Si le preguntan a los aficionados a la ciencia ficción (cf) españoles cuál es el mejor escritor del género de todos los tiempos, unos responderán Asimov, otros Lem, otros Bester, otros Le Guin, otros Silverberg... en fin, un ramillete de respuestas diferentes, y similares resultados obtendremos si le preguntamos a cualquier aficionado europeo. Pero si la pregunta se la formulamos a un fan norteamericano, lo más probable es que nos responda: Robert A. Heinlein. En efecto, Heinlein sigue siendo (porque murió en 1988) una institución en el mundo de la cf yanqui, el Gran Patriarca Póstumo. ¿Por qué?
En primer lugar, porque Heinlein es, sin lugar a dudas, el más norteamericano de todos los escritores norteamericanos de cf, algo así como la plasmación del sueño y los valores yanquis en clave futurista. En segundo lugar, porque Heinlein fue el primer escritor profesional de cf, y quizá el autor fundamental en el movimiento de modernización del género que tuvo lugar a mediados del siglo pasado bajo la tutela de la revista Astounding. En tercer lugar, porque Heinlein era un excelente narrador, en la estela, aunque a considerable distancia, de algunos clásicos norteamericanos.
No obstante, en Europa, o cuando menos en España, Heinlein es un autor más bien poco valorado. Sobre todo por ser taaaaaan norteamericano; porque Heinlein, amigos míos, no sólo era muy, pero que muy yanqui: era un ultraconservador yanqui, en la más rancia tradición de la derecha dura USA. Y esto se refleja en la mayor parte de sus novelas. El ejemplo más conocido es Tropas del espacio (1959), donde Heinlein no sólo lleva a cabo una entusiasta exaltación militarista, sino que además se atreve a proponer ¡una utopía fascista! (Por cierto, la película basada en esta novela, donde su director Paul Verhoeven, optó inteligentemente por el camino de la sátira, es mucho más interesante de lo que cierta obtusa crítica afirmó en su momento). Con todo, hay otra novela suya aún peor, aunque no suele citarse, quizá porque sólo se ha editado una vez en España y hace mucho tiempo: Los dominios de Farnham (1964), un infumable –e inconcebible- alegato racista sobre el que pasan de puntillas hasta los más acérrimos defensores del escritor. Pero quizá lo peor de todo sea la presencia en la mayor parte de sus novelas de una clase de personaje al que yo llamo “el tipo que lo sabe todo”. Ese personaje tan repetido, evidente alter ego del autor, es..., pues eso, un tipo que lo sabe todo, que lo ve todo meridianamente claro, que tiene respuestas para todo. El problema es que esas respuestas son simplistas y parciales, fiel reflejo de una ideología basada en el capitalismo sin restricciones (él lo llamaba “anarco-capitalismo”), el darwinismo social, la desconfianza hacia el Estado, y el individualismo y la iniciativa privada a ultranza... La verdad es que ese personaje acaba resultando muy cargante.
Por otro lado, Heinlein (que, antes que escritor, fue militar y, tras una enfermedad que le obligó a abandonar el ejército, ingeniero) tenía una fe ilimitada en la ciencia y la tecnología, y albergaba una visión absolutamente optimista del futuro (un futuro, eso sí, liderado siempre por USA). Quizá por eso sus novelas rara vez se adentran en los problemas reales de la humanidad, y cuando lo hacen es desde la óptica radical, y simplista, del autor. Además, Heinlein no cuenta con una galería demasiado amplia de personajes; de hecho, suele manejar una serie de estereotipos que, con diferentes nombres, se repiten de novela en novela. Todas estas críticas son ciertas. Pero, con todo, no se puede echar a Heinlein a la basura, porque no es ni mucho menos un autor desdeñable.
Cuando yo era un preadolescente de trece o catorce años, me encantaba Heinlein. Adoraba novelas suyas como Jones, el hombre estelar (1953), La hora de las estrellas (1956), La bestia estelar (1954) o Ciudadano de la galaxia (1957), lo cual no es de extrañar, porque, aunque yo entonces no lo sabía, eran novelas destinadas al público juvenil (hay quien sostiene que las mejores novelas de Heinlein son precisamente las juveniles). En cualquier caso, también me gustaban a rabiar sus novelas para adultos, como Amos de títeres (1951), El hombre que vendió la Luna (1950) o la fascistoide El día de pasado mañana (Sixth Column, 1949), que entonces me parecía simplemente un divertidísimo relato de aventuras científicas. Y es que Heinlein era un autor increíblemente ameno, no puede negarse.
Luego, siendo ya un jovenzuelo, leí Tropas del espacio y Los dominios de Farnham, y mi amor por Heinlein comenzó a flaquear. Su ideología, demasiado radical y contraria a la mía, impregnaba demasiado el espíritu de sus obras. Entonces, inesperadamente, Heinlein publicó una novela que parecía darle la vuelta a su doctrina: Forastero en tierra extraña (1961). Esta novela, que sintonizó al instante con el incipiente movimiento contracultural estadounidense, narra la llegada a la Tierra de un humano nacido en Marte y criado por los marcianos, su controvertido periplo entre los humanos normales y su posterior conversión en líder de una secta. Recuerdo que esta obra, prohibida en España durante el franquismo, me gustó mucho en su momento; no obstante, y aunque no la he vuelto a leer, con el tiempo he llegado a la conclusión de que se trataba de un texto más aparente que auténtico, y sobre todo demasiado ambiguo. En 1966, Heinlein publicó La Luna es una cruel amante -quizá su novela más valorada entre los aficionados yanquis-, que narra la independencia de la Luna como metáfora de la revolución norteamericana. En fin, una novela patriotera y, en mi opinión, bastante aburrida. A partir de los 70, las novelas de Heinlein se vuelven más audaces, pero sólo en un aspecto: el sexual. Y tampoco muy audaces, porque sus descripciones son más bien timoratas; no obstante, el protagonista de (creo) Tiempo para amar (1973) viaja en el tiempo y se folla, a sabiendas, a su madre (lo que sin duda dice algo acerca del autor, aunque, aparte de un edipazo de tomo y lomo, no sé exactamente qué). En fin, sus novelas se vuelven más sexualmente “audaces”, pero también más y más aburridas. A partir de los 80, Heinlein parece olvidar sus habilidades narrativas y convierte sus novelas en largos y pesados textos discursivos que no son más que pretextos para ofrecer su peculiar visión del mundo. “El tipo que lo sabe todo” toma el timón y, aunque su ideología ya no es tan radical como antes (pero sí mucho más confusa), sigue siendo un pesado. De modo que dejé de leer a Heinlein. Tampoco me perdí mucho, porque lo mejor de su obra (luego veremos qué es) ya lo había leído.
Entonces, ¿qué tiene de bueno Heinlein? Pues bastantes cosas, aunque parezca mentira. Lo primero de todo, que era un excelente narrador, en el sentido más básico de la palabra. Heinlein narra con una soltura envidiable, haciendo que el lector se deslice por el texto con toda facilidad, obligándole a leer incluso aquello que no le interesa. Maneja con gran habilidad el ritmo y la elipsis, es parco, pero preciso, en las descripciones, y es un buen dialoguista (salvo cuando habla “el tipo que lo sabe todo”). En más de una ocasión se le ha acusado de poseer una prosa plana e impersonal, pero esto es falso. De hecho, la prosa de Heinlein es una de las más personales de la cf yanqui, y si bien es cierto que no maneja muchos recursos, también es verdad que los que emplea son usados con bastante maestría. Cuando al principio decía que Heinlein se hallaba en la estela de algún clásico norteamericano, me refería concretamente a Mark Twain, ecos de cuya prosa, y salvando las distancias, pueden rastrearse fácilmente en el estilo de Heinlein.
Además de esto, Heinlein fue uno de los autores que más contribuyeron a sacar la cf de las cavernas del pulp, dándole un tono más adulto y serio. Eso por no hablar de sus aportaciones temáticas e incluso técnicas, como ese famoso “la puerta se dilató”. Pero, a mi modo de ver, lo que realmente le convierte en un autor estimable son sus relatos cortos. Heinlein era mucho mejor cuentista que novelista, quizá porque las distancias breves le obligaban a obviar sus peores tics y a dejar algo de lado sus obsesiones ideológicas. Sea como fuere, Heinlein nos ha proporcionado algunos de los mejores cuentos de cf, como Por sus propios medios (1941), Las carreteras deben rodar (1940), o el turbador Todos vosotros, zombies (1959)
En fin, ¿por qué estoy hablando de Robert A. Heinlein? Pues por dos motivos: en primer lugar, porque este año se cumple el centenario de su nacimiento, y en segundo lugar porque hace poco leí El granjero de las estrellas (La Factoría de Ideas, 2007), una novela juvenil que Heinlein publicó en 1950 y que permanecía inédita en castellano.
Y no me extraña que permaneciera inédita, porque es una novela malísima. A grandes rasgos, cuenta la terraformación y colonización de Ganímedes en clave similar a la colonización del Oeste USA, pero sin indios. Y eso, así, a grandes rasgos, es prácticamente todo lo que cuenta, porque apenas hay argumento. En ocasiones, el texto parece un manual de divulgación científica; en otros momentos adopta la forma de entusiasta tesis sobre el darwinismo social; y entre tanto, los personajes, unos adolescentes que parecen salidos de un sueño de pipa de Norman Rockwell, navegan sin rumbo ni consistencia. Es, sin duda, la peor novela de Heinlein que he leído.
Pero la leí, amigos míos, la leí, pese a que al cabo de veinte páginas ya me había dado cuenta de que era una castaña infumable. La leí porque Heinlein es tan buen narrador que consigue que no te cueste mucho leer sus bodrios; pero sobre todo la leí por pura nostalgia, porque mientras reproducía en mi mente, después de tanto tiempo, la peculiar prosa de Heinlein, recuperaba parte del sabor de mis trece o catorce años...
Ay, que chunga es la añoranza. Bueno, amigos míos, quisiera antes de despedirme recomendar algo de Mr. Heinlein. Por supuesto, los relatos cortos; eso ya lo he dicho. Recuerdo con mucho cariño sus novelas juveniles –en particular La bestia estelar-, pero las leí hace tanto tiempo que no me atrevo a decir nada acerca de ellas. Podría recomendar Estrella doble (1956), una versión en clave futurista de El prisionero de Zenda, o Amos de títeres, un simpático thriller de invasiones alienígenas, o la ya comentada Forastero en tierra extraña... pero no, no voy a recomendaros nada de eso.
En mi opinión, la mejor novela de Heinlein es Puerta al verano (1956). Me apresuro a aclarar que se trata de un relato sin la menor pretensión, una intranscendente aventura de viajes en el tiempo... pero absolutamente deliciosa. Es como si Heinlein, al escribir este título, hubiera dejado de lado todos sus defectos quedándose sólo con lo mejor de su talento. Además, la metáfora que da título a la novela –y que está relacionada con un gato- siempre me ha parecido singularmente sugestiva.
¿Qué más puedo decir de Heinlein? Creo que, pese a tenerlo todo tan aparentemente claro (era “el tipo que lo sabe todo”, no lo olvidemos), fue desplazándose con el tiempo hacia una ideología cada vez más confusa. Digamos que era demasiado brillante para ser un radical y demasiado radical para ser brillante. Su pensamiento evolucionó con el paso de los años, es cierto, aunque resulta difícil determinar hacia dónde, pero siempre fue un ultraconservador, un halcón. No obstante, también era una persona contradictoria. La derecha dura norteamericana ha sido y es muy religiosa, pero Heinlein –contumaz racionalista al fin y al cabo- se declaraba agnóstico. Así que, como cierre, permitidme reproducir un par de frases suyas al respecto: “Las prostitutas desempeñan la misma función que los curas, sólo que muchísimo mejor”. “La teología nunca ha sido de gran ayuda; es como buscar, a medianoche y en un sótano oscuro, a un gato negro que no está ahí”.
Esto es todo, amigos; Auf Wiedersehen.
No había oido hablar de él hasta ahora
ResponderEliminarUna de las figurs más polémicas de la ciencia ficción. Es suficiente con citarlo en cualquier foro del género para que se monte una buena discusión sobre si Heinlein era facha o no. "La luna es una cruel amante" es, sobre todo, un descarnado ejercício de cinismo político. Te recomiendo que la releas, César, porque igual encuentras cosas buenas, o, al menos, curiosas. Recuerdo un párrafo en el que los nacionalistas de la Luna están reunidos para organizar la revuelta. El protagonista dice algo así como: "Lo malo del alcaide es que no era un mal tipo, así que íbamos a tener que esforzarnos mucho para convertirlo en un tipo odioso para los lunarianos".
ResponderEliminarLos lunarianos no eran patriotas, la Luna es una cárcel, y ninguno de sus habitantes sentía el mínimo cariño por ella. El viejo (el típico personaje sabelotodo del que hablas) empieza a diseñar con un descaro impresionante todos los artificios para meter el nacionalismo y el patriotismo en la mente de sus conciudadanos. Y esto lo hacen fríamente, sobre un tablero de diseño, desde la bandera hasta el himno de la Luna.
No he leído a Heinlein. De hecho no sabría por donde empezar. He oído tanto sobre él que lo he dejado siempre de lado.
ResponderEliminarSiempre me ha sorprendido el hecho de que releído ahora Heinlein tenga ese tufillo militarista y reaccionario que no supe descubrir en la primera lectura. Al leer tu excelente blog sobre él se me hizo la luz: Descubrí a H. en los finales de los cincuenta o a principios de los sesenta. ¿Algun viejo dinosaurio como yo recuerda la época? Pleno franquismo, con el General en sus mejores momentos. Pues bien, con ese paisaje de fondo, el derechismo de H. pasaba totalmente inadvertido. Incluso resultaba confortablemente progresista. Qué cosas, Señor, qué cosas.
ResponderEliminarPor lo demás, muchas gracias al viejo Robert A. por muchos y muchos ratos de amena lectura que no quiero estropear con inoportunas y más sabias relecturas.
"El tipo que lo sabe todo" adquirió en un momento dado nombres y apellidos: Lazarus Long, el inmortal. Dan ganas de estrangularlo, a Lazarus.
ResponderEliminarLo que pasa con Heinlein, a mi juicio, es que era un ultraliberal, esa especie animal situada por los demás a la derecha de Gengis Kan pero que se considera a sí misma rebelde, individualista, de lo más guay y opuesta a la tiranía del estado.
Con respecto a "Tropas del espacio", leí no hace mucho una curiosa anécdota según la cual hubo una persona que dejó de ser racista leyendo esa novela, al darse cuenta de que el protagonista era filipino y sin embargo capaz de estar a la altura de los excelsos valores militares y ciudadanos que propugnaba Heinlein.
Yo creo que los conceptos facha o liberal norteamericanos no son exactamente trasladables a Europa. La idea del colono que tiene que sobrevivir solo, disponer de armas para defender a su famila, y que desconfía de los Estados fuertes y opresores. es el alma de la derecha de los USA. Lo que realmente está detrás de dos de sus novelas más militaristas, "Tropas del Espacio" y "La Luna es una cruel amante", no el ensalzamiento de lo militar, sino del concepto TANSTAAFL, es decir: "Nadie regala almuerzos gratis". Si algo quieres, algo te cuesta, y no puedes esperar que venga un Estado a sacarte las castañas del fuego. La experiencia histórica de los norteamericanos es muy diferente a la Europea. Nosotros no teníamos grandes extendiones de territorio para perdernos, y el concepto de Estado diluído aquí venía ligado al feudalismo y la opresión por parte de pequeños señores de la guerra.
ResponderEliminarYepetta: "La bestia estelar" te gustaría mucho, creo; pero es muy difícil de encontrar. Prueba, si te apetece, con "Puerta al verano". Es deliciosa.
ResponderEliminarAnónimo de las 7:06: En efecto, Heinlein quizá sea el escritor de cf que más polémica suscita. En cuanto a "La Luna es una cruel amante", es cierto, la leí hace muchísimo tiempo.
Mazarbul: Prueba con "Puerta al verano".
Big Brother: Tienes razón; para viejos dinosaurios como nosotros (pero tú más), es mejor recordar a Heinlein que buscarle las vueltas.
Abuelo Igor: Es cierto; Lazarus Long es absolutamente estrangulable. También es verdad lo que dices sobre los ultraliberales yanquis: para muchos son unos reaccionarios de cuidado, pero ellos se ven a sí mismos como revolucionarios.
Anónimo de las 7:35: estoy básicamente de acuerdo con tu comentario sobre los conservadores yanquis. Su estilo es distinto al europeo, pero el fondo... bueno, es prácticamente el mismo.
Como siempre, desde Europa nunca se comprende a Heinlein. Debe dar pereza profundizar en su pensamiento teniendo en cuenta su biografía y su tiempo. Ni fascista, ni racista, ni machista... todo lo contrario de las tres cosas... y nadie sabe verlo. Uno de los mayores defensores de la libertad del siglo XX siempre maltratado. Que triste.
ResponderEliminarAhora me entero yo que defender la libertad del individuo es ser fascista.
ResponderEliminarNo será que tú eres socialista y ves a todo lo que no vaya con tu onda cómo fascista?
Joselib: Yo no he dicho que Heinlein fuera fascista, sino que una de sus obras es una utopía fascista. Que es muy distinto.
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