Todo lo que hemos comentado hasta
ahora en esta serie de posts no es más que la base técnica de la escritura, la
carpintería narrativa, la tramoya del oficio. Puede aprenderse; de hecho, todo
aspirante a escritor debe aprenderlo. Sin embargo, aunque es necesario, no es
suficiente. Se puede dominar la técnica y, pese a ello, escribir textos
insatisfactorios, vacíos, sin alma. Eso se debe a que en la escritura
intervienen factores que están más allá de la técnica.
Paraos a pensarlo, ¿qué es una
novela? Vale, una historia, unos personajes, un texto; pero, más allá de eso,
¿qué es en esencia? Hace unos años, Elia Barceló y yo debatíamos sobre algunos
aspectos de la narrativa. Elia se preguntaba quién era el narrador en tercera
persona. Es decir, tenemos a los personajes, que está claro quiénes son, pero
¿y el narrador, quién es? En fin, una pregunta casi metafísica; tras
reflexionar durante unos segundos, respondí: “En realidad, los personajes no están ahí. El narrador describe sus acciones
y reproduce sus diálogos, pero el único que habla es el narrador. Una novela es
todo narrador. ¿Y quién es el narrador? El que narra, el que escribe, el autor.
Tú”.
¿Entendéis? Una novela es su autor.
O, más bien, una especie de “destilado” del autor. Todo lo que hay en una
novela, desde el tema hasta la trama, pasando por los diálogos o los
personajes, ha estado previamente en la cabeza del escritor, ha surgido de ahí.
Es como si cogiéramos un cerebro, lo exprimiéramos y surgiera un texto (al
menos, así me siento yo cuando escribo). Una novela es zumo de neuronas.
Lo cual significa que,
inevitablemente, en una novela se deslizan numerosas facetas de la personalidad
de su autor. Es más, esas facetas son lo que le proporcionan “alma” al texto,
lo que lo convierten en algo vivo. ¿A qué me refiero en concreto?
“Inteligencia”.
¿Qué escribirá un escritor tonto? Tonterías. Pero, a fin de cuentas, la
inteligencia es necesaria para cualquier tarea que emprendamos, así que no hay
que darle más vueltas.
“Imaginación”.
Es decir, la capacidad de fantasear. Cabría suponer que cualquier aspirante a
escritor ha de ser, por definición, imaginativo; pero quizá deberíamos
formularnos una pregunta: ¿Hasta qué punto lo que escribo es original, o una
mera copia de lo que me gusta leer?
“Creatividad”.
¿Pero no es lo mismo que lo anterior? Pues no; la creatividad es la imaginación
aplicada a obtener una respuesta original para un problema concreto. Es decir,
podemos sentarnos en un sillón y dejar volar la imaginación fantaseando
libremente. Ahí no hay creatividad. Pero si fantaseamos para lograr un
objetivo, el que sea, sí que la hay. Ese proceso es un trabajo conjunto de la
parte imaginativa del cerebro y la parte racional.
“Cultura”.
La creatividad no es sacar ideas de la nada. De la nada, nada surge. Más bien
se trata de asociar ideas y conceptos aparentemente muy separados entre sí, o
bien contemplarlos desde un punto de vista diferente. Por tanto, cuantos más
conocimientos tengas en el coco, más asociaciones podrás hacer y más ricas y
variadas serán. Un escritor debe tener un buen bagaje cultural; lo cual, claro,
no significa que sea un erudito. Yo suelo decir que soy un océano de sabiduría
con un dedo de profundidad. Sé muy poco de muchas cosas.
“Sensibilidad”.
La capacidad de ponerse en la piel de los demás; la capacidad de percibir la
belleza; la capacidad de encontrar la poesía.
“Intereses”.
Esto está íntimamente relacionado con la cultura. Cuantas más cosas te
interesen, mejor. Siempre he sostenido que para ser un escritor hay que ser
primero muy curioso.
“Sentido
del humor”. Supongo que esto no es fundamental; más de un gran escritor
carece por completo de sentido del humor. Sin embargo, para mí es muy
importante. No me refiero sólo a los relatos humorísticos, sino a cualquier
relato, incluso los más dramáticos. Un toque de humor puede ser un eficaz
contrapunto, y también un magnífico “lubricante” para que la trama fluya. Pero
lo dicho: es opcional.
“Capacidad
de autocrítica”. Un escritor debe ser el más duro juez de su propia obra.
Debe dudar siempre de lo que hace.
“Sentido
de la observación”. Es decir, la capacidad de percibir el mundo que te
rodea y sus múltiples detalles. La literatura es una imitación de la realidad,
de modo que debes fijarte bien en cómo es la realidad, aunque sea para
subvertirla. Un escritor debe ser un minucioso observador, sobre todo del
comportamiento humano. Un mirón, vamos.
“Sentido
del ritmo”. Creo –al menos eso me dicen- que mis novelas tienen buen ritmo
narrativo. Pero no sé cómo demonios lo hago. Es algo intuitivo; sencillamente
“siento” si lo que escribo tiene ritmo o no. Ya sé que hay alguna “normas”
sobre el asunto (lo de los valles y las crestas, ya sabéis), pero he visto
demasiadas excepciones como para tomármelas en serio.
“Inspiración”.
¿Pero existe eso? Pues sí, aunque no es lo que suele creerse. ¿Alguna vez,
mientras no hacías ni pensabas nada, de repente se te ha ocurrido una gran
idea, o la solución a un problema que te acuciaba? Es el “efecto eureka”, el
acto básico de inspiración. Pero, ¿de dónde salen esa gran idea o esa solución?
¿La musa que te susurra al oído? ¿Magia? Para nada. Hay una parte del cerebro
que, sin que te des cuenta, se dedica a buscar ideas y asociaciones, y de vez
en cuando permite que algunas de sus conclusiones afloren a tu consciente. No
es que sea una parte del cerebro muy brillante, porque la mayor parte de las
cosas que se le ocurren son chorradas. Pero de vez en cuando da en el clavo. Y
cuando lo hace parece un milagro.
Seguro que hay más factores, como
los gustos y las vivencias, pero creo que estos son los principales. El caso es
que nada de lo que acabo de enumerar puede aprenderse; aunque sí cultivarse a
lo largo de la vida. La imaginación, la creatividad, la inspiración y la
sensibilidad son músculos que crecen conforme se ejercitan; la cultura se
adquiere poco a poco; los intereses, el humor, la observación y la autocrítica
se practican hasta automatizarse… Y lo del ritmo ya os he dicho que ni idea.
Todos estos factores son
determinantes para la creación literaria, pero no están ahí sólo para escribir.
En realidad, forman parte de tu vida. Por ejemplo, si eres una persona
creativa, no lo serás sólo cuando te sientas al teclado, sino en todos los
aspectos de tu existencia. Estamos hablando de los hábitos y actitudes que una
persona ha cultivado a lo largo del tiempo; pero no para escribir, sino porque
forman parte de su estilo de vida. Luego le serán muy útiles si decide
escribir; pero están ahí antes de la escritura (o quizá desarrollándose al
mismo tiempo).
Así pues, es posible que domines la
técnica narrativa, que lo hagas todo bien, y a pesar de ello que tu novela no
convenza. Porque quizá lo que hay en tu interior, eso que luego se destila en
el texto, no resulte suficientemente atractivo. Suena duro, lo sé; es como si
al juzgar tu texto te juzgaran a ti. Además, parece una sentencia definitiva:
dado que el problema de tu escritura eres tú mismo, y tú no puedes ser otra
persona, aparentemente no hay salida. Me apresuro a aseguraros que eso es
falso.
Dicen, y creo que es cierto, que
para escribir novela hace falta cierto grado de madurez. Las diferentes
personas, por supuesto, alcanzarán esa madurez en distintos momentos de su
vida; unos antes y otros más tarde. Puede que a los veintitantos no estés
preparado para ser novelista; pero quizá unos años después sí. Cuando a los
veintisiete años abandoné la escritura, carecía de la madurez necesaria para
ser escritor; no tenía nada interesante ni atractivo que ofrecer. Tuve que
esperar una larga década para encontrarme con mi yo escritor. Retrasado que es
uno. No obstante, tengo la intuición de que, a veces, no escribir puede ser
bueno. Vale, para ser escritor hay que escribir mucho; pero si llegas a un
punto en que tienes problemas con la escritura, un aparente callejón sin
salida, creo que puede ser positivo dejar de escribir durante una larga
temporada, años. Una especie de reseteado.
Por todo esto, cuando alguien me
pide consejo para dedicarse a escribir, lo primero que recomiendo siempre es:
paciencia. Porque el camino que hay que recorrer para ser escritor es largo y
no admite atajos.
En la próxima y espero que última
entrada hablaremos sobre algunos aspectos de la escritura profesional.