Hace tan solo un año no sabía a
quién votar; ni siquiera si iba a votar. Los políticos españoles me parecían
una panda de mediocres, y la política se había convertido en una especie de
guiñol en el que primaba el insulto sobre la reflexión. Un año después, todo
sigue igual, salvo por un detalle: ahora nos enfrentamos a una invasión de
zombis.
Son zombis muy peculiares: agitan
banderas rojigualdas, montan a caballo, les encantan las armas, desprecian a
las mujeres, odian a los homosexuales, son xenófobos, no tienen rivales, sino
enemigos a batir, aman los toros y la caza, desprecian la cultura, la
inteligencia y la modernidad. Son auténticos muertos vivientes, cadáveres
putrefactos que han salido de sus tumbas con el propósito de hacerse una fricasé con nuestros cerebros.
Por desgracia, no es nada nuevo.
Viví los últimos años del franquismo y la transición, y por aquel lamentable
entonces se escuchaban barbaridades muy similares a las que hoy dice Vox. Oír a
Abascal es como volver a escuchar a Blas Piñar o a Sánchez Covisa. Es volver a
un pasado tenebroso.
Tras el fallido golpe de estado del
81, la extrema derecha parecía haber desaparecido del mapa. Tanto es así que
muchos idiotas, como yo mismo, nos olvidamos de su existencia. Pero estaban
allí, agazapados en las cavernas del PP. Y ahora que el partido de la derecha
única se desploma, los zombis salen de sus sepulcros.
Pero el problema no es tanto Vox
como el contagio reaccionario que Vox ha supuesto. Pablo Casado ha visto cómo
el PP que ha heredado se desangra con votos que huyen a la ultraderecha, así
que se ha ultraderichazado, dispuesto a pactar con Abascal o con el mismísimo
Belcebú, si eso le permite salvar su cuello político, que está en juego si no
logra gobernar como sea. Lo que a mí me resulta incomprensible es la actitud de
Rivera, aliándose con la derecha extrema y dispuesto a cerrar los ojos y
aceptar un pacto con los zombis. Así que el centro-derecha no existe. Tal es el
grado de la derechización, que incluso la Falange se ha radicalizado (aún más),
y tilda a Vox de derechita cobarde, afirmando que “No es más que el PP vestido
de verde”.
El caso es que si este bloque de la
derecha obtiene más escaños que la izquierda, los zombis gobernarán. Así que no
se trata tanto de partidos políticos considerados de forma individual, sino de
dos formas distintas y antagónicas de encarar el futuro: el conservadurismo
reaccionario o el progresismo humanista. Lo de siempre, vamos: la derecha y la
izquierda. ¿Qué preferís vosotros?
Pedro Sánchez me parece un mediocre
(como el resto de los políticos, no es ninguna excepción). Pero prefiero un
mediocre socialdemócrata a un cavernícola de extrema derecha. Pablo Iglesias
tiene más talla intelectual, pero con excesiva frecuencia le ciega la vanidad y
una ambición sin límites. No me cae bien, y rechazo muchas de sus ideas; pero
si fuese necesario, pasado mañana le votaría. Porque, insisto, ya no es cuestión
de partidos, sino de ideas, de ética y de libertades.
Para que los más frikis me
entiendan: El trifachito es Saurón, Saruman y los orcos, mientras que el bloque
de izquierda es Gandalf y Frodo. La traslación al universo de Star Wars podéis
hacerla vosotros mismos.
Pasado mañana votaré al PSOE, y
espero que PODEMOS obtenga también un buen resultado. Para ello, es fundamental
que la mayor parte de quienes nos consideramos progresistas votemos. Porque
todos los votantes de derecha votarán, esos no fallan. Por eso necesitamos una
gran participación. Por eso cada voto es vital.
Por favor, vota. Por las mujeres,
por los derechos de los homosexuales, por las libertades, por la cultura, por
ti mismo. Y, por supuesto, contra la intolerancia, contra la xenofobia, contra
el patriotismo de opereta, contra la estupidez, contra el machismo, contra el
oscurantismo. Vota por lo que quieras, pero vota, coño.