Hace muchos años, le preguntaron a un famoso crítico gastronómico –que se ocultaba bajo el seudónimo de Savarin- cuál sería su menú personal perfecto y él contestó: “Caviar y cordero asado”. La respuesta me sorprendió un poco; vale que el caviar es un símbolo del lujo culinario, pero ¿cordero asado? ¿No resulta una elección un tanto rústica para un sofisticado juez de los fogones? Quizá, pero está claro que a Savarin le chiflaba el cordero asado y lo prefería a, por ejemplo, unos canapés de ciruela con foie de oca y tempura de naranja o unas codornices con puré de chirimoya a la salsa de oporto. Y tenía todo el derecho del mundo, porque además, pese a ser un plato sencillo y poco sofisticado, el cordero al horno está condenadamente bueno.
Cambiando la cocina por la literatura, he encontrado a un buen número de personas que abogan por leer sólo caviar. A fin de cuentas, dicen, dado lo dilatado de la producción literaria a lo largo del tiempo, disponemos de cientos, miles de textos extraordinarios para leer. De hecho, podríamos pasarnos la vida leyendo exclusivamente obras maestras, desde la A de Adamov hasta la Z de Zola, pasando por la CH de Chejov, la N de Naipaul y la P de Pessoa. Además, a diferencia de lo que ocurre con la gastronomía, cuesta lo mismo un libro de Nabokov que, por ejemplo, una novela policíaca de Dennis Lehane. Entonces, pudiendo acceder a lo excelso, ¿por qué conformarnos con lo que, en comparación con las grandes obras maestras, sólo es mediocre?
La verdad es que son unos argumentos apabullantes ante los que no puedo esgrimir ninguna razón objetiva. Pero sí subjetiva: mi gusto personal. A mí, al igual que a Savarin, me encanta el caviar; pero no podría pasarme la vida deglutiendo sólo huevas de esturión, o canapés de ciruela, o codornices con chirimoyas, porque también me gusta el cordero asado, y los huevos fritos, y, por qué no, una buena ración de patatas bravas. En materia literaria, soy omnívoro; disfruto con los sabores sofisticados, pero también con la buena materia prima cocinada de forma sencilla. Considero, al igual que Borges, que la literatura sólo tiene sentido como fuente de placer; así pues, buscaré ese placer allí donde lo encuentre, procurando, eso sí, encontrarlo en el mayor y mejor número de sitios posible. Por eso, no quiero sentirme oprimido por el rigor canónico; mis gustos son variados y heterogéneos; algunos, incluso, injustificables. Pero son míos y no tienen por qué coincidir con los de otros, sean estos una selecta minoría o una torpe mayoría. ¿En mi biblioteca personal conviven Sterne con Henning Mankell, Pynchon con Cliford D. Simak? Pues sí, ¿y qué? A fin de cuentas, ellos, y otros muchos igual de contradictorios o más, forman parte de mi bagaje personal. La cuestión no es si debo o no disfrutar con ellos, sino si soy capaz de valorarlos con objetividad, sean cuales sean mis preferencias personales.
Aunque, claro, también es posible que todo eso no sean más que coartadas destinadas a ocultarme a mí mismo lo asquerosamente vulgar que soy como lector. Quién sabe... En cualquier caso, la pregunta sería: ¿es intelectualmente lícito disfrutar de lo menos bueno? Y su contrario: ¿es intelectualmente lícito no disfrutar de lo que es objetivamente muy bueno?
Al igual que un buen gurmet culinario sabe que una dieta basada en el caviar acaba convirtiendo el hígado en paté de fuá, el buen gurmet literario salta de Zola a Ballard sin que la mezcla le produzca gases. De la misma manera que un buen sorbete de limón es ideal para bajar una comida pesada, nada mejor que una buena novela de aventuras para digerir la más sesuda de las digresiones.
ResponderEliminarJoder, que hambre me está entrando...
Por cierto, como siempre, muy bueno el artículo, y muy digestivo
ResponderEliminar¡VIVAN LAS TIENDAS DE CHUCHES!
ResponderEliminar(y un sabroso ¡bravo! por esa entrada, con la que estoy totalmente de acuerdo)
En realidad, todo es tan fácil como eso: comer, leer para disfrutar. Aunque con salvedades: mejor no abuses de las grasas si padeces problemas cardiacos. Mejor lee a los clásicos si pretendes ser escritor. Y yo, como tú, en literatura (y en gastronomía) soy una cerda. Es decir, omnívora.
ResponderEliminarPartes de una premisa discutible: los "clásicos" son excelsos -caviar-, lo contemporáneo mediocre, aunque solo sea por promedio estadístico o falta de criba temporal. Pero... ¿quién dice que entre los clásicos no hay auténticos e inaguantables peñazos? Y algo más, que casi siempre se olvida: hasta en el peor relato contemporáneo está incluido el mejor poso de los clásicos. ¿O acaso quien escribe un bestseller no está bebiendo, lo sepa o no, eso da igual, en una tradición que ha ido fijando una serie de normas para "optimizar" -dejo que use este palabro- la eficacia del relato? Te digo más, admirado César: solo quienes no se fían de si mismos, de su propio criterio, de su inteligencia, temen leer relatos contemporáneos. ¿Y sabes por qué? Les aterra descubrir que, como a ti a mi, les va gustar lo más entretenido y no las plasteces, a estas alturas de la corrida, de una Zola o un Galdós, y quizá no eligo los ejemplos más pertinentes.
ResponderEliminar(Perdón por la extensión: se me han ido la teclas...).
Haciendo un simil sexual os contaré una historia: me contaba un amigo mñío que su padre tenía un amigo cuya mujer era algo bestial, de una belleza de cine, con ese magnetismo que atrae como un imán. Pero el marido le plantaba unos cuernos soberanos de tanto en tanto. Un día el padre de mi amigo le preguntó que con ese peaso de mujer cómo que le ponía los cuernos. Y le contestó: de comer solomillo todos los días también se cansa uno, no creas.
ResponderEliminarCon la literatura, lo mismo.
Gracias, felideus. Por cierto, ¿cómo se llama tu blog? (ay, qué cabeza la mía..)
ResponderEliminarSfer: pues sí, una gominola de cuando en cuando tampoco sienta mal (por cierto, me encanta tu nick)
Care, cari: Tienes casi toda la razón; hay dietas para todas las necesidades. La carta es inmensa. ¿Eres una cerda? Pata negra, seguro.
Llamero: yo no he partido de la premisa de que todos los clásicos sean excelso caviar. Si he citado clásicos ha sido para no discutir, porque el escritor clásico ha pasado la criba del tiempo, mientras que los contemporáneos no. De todas formas, donde digo Chejov, Zola, Pessoa y Nabokov, puedes poner a Salinger, Kenzaburo Oe, Houellebecq, McEwan o el "escritor de prestigio" vivo que te venga en gana. De lo que estoy hablando es de lo bueno y lo menos bueno, y de nuestro derecho a elegir lo menos bueno cuando así nos apetezca. Por supuesto, podríamos preguntarnos además si lo menos bueno lo es en todos los sentidos o sólo en algunos, y si lo excelso no tiene muchas veces deficiencias que, por respeto al dogma, no suelen señalarse. Pero eso es otra cuestión.
Lo que dices de los clásicos... no sé, estoy en parte de acuerdo y en parte no. Vale que Góngora, por ejemplo, es un peñazo, pero Quevedo es muy divertido, como lo son Twain o el citado Sterne. El Galdós de "El doctor Centeno" es bastante plúmbeo, sí, pero el de los "Episodios nacionales" no. Chaucer es una juerga, Milton un velatorio. Creo que siempre ha habido escritores coñazo y escritores divertidos, aunque es cierto que el canon tiene cierta tendencia a acoger en su seno a los creadores menos jacarandosos. Ahora bien, está claro que un escritor contemporáneo aporta algo que los clásicos no pueden ofrecer: los intereses, las realidades y los gustos de la época actual.
Cristian Navarro: gracias por tu interesante disertación acerca de la literatura de Asia del Este, materia sobre la que, lo admito, lo desconozco todo. De todas formas, si lo que quieres decir es que los gustos y las apreciaciones cambian, que lo que antaño fue una vulgar sardina hoy se considera una langosta, no hace falta irse tan lejos. Tomemos la literatura occidental: hace 400 años, la novela era un género menor destinado al vulgo. Hoy, escritor es prácticamente sinónimo de novelista. En cuanto a la ciencia ficción..., lo cierto es que no estaba hablando explícitamente de géneros. Y, si quieres que te diga la verdad, me importa un pijo si la ciencia ficción se pone de moda. Casi mejor que no; me bastaría con que surgieran dos o tres autores de auténtico fuste capaces de imprimir un poco de vitalidad al páramo en que hoy se ha convertido ese género.
Ah, gracias por la recomendación; de hecho, tengo la novela de Shuo; está entre los (ay) muchos libros que esperan en mi librería su turno para ser leídos. Ya lo he recolocado en una posición preferente.
Mazarbul: pues sí, el simil, además de gastronómico, puede ser sexual. De todas formas, hay otra opción en tu historia: que el amigo del padre de tu amigo se acostase con señoras aún más macizas que su mujer. En cuyo caso, todo hay que decirlo, sería mi héroe.
César mi blog se llama: felideus.blogspot.com , si clicas en el icono del gato puedes acceder a mi blog y a mi web (que aún está en construcción)
ResponderEliminarUn saludo
Unas reflexiones (dudosas): el caviar es tan apreciado por su escasez más que por su sabor; a mí me parece un manjar mayor un par de huevos de granja fritos que el caviar, sea este el que sea.
ResponderEliminar¿De verdad hay un juicio objetivo sobre el arte (o sobre la comida, o sobre algo)? Y si es así, ¿por qué todos tenemos esa obra que debe de ser maravillosa pero que a nosotros no nos lo parece por más que lo intentemos?