Nací en una gran ciudad, Barcelona,
y siempre he vivido en otra, Madrid; soy más urbano que un semáforo. Sin
embargo, mi padre era muy viajero y recorrimos toda España en coche, allá por
los lejanos 60. Vi cosas que vosotros no creerías, y no me refiero a rayos C
brillando en la oscuridad. He visto roturar el campo con arado romano tirado
por un buey. He visto pueblos sin electricidad ni agua corriente. He visto,
viajando por carretera, a grandes grupos de hombres y mujeres, desplazándose a
pie con un par de carros, partidas de segadores que iban de sur a norte
alquilando sus servicios. He visto mujeres lavando en el río y llevando la ropa
en inmensos fardos sobre la cabeza. He visto pueblos tan apartados que, cuando
pasábamos, los niños salían para ver ¡un coche! y eventualmente tirarle piedras.
En cierta ocasión nos perdimos en Galicia y acabamos durmiendo en una aldea, en
la casa de huéspedes que regentaban una anciana y sus dos hijas. Al caer la
noche nos contaron historias de la Santa Compaña, de meigas y lobisomes… Esos
recuerdos parecen, no de mediados del siglo pasado, sino de otra era geológica.
Hace años, allá por los 70 y 80 del
siglo pasado, Joaquín Díaz era un personaje bastante conocido. Se trata de un
cantante que interpretaba música popular tradicional. Es decir, la música que
surge del pueblo. Pero además era musicólogo y folclorista, y se dedicaba a
recorrer España de pueblo en pueblo, recogiendo con una grabadora las canciones
que recordaban los más ancianos (podéis conocer su música y su trabajo
visitando la web de su fundación). Díaz solía decir que cada vez que muere un
viejo campesino, muere una parte de nuestro patrimonio cultural.
Eso ha ocurrido con la cultura rural
de España (y de la mayor parte de Europa): ya
prácticamente no existe; a lo sumo agoniza. El mundo de las leyendas, de los
mitos arcaicos, de la magia, de los misterios de la naturaleza, ese mundo ha
muerto o está en trance de hacerlo.
Los habitantes del campo siempre han
sido tremendamente conservadores y fieles a las tradiciones. Solemos creer que
el cristianismo se extendió de forma rápida y homogénea, pero sólo fue así en
las ciudades; en el campo pervivieron mucho tiempo las viejas creencias. De
hecho, la palabra pagano viene del latín pagus, que significa aldea. En un
siglo tan tardío como el XII, el papa dictó un anatema contra los que
“veneraban piedras” (megalitos). Es decir, una tradición procedente ¡del
neolítico! (que siguió practicándose hasta hace bien poco). Yo mismo he visto
un enorme “hombre verde” (un “basajaun”) pintado por encima del altar en una
iglesia prerrománica navarra.
Gran parte de las festividades y costumbres
campesinas tienen orígenes muy remotos, aunque el cristianismo las haya
disfrazado solapándose (Navidad, San Juan, Todos los Santos, etc.). Y luego
están las leyendas y los mitos, también de origen remoto y pagano.
Bueno, pues todo eso prácticamente
ya no existe. No lamento la desaparición del mundo rural que vi en mi infancia,
porque era un mundo marcado por la ignorancia, el aislamiento y la miseria.
Pero cuando un mundo muere lo hace por entero, llevándose también la magia y el
misterio.
Supongo que en parte por eso me
gusta Halloween, porque es lo que queda de una muy antigua tradición pagana. El
Samhain celta, una festividad campesina que celebraba el fin de la cosecha y el
comienzo del invierno. Es curioso cómo el Samhain se resistió a morir del todo.
Primero fue proscrito por la iglesia y sustituido por la celebración de Todos
los Santos/Fieles Difuntos. Pero se seguía practicando más o menos en secreto;
en el siglo XVI comenzó a denominarse "All
Hallows Eve", víspera de Todos los Santos, y se circunscribió a la
noche del 31 de octubre, la noche en que, según el Samahin, los muertos
accedían al mundo de los vivos y había que contentarlos ofreciéndoles comida.
Por eso los niños se disfrazan de monstruos, para obtener comida/chucherías.
Así que cuando hoy veáis a niños
disfrazados de brujas, fantasmas o zombis (o de San Felipe Neri, si siguen los
consejos de la iglesia), lo que estáis viendo en realidad es la reminiscencia de una viejísima tradición campesina
pagana.
¡Feliz Halloween, oh merodeadores!