Lo bueno de ser un despatriado –en
el sentido de que tu identidad no esté ligada al azar del lugar donde naciste-,
es que puedes elegir tus propias patrias. Nací en Barcelona, viví un año allí,
el primero de mi existencia, y luego mi familia se trasladó a Madrid. No es
extraño que no me “sienta” catalán; me gusta Barcelona, pero Barcelona no me
define. Pero tampoco me “siento” madrileño, porque no sé lo que significa
“sentirse” de un lugar (y menos si ese lugar es Madrid, la ciudad de los
forasteros). Tampoco me siento español, porque de nuevo ignoro en qué consiste
eso. Quizá me sienta un poquito europeo (por compartir una cultura), pero
también norteamericano, y argentino, y colombiano, y de todos aquellos lugares
que me han marcado de algún modo.
Por tanto, ya que soy un alma libre,
me permito el lujo de sentirme de todos los lugares donde me siento bien.
Digamos que en lo que a patriotismo se refiere, no practico la monogamia, sino
el poliamor. Cuando estoy, por ejemplo, en Granada, siento que estoy en casa. Y
también me siento en mi hogar estando en Santander, en Galicia, en Navarra, en
la Bretaña Francesa, en el Great Glen escocés, en San Francisco, en Venecia, en
Noruega... Todos aquellos lugares donde estoy a gusto son mi patria.
Pero hay un lugar y un momento que ocupan
un puesto preferente en mi corazón: Avilés durante la semana del Festival
Celsius 232.
Por si alguien no lo sabe, Celsius
232 es un festival dedicado a la ciencia ficción, a la fantasía, al terror y a
todos esos géneros que, cuando confiesas que te gustan, la gente seria te mira
con una circunspecta ceja alzada. ¿Por qué se llama así? Celsius es una escala
de temperatura, la usual, la que usamos cuando el termómetro proclama que hay
40 grados en el exterior y se nos funden las suelas de los zapatos. Pues bien,
232 grados Celsius equivalen a 451 grados Fahrenheit (otra escala), la
temperatura a la que arde el papel. Y Fahrenheit
451 es el título de una famosa novela distópica de Ray Bradbury.
Pues bien, la más patriótica de mi
patrias, ese lugar donde me siento en casa más que en mi propia casa, es Avilés
en julio, es el Celsius. Y os voy a explicar por qué. ¿Qué es una patria? Un
territorio, una población, un idioma común, una cultura, una historia
compartida, un folclore.
El
territorio del Celsius (el inmaterial, no el físico) es la CF, la fantasía y el
terror. La población, huelga decirlo, está compuesta por los frikis. En cuanto
al idioma común, todos en el Celsius me entienden si digo que algo está en
Mordor (por su lejanía), o que cierto título es un fix-up, o que la vida es
dickiana, o que alguien parece un BEM, o si digo jauntear, terraformación,
cuarenta y dos, Nyarlathotep, ansible, psicohistoria, hiperespacio, phaser o
punto Jonbar.
Respecto
a la cultura, todos (o casi todos) hemos visitado la Biblioteca Galáctica de
Trantor, o nos hemos chiflado leyendo el Necronomicón de Abdul Alhazred, o hemos consultado los
archivos de La Comarca. Ya sin metáforas: todos hemos leído (o conocemos) los
mismos libros, todos hemos visto las mismas películas y consumido los mismos
cómics.
Como ocurre en toda patria, no solo
hay una cultura común, sino también diversas culturas locales. Tenemos los
tolkinianos, los cyber, los juegotronistas, los steampunk, los conanófilos, los
hard, los trekkies, los warsies... En cuanto a la historia compartida, para
unos comenzó en 1818, cuando Mary Shelley publicó Frankenstein. Para otros, el comienzo se sitúa en 1858, con la
publicación de Phantastes por George
MacDonald. Por último, otros fijan el inicio a mediados del XIX, cuando Poe
publicaba sus relatos macabros. En realidad, esos comienzos están entrelazados,
cuentan con una prehistoria y componen una historia común a todos los frikis.
Y, para finalizar, el folclore. ¿De verdad hace falta que os hable del folclore
friki? Nah, todos lo conocéis.
Recapitulando: solo hay un lugar en
el mundo donde todo eso se concentre: en el Celsius de Avilés. Ahí están mis
hermanos y hermanas, ahí están mis compatriotas, ahí está mi verdadera patria.
Pero el Celsius es más que eso.
Supongo que os habéis fijado en que no he hablado de gastronomía, porque (afortunadamente)
no hay gastronomía friki. Pero en el Celsius hay gastronomía asturiana, ahí es
nada. Tan rica, tan rotunda, tan variada. Variada, sí, porque consiste en mucho
más y mejor que cachopos. ¿Y el clima? Ahora que mi termómetro madrileño marca
31 grados (Celsius, por supuesto), no sabéis cuánto echo de menos tener que
ponerme una chaquetita al caer la tarde.
Y la gente, sobre todo la gente. Las
presentaciones, las charlas, las mesas redondas, todo eso es abundante y está
muy bien, pero lo mejor de todo es encontrarte con viejos amigos, o conocer a
otros nuevos con los que, aunque jamás os hayáis visto, tenéis mucho en común.
El alma del Celsius está en las terracitas.
Vale, ¿y qué pasa si no eres friki?
No hay problema. No conocerás el idioma, ni la historia, ni la cultura, pero lo
mismo te pasa cuando visitas otros países. Puedes venir al Celsius como turista
y echarnos cacahuetes. Los frikis somos muy agradecidos y estamos dispuestos a
hacer graciosas cabriolas y simpáticas monerías con tal de conseguir un poco de maní. No,
en serio; no hace falta ser friki para disfrutar del Celsius. Porque nosotros,
los frikis, somos gente interesante, gente que ama la literatura y el cine,
gente culta con mente abierta. Pepa, mi mujer, no es en absoluto friki; y sin
embargo, cada año está deseando acudir al festival. Olvidaos del estereotipo
del gordo virgen con camiseta de Star Wars; que también los hay, por supuesto.
El resto, creedme, parecemos personas normales. Aunque, gracias a Cthulhu, no
lo somos; al contrarios, somos rotunda, encantadora y orgullosamente más
divertidos que los normales.
Supongo que ha quedado claro que
Celsius 232 es una patria. Entonces, sin duda os preguntaréis ¿quién gobierna
ese territorio? Pues un triunvirato: la poderosa Cristina Macía, el
incombustible Jorge Iván Argiz y el prodigioso Diego García (capaz de hacer
juegos malabares con los idiomas). Ellos son el cerebro y el alma del festival,
sus directores. Solo tengo tres cosas que decirles: gracias, gracias y gracias.
Sois la sal de la vida. Y también, por supuesto, mi agradecimiento para todos
aquellos que colaboran desinteresadamente para hacer posible el festival.
Y ya está. Si después de leer esto
no os han entrado unas ganas enormes de visitar el Celsius del año que viene,
no merecéis merodear por este blog. Pero no os voy a echar, tranquilos.
Floreat Celsius!
Nota: En la
foto de arriba estoy yo con Jorge Iván Argiz presentando la serie de Dan Diésel. Y en la de en
medio, yo con los cosplayers de Manlima.