Un enclave tutelado por César Mallorquí, el Abominable Hombre de las Letras, en colaboración con la Sociedad de Amigos del Movimiento Perpetuo. Si no te interesa la literatura, el cine, el comic, los enigmas, el juego y, en general, las cosas inútiles, aparta tus sucias manos de este blog.
jueves, noviembre 30
Mi cerebro y yo
Reconozcámoslo: mi cerebro es un vago, un indolente órgano que aspira a la desconexión o, a lo sumo, al bajo rendimiento. Si le dejara a su aire, se pasaría el día leyendo, viendo películas, jugando, fantaseando o tocándose las meninges, pero el trabajo no entraría siquiera entre sus planes más remotos. Por otro lado, mi cerebro tiene algo muy claro: escribir es trabajar. Imaginar un argumento y/o unos personajes no lo es; eso entra dentro de “fantasear”. Diseñar (mentalmente) la arquitectura narrativa de una novela tampoco es trabajo para él, porque eso es “jugar”. Pero sentarse frente al ordenador y comenzar a teclear una historia... ah, amigos míos, eso es harina de otro costal, trabajo puro y duro, justo lo que más odia mi cerebro. Y es que sucede algo curioso: según suele decir la gente, mis novelas se leen con facilidad, razón por la cual se da por hecho que están escritas con idéntica facilidad. Pues no, ni mucho menos, para nada; al gilipollas de mi cerebro le cuesta un huevo escribir. La prosa que produce, sencilla y cristalina, casi invisible, es fruto de una constante lucha con las palabras, de una permanente labor de prueba, corrección, síntesis y retoque, de un, en definitiva, profundo esfuerzo. Y eso a mi cerebro no le gusta ni un pelo. Así que, si puede, se escaquea. De modo que tengo que obligarle a asumir sus responsabilidades, aunque no siempre es fácil. Veamos cómo es el proceso.
1. Me levanto a las ocho menos cuarto de la mañana. Me ducho, me visto, me preparo un café con leche y me lo llevo al despacho. Conecto el ordenador y, mientras se enciende, escucho la radio y me tomo el café. Durante todo este proceso mi cerebro está sobando a pierna suelta.
2. A las nueve menos cuarto de la mañana o así dejo de oír la radio y zarandeo a mi cerebro para que se despierte. Cinco minutos más tarde, vuelvo a zarandearle, porque no hay dios que le despierte, y así sigo durante un buen rato.
3. Conecto el procesador de textos y abro el archivo en que estoy trabajando. Mi cerebro lo contempla con extrañeza, como si fuera la primera vez en su vida que ve un procesador de textos, y me dice: ¿no deberíamos echar un vistazo al correo electrónico?
4. Ya he revisado antes el Outlook, bajando y, acto seguido, deshaciéndome de un huevo de spam, pero vuelvo a conectarlo. Mas spam, más papelera de reciclaje. Ya está, le digo a mi cerebro; y éste me responde: ¿por qué no echamos un vistazo a tu blog y a los blogs de los amigos?
5. Me doy un garbeo por los blogs habituales y, después, desconecto el Explorer. Bueno, a trabajar, le digo a mi cerebro. Y mi cerebro, arrinconado, mira en derredor y responde: ¿te has fijado en cómo está de desordenado el escritorio? Deberíamos ordenarlo...
6. Ordeno un poco mi mesa de trabajo. Por desgracia, durante el proceso mi cerebro ha encontrado un recorte de periódico donde viene la dirección de una página web en la que un pirado se dedica a contar películas en sólo minuto y medio. Mi cerebro opina que es imprescindible visitar inmediatamente esa página, así que la visitamos.
7. La página en cuestión es una chorrada. Salimos de ella y vuelvo a poner en pantalla el procesador de textos. A trabajar, exclamo posando los dedos sobre el teclado. Mi cerebro, alarmado ante la inminencia de verse obligado a realizar una labor productiva, contempla la librería que está a mi derecha y se centra en uno de los libros. Mira, me dice, es el “Manual de inquisidores”, de fray Nicolás Eymeric; ¿a que no recordabas haberlo comprado?
8. En efecto, no recuerdo haberlo comprado. Lo cojo y lo hojeo; al cabo de unos minutos, me pregunto a mí mismo por qué narices compré ese libro y lo vuelvo a dejar en su lugar. A trabajar, digo, colocando el meñique izquierdo sobre la A y el derecho sobre la Ñ. Mi cerebro pregunta: ¿No deberíamos mirar otra vez el correo electrónico?
9. No, respondo.
10. ¿Y los blogs?, insiste él.
11. Tampoco. A trabajar.
12. Mi cerebro está entre la espada y la pared. Vale, claudica, pero primero vamos a corregir un poco lo que escribimos ayer.
13. Lo dice porque, para él, corregir casi no es trabajar. De modo que corregimos las páginas que habíamos escrito el día anterior, tarea que nos lleva unos quince o veinte minutos. Cuando acabamos, bebo un sorbo de agua y, colocando por enésima vez los dedos sobre el teclado, le exijo a mi cerebro que se ponga a producir nuevo texto.
14. Aterrorizado ante la inminencia del trabajo, mi cerebro opta por una salida desesperada. ¿Y si nos hacemos una paja?, propone.
15. No quiero hacerme una paja, respondo. A trabajar.
16. Mira que las pajas relajan mucho, eh..., insiste él.
17. No quiero relajarme. A trabajar.
18. ¿Y si miramos el correo?...
19. No. A trabajar.
20. ¿Y los blogs?...
En fin, el caso es que en algún momento consigo que mi cerebro se ponga a escribir. Sufre, llora, se lamenta, gimotea, incluso llega a darme pena el jodido cabrón, pero con individuos como él hay que mostrarse inflexible, así que no dejo de espolearle hasta que produce un mínimo de cuatro nuevas páginas, aunque por lo general son siete u ocho. Entonces, mi cerebro contempla el trabajo realizado, saca pecho y ¡se siente orgulloso! Porque, parafraseando a Brown, mi cerebro odia escribir, pero adora haber escrito. Y todas las tardes, a última hora, el muy cínico sopesa lo que hemos producido durante el día y se siente ufano como un pavo, obscenamente satisfecho de sí mismo, como si sólo él fuera responsable de esa labor, cuando todos sabemos que, si por él fuese, se pasaría el día con el encefalograma plano y haciéndose pajas.
Así que no os dejéis engañar, amigos míos; si algún día leéis una de mis novelas, tened presente que quien la ha escrito es, en efecto, mi cerebro, pero el auténtico responsable soy yo. Como en la hípica: quien corre es el caballo, pero es el jockey quien le hace correr .
Para que luego digan que la mente domina al cuerpo.
ResponderEliminarLa mente ni siquiera domina a la mente.
A mi me pasa algo parecido. Me encanta imaginar mil y un historias, pero luego me siento delante del ordenador, y las muy puñeteras se empeñan en no salir de ahi dentro.
Cuando consigo que salga algo legible, mi ego se hincha (pero tampoco demasiado, porque ya se lo que viene despues)
Cundo releo eso que he escrito, me digo "no esta mal",
Cuando lo releo una vez mas digo "pero vaya cosa mas mala que he escrito. Esto no se parece en nada a lo que tenia en la cabeza"
Mi cerebro, a parte de vago, es un traidor y conspira constantemente contra mi.
Juas. Jamás he visto mi propia indolencia tan bien retratada por otra persona :)
ResponderEliminarSi es como dice el refrán: mal de muchos..., epidemia :)
Querido César,
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente, mi cerebro es igual de cabrón. Y tienes suerte de que no sea un vicioso, porque al mio, además de lo que cuentas, le encanta irse a fumarse un cigarrito. Venga, vamos a fumarnos otro que tengo nicotina aporreando cada uno mis neurotransmisores (esa es su mejor excusa y, con semejante alarma, yo hasta me preocupo. A ver quién es capaz de decir que no).
Cualquier día me manda a tomar viento y llama a tu cerebro para irse de copas.
(¡Cómo me he reido con este post!)
¡Todo eso me suena tanto!
ResponderEliminarY pensaba que yo era la reina de Babia, perdiendo el tiempo y buscando excusas para no ponerme a la tarea.
Solo un matiz: no diría que es tu cerebro, sino tu mente. La mente es la más puñetera de todas. Se empeña en distraernos y no para quieta. A mí me encanta fastidiarla a ella con el yoga y la meditación. Cuando la consigo domar y aquietar estoy en la gloria.
Y por cierto, ¿cuál es la pregunta toca pelotas que me quieres hacer respecto al vegetarianismo? Te advierto que tengo respuesta para (casi) todo.
Un saludo
Touché. Acabo de remirar el correo por enésima vez hoy y ahora me ha dado por mirar los blogs. Tan sólo llevaba media página escrita tras aproximadamente hora y media interrumpida de mil maneras diferentes.
ResponderEliminarMejor me vuelvo al procesador de textos, a ver si consigo hacerlo trabajar antes de que mi cerebro empiece con eso de "¿No debería ir siendo hora de irse a dormir?"
Iros todos a la mierda.
ResponderEliminar(No soy un troll).
Se nota que teneis tiempo para escribir. Mi cerebro es tan vago como el vuestro (mirad aquí, de mañanita, leyendo blogs antes de ponerme a trabajar)... Pero no puedo permitirme la vagancia.
Me levanto a las 6:45. Me voy a trabajar. (Leo blogs y luego trabajo todo el día frente al ordenador, escribo mucho -de cosas del trabajo que no vamos a contar-). A las 17:30 salgo pitando. Recojo a mi niña. La entretengo como puedo. Hago la compra. Me ocupo de la casa. Acuesto/ baño a la niña. Ceno (por decir algo). A veces me voy a la piscina de noche... Y ENTONCES puedo escribir.
¡Si me cerebro no aprovecha ese mínimo tiempo que le queda hasta caer exhausto, lo mato! ¡¡Lo mato!!
¡Iros la mierda, hombre!
;) ;) ;) ;) ;)
Todos los cerebros son unos vagos. Los que escribimos: o es que nos gusta mucho... O es que os da de comer.
Como otros han comentado antes, me he sentido plenamente identificado. De hecho, ahora mismo estoy en pleno remolino de correos electrónicos, foros, blogs, noticias... con el "agravante" de que, después de entrar bastantes veces en este Blog, me he animado a participar en él porque me parece muy interesante (al igual que La Catedral, el libro tuyo que he leído y que no será el último).
ResponderEliminarComparto la idea de que imaginar una historia es puro placer y escribirla físicamente es duro trabajo. Y que el cerebro es como un niño cansado tirado en el sofá. El mío tiene días que se pasa media hora leyendo/repasando lo escrito anteriormente y luego escribe un par de líneas y decide que ya ha sido suficiente, que no está inspirado o que mi cuerpo no reune las condiciones laborales imprescindibles.
Un saludo a todos y nos vemos en este blog de cosas deliciosamente inútiles.
Por cierto, según tu horario, y si nada se lo impide a tu cerebro, te quedan minutos para entrar a leer los mensajes del Blog. Buenos días.
Sabía yo que no faltaría quien nos recordara sí que trabaja.
ResponderEliminarY cada vez que me encuentro un espécimen que me lo describe exhaustivamente (suelen ser mujeres, como yo) me pregunto si creerán que al resto de la humanidad nos obsequian con 24 horas de ocio creativo y que el maná cubre nuestras necesidades.
César: hazle caso a tu cerebro, porque esos rituales previos son necesarios y muy sanos.
Por cierto, voy a mirar el correo.
Totalmente de acuerdo contigo césar y con el resto de contertulios, pero me adscribo también a la variante de anonima: quitando sabados y domingos, el resto lo tengo que sacar por la noche, después de las sesiones de niños, cena, trabajo extra que me traigo, o en viajes de trabajo.
ResponderEliminarHace muchos años viví en Malasaña, y tenía como vecino a un escritor, el filosofo javier sadaba. El tio era incansable. Era como mi alterego. No paraba de escribir (se oía la olivetti, sin freno ni pausa durante horas) mientras yo me tocaba las narices y buscaba cualquier excusa para salir, entrar, arreglar cosas o hacerme gallolas. Cuando me lo encontraba por las escaleras y me saludaba, mi cerebín me repetía: eres un vago, fíjate en él desgrasiao.
En fin, que soy un procastinador (por cierto, hace tiempo leí un libro de psicoanalisis: variaciones de un tema de Mahler, en el que se trataba precisamente este gran defecto de postergar las labores que consideramos urgentes: somos unos enfermos).
Decía Sommerset Maugham que todos los días se despertaba a las siete de la mañana y que su voluntad entablaba, a partir de ese mismo instante, una feroz lucha con su pereza, que intentaba convencerle de que se quedase en la cama. Contaba S.M. que siempre triunfaba su voluntad y se levantaba, pero que en la lucha enre vountad y pereza se habían hecho las dos de la tarde.
ResponderEliminar¿No os suena parecido?
O sea, que tu cerebro es primo hermano del mío (y del de casi todo el personal aquí presente). O peor, es el mismo cerebro-mente-colmena. ¿Serán los cerebros esa porción de Dios que dicen los creyentes que está en todos lados y que conoce nuestro destino sin controlarlo (algo que nunca he comprendido)?
ResponderEliminarMe da que el cerebro sabe más de lo que parece...
Buenísima la entrada, sí señor.
Ja, ja, ja...!
ResponderEliminarQué bueno eres, César. Has convertido el cerebro en personaje ¡y encima funciona! Jamás se me había ocurrido que alguien pudiera separar cerebro y "yo" o vivir de algún modo tan fantástica separación. Lo que no consiga la literatura...
Amigos míos en general: gracias por compartir conmigo las mismas debilidades. Deberíamos montar el "Club de los Cerebros Indolentes", pero somos tan vagos que no asistiríamos a las reuniones.
ResponderEliminarY Llamero en particular: hacía tiempo que no te veía por aquí; mi cerebro y yo te saludamos.
Jajaja qué identificada me siento, dioses.
ResponderEliminarDebería hacerse un estudio estadístico para comprobar cuántos de nosotros vagos redomados, escritores o aspirantes a tal, de tendencias pagano-reconstruccionistas somos géminis. Porque yo conozco a un huevo.
No es que tenga excesiva fe en estas cosas de los horóscopos, más que como actividad ligera ocupa-tiempo para no escribir.
Una de las excusas preferidas de mi malvado cerebro es: pero si aún no tienes estructurada toda la historia; pero si aún no estás segura del estilo o del tono que vas a emplear...En fin: el enemigo-parásito bajo mi propio techo (craneal).