Aún no he decidido los libros que me voy a llevar; de hecho, sólo tengo claros tres títulos: Spin, de Robert Wilson (Ómicron, 2008); me la regaló Julián Díez por mi cumpleaños y, según asegura, es una de las mejores novelas de ciencia ficción de la última década. Hace siglos que no leo cf, así que le daré una oportunidad. La segunda novela es Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson (Destino, 2008). Según todas las críticas, se trata de un excelente y renovador thriller. El tercer libro es un ensayo, Universos paralelos, de Michio Kaku (Atalanta, 2008); lo estoy leyendo desde hace un mes y voy por la mitad, pero es que eso de la cosmología hay que tomárselo con calma. Supongo que me llevaré dos o tres libros más; nunca lo leo todo, pero me gusta tener dónde elegir.
Salgo mañana y regresaré el cuatro de agosto, justo cuando la mayor parte de vosotros inicie sus vacaciones, así que me temo que Babel será un lugar solitario el mes que viene. En cualquier caso, os deseo a todos que vuestras vacaciones estén llenas de estímulos, sorpresas y felicidad. Pero antes de despedirme, quiero ofreceros una pequeña curiosidad, sobre todo a aquellos que hayáis leído mi novela La Catedral. Como decía en una entrada anterior, durante el verano de 1999 fui con mi familia a recorrer la Bretaña francesa. Por aquel entonces, estaba escribiendo La Catedral, así que utilicé aquel viaje para documentarme. La novela, ambientada en el siglo XIII, comienza en Estella (Navarra), y cuenta cómo Telmo Yáñez, un joven aprendiz de cantero, debe abandonar esa localidad para dirigirse a Kerloc’h, un pueblo costero de Bretaña -que por aquel entonces era una de las regiones más remotas y aisladas de la cristiandad- con el propósito de participar en la construcción de una misteriosa catedral.
Pues bien, justo antes de salir de viaje escribí toda la parte del relato que se desarrolla en España. Conozco bien Estella y todo el camino hasta Roncesvalles, así que no tuve mayores problemas. No obstante, debía elegir un lugar en Bretaña donde ambientar el resto de la novela. Cogí un mapa y me puse a buscar. Decidí situar la novela en la península de Crozon, el punto más occidental de Francia, un lugar que, como el Finisterre español, fue punto de destino de peregrinaciones prehistóricas, un centro de culto pagano. Esto era importante, porque al final de la novela allí se celebraría un ritual pagano. Vale, en Crozon pues; pero ¿dónde exactamente? Se trata de una zona muy despoblada y quería un pueblo de origen bretón; el único que encontré fue Kerloc’h (“ker”, en bretón, significa “villa”; el 90% de los pueblos bretones comienzan por “ker”, para desesperación del viajero). En fin, Kerloc’h sonaba bien, pero sólo era un nombre en un mapa, puede que el terreno no fuese adecuado para la acción. Eso sólo lo sabría cuando lo viese.
Iniciamos el viaje, recorrimos la costa atlántica de Francia, nos adentramos en Bretaña, dejamos atrás Morbihan y, al cabo de unos días, llegamos a Finisterre, a la península de Crozon. Se trata de un parque natural, de modo que hay muy pocas construcciones por la zona. Recuerdo que, la primera vez, pasé de largo Kerloc’h; el pueblo es muy pequeño y está oculto por una arboleda. Tuve que retroceder y, sí, ahí estaban la playa y el pueblo de Kerloc’h. Además, el lugar era perfecto para ambientar la historia de Telmo Yáñez. Permitidme que reproduzca un fragmento de la novela, justo cuando Telmo y sus compañeros de viaje Eric, Gunnar y Loki, llegan a su destino:
“Era un bahía muy ancha que parecía estrechar entre sus brazos a un mar tranquilo e intensamente azul. A la izquierda, en la cima de unos acantilados, se alzaba una fortaleza muy antigua, con grandes muros de negro basalto. En lo alto de la torre ondeaba una bandera blanca con la roja silueta de un águila.
(...) Al pie de los acantilados había una playa de arena dorada que, conforme se extendía hacia la derecha, acababa convirtiéndose en un pedregal batido por las olas. A unos quinientos pasos de la orilla, en el otro extremo de la bahía, situado sobre la falda de una colina, se alzaba un poblado en el que reinaba una intensa actividad.
Al instante tuve la certeza de que aquel lugar era nuestro destino. Y lo supe porque, un poco más allá de la aldea, en una verde franja de tierra que penetraba en el mar encaramada sobre unos acantilados, se alzaba la construcción más extraordinaria que jamás he contemplado. Era un templo, una catedral. La catedral de Kerloc'h”.
Pues bien, estando en Crozon tomé unas fotos para documentarme. Éstas son dos de ellas:
Bueno, amigos míos, pues éste es el escenario de mi novela La Catedral. Ya sé que esto es una chorrada que no le interesa a nadie, pero me apetecía recordar aquel maravilloso viaje.
¡Felices vacaciones!