Pensaba escribir una entrada cortita e intrascendente, simplemente desearos felices vacaciones y ya está; pero la actualidad, en este caso, manda. Como sabéis, el Parlamento catalán, a instancias de una iniciativa popular, abolió la semana pasada las corridas de toros en Cataluña. Como ya expresé en una entrada anterior, las corridas de toros me parecen un espectáculo bárbaro, cruel, sangriento, bochornoso y profundamente hortera. Me avergüenza que en mi país se consientan esa clase de atrocidades.
Pero tranquilo si eres taurino, porque no voy a intentar convencerte. Tengo amigos aficionados a los toros, gente culta, inteligente y sensible que, sin embargo, es incapaz de ver y reconocer que eso que tanto les gusta es una salvajada. Se diría que una parte de su sentido crítico entra en cortocircuito, como si pensaran: “soy una buena persona, de modo que todo aquello que me complace ha de ser, forzosamente, bueno, aunque se trate de torturar a un animal”. Y rápidamente buscan argumentos que justifiquen ese bache moral: la tauromaquia, según ellos, es arte, tradición, rito ancestral... como si el arte, la tradición o los ritos pudieran justificarlo todo. En cualquier caso, es inútil intentar argumentar con ellos, porque en las corridas de toros sólo ven lo que quieren ver, y se muestran ciegos ante todo lo demás.
Esa ceguera es tan absoluta que les hace perder el sentido de la realidad. Ayer oí en la radio que un grupo protaurino de La Rioja le pedirá a la Unesco que declare los toros Bien Cultural. ¿La Unesco apadrinando una actividad que está prohibida en la inmensa mayor parte de los países civilizados? ¿Se puede estar más ciego? Y Rajoy, cómo no, haciendo gala de su trasnochado populismo, llevará al Parlamento una propuesta de ley para dar protección a las corridas de toros por su interés cultural y turístico. Bueno, al menos ya sabemos lo que entiende Rajoy por “cultura”.
Uno de los argumentos esgrimidos por los protaurinos que más gracia me hace es su insistencia sobre lo chungo que es prohibir. Ya he hablado sobre ese tema en un post titulado ¿Prohibido prohibir?, así que me limitaré a señalar que lo que llamamos civilización se basa, entre otras cosas, en las prohibiciones. ¿Cuál es, en última instancia, la base de una democracia? Una Constitución y el conjunto de leyes que de ella se derivan. ¿Y qué es el código legal sino una suma de derechos y... sí, de restricciones?
En fin, da igual; de nada vale argumentar. Lo quieran o no los protaurinos, las corridas de toros acabarán desapareciendo, porque el público está desertando de las plazas, harto de una sangrienta patochada de toros drogados y desangrados enfrentándose a personas vestidas de hortera. Aunque el espectáculo no les parezca repugnante, lo que sí les parece es aburridísimo. En cualquier caso, los amantes de la tauromaquia no deben preocuparse por ahora. Salvo en Canarias y Cataluña, en todo el resto del territorio nacional están permitidas las corridas de toros, así que de momento seguirán disfrutando de sus dosis de tortura animal. Y en cuanto a los que detestamos esa bárbara costumbre... bueno, sólo puedo hablar por mí, pero creo que, gracias a la decisión del Parlamento catalán, España es ahora un poquito mejor y más civilizada de lo que era antes.
Pero no pretendo polemizar; en primer lugar, porque es inútil, y en segundo lugar porque no estaré aquí para hacerlo. Pasado mañana, amigos míos, merodeadores todos, tal y como anunciaba en la anterior entrada, Pepa y yo viajaremos a la tierra de los pictos y los escotos. Por tanto, La Fraternidad de Babel permanecerá cerrada por vacaciones durante todo el mes de agosto. Así pues, ahora que las vacas catalanas son un poco más felices al saber que pronto dejarán de quedarse viudas, sólo me queda desearos a todos unas muy felices vacas estivales.
Hasta septiembre, amigos míos.