Todo lo que he hecho hasta ahora no ha sido más que la preparación para escribir, pero –es una perogrullada decirlo- una novela se hace escribiéndola. Si ahí me equivoco, de nada valdrán todos los preparativos. Esta fase es lenta y laboriosa; de hecho, no me gusta ni un pelo, porque es trabajo y a mí, qué queréis que os diga, no me gusta currar. Además, durante el proceso de escritura suelo sufrir, lo paso mal, muchas veces me desespero (ya veréis más adelante por qué), de modo que no, no creáis que me entusiasma escribir. No obstante, repitiendo por enésima vez la frase de Brown, odio escribir, pero adoro haber escrito. Así que escribo, por mal que me siente.
Bien, ¿qué es lo que tengo hasta ahora? Un argumento estructurado de determinada manera, algo semejante a los planos de un edificio. Siguiendo el símil, algunas de las estancias del edificio están muy detalladas en los diseños, pero aún habrá que amueblarlas y decorarlas. Otras zonas, sin embargo, no están ni siquiera tabicadas, de modo que tendré que ir estableciendo su compartimentación y dimensiones conforme trabaje en ellas. ¿En esta fase hago cambios sobre la estructura prevista? Sí, muchos; a veces porque lo que yo había planeado no funciona bien, pero sobre todo porque encuentro alternativas mejores a la prevista. La estructura es el soporte sobre el que descansa el texto, pero no manda; lo que manda es el resultado, y si la narrativa cojea, eso significa que la estructura está mal y hay que corregirla.
Mientras escribo hago muchas cosas; de algunas ya hemos tratado, como desarrollar los tramos del texto que no había planificado o diseñar los personajes secundarios, de modo que vamos a hablar ahora de los restantes temas. Lo voy a hacer siguiendo un orden más o menos aleatorio, pero no son cuestiones que se presenten de forma ordenada, sino dependiendo de cada tramo del texto que esté escribiendo. Adelante pues.
La prosa
Ésta es la primera elección estética que realiza un escritor: ¿cómo quiero que sea mi prosa? La respuesta, claro, tiene mucho de arbitrario, pues se trata de una elección sustentada en los gustos personales. También tienen que ver, por supuesto, los objetivos que quieras darle a la prosa y el balance que realices entre narrativa y estilo. En cualquier caso, existen muchas alternativas y, a mi entender, todas igual de válidas, al menos en principio.
En mi caso particular, la elección estética que tomé estuvo influida por dos sencillos consejos que me dieron mis padres: “escribe como habla la gente y no uses muchos adjetivos”. Tomado literalmente, el primer consejo parece absurdo, porque las personas hablamos francamente mal; pero lo que mis padres pretendían decirme era que no escribiese de forma engolada y ampulosa, sino con sencillez. En el fondo, se trata del famoso “lo que pasa por la calle” de Juan de Mairena. El segundo consejo, por el contrario, es totalmente literal. En mi opinión, los adjetivos sirven para bien poco; de hecho, suelo emplearlos más para completar el ritmo interno de las frases que con la esperanza de que describan algo. “Era una bella mujer...” ¿En qué sentido bella? ¿Era una maciza de grandes tetas, una atlética amazona o una lánguida sílfide? “Bella” apenas significa nada. Pero el caso es que muchos escritores noveles, y bastantes consagrados, parecen partir de la premisa de que el arte literario consiste en acumular adjetivos en medio de enrevesados laberintos de frases subordinadas. Bien, es una alternativa como otra cualquiera, y reconozco que hay maestros en el difícil arte de la adjetivación; pero, como decía Borges, si un adjetivo no te sorprende, no es un buen adjetivo.
Volviendo a su seguro servidor, ¿cómo pretendo que sea mi prosa? Responderé con las palabras de uno de nuestros mejores narradores, el escritor Juan Marsé: “Aspiro a una prosa transparente, invisible”. Exacto; lo suscribo al cien por cien. Para mí, lo que manda en una novela es la narrativa; no el argumento, ni la trama, sino la forma en que se cuenta ese argumento. Por tanto, los restantes elementos de la novela han de estar en función de la narrativa; lo cual, claro, incluye a la prosa. Y la prosa, tal y como yo la entiendo, es el soporte expresivo de la narrativa, pero nunca un fin en sí misma.
Cuando escribo un relato, una novela, lo que pretendo es que el texto absorba al lector hasta el punto de hacerle olvidar que está leyendo. Quiero que la narrativa se adueñe de su mente impidiéndole distinguir entre ficción y realidad, quiero que el lector no reconozca las diferentes partes de un texto, sino que lo contemple como un todo, quiero que nunca llegue a vislumbrar al autor que está detrás de las palabras. Bueno, pues para conseguir esto lo primero que tengo que hacer es que mi prosa no se note demasiado, que se vuelva transparente, invisible, como decía Marsé. Lo cual, por supuesto, no consiste en renunciar a ningún recurso retórico, sino en manejar con discreción dichos recursos. Por ejemplo, si yo hubiera incluido en un párrafo de una de mis novelas una de las metáforas más hermosas jamás escritas, pero esa metáfora entorpeciese la narración, la eliminaría sin dudarlo un segundo. No obstante, en mis textos hay símiles, oximorones, hipérboles, paradojas, sinestesias y toda suerte de figuras, sólo que usadas por su capacidad expresiva y no como alardes de estilo. Tal y como también dice Marsé, desconfío mucho de los artificios literarios.
Esto, como señalaba al principio, es una opción estética personal entre otras muchas, y todas igual de válidas en la medida en que cumplan con similar eficacia su cometido. Además, al final será el talento del escritor lo que determine la calidad del texto, con independencia de su estilo estético. Sin embargo, hay gente que no lo ve así, gente que denomina a lo que yo expuesto, no sin un deje de desdén, “prosa neutra”.
Prosa neutra. ¿Qué demonios es eso? ¿Un prosa ni positiva ni negativa?... Bueno, supongo que se refieren a una prosa meramente funcional, de andar por casa. Una mala prosa, en definitiva. Y no digo que no exista esa clase de prosa; la hay en abundancia, pero no es de lo que yo estoy hablando. Hace poco, un conocido crítico desdeñaba al Cormac McCarthy de La carretera tildando su prosa de “neutra”. ¿Cómo se puede estar así de ciego? McCarthy es tan minimalista que mi estilo, a su lado, parece barroco; pero consigue una expresividad intensísima, una emotividad incluso dolorosa, y lo hace empleando el mínimo número de elementos. Bueno, pues esto, que debería figurar entre los méritos del autor, es displicentemente desechado como “prosa neutra” por un caballero que, sin duda, sólo ve arte literario en los laberintos de Faulkner o en la pompa de Carpentier. En cierto modo, esta clase de críticos me recuerdan a esos comensales que sólo saben apreciar sabores muy intensos, que sólo disfrutan con manjares muy especiados, al tiempo que desdeñan los platos más sutiles, más matizados, tildándolos de insípidos. Además, no existe nada llamado “prosa neutra”, eso es una tontería; sólo hay buenas y malas prosas, eso es todo.
Pero volvamos a mi caso. Mientras escribo, me preocupa que mi prosa “fluya”; pero, ¿en qué consiste ese “fluir”? La verdad es que no lo sé con exactitud; se trata, creo, de que las frases conecten entre sí con suavidad, que un párrafo desemboque en el siguiente sin brusquedades, que el texto se lea sin tropiezos, como si el lector navegara por un río a favor de la corriente. En resumen: que la prosa fluya igual que una corriente de agua. Para conseguir esto tengo que trabajar mucho el texto, depurarlo, buscar alternativas... pelearme con él. Según dicen, mis novelas son fáciles de leer; por tanto, mucha gente deduce que me resulta igualmente fáciles de escribir. Mentira pocha: me cuesta muchísimo escribir, precisamente porque elaboro mucho la prosa. Pero la elaboro, no lo olvidemos, con el principal objetivo de hacerla invisible.
Por último, es evidente que no se puede utilizar la misma clase de prosa para todas las novelas. Cada tema, cada tratamiento, cada “voz” requerirán un estilo distinto o, cuando menos, variaciones sobre el mismo estilo. Por ejemplo, mis novelas de Jaime Mercader están escritas con frases más largas y retóricas, y un tono ligeramente arcaizante. La casa del Dr. Pétalo, sin embargo, adopta un prosa poética y melancólica, mientras que El coleccionista de sellos está construido con frases cortas y secas. La prosa, por tanto, también ha de ser dúctil.
Bueno, amigos, pensaba incluir en este post el tema de la “voz”, pero me he enrollado mucho con la prosa, así que lo dejaremos para la siguiente entrada. Au revoir, pues.
¿Puedo hacerme esta entrada como un póster? Gracias!!
ResponderEliminarQué ganas tengo de "la voz", que en la novela que estoy trabajando ahora hay tres. Gracias de nuevo por compartir esto!
recuerdo que en tu post sobre los personajes, puse un comentario que decía que se puede escribir una narración sin que haya una idea detrás, sin que tenga ninguna estructura y también sin argumento (los otros tres temas elegidos por ti en tus post "en la mente del escritor"), pero que era absolutamente imposible escribir sin personajes, pues ya el hecho de escribir implica al menos la presencia de un personaje: el autor. Pues bien, ahora digo, que aunque las cosas sean así, eso no implica que el elemento más importante de una narración sean los personajes, por imprescindibles, sino precisamente la prosa. Una buena prosa hará que leas, incluso varias veces, lo escrito. Lo demás, acompaña.
ResponderEliminarA mí me asombra cada vez que me encuentro con un escritor que me dice que disfruta con el proceso de escribir (y me muero de envidia). Tengo la sensación de que los que lo pasan mal superan en mucho a los que disfrutan, por lo que me pregunto ¿Dónde está el truco para disfrutar escribiendo?
ResponderEliminarGracias por esta nueva entrada, tan interesante como las demás :)
ResponderEliminarYo disfruto escribiendo, aunque tengo una extraña sensación que no se me quita hasta que acabo la novela y no me gusta nada tener que corregirla pero en fin... luego el resultado suele ser satisfactorio. ^__^
(Por cierto, he terminado de leer La Caligrafía Secreta y me ha encantado, hacía mucho que no me gustaba tanto un libro, enganchaba muchísimo, y mis personajes preferidos han sido Lázaro y Tértulo. Me dio una pena tremenda terminarlo T_T )
Ferlocke: :)
ResponderEliminarSamael: Una de las cosas que he aprendido con el tiempo es que en literatura se puede hacer de todo, incluso lo que no se puede hacer. ¿Se puede escribir un buen texto sin personajes? Pues no es lo más normal, pero sí. En uno de los cuentos más emotivos que he leído en mi vida, "Volverán las mansas lluvias, de Bradbury, no aparece ni un solo personaje, es la mera descripción del interior de una casa automática abandonada, y sin embargo te pone un nundo en la garganta.
En cuanto a la prosa... bueno, está claro que sin prosa, oral o escrita, no hay literatura, porque es el soporte de ésta. Ahora, más allá de eso, creo que utilizando sólo la prosa puedes hacer poesía, pero no narrativa. Y es de narrativa de lo que estoy hablando.
Por otro lado, la verdad es que me gustaría relativizar eso de la bella prosa y la relectura. Personalmente, sólo conozco dos escritores a los que puedo leer con independencia de lo que me cuenten, por el mero placer de su prosa: Cervantes (el del Quijote, no el autor bizantino) y García Márquez. Con las descripciones de Proust me pasa lo mismo, pero llegan a saturarme. Y con Nabokov casi, casi. Pero, no sé, la verdad es que son muy poco frecuentes las prosas así. Aunque, por supuesto, las pretenciosas abundan muchísimo.
Anónimo de las 3:13: pues yo imagino, amigo mío, que el truco está en escribir con muchísima facilidad (o con muy poco sentido crítico en algunos casos), porque si no no lo entiendo.
Natalia: la corrección es tan importante, o más, que la escritura. Ya hablaremos de ello al final de esta serie.
Muchísimas gracias por tus comentarios sobre "La caligrafía secreta"; palabras como las tuyas dan verdaderos ánimos. Esa es de las poquísimas novelas que he escrito cuyo resultado final ha superado mis expectativas iniciales (aunque puedo estar equivocado, claro). A mí también me gustan especialmente Lázaro y Tértulo. Sobre todo don Lázaro, que me parece un personaje muy sólido y atractivo.
Si me permites el comentario, el resumen no le hace justicia a la novela. No me atraía nada, pero me dije: Vamos a cogerlo, que el de las Lágrimas de Shiva me encantó. Y no me equivoqué, me ha gustado incluso más :=)
ResponderEliminarGracias por haberlo escrito. De verdad, es un libro precioso.
Excelente, como de costumbre. Opino igual que tu respecto a la prosa, aq reconozco que algunos autores de prosa alambicada me han seducido, como El Unicornio de Mújica Lainez.
ResponderEliminarPor cierto, ¿le vas a dedicar alguna entrada a la escritura de cf?.