Escribí La estrategia del parásito en 2011. Fue un proceso extraño; yo
llevaba meses escribiendo La isla de
Bowen y, cuando iba más o menos por la mitad de la obra, recibí una llamada
de Elsa Aguiar, la entonces directora editorial de SM. Me pidió una novela
destinada a leerse en IPhone y vinculada de algún modo a Internet. Le dije que
le contestaría en una semana; si para entonces se me ocurría algún argumento,
aceptaría. Y se me ocurrió.
Interrumpí lo que tenía entre manos
y escribí la novela muy rápido para poder cumplir la fecha de entrega. Luego,
lo del IPhone se torció y La estrategia
del parásito acabó publicándose en papel al año siguiente. Elsa había
enfermado y para esa edición colaboré por primera vez con Gabriel Brandariz,
por entonces editor y hoy Gerente de la editorial. Fue un caso de amor a
primera vista; ambos descubrimos que, pese a la diferencia de edades (Gabriel
es insultantemente joven), ambos estábamos igual de locos y nos gustaban las
mismas cosas.
Cualquiera que conozca mi obra sabe
que mis protagonistas casi nunca son héroes de acción, sino personas normales
que se ven envueltas en circunstancias extraordinarias. Me parece mucho más
interesante ver cómo se desenvuelve ante el peligro alguien como tú o como yo,
que asistir al reparto de mamporros de un gañán con exceso de testosterona. En La estrategia del parásito llevé lejos
eso del héroe que no lo es.
Se trata de un thriller. Óscar
Herrero, el protagonista de la novela, es un estudiante de periodismo de 22
años, un tío de Burgos enteramente normal. Un día lee en el periódico que un
antiguo compañero de colegio, Mario Rocafort, ha muerto en un accidente de moto.
Óscar no mantenía ninguna relación con Mario, así que se sorprende mucho
cuando, poco después, recibe una carta que su ex-compañero le envió justo antes
de morir, acompañada de un pendrive. En la misiva, Mario le pide que, si no
tiene noticias suyas en una semana, intente localiza a un profesor de la
faculta de informática llamado Figuerola y le entregue el pendrive. También le
da una serie de instrucciones sobre las precauciones que debe tomar para
examinar el pendrive. Óscar descubre que Figuerola ha desaparecido, y entonces
mete la pata al incumplir una de las instrucciones de Mario. A partir de ahí,
su vida se convierte en una pesadilla.
Imaginaos que alguien o algo
(denominado “Miyazaki”) controla Internet y todo lo que está directa o
indirectamente conectado a la Red. Y ahora imaginaos que ese misterioso ente decide
putearos usando todo su poder. Eso es lo que le pasa a Óscar. De repente, se ve
obligado a huir y esconderse, porque la policía le busca acusado de asesinato y
unos sicarios quieren matarle. Y ni siquiera sabe por qué. Durante su huida,
Óscar mete la pata varias veces (como la meteríamos todos en su lugar). Esas
torpezas, esa fragilidad del protagonista, para mí lo hacen más interesante,
aunque no todo el mundo estuvo de acuerdo.
Recuerdo que un chico escribió en su
blog una reseña de la novela. Le había gustado mucho, pero añadió que no
soportaba al protagonista. “¡ES TONTO! ¡TONTO! ¡TONTO!”, escribió. Ya, lo es;
pero ponte tú en su lugar.
La novela tiene una peculiaridad: su
final está en una página de Internet. Y es un final abierto. (Por cierto,
algunos lectores confesaron que se habían llevado un susto de muerte al ver ese
final) Aunque, si te paras a pensarlo, no lo es tanto. El poder al que se
enfrentan los personajes es tan desmesurado que resulta imposible enfrentarse a
él. Punto final. O, al menos, eso creía yo entonces.
Como siempre ocurre cuando publico
una novela, procedí a olvidarme de ella. Pero años después, por algún motivo
que no recuerdo, volví a pensar en su argumento. ¿Realmente el problema que
había planteado no tenía solución? Me puse a darle vueltas. No podía sacarme un
as de la manga ni recurrir a un tramposo deus ex machina; tenía que ser algo
que ya estuviese en la primera novela…Y lo encontré. Además, era una solución
que, si lo pensabas bien, contenía un problema aún mayor y casi filosófico. Eso
me gustaba.
Le propuse a Gabriel convertir La estrategia del parásito en un
trilogía y, como está loco, aceptó. Así que escribí dos novelas más. Y la
primera de ellas, llamada Manual de
instrucciones para el fin del mundo, ya está en las librerías, junto con
una renovada reedición de La estrategia...
La trilogía, llamada Crónicas del parásito,
se completará con la tercera entrega, La
hora Zulú, que aparecerá en septiembre.
La primera novela era
voluntariamente claustrofóbica. Se centraba en dos personajes (Óscar y Judit,
la ex de Mario) durante menos de dos semanas. Pero Miyazaki supone un peligro
mundial, así que en Manual de
instrucciones para el fin del mundo he ampliado la mirada; se introducen
nuevos personajes y la acción se desarrolla en más escenarios, aparte de España:
Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Japón. El argumento de esta segunda
novela se centra en la formación de un pequeño y extravagante grupo de personas
que se unen para hacer frente a la amenaza de Miyazaki. También retoma a los
principales personajes de la anterior novela. Lo cual permite que Óscar,
después de casi un año huyendo, aprenda y deje de hacer tantas tonterías. Y,
por cierto, como su nombre indica, la novela habla de un simpático sistema para
acabar con la humanidad.
Ah, y una curiosidad: Los tres
títulos de Crónicas del Parásito son
en parte un juego metaliterario en el que la ficción se confunde con la realidad.
Pues bien, en las novelas segunda y tercera aparecen dos personajes peculiares.
Uno es un escritor llamado César Mallorquí, y el otro su mujer, María José
Álvarez, Pepa. Soy mi propio personaje, lo cual significa que soy mi propio
padre. De tal astilla, tal palo.
En fin, queridos merodeadores, Manual de instrucciones para el fin del
mundo ya está en las librerías. Y también la bonita reedición de La estrategia del parásito. ¿Qué hacéis
ahí parados? ¡Corred a comprarlas, insensatos!