Como añoso escritor de novelas
juveniles, tengo un evidente hándicap: ¿qué coño sabe un dinosaurio de los
jóvenes actuales? Es decir, ¿conozco a mi público? Bueno, como ya he dicho
otras veces, procuro conservar dentro de mí al niño que fui. Pero de esto ya
hablaré en otra ocasión. El caso es que no, no tengo un
conocimiento directo sobre los actuales adolescentes. Es cierto que mis dos
hijos fueron adolescentes no hace mucho, pero no olvidemos que es obligación de
todo hijo ser un inescrutable misterio para sus padres. Entonces, ¿qué hago
para enterarme de cómo son los jóvenes actuales? Pues hago varias cosas, pero
la más práctica es fisgar por la blogosfera.
Frecuento varios blogs de adolescentes (cambian con el tiempo), blogs de chicos y de chicas, todo tipo de blogs sobre todo tipo de temáticas. Así es como me entero de qué le preocupa a los jóvenes ahora, de cómo se expresan, de cuáles son sus intereses... Pues bien, en el curso de estas investigaciones he descubierto algo que me ha dejado de piedra: lo increíblemente machistas que se están volviendo las nuevas generaciones. Y no me estoy refiriendo sólo a los varones, que dentro de todo sería lo esperable, sino a las chicas.
Hace unos
meses, charlando con una veinteañera, me dijo que su pareja ideal sería un
hombre seguro de sí mismo, que le enseñase cosas, que le abriera los ojos al
mundo. Yo me quedé de piedra, pues se trata de una universitaria, con trabajo
y, por tanto, independiente. Qué machista,
le dije; ¿y por qué no al revés?
Ella, como era de esperar, negó en redondo que eso fuera machismo, y aseguró
que todas sus amigas, que todas las mujeres en realidad, piensan de esa forma.
En otra
ocasión, merodeando por blogs de adolescentes, recalé en uno sobre sexualidad.
Una de las chicas que lo llevaban había escrito un post sobre el proceso de
iniciación sexual de las adolescentes. No lo recuerdo con precisión, pero venía
a decir que primero se empieza con los besos y los sobeteos; luego, con el
tiempo, hay que hacerle unas pajillas a tu chico. Después vienen las mamadas (y
trágatelo aunque te dé asco). Más tarde se echa un polvo. Y a poco después
llega la sodomía...
Al llegar
a ese punto confieso que los ojos me hacían chiribitas. Aquella chica no estaba
narrando el alegre proceso de florecimiento sexual de las adolescentes, no
estaba diciendo: y luego, qué de puta madre,
te la meten por el culo. No, ni mucho menos; lo decía resignada, estaba
describiendo algo escasamente agradable, pero necesario. ¿Necesario para qué?
Para mantener satisfecho a tu chico y no dejarle escapar (esto lo digo yo, no
ella).
En cuanto
a los blogs de literatura juvenil, están llenos de novelas románticas saturadas
de ideas románticas. Pero no la clase de ideas románticas que cabría esperar en
el siglo XXI, sino ideas románticas de hace cincuenta años, o más bien del
siglo XIX. ¿Conocéis las novelas de Federico Moccia? Apestan, son retrógradas
hasta la náusea. Machismo en estado puro. ¿Y qué decir de la ultraconservadora
serie Crepúsculo? Y de todas las
imitaciones, claro...
Cabría
preguntarse si todo esto es una tendencia general o meras anécdotas. Pues bien,
según una encuesta realizada hace dos años entre 1.396 adolescentes de ambos
sexos, el “80% de los encuestados considera que los celos son normales en las
relaciones de pareja, y un 60% piensa que la mujer necesita el amor de un
hombre para realizarse”. El 40% consideran que ''el hombre debe ofrecer
protección a la mujer'' y que ''ellas han de ser complacientes con su novio
(80%)''. Hay que señalar que los porcentajes citados son similares entre chicos
y chicas.
Es para
echarse a llorar. Las chicas de mi generación, por citar lo que conozco,
nacieron en una sociedad donde, aun siendo mayores de edad, para poder sacarse
el pasaporte o el carné de conducir necesitaban el permiso del marido o, en su
defecto, del padre. Muchas de esas chicas se rebelaron contra el machismo
imperante y lucharon por la independencia y la igualdad. Hicieron avanzar el
mundo y más de una se dejó la piel en el proceso. La de la mujer parecía la
única revolución triunfante del siglo XX.
Y, de repente, nos encontramos con un retorno a los valores más
apolillados.
En gran
medida, esto se debe a la extraña idea que tienen las adolescentes sobre el amor romántico.
Según ellas, la ambición fundamental de toda chica es encontrar, no una pareja,
sino la pareja perfecta, el príncipe azul. Pero como los príncipes azules no
existen, se enamoran del primer gilipollas que se cruza en su camino y lo
idealizan hasta convertirlo en lo que desean que sea: un puñetero príncipe
azul.
Vale, todo
el mundo idealiza a la persona amada; pero hay límites. Porque la idea del amor
que tienen las adolescentes es la entrega total, la fusión de dos cuerpos y dos
almas en una sublime unidad (estoy siendo irónico). Y esa entrega
incondicional, esa confianza absoluta, se traduce en darle a su chico las
claves de Internet, permitir que él les controle el móvil, aceptar los celos
como muestra de amor, consentir que les perforen el ojete aunque no les
apetezca, o, cuando menos, entregarles a sus príncipes fotos picantes que
luego, quién sabe, podrían usarse como chantaje o acabar circulando alegremente
por la Red; aunque claro, eso es imposible que suceda porque ese chico es un
caballero, un príncipe azul... (ahora soy sarcástico) ¿Y luego nos extrañamos
de que la violencia machista entre los adolescentes se esté incrementando a
marchas forzadas?
En
cualquier caso, ¿por qué? ¿Por qué las jóvenes han dado un paso atrás en el
proceso de emancipación de las mujeres y
están retornando a unos roles sexuales tan caducos? Bueno, por un lado porque
durante las últimas décadas la sociedad se ha vuelto más conservadora, y por
otro porque, considerando (erróneamente) ganada e imparable la revolución de la
mujer, el movimiento feminista ha perdido voz y presencia social.
Pero hay
algo más, algo quizá más importante: el miedo. Miedo al futuro. Las mujeres
están socialmente más indefensas porque ocupan muchos menos puestos de poder
que los hombres. Además, son ellas en última instancia quienes cargan con el
peso de la prole. Es una gran responsabilidad. Las mujeres necesitan
estabilidad y seguridad para poder sacar adelante lo que se espera de ellas. En
tiempos de optimismo y bonanza económica, en tiempos de ayudas sociales, una
mujer se ve con fuerzas para independizarse, trabajar y cuidar de sus hijos,
aunque sea sola (la monoparental es el tipo de familia que más rápido crece).
Pero en tiempos de crisis, cuando no hay apoyo social y el futuro es incierto,
¿no resulta tentador tener a tu lado un macho alfa que te cuide y te proteja,
aun a costa de perder tu libertad? En fin, no sé si esto es así, pero se non è vero, è ben trovato.
Adelantándome
a lo que más de uno/a me va a decir, ya sé que no todas las jóvenes son así. De
hecho, estoy seguro de que muchas de las merodeadoras jr. de Babel, si no
todas, no tienen nada que ver con los estereotipos que acabo de citar (son
chicas listas; leen mi blog) También sé que conocéis a muchas adolescentes que
son independientes, luchadoras y se dejan de chorradas románticas. Yo también
conozco a más de una. Vale, pero no estoy hablando de casos particulares, sino
de estadísticas y de tendencias sociales. ¿De acuerdo?
Ahora me
dirijo a las adolescentes y jovencitas que merodean por aquí. Queridas amigas: vuestro problema
es que no tenéis ni puta idea de cómo son los hombres. Los tergiversáis, sea
por exceso o por defecto. Así que un día de estos os lo voy a explicar. ¿Sabéis
cuál es el problema de los príncipes azules? Pues que, con mucha frecuencia,
cuando los besáis se convierten en ranas. Pero ya hablaremos largo y
tendido.