Reconozco, Albert, que cuando tu
partido dio el salto a la política nacional lo acogí con esperanza. No porque te fuera a votar, jamás
lo haría, sino porque pensaba que Ciudadanos venía a corregir una irregularidad
del parlamentarismo español. Por aquel entonces Vox sólo era un diccionario, así que en la
derecha española había un partido único, el PP, que reunía todas las
sensibilidades, desde la extrema diestra hasta el centro. Eso no era lógico; de
modo que muchos pensamos que Ciudadanos vendría ocupar el nicho del
centro-derecha, un partido conservador moderno, reformista, europeo, que
ofreciera un discurso moderado frente al estilo ultramontano del PP.
Pero se produjo la moción de censura
y algo se torció en tu interior, Albert. De repente, pusiste en cuarentena al
PSOE, te echaste en brazos del PP, y Casado se convirtió en tu socio
preferente, tu amiguito del alma, el único del mundo con el que formarías
gobierno. Tras las generales, podrías haberte aliado con el PSOE para formar un
gobierno con mayoría absoluta, tendrías varios ministerios y probablemente
serías vicepresidente. Pero no, en vez de eso seguiste con terquedad tu suicida
estrategia de abandonar el centro y volcarte a la derecha. Y esa foto de la
plaza de Colón... ¿Pero cómo se te ocurrió aparecer ahí?
Verás, nadie se explicaba lo que
estabas haciendo. Se suponía que Ciudadanos era el adalid de la regeneración
política, pero en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, mantuviste en el poder
al PP, un partido que lleva décadas gobernando y que, bajo el amparo de
Esperanza Aguirre, se había hartado de robar, estaba corrupto hasta la médula.
Y encima, presidido por la iletrada Díaz Ayuso y sustentado por la
ultraderecha. Y eso, a cambio de migajas. Se suponía que Ciudadanos vendría a
ser la bisagra entre los bloques de izquierda y de derecha, y de repente te
sumaste con entusiasmo al bloque de derechas. El PP era tu principal
competidor, un PP en su peor momento electoral, y tú te convertiste en su
muleta, dándole aire. Y eso a cambio de nada. Pesos pesados de tu partido
comenzaron a abandonarlo, en desacuerdo con tu viraje ideológico y con tu estrategia
de lemming. Todo el mundo (aparte de tus amaestradas huestes) decía que eso
conduciría al desastre, y las encuestas lo ratificaban; pero tú continuaste
obcecadamente con un plan que parecía fruto de un sueño de pipa.
En lo que a mí respecta, le daba
vueltas y más vueltas intentando comprender por qué te comportabas así, y no lo
conseguía. Me decía: o este tío es un genio, y nadie le comprende, o es un
imbécil.
Según Carlo M. Cipolla en su célebre
ensayo Allegro ma non troppo, el
mayor grado de estupidez se alcanza cuando alguien hace algo que daña a los
demás y le daña a él mismo. Pues bien, Albert, ahí lo tienes: tu incomprensible
estrategia ha hundido a tu partido, ha dañado al país, y a ti, sencillamente,
te ha expulsado de la política, porque acabas de dimitir. Has protagonizado la
mayor debacle de un partido desde los tiempos de la UCD.
En consecuencia, Albert, sólo cabe
una conclusión: eres tonto.
Pero no te avergüences demasiado,
porque, aunque tu estupidez ha alcanzado cimas difícilmente igualables, no
estás solo. Ahí tienes a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, dos egos inflados
compitiendo a ver quién la tiene más
grande. Su incapacidad para el acuerdo ha provocado unas nuevas elecciones, que
les han dañado a ellos, ha dañado al país y ha permitido el ascenso de la
ultraderecha. Son, según Cipolla, un par de imbéciles. ¿Y qué decir de Pablo
Casado? Al pactar alegremente con la ultraderecha, en Andalucía, Madrid o
Murcia, ha conseguido blanquear a Vox y fortalecer a su principal contrincante
de la derecha, que le pisa los talones y al mismo tiempo, tras la debacle de
Ciudadanos, es su único posible aliado. Otro tonto. En cuanto a Errejón... Me
suena, ¿quién es Errejón? Al final va a tener razón mi amigo Samael y el único
partido sensato de este país es el PNV.
En fin, Albert, sólo eres el más
tonto entre los tontos, pero no estás solo. Además, siempre puedes contar con
la compañía de tu perro Lucas. Aunque no era él quien olía a leche, sino tú: a
leche, a castaña, a torta, a hostia, a chufa, a galleta y a otras cosas que se tragan
a costa de los dientes.
En cuanto al resto de los políticos
de este país -me refiero en particular a los de izquierda y centro-izquierda-,
ya habéis demostrado sobradamente lo estúpidos y lo dañinos que podéis ser.
¿Por qué no probáis la sensatez, aunque sólo sea por variar? Fijaos bien: ahí
está Vox con 52 diputados, la tercera fuerza de la cámara. ¿Os imagináis un
gobierno del PP y Vox? Me estremezco sólo de pensarlo. Así que poneos de
acuerdo y formad un gobierno lo más estable posible. Porque si la volvéis a
cagar... bueno, tomad nota de lo que le ha pasado a Albert.
Y no me toquéis más las narices. La Fraternidad de Babel existe para
tratar temas importantes, como el cómic, el cine o la literatura, y no para
perder el tiempo con gilipolleces políticas. Así que portaos bien o juro que me
hago vasco.