El pasado
viernes, 10 de junio, fue mi cumpleaños. Habitualmente suelo poner una imagen
con la onomatopeya “¡ARGHHH!”, pero este año no lo he hecho. Tampoco celebré el
pasado 9 de diciembre el décimo sexto aniversario de Babel. ¿Por qué?
Pues porque la última
entrada la colgué hace casi cuatro meses. En los últimos años, mis aportaciones
al blog se han ido espaciando cada vez más. Y no acabo de hacerme una idea del
motivo.
Creo que todo
empezó cuando me rompí la cadera. Por algún motivo, quizá por la forzada
inmovilidad, me puse a escribir ficción como un loco. Había decidido probar con
la literatura infantil y estaba desarrollando la serie de Dan Diésel. Eso le quitaba
tiempo al blog. Luego llegó la pandemia, y lo que le quitaba fueron las ganas a
mí. Y ahora...
Ahora, amigos
míos, ¡estoy metido en cuatro proyectos literarios a la vez! Bueno, en realidad
solo dos están en activo; pero los otros dos se encuentran ahí, agazapados a la
espera de saltar sobre mí como fieras salvajes.
Eso es lo malo de
ser un artesano autónomo: solo tienes dos manos, un cerebro (en mi caso medio)
y un puñado de horas al día. Das de ti lo que puedes dar, que no es mucho. A
eso hay que sumarle que estoy en un momento... digamos que peculiar en mi
carrera como escritor. No sabría definirlo, porque en realidad no tengo claro
lo que es, pero sí sé que algo ha cambiado. Para bien, me apresuro a aclarar.
Lo cual no impide que me sienta raro.
Ah, hay algo más.
Desde hace un tiempo, el blog se está llenando de spam. Veinte o treinta al
día. He intentado activar el captcha, pero no funciona. Así que no me ha
quedado más remedio que activar la moderación de comentarios, lo cual me obliga
a eliminar el spam acumulado con frecuencia. Un coñazo. De hecho, creo que esto
es lo que más me retiene a la hora de seguir con el blog.
Volviendo al tema
de la edad, acabo de cumplir 69 años, una cifra sicalíptica y deprimente a
partes iguales. Una cifra que, cuando la alcanzas, ya no puedes practicarla.
Una cifra de mierda. Si cabía algún resquicio de duda, ya se ha cerrado: soy un
jodido viejo. Vale, no soy un viejo como eran los viejos de mis años mozos, o
como algunos viejos que conozco ahora. Soy un viejo de otro estilo. Pero viejo.
Es cierto que
intento mantener mi mente lo más joven posible. Y me consta que lo consigo en
cierta medida. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto tardaré en fosilizarme? Espero
diñarla antes de que eso suceda.
En fin, no sé qué
va a ser del blog. Le tengo mucho cariño a la Fraternidad de Babel y no me gusta verlo agonizar. Quizá sea mejor
matarlo definitivamente. O quizá aún pueda prestarle primeros auxilios y
reanimarlo.
Ya veremos.