miércoles, octubre 31

Noche de Ánimas



            Nací en una gran ciudad, Barcelona, y siempre he vivido en otra, Madrid; soy más urbano que un semáforo. Sin embargo, mi padre era muy viajero y recorrimos toda España en coche, allá por los lejanos 60. Vi cosas que vosotros no creerías, y no me refiero a rayos C brillando en la oscuridad. He visto roturar el campo con arado romano tirado por un buey. He visto pueblos sin electricidad ni agua corriente. He visto, viajando por carretera, a grandes grupos de hombres y mujeres, desplazándose a pie con un par de carros, partidas de segadores que iban de sur a norte alquilando sus servicios. He visto mujeres lavando en el río y llevando la ropa en inmensos fardos sobre la cabeza. He visto pueblos tan apartados que, cuando pasábamos, los niños salían para ver ¡un coche! y eventualmente tirarle piedras. En cierta ocasión nos perdimos en Galicia y acabamos durmiendo en una aldea, en la casa de huéspedes que regentaban una anciana y sus dos hijas. Al caer la noche nos contaron historias de la Santa Compaña, de meigas y lobisomes… Esos recuerdos parecen, no de mediados del siglo pasado, sino de otra era geológica.

            Hace años, allá por los 70 y 80 del siglo pasado, Joaquín Díaz era un personaje bastante conocido. Se trata de un cantante que interpretaba música popular tradicional. Es decir, la música que surge del pueblo. Pero además era musicólogo y folclorista, y se dedicaba a recorrer España de pueblo en pueblo, recogiendo con una grabadora las canciones que recordaban los más ancianos (podéis conocer su música y su trabajo visitando la web de su fundación). Díaz solía decir que cada vez que muere un viejo campesino, muere una parte de nuestro patrimonio cultural.

            Eso ha ocurrido con la cultura rural de España (y de la mayor parte de Europa): ya prácticamente no existe; a lo sumo agoniza. El mundo de las leyendas, de los mitos arcaicos, de la magia, de los misterios de la naturaleza, ese mundo ha muerto o está en trance de hacerlo.

            Los habitantes del campo siempre han sido tremendamente conservadores y fieles a las tradiciones. Solemos creer que el cristianismo se extendió de forma rápida y homogénea, pero sólo fue así en las ciudades; en el campo pervivieron mucho tiempo las viejas creencias. De hecho, la palabra pagano viene del latín pagus, que significa aldea. En un siglo tan tardío como el XII, el papa dictó un anatema contra los que “veneraban piedras” (megalitos). Es decir, una tradición procedente ¡del neolítico! (que siguió practicándose hasta hace bien poco). Yo mismo he visto un enorme “hombre verde” (un “basajaun”) pintado por encima del altar en una iglesia prerrománica navarra.

             Gran parte de las festividades y costumbres campesinas tienen orígenes muy remotos, aunque el cristianismo las haya disfrazado solapándose (Navidad, San Juan, Todos los Santos, etc.). Y luego están las leyendas y los mitos, también de origen remoto y pagano.

            Bueno, pues todo eso prácticamente ya no existe. No lamento la desaparición del mundo rural que vi en mi infancia, porque era un mundo marcado por la ignorancia, el aislamiento y la miseria. Pero cuando un mundo muere lo hace por entero, llevándose también la magia y el misterio.

            Supongo que en parte por eso me gusta Halloween, porque es lo que queda de una muy antigua tradición pagana. El Samhain celta, una festividad campesina que celebraba el fin de la cosecha y el comienzo del invierno. Es curioso cómo el Samhain se resistió a morir del todo. Primero fue proscrito por la iglesia y sustituido por la celebración de Todos los Santos/Fieles Difuntos. Pero se seguía practicando más o menos en secreto; en el siglo XVI comenzó a denominarse "All Hallows Eve", víspera de Todos los Santos, y se circunscribió a la noche del 31 de octubre, la noche en que, según el Samahin, los muertos accedían al mundo de los vivos y había que contentarlos ofreciéndoles comida. Por eso los niños se disfrazan de monstruos, para obtener comida/chucherías.

            Así que cuando hoy veáis a niños disfrazados de brujas, fantasmas o zombis (o de San Felipe Neri, si siguen los consejos de la iglesia), lo que estáis viendo en realidad es la reminiscencia de una viejísima tradición campesina pagana.

            ¡Feliz Halloween, oh merodeadores!

lunes, octubre 1

Post 666



            Hace unos meses caí en la cuenta de que faltaba poco para llegar al post 666 del blog. Eso había que celebrarlo, pensé: imaginaría y escribiría un cuento protagonizado por el Diablo para la ocasión. Me lo propuse firmemente, y a la media hora ya me había olvidado por completo.

            Hasta que unos días atrás advertí que la siguiente entrada –ésta- era precisamente la 666. Y no había preparado nada. Me puse a buscar desesperadamente alguna idea, pero no se me ocurrió ninguna; al menos, ninguna buena. Y no quería retrasarme mucho. Entonces recordé algo: hace muchos años, publiqué en la revista La Codorniz un relato sobre pactos diabólicos. Eso debió de ocurrir hacia 1973; es decir, hace unos 45 años (lo que no puede ser más deprimente). No conservo ese relato, ni recuerdo su título, ni sé cómo lo escribí. Sólo me acuerdo de la idea básica.

            Y en base a esa idea he reescrito el cuento. Supongo que no debe de parecerse mucho a la historia original que escribí cuando el mundo era joven y los dinosaurios dominaban la Tierra, entre otras cosas porque los artículos de La Codorniz no solían tener más de 400 o 500 palabras, y creo que ahora, con tanta novela a mis espaldas. ya soy incapaz de escribir tan corto. En cualquier caso, me ha hecho ilusión narrar una historia que se me ocurrió cuando contaba veinte inocentes primaveras. Qué diferente soy de aquel jovenzuelo alocado… y cuánto pelo tenía el muy cabrón.

            Siempre me ha gustado la figura literaria del Diablo; en particular, los pactos demoniacos, en los que siempre gana Satanás, salvo cuando pierde. Yo mismo he escrito varios, y este es uno de ellos. Se llama El coleccionista de almas; espero que no os desagrade demasiado.

            Infernales saludos.


            El coleccionista de almas

            By César Mallorquí

            Jorge comenzó a desplegar las cartas entre las manos formando un abanico; descubrió primero los dos ases que ya sabía tener y luego, más despacio, uno a uno, los tres naipes que había recibido en el descarte.
            La tercera carta también era un as. Un escalofrío le recorrió la espalda.
            Empujó con el pulgar el cuarto naipe. Un diez de picas.
            Contuvo el aliento y comenzó a deslizar la quinta carta, despacio, muy despacio… Era otro as, el cuarto. El corazón se le aceleró.
            Tenía un póker de ases (…)

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