No sabía nada de Gambito de dama –una miniserie de 7
episodios-cuando empecé a verla, salvo que estaba ambientada en el mundo del
ajedrez durante los años 60. Y a mí me fascina el ajedrez; aunque creo que debo
aclarar eso: Mi fascinación por el ajedrez se parece a amar a una top model; las
posibilidades de consumar ese amor son similares a las que tengo yo de llegar a
jugar, no digo bien, sino tan solo mediocremente al ajedrez. Soy malísimo, un
auténtico asno, de pasar vergüenza, así que nunca lo practico, ni siquiera
amparado en el anonimato de internet. Pero me fascina ese juego endiablado;
tanto, que escribí un cuento sobre él (cuento, por cierto, que fue colgado en
un montón de webs de ajedrez). Ah, y la resolución final del misterio de mi
última novela, El Círculo Escarlata,
también tiene que ver con el ajedrez. Vamos, que me encanta ese juego. Por eso
me puse a ver una serie de la que no sabía nada.
¿De qué va Gambito de dama? Básicamente, cuanta la historia de una chica
huérfana, Beth Harmon, desde que tiene 8 años y es internada en un orfanato,
hasta los veintitantos. Pero Beth es especial: tiene un talento innato para el
ajedrez, un juego que le enseñó a jugar el bedel del orfanato, el señor Shaibel.
Además de eso, Beth es rara: fría, distante, poco habladora; y cuando habla
suele recurrir al sarcasmo. Es una persona sumida en la soledad, atrapada por
su incapacidad para abrirse a los demás. Ah, y tiene problemas con las drogas (tranquilizantes)
y el alcohol. La miniserie sigue un esquema clásico: Trauma. Aprendizaje.
Ascenso. Caída. Infierno. Redención. Enfrentamiento final.
Dos comentarios antes de seguir: No
hace falta que te guste el ajedrez para disfrutar de esta serie. Ni siquiera es
necesario que sepas cómo se mueven las piezas. En segundo lugar: no hay nada
nuevo en Gambito de dama. Todo lo que
vemos lo hemos visto ya más de una vez, aunque en contextos distintos. Sin
embargo, está tan inteligentemente rodado que es como si te lo contaran por
primera vez. ¿Hay tópicos? Claro que sí, pero tan brillantemente tratados que
adquieren una nueva apariencia.
Una de las claves de esta serie es
la contención. El argumento –la historia de una pobre huérfana, a fin de
cuentas- podría haber dado para un melodrama. Pero no hay ni pizca de eso en Gambito de dama, nada de
sentimentalismo. Pese a todas las putadas que le pasan a Beth –incluyendo la
dramática muerte de su madre-, solo la vemos llorar una vez, en el penúltimo
capítulo de la serie, cuando asiste al funeral de la persona que le enseñó a
jugar al ajedrez. O la relación de Beth, una niña de 9 años, con el viejo bedel,
una relación que no tiene nada de paternofilial, una relación sin rastros de
afecto, pero sí de algo igual de importante: respeto. Esa ausencia de énfasis,
paradójicamente, contribuye a que escenas fríamente rodadas resulten
especialmente emotivas.
Todo en la serie es igual a lo ya
visto y, a la vez, completamente diferente; como por ejemplo la curiosa
relación entre Beth y su madre adoptiva, o los escarceos amorosos de la
protagonista. Gambito de dama no es
original en lo que cuenta, pero sí, y mucho, en cómo lo cuenta.
Uno de los aspectos más destacables
es el trabajo actoral, comenzando por Anya Taylor-Joy en el papel de Beth. No
la conocía (luego he descubierto que la vi en La bruja), pero me ha dejado con la boca abierta. ¡Qué pedazo de
actriz! Y no es un papel fácil; ella aparece en casi todas las escenas, muchas
veces sola, aguantando unos primeros planos en los que transmite sus emociones
con una simple mirada. Consigue, además, que empaticemos con un personaje en
principio muy poco simpático. Sin Anya Taylor-Joy, esta serie no sería lo
mismo. En cuanto al resto de los actores, todos están entre bien y
maravillosamente bien. Aunque aparece poco, quiero destacar a Marcin Dorocinski
en el papel del campeón ruso Vasily Borgov, que compone al ajedrecista ruso más
ajedrecista ruso de la historia.
Otro aspecto fundamental es la
dirección, a cargo de Scott Frank (también responsable del guion). Una
realización tan clásica como precisa, justo lo que requiere la historia. Es
admirable cómo logra hacer emocionantes las partidas de un juego que hay que
conocer a fondo para emocionarse con él. Lo consigue, no mostrando con detalle
el tablero, sino a través de las sutiles expresiones faciales de los personajes.
Para los frikis, añadiré que Scott Frank es el director de Logan, y que la serie está basada en una novela de Walter Tevis,
autor de varios relatos de ciencia ficción –entre ellos El hombre que cayó a la Tierra-, y premio Nebula.
En cuanto a la ambientación de los
60, perfecta, al igual que la fotografía y el vestuario. Para los muy
aficionados al ajedrez, añadiré que ese es un aspecto especialmente cuidado –tenían
como asesor a Garry Kasparov-, y que todas las partidas que aparecen son
reales. La única licencia es que los movimientos se hacen mucho más deprisa de
lo real.
No suelo escribir posts sobre una
única serie de TV, pero Gambito de dama
me parece un maravilloso descubrimiento que merece compartirse. En mi opinión,
la mejor miniserie de Netflix. Yo lo definiría como un cuento de hadas sin
hadas; o un drama sin drama, pero dotado de una exquisita sensibilidad. No soy
un tipo de lágrima fácil –podéis preguntarle a cualquiera que me conozca y os
dirá que soy un ogro sin corazón-, pero viendo los dos últimos episodios no
pude evitar que los ojos se me humedecieran, ni que, ante su precioso final,
una lágrima corriera a esconderse, avergonzada, entre la espesa barba.
Si exudas testosterona y crees que
las mejores películas de la historia son las de John Wick, quizá no debas
verla; pero si tienes tan solo un poquito más de sensibilidad que un adoquín,
debes ver Gambito de dama. Me lo
agradecerás. Y si te interesa la técnica narrativa, es imprescindible que la
veas, porque contiene sabias lecciones. Yo, sin duda, la volveré a ver.
Ah, una cosa más: aunque Gambito de dama parece un biopic, no os
pongáis a buscar a Beth Harmon en internet, porque nunca existió.