Magufo:
Persona que propaga o promueve discursos contrarios al pensamiento crítico y a
la ciencia, como pueden ser la homeopatía, la astrología, ufología o cualquier
otra pseudo-ciencia que no pueda demostrar su validez.
La
semana pasada, el gobierno australiano deportó, por fin, a Novak Djokovic. Me
alegro. No cabe duda de que el serbio es un extraordinario tenista, el mejor
del mundo; pero un perfecto imbécil en todo lo demás. Y me alegro de que lo
hayan deportado porque, por una vez, se demuestra que la estupidez pasa
factura.
Veréis, si un viejo campesino de una
zona remota, alguien que jamás fue a la escuela y apenas sabe leer, cree en
duendes, brujas y demonios, lo comprendo. Ese hombre no tiene la culpa de su
ignorancia; jamás tuvo los medios para superarla. Pero la ignorancia de los
privilegiados me cabrea. Gente que, teniéndolo todo para poder amueblar bien su
mente, le da por creer en gilipolleces.
Tengo un amigo magufo. Es un tipo
inteligente, racional, razonablemente culto, universitario y profesional de
éxito. Alguien con evidente talento. Y, sin embargo, cree en la astrología, en
las mancias, en la homeopatía y en toda suerte de teorías absurdas. Está en
contra de los microondas, de las cocinas de inducción, del wifi, de los
antibióticos y, por supuesto, de las vacunas. También duda de que los hombres
llegaran a la Luna.
Siempre me ha intrigado esa extraña
dualidad; por un lado, una mente racional y razonable y, por otro, pensamiento
mágico en estado puro. ¿Cómo es posible que una persona inteligente y cultivada
crea en semejantes tonterías? Mi amigo no rehúye el debate y discutíamos con
frecuencia (ya no lo hago; no sirve para nada). Y siempre acabábamos en el
mismo punto. Él, en principio, debatía argumentado con razones; pero, dado lo
absurdo de sus ideas, al final llegaba inevitablemente a un callejón sin salida
en el que no encontraba argumentos lógicos para exponer. Entonces decía:
“Bueno, pues es lo que creo y ya está”. Es decir: meras creencias, como la
religión. Y contra eso no hay argumento posible. Crees lo que crees porque te
sale de los huevos creerlo, punto final. Pues muy bien: ole tus huevos.
Más tarde me enteré, con no poco
asombro, que muchos magufos, quizá la mayoría, son gente con estudios
superiores. Leí una explicación sobre este fenómeno: creer en algo que afirma
ser la verdad en contra de las supuestas manipulaciones del Poder (poder
político, farmacéutico, religioso, científico o lo que sea), otorga a quien lo
dice un punto de superioridad sobre los demás. “Yo conozco una Verdad que los demás,
pobres engañados, ignoráis”.
Pero creo que hay otro factor. Estoy
seguro, aunque no tengo datos, de que la mayor parte de los magufos
universitarios provienen del campo de las humanidades (o, como se decía antes, “de
letras”). Es decir, gente que apenas ha recibido formación científica. Siempre
he pensado que en los colegios e institutos se debería impartir Filosofía de la
Ciencia. No ciencia en sí misma, sino los mecanismos lógicos que sirven para
hacer ciencia. Observación, búsqueda objetiva de pruebas, escepticismo, pensamiento
crítico, etc. En general, esa forma de razonar vacuna en gran medida contra las
creencias infundadas.
Aunque no del todo. Conozco a una
brillante ingeniera que cree en la homeopatía. Y hay científicos que creen en
dios (aunque no muchos), así como médicos de carrera que practican pseudoterapias.
Me asombra y me intriga esa dualidad. ¿Cómo un mismo cerebro puede albergar dos
formas distintas, y opuestas, de percibir la realidad? ¿Cómo es posible que en
la misma mente no interfieran la razón con el pensamiento mágico? Es como si en
su cerebro hubiera compartimientos estancos. Quizá parte de la respuesta esté
precisamente en la forma de percibir la realidad. ¿Qué es real y qué no lo es? A
mi amigo magufo hay algo de mí que le desconcierta. No comprende cómo, siendo
yo tan racional, escribo relatos de fantasía y cf. Yo le digo que eso no es
real, sino ficción, pero él parece no distinguir entre lo uno y lo otro.
Supongo que esa es parte de la clave.
Volviendo a Djokovic, creo que los
magufos que más me cabrean son los antivacunas. Por varios motivos; en primer
lugar por su obstinación pasándose por el forro las evidencias. Pero eso es
común a todas las magufadas, claro. En segundo lugar, por ser un peligro para
la comunidad, propiciando la transmisión de enfermedades y/o saturando los
hospitales, como sucede ahora. En tercer lugar, lo peor de todo: su
insolidaridad. Se permiten el lujo de no vacunarse porque están rodeados por
gente que sí está vacunada y, por tanto, no transmite enfermedades. En cuarto
lugar, porque al no vacunar a sus hijos, los exponen al peligro de enfermar.
Eso ocurre también con los devotos de las pseudoterapias, que confían la salud
de su familia a iluminados, o directamente farsantes, que “curan” a base de
agua destilada, pastillitas de azúcar, legía, cristales, pases mágicos o
sortilegios, a ser posible cuánticos. Esos magufos también me cabrean mucho.
Es paradójico que esa gente proclame
un discurso anti-científico, incluso tecnofóbico, aprovechándose al mismo
tiempo de vivir en un mundo que les hace la vida más fácil precisamente gracias
a la ciencia y la tecnología. Transmiten sus absurdas teorías usando el
prodigio técnico de la informática. Se iluminan con LED’s, viajan en modernos
vehículos, ven sus series favoritas (o documentales magufos) en planas
pantallas de TV, juegan a prodigiosos videojuegos, se orientan con asombrosos
navegadores, oyen la música que les gusta a través de pequeños auriculares inalámbricos,
pagan usando sus móviles... Se benefician de la ciencia, para luego cagarse en
ella.
Aunque, claro, como hemos visto,
también hay magufos que llevan demasiado lejos sus absurdas ideas y renuncian a
algunos beneficios de la ciencia, como los que no se vacunan o recurren a
terapias ridículas. Esos están tan abducidos por el pensamiento mágico que no
vacilan en poner su salud en peligro. Como decía Cipolla, el mayor grado de
estupidez se alcanza cuando alguien hace algo que daña a los demás y le daña a
él mismo.