Ya está, se
acabó; hemos despertado bruscamente del sueño olímpico, y es terrible salir de
un sueño bonito para encontrarte de nuevo con la cruda realidad. Eso, claro
está, siempre que consideres un sueño bonito organizar los JJOO, algo que, para
ser sincero, yo no comparto.
Lo que no
dejo de preguntarme es por qué narices se habían despertado tantas
expectativas; de hecho, empiezo a pensar
que la gente del PP se cree su propia propaganda barata. Vamos a ver, desde el
momento en que supe que las ciudades en liza eran Tokio, Estambul y Madrid,
tuve absolutamente claro que el pastel se lo iban a llevar los japoneses.
¿Porque soy clarividente? ¿Porque soy más listo que nadie? Pues no;
sencillamente por sentido común y dos poderosas razones: 1. Las Olimpiadas de
2020 le tocaban a Asia (desde luego, no a Europa). 2. Tokio tiene mucha pasta;
Estambul y Madrid, no. Lo que no me esperaba, claro, es que Madrid quedara por
detrás de Estambul...
Por otro
lado, la propuesta madrileña al COI no podía ser más... no sé si decir cándida
o absurda: organizar unos juegos austeros. Genial. Vamos a ver; los JJOO son
una gran fiesta, un sarao que patrocina el COI sin poner un puto euro (y
sacándole mucho dinero), pero decidiendo quién lo organiza. Y van y llegan unos
tipos y dicen que quieren montar el tinglado ellos, pero sin gastar demasiada
pasta, dando ejemplo de sobriedad. La cubertería será de plástico, los vasos y
platos de papel, el vino de garrafón, los langostinos congelados y para animar
el cotarro traeremos a Las Ketchup y a John Cobra. Luego llegan unos tipos de
ojos rasgados con los bolsillos llenos de pasta y dicen que, si se encargan
ellos, la vajilla será de Sèvres, la cubertería de plata, el menú servido por
un tres estrellas Michelin y las actuaciones entre lo más selecto del show business internacional. ¿A quién le
concederíais vosotros la organización de la fiesta? Pues eso.
Y luego
está la extraordinaria actuación de nuestros políticos, comenzando por la
inefable Anita Botella, que tan gratos momentos de humor nos ha proporcionado.
La verdad es que se ha superado con ese emotivo discurso en spanglish, tan
sobreactuado y tan macarrónico, y con ese no comprender las preguntas que le
formulaban en inglés, hablando de infraestructuras (y dando dos porcentajes
distintos sobre las ya construidas), cuando le preguntaban por el paro. Para
troncharse de risa... aunque a mí no me hace ni pizca de gracia.
Cuando veo
a alguien haciendo el ridículo, siento una profunda vergüenza ajena, no me
divierto. Sólo he disfrutado viendo hacer el ganso al marido de Anita, porque
le detestaba y le despreciaba. Pero a Anita sólo la desprecio, así que cuando
la veo revolcándose en el fango del ridículo, lo que me entran es ganas de
decirle que deje de intentar jugar a un juego que le viene grande, y que se vaya a dar una vuelta por el barrio de Salamanca, que es su
ecosistema natural.
El problema
es que esas imágenes que muestran a una maruja inculta con el pelo frito
haciendo el ridículo mientras habla inglés como Chiquito de la Calzada, esas
imágenes, insisto, las ha visto todo el mundo. Para mucha gente, España es esa
mujer. Ella nos representaba a todos, lo queramos o no. ¿Marca España? No,
España marcada por el sonrojo.
Por cierto,
he leído comentarios de gente que, a quienes se burlaban del ridículo inglés de
Anita, les preguntaban si ellos lo harían mejor. Vale, es cierto que la mayor
parte de los españoles no hablamos ni papa de inglés. Pero la mayor parte de
los españoles no somos políticos, ni alcaldes de la capital, ni representamos
mundialmente a nuestro país. Y, sobre todo, la mayor parte de los españoles no
contamos con los medios que contaba Anita. Porque, conociendo con tanta
antelación la fecha de ese discurso, ¿no podía haberlo ensayado, con ayuda de
fonopedas, logopedas o lo que sea, hasta pronunciarlo medianamente bien? Y ya
puestos, ¿no podría haberlo leído en español? Aunque, ¿para qué?; una persona
como Anita, que ha logrado ser alcaldesa sin haber sido votada, debió de pensar
que también podía dominar el inglés sin haberlo estudiado jamás. Qué atrevida
es la ignorancia...
Pero da
igual; aunque Anita hubiese leído su discurso con el bien timbrado acento de
Judi Dench, aunque hubiese contestado correctamente a lo que le preguntaban, aunque Madrid
hubiera estado dispuesto a gastarse el oro y el moro, no nos habrían dado los
juegos. Porque no nos los merecemos. España es un país en bancarrota financiera,
un país sin ninguna influencia internacional, un país inmerso en una profunda crisis
de corrupción política, un país con la mayor tasa de paro de Europa, un país
con sospechosos antecedentes de dopaje deportivo, un país que cada vez cuenta
menos. ¿Por qué, entonces, nos iban a dar los juegos? ¿Por caridad?
Uno de los
miembros del COI comentó, después de la votación, que España no había sido
votada por su bien, para que dedicara el dinero de los juegos a combatir el
paro. Un comentario condescendiente, sin duda; pero lamentablemente cierto.
Llamadme
antiespañol y traidor (no sería la primera vez), pero yo me alegro de que no
nos hayan dado los juegos, y me alegro de que la derrota haya sido tan humillante.
Por tres razones:
1. ¿Son
rentables los JJOO? Pues depende. Por ejemplo, se calcula que Barcelona 92 ha
generado, a la larga, un beneficio de unos 12.000 millones de euros. Pero eso
se debió a una profunda remodelación urbana y a una certera campaña de imagen
que la convirtió en lo que no había sido hasta entonces: uno de los principales
destinos turísticos mundiales. Los Ángeles 84 también fue muy rentable, porque lo mercantilizaron todo.
Por el
contrario, las Olimpiadas de Montreal, Atlanta y Atenas fueron un desastre económico
que dejaron a esas ciudades sumidas en montañas de deudas. ¿Puede Madrid, la
ciudad más endeudada de España, asumir ese riesgo? A mi modo de ver no, porque
Madrid no admite ninguna reforma urbana sustancial, y porque Madrid ya es desde
hace tiempo uno de los principales destinos turísticos del mundo. ¿Cómo,
entonces, rentabilizar un gasto tan enorme? Organizar los JJOO habría
sido un caprichoso despilfarro que no podemos permitirnos.
2. Al irse
los JJOO, también se aleja (aunque sólo sea un poquito) la posibilidad de que
el megaputiclub Eurovegas se asiente en Madrid. Esta ciudad ya me abochorna
demasiado; no necesito más motivos.
3. No nos
engañemos. ¿A qué tanto bombo institucional con las Olimpiadas? Pues a que
Rajoy y su panda calculaban que, si nos llevábamos los juegos, la gente se
olvidaría de Bárcenas y la Gurtel, y tomaría con mejor ánimo la desastrosa
gestión económica del gobierno. Y a que Anita, con los juegos en la mano, a lo
mejor tenía alguna oportunidad de ser la próxima candidata a la alcaldía que Gallardón
le regaló.
Pues no,
que les den. Ya no se pueden gastar (más) nuestro dinero en intentar lavar sus
vergüenzas. Bravo por los japoneses. No obstante, ¿cuánto ha costado esta
ridícula candidatura? ¿Cuánto se han gastado en vídeos promocionales, viajes,
publicidad y mamoneo? No lo sé, pero mucho. Y estoy seguro de que ese dinero
habría estado infinitamente mejor invertido en sacar del paro a unos cuantos
investigadores, profesores o profesionales de la medicina.
En
cualquier caso, me gustaría poder decirle a Anita que no se preocupe. Madrid no
vale para unas Olimpiadas, de acuerdo; pero ¿qué me dice del campeonato del
mundo de petanca? O de soka-tira, o de lanzamiento de troncos, o de bolos
cántabros... No, no, mucho mejor; dada la innegable pericia de nuestros
políticos para inventarse la realidad, ¿por qué no la Copa Mundial de Quidditch?