) y El enigma de otro mundo (Christian Nyby y Howard Wawks 1951), de la que John Carpenter hizo un inteligente remake en 1982. De la época dorada también tenemos la verniana 20.000 leguas de viaje submarino (Richard Fleisher 1954), con un impagable James Mason en el papel de Nemo. ¿Y cómo olvidarnos de El Planeta de los simios (Franklin J. Schaffner 1968)? Ha envejecido mal, pero su final es un clásico de la historia del cine. Y también protagonizada por Charlton Heston, Soylent Green (Richard Fleischer 1973), una claustrofóbica antiutopía superpoblacionista.
Steven Spielberg, además de Encuentros, ha dirigido un buen puñado de películas de cf: Parque Jurásico (1990), Minority Report (2002), la muy interesante Inteligencia Artificial (2001) -pese a su lacrimógeno final- y la no menos notable La Guerra de los Mundos (2005) –y no cito ET (1982) porque nunca me ha gustado-. Paul Verhoeven es el autor de dos divertidas sátiras de cf: Robocop (1987) y Tropas del espacio (1997), y de Desafío total (1990), con Suarcenator convertido en personaje dickiano. Kubrick, además de la joya de la corona, también nos brindó La naranja mecánica (1971), una película tan criticada como admirada (yo la adoro). Y del cine del Este podemos mencionar Solaris (1972) y Stalker (1979); puede que alguna de las dos debiera estar en la lista, pero es que, a fuer de sincero, Tarkovski me aburre profundamente. Ah, y ya que hablábamos antes de Gobernator, hay otra película suya mucho más interesante de lo que parece a simple vista: Depredador (John McTiernan 1987). El problema del film es que, al principio, parece basura estilo Rambo, pero como dijo un crítico: hay demasiadas ideas en esta película para rechazarla de un plumazo.
Un detalle. Fijaos en la temática de las diez películas elegidas: la mitad de ellas tratan del primer contacto con una especie alienígena. Y es que, supongo, ése es el tema central de la cf como género. Dentro de este ámbito, podemos mencionar también Contacto (Robert Zemckis 1997), una interesante película lastrada por el excesivo peso que se le concede a los aspectos religiosos y por algún que otro ocasional exceso de sentimentalismo. El segundo tema estrella sería la inteligencia artificial y los robots, pues forma parte (aunque no siempre sea el eje narrativo) de seis de los títulos. Y el tercero, probablemente, el viaje en el tiempo, uno de cuyos mejores ejemplos podría ser la irregular –pero en ocasiones fascinante- Doce monos (Terry Gillian 1995).
Y, para terminar, dos conocidas rarezas. La primera, una más que notable película de cf española (ahí es nada): Abre los ojos (Alejandro Amenabar 1997). Aunque, claro, ahora está de moda darle palos a Amenabar. Ay, qué malo es triunfar en este país... La segunda rareza, que acaba de aparecer en DVD, es V de vendetta (James McTeigue 2006), basada en un cómic de Alan Moore. Si V es un superhéroe (cosa que dudo), sin duda V de vendetta es la mejor película de superhéroes jamás rodada (junto con El protegido –1999-, de Shyamalan). Pero en realidad se trata de una interesante ucronía antiutópica, una de las mejores sorpresas que nos ha brindado el cine de cf reciente. Ah, supongo que os habéis fijado que de Matrix ni hablo.
Y ya está, se acabó. Aunque, claro, no se ha acabado ni mucho menos; seguro que he olvidado un montón de películas. Pero ya me las recordaréis...