A veces, lo reconozco, siento la tentación de calzarme un uniforme de las SS y ponerme a quemar libros (también me entran ganas de invadir Polonia, pero eso es otra cuestión). Sí, sí, sí, una buena hoguera formada por cientos, miles de tomos, una falla de papel impreso, me parece en ocasiones el destino ideal para mi biblioteca. Y, entre todos esos libros que me gustaría ver ardiendo figuran, en primer lugar, los que he escrito yo. Ah, santo dios de los ágrafos, cómo me gustaría ser Guy Montag (el bombero pirómano de Fahrenheit 451).
Siendo éste un blog, como ocurre en otros blogs hermanos, donde los libros se consideran objetos sagrados, como si en vez de pasta de papel sus hojas estuvieran hechos con pasta de hostias consagradas, y siendo como soy escritor, supongo que suena extraña tanta belicosidad contra la producción editorial, pero es que, amigos míos, hay amores que matan. Permitidme explicároslo.
En mi casa almaceno aproximadamente 15.000 libros. Tan solo en mi despacho, que es una estancia más bien reducida, tengo cerca de 4.000. Es decir, vivo rodeado de libros; y, por lo general, me gusta. Pero no siempre. Veréis, si me dijeran que tengo que abandonar mi casa llevándome sólo los objetos que aprecio profundamente, creo que podría meterlos todos en una caja no muy grande y todavía sobraría sitio. Descontando, claro, los libros, porque para llevármelos necesitaría docenas de cajones. ¿Sabéis cuánto pesan 15.000 libros? Yo tampoco, pero realizando un cálculo conservador, conjeturo que deben de pesar entre siete y ocho toneladas. Eso por no mencionar los metros cúbicos que ocupan (no lo menciono porque no tengo ni puta idea de cómo calcularlo).
Cuando realizo cálculos como éste, me invade una gran fatiga; de pronto, me imagino a mí mismo como un patético penitente que va arrastrando por la vida una enorme saca con ocho toneladas de libros dentro. Y me siento atrapado, agobiado, harto de esa grasa sobrante que son mis libros. Entonces empiezo a pensar en lo agradable que sería rociarlos de gasolina y prenderles fuego. Sería una liberación. Pero no lo hago, claro; entre otras cosas, porque, aparte de los libros, quemaría mi casa y quizá a mi familia. Bueno, es cierto, podría llevarlos a un descampado e incinerarlos allí, pero ¿sabéis lo que es trasladar ocho toneladas de libros? Yo sí, lo hice una vez y me juré a mi mismo no volver a hacerlo nunca, ni siquiera para convertirlos en justo pasto de las llamas.
En fin, tampoco quiero dar una falsa impresión de mí mismo: por lo general, estoy muy a gusto con mis libros; me encanta estar rodeado de ellos y, en ocasiones, incluso los leo. A decir verdad, la piromanía biblofóbica sólo se apodera de mí en las siguientes ocasiones: 1. Cuando tengo que trasladar libros, como por ejemplo en el caso de una mudanza. 2. Cuando constato por enésima vez que ya no me caben más libros. 3. Cuando me pongo a arreglar las librerías para ver si consigo que quepan más libros de lo que físicamente es posible. 4. Cuando busco un libro en concreto y no lo encuentro. 5. Cuando descubro que he comprado el mismo libro dos veces. 6. Cuando, intentando coger un libro situado en una balda alta, consigo que un montón de dolorosos volúmenes caigan encima de mi dura, pero no invulnerable, cabezota. 7. Cuando los libros se desplazan súbita y espontáneamente en el espacio-tiempo.
Supongo que los seis primeros puntos no necesitan explicación, pero imagino que el séptimo requiere un comentario aclaratorio. Para ello, nada mejor que un ejemplo. Hace años, estaba yo trabajando en mi despacho cuando me entraron unas tremendas ganas de hacer de vientre, como decía mi abuela, o de realizar el tránsito intestinal, como dicen Danone y José Coronado. Dado que uno de los mejores lugares del mundo para dedicarse a la lectura es sentadito en la taza del váter, cogí el libro que estaba leyendo y me lo llevé al cuarto de baño. Hice lo que tenía que hacer, leí unos minutitos más, salí del baño y regresé al despacho. Pero, cuando llegué allí, el libro ya no estaba, había desaparecido. Lo busqué en el WC, en el despacho, en el pasillo, por toda la casa, y nada, el libro se había esfumado. Pero, ¿cómo era posible? Yo había tenido el libro en mis manos todo el tiempo, era absurdo que se hubiese perdido... Pues bien, apareció al día siguiente; estaba dentro de la nevera.
Este suceso sólo tiene dos explicaciones posibles. La primera es que, después de salir del cuarto de baño, en vez de ir directo al despacho, pasé por la cocina, abrí la nevera para beber algo, dejé el libro en una balda del frigorífico y luego me olvidé por completo de todo el episodio. La segunda consiste en que, al regresar por el pasillo con el libro, pasé cerca de una distorsión espacio-temporal (¿quizá un micro-agujero de gusano?) que absorbió mi libro y lo precipitó instantáneamente al interior de la nevera. Sin lugar a dudas, la explicación más razonable es la segunda.
Bueno, amigos míos, ha vuelto a suceder. El otro día, hará cosa de un mes, compré en el Hipercor un libro sobre la Santa Alianza. Lo necesitaba, y necesito, como documentación para la novela que estoy escribiendo, así que me puse muy contento al encontrarlo. En fin, el caso es que lo compré, fui a casa y lo dejé en una balda situada a la derecha de mi escritorio, donde está la documentación que manejo en cada momento. Hasta ahí, todo correcto. Pero el lunes pasado se me ocurrió buscarlo para consultar una cosa y... sí, ya no estaba allí. Desde entonces, lo he buscado por todas partes (también en la nevera) y nada, no está. Pero es absurdo; desde que lo dejé en su baldita no lo he vuelto a coger, ni siquiera le he dedicado un segundo de mis pensamientos. Entonces, ¿por qué no está? Pues evidentemente porque la puñetera distorsión espacio-temporal lo ha absorbido y vete tú a saber dónde habrá ido a parar. Puede que esté en Ganímedes, o en Alpha Centauri, o en una dimensión paralela, no lo sé; lo único seguro es que estará en el sitio más recóndito e inaccesible, el que más me toque las narices.
Hace un par de años me sucedió algo parecido. Compré un tratado de caligrafía como documentación para una novela, y desapareció. Lo busqué como un loco, y nada, no estaba, se lo había tragado la singularidad. Así que me compré otro tratado de caligrafía. ¿Y qué paso? Que nada más comprarlo, apareció el tratado perdido, ahí, detrás de unos libros, en un lugar donde yo jamás lo puse. Y me encontré con dos libros iguales. Porque la distorsión espacio-temporal de la que estamos hablando no solo tiene un peculiar sentido del humor, sino además mucha mala leche.
Así pues –y me dirijo sobre todo a ti, maldita singularidad-, no pienso volver a comprar el libro. Buscaré la información en otra parte y, si no la encuentro, me la inventaré; lo que sea, cualquier cosa antes de permitir que un estúpido agujero de gusano tocapelotas se cachondee de mí.
Y algún día, sí, reuniré el valor suficiente, compraré una lata de gasolina y mis libros arderán en una pira ilustrada que iluminará el mundo con un mensaje: desconfía de los libros, son pesados, polvorientos, volubles y, en cuanto les quitas el ojo de encima, desaparecen. Ese día, cuando mis libros sean pasto de las llamas, habré roto las cadenas que me esclavizaban y seré el Espartaco de los iletrados.
Así que hacedme caso, amigos míos, y quemad vuestro libros. No son de fiar.
De lo más ilustrativa-disfrutable la entrada, César.
ResponderEliminarLo que no es de fiar es esa singularidad cúantica que tienes en tu casa. Confieso que alguna vez tambien me ha pasado algo por el estilo, aunque nunca ha aparecido un libro en el frigorífico. En el microondas sí, "mirusté".
ResponderEliminarMaldito acento cuántico que aparece donde no debe. Juro que lo puse en la a
ResponderEliminar¿Y nos has pensado en la posibilidad de que lo que el dichoso gusanito ha hecho es trasladarte a tí a un universo paralelo en el que nunca compraste ese libro?
ResponderEliminarEs que hay que explicártelo todo.
Hola César, es la primera vez que publico un comentario aquí, así que sobre todo gracias por los buenos ratos.
ResponderEliminarBueno, el caso es que hace dos años me fui de casa de mis padres dejando con mucha pena una muy querida colección de libros que se hubiesen merendado mi pequeñísimo piso. sólo me llevé la “pila” de no leídos. Y sí, los deje con pena pero no tarde ni un día en alegrarme, crees que vas a perder una parte de ti y en realidad la ganas. Da mucha paz una estantería vacía.
¿No has pensado en que estas misteriosas desapariciones podrían no suceder por azar? Puede que tu nueva novela no necesite tanto de este ejemplar caprichosamente perdido. Puede que la trama cuántica te esté mandando una señal. Así es como se comunican...
ResponderEliminarj
Intrigado me ha dejado. ¿De qué
ResponderEliminartrata ese nuevo libro en el que está trabajando?
Yo todavía no los quemo que tengo pocos. Puedes montar un tenderete en la cuesta moyano, yo te prometo que unos cuantos te quito de encima,jeje.
ResponderEliminarsaludos
Esa singularidad cuántica existe en casi todos los hogares. Pero en cada uno de ellos tiene un apetito diferente.
ResponderEliminarLa tuya traga libros. La mía siente una atracción especial por los calcetines.
Mis pobres calcetines desparejados viven una triste existencia hasta que el agujero negro decide escupirlos de nuevo.
¡¡Pero me habeis proporcionado la pista definitiva!! nunca había imaginado que la salida de la singularidad se encontrase en la nevera o el microondas. (Ahora mismo voy a buscar allí mis calcetines... Puede que en el cajón del congelador de abajo -el que lo abro tan poco- esté plagado de calcetines...)
He mirado por mi casa pero no lo he visto, lo siento, tío. Pero he encontrado unos calcetines que no son míos...
ResponderEliminarLa nevera es uno de los destinos preferidos de los agujeros, la de veces que he encontrado el mando a distancia de la tele allí :)
ResponderEliminarRespecto a "Eso por no mencionar los metros cúbicos que ocupan (no lo menciono porque no tengo ni puta idea de cómo calcularlo)".
ResponderEliminarSegún los valores citados aquí estimemos una densidad media de tu biblioteca en 0,7 gr/cc, por lo que 8 toneladas serían unos 11,43 m3.
Como me parece poco para 15000 volúmenes, me temo que tu cálculo fue en extremo conservador. Yo diría que es al menos el doble.
Siento las malas noticias. Me solidarizo contigo. Por si te sirve de consuelo mi biblioteca es bastante más reducida y sin embargo comparto tus mismos problemas.
Mi mujer anda como loca esperando que eso del libro electrónico funcione bien para regalármelo y ver como el espacio que ocupan los libros se reduce considerablemente. Sí, ya se que el papel posee ese no-sé-qué-qué-sé-yo, pero si lo miras de modo práctico mi Sra. esposa tiene más razón que una santa. Piénsalo, 15000 libros a 5grs. cada uno sale un total de 75 kgrs., y del espacio ya ni digo nada. :)
ResponderEliminarO Pepe Carvalho.
ResponderEliminarCésar, si algún día te mudas, pégame un toque; yo te echo una mano encantado.
ResponderEliminar;-)
Anónima, ¿podrías darme una descripción detallada de los calcetines desaparecidos? Tal vez concuerden con los que a mí me sobran en cada colada, o viceversa.
.-)
¿Y no has pensado en hacer book-crossing, César?
ResponderEliminarMi biblioteca es apenas un armario grande, pero no crece porque yo todos los años hago limpieza de libros. Asumo que, aparte de los libros intocables que tienen un importante valor sentimental para mí, hay muchos que no volveré a leer durante los próximos años o que alguien necesitará leer para encontrarle el sentido a su vida, o qué sé. Que no se pueden quedar en "manos muertas". También están los libros inútiles que alguien me regaló desacertadamente o que me compré en un subidón y luego son decepcionantes. Así que llevo una gran caja de libros para donar a la biblioteca cada dos años.
Comparte tu riqueza cultural. xD
Hay gente que, incomprensiblemente, presta libros. Pero hay gente que, más incomprensiblemente todavía, los devuelve a sus dueños.
ResponderEliminarEl mundo está lleno de cosas incomprensibles.
No obstante, lo de intentar explicar todo esto en base a "agujeros espacio-temporales" es una horrible majadería paracientífica. La VERDAD es la que ya conocían nuestros antepasados y que vosotros, herejes vasallotecnológicos, pretendéis soslayar: la verdad es que existen duendes domésticos que encuentran un perverso placer en vernos dar vueltas con cara de idiotas, mirando una y otra vez la mesa vacía en donde hemos dejado el objeto desaparecido (libros, llaves, mechero cuando fumaba, mando a distancia...). Estos duendes se refocilan en nuestra estupidez, para ellos no hay mayor placer que vernos pasar la mano con cara de incredulidad por donde debería estar el objeto perdido y no está. Se descojonan. Si en una de estas os paráis a escuchar con atención, con los oídos de la imaginación, podréis oírlos levemente.
Son unos cabrones, pero estoy preparando una trampa para cazarlos.
La putada es que no sé dónde he puesto los planos.
Saludos.
Yo de mayor quiero ser adistrador de duendes :-)
ResponderEliminar15.000 libros son tela de libros!!!! echa un cálculo de cuÁntos no te has leÍdo en años y lustros..
ResponderEliminarYo me he comprado un libro electrónico, y la verdad, aq aún no son una maravilla, es un gustazo, y no echo de menos el papel. Vamos, que si tu próxima novela la vendes a mitad de precio en formato rtf o pdf, me la descargo (piénsalo: sin comisiones, ni agentes, todo para el autor). Podrías incluso intentarlo con alguna novela antigua que esté descatalogada.
por cierto, en el anterior blog del hiyab, me disculpo, malinterpreté tus palabras.
MAZARBUL
A mi me pasó algo parecido pero con una croqueta. La dejé en un plato sobre la mesa, fui al baño y cuando volví estaba en la encimera. Al menos tuvo el detallazo de no desaparecer, solamente cambió de lugar. Supongo que la encimera proporciona unas vistas infinitamente mejores que la mesita. Entiendo que exista esta ambición en la vida de una croqueta. Pero todo esto no es nada gracioso. Es verdaderamente trágico, sobre todo porque si abandonas el recurso al agujero negro o bucle etc. solo te queda la triste conclusión de que te estás volviendo majareta.
ResponderEliminarBienvenido al club.
Besos
Me he sentido totalmente identificado con el asunto de los libros. La de tardes entretenidas que pasa uno buscando un libro en su biblioteca que sabe seguro que tiene pero que se va escondiendo para que no des con él. Qué ratos ¿eh?
ResponderEliminarSe me ocurre que ahora mismo voy a rebuscar en busca de ese libro sobre la Santa Alianza, por si acaso le ha dado por esconderse entre mis libros, aunque tal vez termine encontrando alguna otra cosa, pero no creo que encuentre calcetines, los míos también desaparecen lenta e inevitablemente.
Que blog tan interesante. debo decir que en un inicio pense que seria una perdida de tiempo, pero despues de leer tus post quede impactado con la calidad de los mismos. Solo espero que con el paso del tiempo sigas manteniendo la misma calidad, y sobretodo la misma pasion a la hora de escribir.
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