Creo que mi relación sentimental con el Tíbet comenzó con un tebeo y una película. El tebeo, como no podía ser de otra forma, era Tintin en el Tíbet, una de las obras maestras de Herge, y la película Horizontes perdidos de Frank Capra, donde Ronald Colman y Jane Wyatt viajan a Shangri-La. Poco después, cuando yo tenía unos doce años, mi amigo José Mari me recomendó que leyera El tercer ojo, la supuesta autobiografía de un supuesto lama llamado Lobsang Rampa. Oh, santo Buda del séptimo chakra, cómo me maravilló ese libro, cómo estimuló mi fantasía infantil haciéndome soñar con exóticos monasterios en las montañas y con monjes vestidos de azafrán capaces de los mayores prodigios. El tercer ojo provocó en mí una fascinación por el budismo y el Tíbet que jamás me ha abandonado.
Años después, descubrí que Lobsang Rampa tenía de monje tibetano lo que yo de bailarín de claqué. En realidad, se trataba del súbdito británico Cyril Henry Hoskin, un escritor de tercera fila que jamás había pisado el Tíbet, pero que afirmaba con todo descaro ser la reencarnación del auténtico Rampa. También descubrí que gran parte de lo que contaba El tercer ojo era una sarta de mentiras que nada tenían que ver con la tradición Tibetana. Pero eso no me decepcionó, porque mi fijación con el Tíbet me había conducido a libros más serios y fiables sobre el tema, como los de Alexandra David-Néel, Michel Peissel o Heinrich Harrer. También me interesé por el budismo, una religión ateísta dotada de un corpus filosófico tan complejo como interesante.
Es decir, seguía fascinado por el Tíbet, pero de una forma diferente. Cuando era niño, me interesaban los aspectos fantásticos del tema, los supuestos prodigios sobrenaturales de los lamas, el yeti, los misterios herméticos... Luego dejé de creer en todo eso, pero lo que quedaba después de despejar el grano de la paja era igual de fascinante o más. El Tíbet había sido una de las sociedades más aisladas del mundo, un inmenso país confinado por las montañas y cerrado en sí mismo cuya sociedad y cultura se había mantenido prácticamente inmutable desde la edad media, una especie de celacanto antropológico.
Si os fijáis, estoy hablando en pasado, porque en 1950 el ejército chino invadió el Tíbet y, nueve años más tarde, sofocó violentamente una rebelión (financiada, por cierto, por la CIA), provocando una masacre y el exilio del Dalai Lama y de miles de tibetanos. Durante la Revolución Cultural de Mao, se destruyeron centenares de monasterios budistas y se erosionó brutalmente la cultura tibetana. Más tarde, cuando la represión violenta menguó, el país invasor inició un plan sistemático de colonización del territorio tibetano por emigrantes chinos. La terminación en 2006 de la línea férrea que une Pekín con Lhasa no ha hecho más que acelerar ese proceso.
Es decir, dejando aparte las masacres y la sistemática violación de los derechos humanos, los gobernantes chinos llevan más de medio siglo destruyendo ese tesoro antropológico que es, o era, la cultura y el estilo de vida tibetano. Es más, están sustituyendo a la población tibetana por otra de origen chino. Hace un par de años, vi en TV un documental sobre Lhasa, la capital del Tíbet, y se me cayó el alma a los pies. Esa ciudad llena de horribles construcciones modernas no tenía nada que ver con la Lhasa que yo había recorrido en los libros. Sí, ahí seguían estando el Potala, el antiguo y descomunal palacio donde vivía el Dalai Lama, o el templo Jokhang, donde se guarda el sagrado Buda de oro de la princesa Chif-Zuent, pero todo lo demás era un espanto arquitectónico, una violación cultural, como el palacio de Carlos V en la Alhambra.
Hoy, el Tíbet vuelve a ser noticia por las protestas encabezadas por los lamas y por la represión del ejército chino. ¿Cuántos tibetanos han muerto desde que comenzaron los disturbios? Ni idea, nadie lo sabe en occidente. Pero lo que sí sabemos es que los Juegos Olímpicos de Pekín comenzarán el ocho de agosto de este año. ¡Viva el deporte!
Bueno, todas estas reflexiones están muy bien, pero vamos a intentar contemplar las cosas desde otro punto de vista. La versión romántica y New Age del Tíbet pre-chino describe a una sociedad profundamente espiritual, paternalmente guiada por los benévolos lamas y compuesta por felices campesinos y artesanos de vida pacífica, larga y tranquila. Es decir, algo así como Shangri-La. Pero esto no es ni mucho menos cierto.
Durante 300 años, el Tíbet estuvo dominado por el Imperio Mongol, hasta que en el siglo XVI. Altan Khan concedió la independencia al territorio, cediendo el gobierno al tercer Dalai Lama. Cien años más tarde, el quinto Dalai Lama fue nombrado Rey del Tíbet, iniciándose así una curiosa monarquía basada en las reencarnaciones.
E instaurándose, de paso, una férrea teocracia que nada tenía de espiritual. La inmensa mayor parte de las tierras fértiles pertenecían a los lamas, de modo que el estatus de la población era el vasallaje. Por otro lado, existía una aristocracia local de la cual surgían, qué curioso, los principales dignatarios religiosos y las más elevadas reencarnaciones. La presión del lamaísmo, su tremendo conservadurismo, su auto-aislamiento, mantuvo a la población sumida en la incultura y el atraso hasta épocas muy recientes. La vida del pueblo tibetano era durísima, no sólo por las ya de por sí duras condiciones del territorio, sino también por la carencia de medicina moderna, educación, higiene o alimentación adecuada (entre otras cosas, porque el lamaísmo prohibía a sus súbditos comer carne). Es decir, Tenzin Gyatso, el actual Dalai Lama, nos puede parecer muy cordial y simpático, un tipo bonachón que dice cosas muy espirituales, pero no debemos olvidar que representa a un régimen tan tiránico o más que el ejercido por China. Y, por otro lado, es innegable que los tibetanos viven mejor hoy que cuando los lamas ejercían su dictadura.
Lo cual, por supuesto, no justifica la invasión de China, ni la represión, ni las masacres, ni la destrucción del patrimonio cultural. Todo eso es horrible, como terrible es para la antropología la desaparición forzada de la cultura tradicional tibetana. Pero, desde un criterio humanista, el lamaísmo era una aberración que atentaba contra numerosos derechos fundamentales (igual que atenta China, me apresuro a aclarar). No, aquello no era Shangri-La, sino una tiranía religiosa, igual que hoy es otra clase de tiranía. Y entre medias estaba y está el sufrido pueblo tibetano, engañado, sojuzgado, oprimido por unos y por otros, masacrado, invadido, anulado... Como casi todos los pueblos pobres, supongo.
Y es que, amigos míos, los lugares exóticos son maravillosos para leer sobre ellos y extraordinarios para visitar, pero terribles para vivir.
¡Bien dicho! Me acuerdo cuando los americanos convirtieron a los talibanes en nobles guerreros que luchaban por la libertad contra los rusos. Hasta Rambo se fue a Afganistán para echarles una mano.
ResponderEliminarUna teocracia siempre es el lado oscuro.
Juanmi.
Yo me pregunto qué interés puede tener para China el Tibet. ¿Hay riquezas?.
ResponderEliminarMazarbul
Muy interesante, como siempre, César.
ResponderEliminarPero eso: Sangri-La, siempre será Sangri-La.
Sniff.
No te lo vas a creer, pero el otro día tuve un deseo que apacigué a duras penas y que consistía básicamante en hacer un alegato en defensa de los tibetanos y a continuación incluirlo, viniera a cuento o no, en todos los blogs que conozco, como mosca cojonera. Tu blog era el primero en ser invadido por mi escaramuza, claro. Naturalmente, dada mi condición de vago que supera a la de persona sensible y solidaria con el sufrimiento ajeno, no llegué a hacer el manifieso pero ya que lo has hacho tú me apunto sin pestañear. Es una verguenza que Euopa de la espalda a la flagrante conculcación de los derechos humanos en china, sencillamente porque las relaciones comerciales, prometedoras, pesan más que ninguna otra. Tan solo Francia ha hecho un tímido gesto y mayor aún Alemania. Moratinos ha dejado bien claro que España no tiene nada que decir en este asunto de chinos. USA ha levantado una ceja en tono reprobatorio pero no ha pasado a mayores. Yo por mi parte, no pienso ver ni un solo segundo de esos juegos comprados por China para dar al mundo la imagen que quiere mostrar.
ResponderEliminarSeguiré el camino del medio, mientras me tomo un bol de tsampa.
y vale, se me olvidaba añadir, el lamaismo era una mierda. Sadam Hussein era otra mierda, y eso no justifica que alguien la cambie por otra más gorda.
ResponderEliminarHombre, es la primera vez que veo que alguien se atreve a contar el "sí, pero..." de los lamas del Tibet. Hace ya bastantes años sacaron un reportaje sobre ello en Interviu, y la verdad es que era lamentable. Con lo que tampoco quiero ponerme del lado de los chinos, conste.
ResponderEliminarClaro, el problema de siempre: el que unos cabronazos invadan el territorio controlado férreamente por otros cabronazos, ¿convierte en menos cabronazos a los segundos?
ResponderEliminarEl texto es muy interesante, y participo de la opinión general de los comentarios: es la primera vez que leo, de una manera tan clara, que en el Tibet no todo eran "oooooms" y aperturas de chakras cuando los chinos lo invadieron. Estoy por reenviarlo la próxima vez que me pasen la cadena de firmas en favor de la liberación del Tibet.
Qué cosas; toda la parte de Lobsang Rampa la podría suscribir tal cual. (Lo de Tintín, no; nunca he tragado al rubiales.)
ResponderEliminarEl interés que suscita todo lo que está haciendo china con los tibetanos, a pesar de que ya van varios muertos y se sabe que no se respetan los derechos humanos y la prensa ha sido expulsada, es comparable al interés que despierta en la sociedad los efectos de la ingesta de escaramujos por las cabras somalies, pongo por caso. Lo que no me imaginaba es hasta qué punto esa falta de interés es notoria incluso en ámbitos y lugares donde se supone que hay gente culta y preparada para el análisis de lo que venga. Hasta de absudas series numéricas.
ResponderEliminarMuy bueno lo del extintor de ayer sobre la antorcha olímpica.
Me parece adecuado que los tibetanos aprovechen el escaparate de los Juegos para que la opinión mundial vea por fin su problema. Joder, son 50 años. Sin embargo, el boicot hacia China debería ser por su falta de ética, por la ausencia de derechos humanos y civiles.
ResponderEliminarEn cuanto al Tíbet, qué frase tan adecuada la tuya: "los lugares exóticos son maravillosos para leer sobre ellos y extraordinarios para visitar, pero terribles para vivir". Yo también sigo viendo este lugar desde la óptica de Tintín y, como leí Horizontes Perdidos de pequeño, ubico Shangri-La allí arriba.
Enhorabuena. Interesante textos.
Un saludo.