lunes, julio 7

Vacaciones

Para muchas personas, las vacaciones consisten en no hacer nada. Suelen veranear en el mismo lugar todos los años, por lo general en una localidad costera donde ya tienen su grupo de amigos y donde hacen siempre lo mismo: tomar el sol, bañarse en el mar o la piscina, echar la siesta, comer y cenar en chiringuitos... No digo que esté mal eso de no hacer nada y repetir ritos, incluso reconozco que tiene su punto, pero en mi caso sólo puedo hacerlo durante una semana como máximo. Al cabo de ese tiempo, comienzo a ponerme nervioso y siento la imperiosa necesidad de moverme, de irme, de hacer algo. Soy un culo inquieto, qué le vamos a hacer.

Supongo que eso se debe a mi educación. A mi padre le encantaba viajar; cuando yo era niño, solíamos veranear en Santander, pero no nos quedábamos quietos; por el contrario, hacíamos constantes excursiones, e incluso mini-viajes dentro del viaje. Otras veces realizábamos largos periplos, por el Sur, por la Cornisa Cantábrica, por Levante... Fuera de la temporada de vacaciones, mi padre salía los fines de semana para recorrer los alrededores de Madrid y aprovechaba los puentes para realizar salidas más largas. En fin, que mi padre era un culo inquieto y yo lo he heredado.

Sea por la razón que fuere, a mí la carencia de estímulos, en vez de relajarme, acaba poniéndome de los nervios. Veréis, la vida diaria suele consistir en la repetición de las mismas costumbres. Nos levantamos, trabajamos, comemos, volvemos a trabajar, vemos la tele, leemos, dormimos, y así una y otra vez, en un ambiente conocido rodeados por personas conocidas. Tan familiar nos resulta todo, que nuestro cerebro se adormece y dejamos de prestar atención a lo que nos rodea. Hay estímulos intelectuales, por supuesto; los podemos encontrar en el trabajo (con suerte), en la lectura, en el cine, en la buena conversación, pero la mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos en una especie de limbo nebuloso que a la larga acaba petrificando las neuronas.

Sin embargo, cuando se viaja a lugares desconocidos, todo lo que nos rodea está lleno de estímulos, porque todo es nuevo para nosotros. Y a mí me encanta esa sensación de descubrir cosas, de maravillarme con algo que desconocía, igual que disfruto con la inquietud previa al descubrimiento, con ese comecome que se siente al saber que al día siguiente vamos a ver algo maravilloso. Por eso, mis vacaciones ideales consisten en largos periplos en coche; y no sólo por las razones que he expuesto, sino también por las sorpresas “fuera de programa” que te encuentras. Por ejemplo, mi viaje de boda consistió en recorrer la costa mediterránea francesa y el norte de Italia hasta llegar a Venecia. Pues bien, una noche circulábamos Pepa y yo por la Haute Corniche buscando cierto pueblo para dormir, pero llovía, había niebla y no encontrábamos el pueblo ni de coña, así que decidimos parar en la primera población que viéramos. Que resultó ser La Turbie, donde nos hospedamos en el hotel Napoleón. Al día siguiente, cuando me desperté, abrí la ventana de la habitación y lo que vi me dejó boquiabierto: un precioso pueblecito típicamente francés presidido por las inmensas ruinas de un monumento romano, el Trofeo de los Alpes, erigido por Augusto para conmemorar su victoria sobre los ligures. Y yo ni siquiera sabía que existía.

He realizado largos periplos por Colombia, Venezuela y Costa Rica; he recorrido el sur de México por Chiapas, Campeche y Yucatán, y el centro-oeste de Estados Unidos visitando algunos de los asombrosos parques naturales de Arizona, Utha y California. También realicé, junto con mi familia, dos largos viajes por Francia. El segundo fue al Loira y a Normandía, una región con una arquitectura magnífica y una gastronomía espléndida, pero, sobre todo, un lugar donde la memoria de la Segunda Guerra Mundial está siempre presente. El primero fue a Bretaña, y creo que ha sido uno de los viajes más hermosos y estimulantes de mi vida. Recorrimos toda la costa atlántica, con una parada en La Rochelle, hasta llegar al golfo de Morbihan. Allí están los famosos alineamientos megalíticos de Carnac, pero en realidad toda la zona es una especie de Disneylandia megalítica; hay restos prehistóricos por doquier, no se puede dar un paso sin tropezar con un menhir, un túmulo o un dolmen. O todo a la vez. Es uno de los lugares más mágicos que he visitado. Luego, seguimos recorriendo la costa en dirección a Normandía, pasando por el Finisterre bretón. Se daban dos circunstancias en aquel viaje. La primera, que me estaba documentando para escribir mi novela La Catedral, así que para mí fue una mezcla de fantasía y realidad, pues tenía que imaginarme cómo sería aquel trayecto en la Edad Media. Por otro lado, años atrás había conseguido en la Cuesta de Moyano una guía de Bretaña editada en los años treinta, lo cual me permitía comprobar qué había cambiado y qué no.

Finalizamos el viaje en Mont Saint Michel, justo en la frontera entre Bretaña y Normandía, y esa fue la guinda del helado. Veréis, cuando era niño leí la historia de Saint Michel; creo que fue en un Miscelánea Juvenil, unos libros del Reader’s Digest que contenían artículos y relatos dirigidos a los chavales (Houdini, el rey de las esposas, Extraños moradores de la selva virgen, Cómo construir un sencillo aparato de radio, y cosas así). El caso es que me fascinó la historia de esa abadía, reconvertida varias veces, a lo largo del tiempo, en fortaleza y cárcel. Pero, sobre todo, me llamó la atención esas tremendas mareas que hacían desaparecer el mar y lo hacían volver más deprisa que un caballo al galope. Siempre, desde que de pequeño leí su historia, deseé visitar Saint Michel. Por eso, al final de nuestro viaje por Bretaña, cuando vi la abadía a lo lejos, experimenté una de las mayores impresiones estéticas de mi vida, algo así como el síndrome de Stendhal. San Michel está al final de una inmensa llanura, en un lecho marino igualmente llano; es el único promontorio que hay a la vista, de modo que puede distinguirse desde muchos kilómetros de distancia. Al principio sólo es un trazo vertical en el horizonte, luego, conforme te vas acercando, ves ese promontorio imposible sobre el que se encarama, fundiéndose con él, un edificio imposible con un pináculo imposible, en medio de un mar imposible. Se queda uno sin aliento.

La verdad es que me encanta Francia; no sólo tienen un extraordinario patrimonio cultural y artístico, sino que además lo han sabido conservar como nadie. Se come de maravilla, los hoteles son buenos y los franceses, salvo los parisinos, suelen ser personas amables y colaboradoras. Por eso, amigos míos, el próximo sábado mi mujer y yo nos vamos de vacaciones a realizar otro periplo gabacho, esta vez por el sur. Pasaremos una semana en el Languedoc, visitando los castillos cátaros y buscando el Grial, y luego otra semana en la Provenza (Aviñón, Arlés, Orange, La Camargue...). Finalmente, nos reuniremos con nuestros hijos en la Costa Brava, donde pasaremos una semana más, esta vez sí, tocándonos las narices a dos manos.

Así pues, queridos merodeadores, ésta es la penúltima entrada del mes. Entre el doce de julio y el cuatro de agosto, estaré desaparecido en combate. Como me muero de ganas de estrenar a tope la Nikon D300 que me regaló Pepa por mi cumpleaños, en agosto colgaré en Babel una selección de fotos del viaje.

(Coño, ahora que me doy cuenta, se puede dar la barrila con las fotos de vacaciones sin necesidad de invitar a cenar a las víctimas. A distancia, de forma digital. Eso es progreso, si señor).

Por cierto, ¿qué preferís vosotros, vacaciones relajadas o estimulantes?

17 comentarios:

  1. Pues una mezcla de ambas, pero las únicas que recuerdo son las estimulantes: los viajes, los descubrimientos.

    Precisamente, Nuria y yo hicimos nuestra luna de miel en coche y por la Bretaña. El recorrido fue inverso, empezando por Saint Michel y acabando por Morbihan. Eso sí, ¡cómo se come! Yo volví con unos tres kilitos de más, gracias a las crêpes de harina de sarraceno, y a las moulées frites de kilo.

    Oye, que si vas por la Costa Brava, no puedes dejar de visitar Calella de Palafrugell; y, en Calella, comer o cenar en La Bella Lola. Es de-li-cio-so, y el dueño, el Paco (pronúnciese Pacu) es uno de los mejores anfitriones en un restaurante. La variedad no es de cinco tenedores, pero la comida es cassolana.

    Y si vas por Calella, es posible que nos tropecemos por ahí, ya que Nuria está enamorada de esa población, cuyo casco antiguo aún mantiene gran parte de la estructura pesquera de principios de siglo (aunque acostumbren a veranear alemanes e ingleses con pasta, y burgueses de los que votan a CiU).

    ResponderEliminar
  2. Estimulantes, claro que sí. Pero de película, con su catamarán o su ala delta y su improvisación. Ojalá hubiera hecho uno de esos. Desgraciadamente, mis viajes hasta el momento han sido más... caseros. Y tampoco tengo el presupuesto de Lara Croft.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo8:52 a. m.

    Estimulantes. Siempre en movimiento. Viendo cosas conocidas o desconocidas.

    Hace ya la tira de años que anduvimos por la Bretaña y yo me acuerdo sobre todo de los americanos que andaban por las playas del desembarco de Normandía.

    Eran ex-combatientes, muchos de ellos muy "cascados", que volvían allí "de turistas". Estaban tan emocionados... Yo también. Sniff. Fue muy im-presionante.

    La Costa Brava, ¿eh? En esta época yo me alejaría precisamente de la Costa y me internaría en Girona. ;)

    ResponderEliminar
  4. Anónimo9:20 a. m.

    A mí me encanta Francia. Los franceses también tienen su leyenda negra que dice que son antipáticos, prepotentes, etc. Y no es verdad. No se puede generalizar en nada, claro, pero la sensación que tienes constantemente en Francia es de lo amable que es la gente. Menos en París, es verdad, pero hasta los franceses hablan mal de los parisinos; es lo que tiene una gran ciudad. Si vas a La Camargue, y pasas por Saintes Maries De La Mer, no te pierdas una pequeña iglesia gitana que hay en el pueblo. Diminuta y preciosa.

    ResponderEliminar
  5. Anónimo11:38 a. m.

    Jo,César,qué envidia me has dado.El verano pasado nosotros (mi marido y mi hijo de 13 años entonces) compramos una caravana de tercera mano y nos lanzamos a la aventura de conocer un poco Francia.Vivimos en Santander así que no nos costó mucho llegar.Precisamente,qué casualidad,esta mañana estuvimos mi marido y yo recordando La Rochelle,la isla de Re,fantástica,los mejillones y las ostras que nos zampamos,madre mía...
    Burdeos nos encantó también,y la zona de Pyla con sus dunas inmensas.
    Nuestro objetivo era París porque ninguno de los tres la conocíamos,pero estoy de acuerdo con vosotros,la gente de los pueblos es más amable y los campings son estupendos,los municipales baratos y todo son facilidades para viajar con caravana,no como aquí,que todo son dificultades y prohibiciones.
    Nos quedamos con ganas de volver y lo haremos,pero este verano tenemos pocos días y vamos a ir por Salamanca y algo de Portugal,también con la caravana,claro,es un vicio...
    Me ha gustado saber que aprovechaste el recorrido por Normandía para explorar el camino de Telmo.La catedral es una novela que mis alumnos leen con verdadero placer y nunca oí decir a ninguno que no le gustara.Y a los profesores que la leemos también,que ya es difícil coincidir muchas veces.
    Tienes en mí una de tus más fieles lectoras desde hace tiempo,aunque creo que nunca te he dejado un comentario.Para compensar,este tan largo.Un saludo.
    Aurora Boreal

    ResponderEliminar
  6. Anónimo11:43 a. m.

    Le Mont Saint Michel es uno de los lugares que más me ha impresionado. Tanto que ya lo he visitado 2 veces y no descarto visitarlo otras tantas.
    La primera vez que fui de pequeño, y aún recuerdo la fascinación de esperar que subiese la marea para que todo se cubriese de agua y sólo pudiésemos "escapar" por esa carretera a la que parecía que también la fuese a devorar la marea.
    Años después, de interrail, "obligué" a mis compañeros de viaje a visitarlo, a pesar de que se alejaba cientos de kilómetros de la ruta que más o menos teníamos establecida.
    Yo tiendo a ser culo inquieto en los viajes, mi chica termina odiando las señales de "Vista panorámica" que nos hacen desviarnos de continuo.
    Sólo me relajo en el pueblo, o dos de los siete días que tenga en un destino playero.
    Mirad Le Mont Saint Michel en Google Maps:
    http://maps.google.es/?ie=UTF8&ll=48.63583,-1.510749&spn=0.011968,0.026436&t=k&z=15
    Pasadlo bien todos durante las vacaciones (y después)

    ResponderEliminar
  7. Anónimo3:04 p. m.

    Yo creo que ambos tipos están bien según el momento :) Hace dos años, en el viaje de fin de curso del colegio fuimos a Roma, Florencia, Venecia, Verona y Milán y eso en seis días. Volví cansada pero muy feliz porque había visto un montón de cosas y ahora recuerdo el viaje con mucho cariño :)

    ResponderEliminar
  8. JE, cuando yo tenía la edad de Natalia, mas o menos, me colgaba una mochila cogía el autobus y me iba de marcha a Grazalema, San José del Valle o El Bosque, todos en la Sierra de Cádiz. Eso de Roma lo he tenido que vivir mucho mas tarde. Sin embargo mi hijo, que por cierto suspendió 3 en 2º de bachiller, este año ha realizado el mismo viaje que tú. Roma, Venecia etc. Que por cierto ya había hecho en marzo de 2007. Y es que los tiempos cambian. Una de mis vacaciones mas interesantes fue a Marruecos con un paseito en coche desde Ceuta visitando Larache, Tetuán, Tanger, Marraquesh, Fez y Casblanca. Vamos una visita de las que se hace en autobús pero a nuestro aire. Muy ilustrativo, si señor, sobre todo por la amabilidad de muchos marroquies y la mala leche de otros, por cierto.

    ResponderEliminar
  9. Anónimo9:43 p. m.

    Parece que la "culoinquietez" es cosa de familia. Yo he hecho casi los mismos viajes que César (y algunos más, y algunos menos) y comparto la sensación de agobio que me produce la estancia prolongada en un determinado lugar.
    Mis paisajes: Mont St. Michael (por dentro y por fuera) y el Gran Cañón.
    Mis ciudades: Venecia y Nueva York (así de ecléctico es uno)
    Mi medio de transporte ideal: el avión para los grandes desplazamientos y el automóvil, con caravana colgada o sin, para todos los demás.
    La compañía ideal: Teresa, mi esposa.

    ResponderEliminar
  10. Anónimo10:24 a. m.

    Supongo que lo que dices del Grial tendrá que ver con Rennes-le-Chateau...

    Yo tengo también proyectado un viaje por esos lares, aunque quizá no lo haga hasta dentro de varios años.

    Si tienes la oportunidad, no dejes de ver Sarlat (aunque no esté precisamente en el Languedoc, sino a unos 150 km. de Toulouse)

    ResponderEliminar
  11. Anónimo1:40 p. m.

    Alfonso, el viaje de Marruecos debió ser precioso *_* Yo el viaje de Italia lo hice en cuarto de la Eso. Este año, ya acabado Bachiller y Selectividad, el colegio no ha organizado ningún viaje ;)

    ResponderEliminar
  12. Yo apuesto por las vacaciones estimulantes, desde mañana hasta el 4 de Agosto no voy a parar...Alicante, Barcelona, Zaragoza, Irún, Donosti, Dublín y Pirineo aragonés...aderezado con muchos amigos y un par de conciertos...

    Benditas vacaciones!!

    PS César, a la vuelta tengo que devolverte tus libros!!

    ResponderEliminar
  13. Anónimo11:49 p. m.

    Precisamente he pasado las últimas vacaciones por el sur de Francia, país cátaro y Occitania.

    Me ha gustado especialmente Tolouse, Carcassonne y Mirepoix.

    En Beziers resultó bastante curioso ver las esclusas del canal de Midi.

    (Al margen del país cátaro, y como inmejorable alto en el camino, el mayor descubrimiento fue Collioure, bellísimo pueblo costero pegado a la frontera).

    Impresionante el respeto de los franceses por su patrimonio natural y monumental, todo un ejemplo.

    ResponderEliminar
  14. Álex Vidal & Juanmi & Juan & PH: muchas gracias por vuestras sugerencias. Tomo nota.

    Anónima de las 9:59: Conozco bien Gerona (veraneé dos años en Pals) y ya sé que el interior es una maravilla y que la costa está llena en verano. Pero si tienes dos hijos bandarras que sólo quieren playa y/o piscinita, tienes que amoldarte. Sigh...

    Aurora: si vuelves a Francia no dejes de visitar el valle del Loira y sus mansiones; es una maravilla. Gracias por tus amables palabras sobre "La catedral". Por cierto, voy a colgar hoy una entrada con una curiosidad acerca de esa novela.

    jg: A mi modo de ver, lo mejor de esa clase de viajes es precisamente salirse de la ruta, seguir los carteles de "vista panorámica" y descubrir cosas imprevistas.

    Alfonso Merelo: a mí me maravilla las facilidades para viajar que tienen los jóvenes ahora. Yo monté en un avión por primera vez cuando tenía 20 tacos.

    Juan: visitaré Rennes-le-Chateau por curiosidad, pero no digo lo del Grial por eso. En 1935, el arqueólogo nazi (o al servicio de los nazis) Otto Rahn buscó el Grial por la Occitania -sobre todo en Montsegur-, porque creía que el cáliz sagrado había estado en poder de los cátaros.

    Miwok: tranquila, no hay prisa con los libros :)

    ResponderEliminar
  15. Si Sant Michel impresiona, recuerdo que cuando al visité nos pusimos a tararear la canción del señor de los anillos con mis amigos(porque era la época tambien que salía la saga en cine). También visité parte de la zona del Languedoc que me resultó muy misteriosa, por loq ue ya dicen anteriormente y que me llevó a escribir un pequeño relato. Carcassone fue la fortaleza que visité y la recomiendo entre otras.
    Hasta otra.

    ResponderEliminar
  16. Anónimo11:55 p. m.

    Curioso muy muy curioso. Resulta que yo tampoco puedo estar más de cuatro o cinco días entregada al "no hacer nada de nada"... tercera generación de culo-inquieto-Mallorquí.
    Y más curioso aún. Yo este año he hecho tu luna de miel. Y tú has hecho mis vacaciones del año pasado...
    Y Bretaña también es uno de mis mejores viajes... exactamente el mismo viaje por cierto.
    Qué cosas tiene la genética!

    ResponderEliminar
  17. Sobrinita: Me parece que la culoinquietez no nos viene por vía genética, sino educacional. Tu abuelo educó así a tu padre, y tu padre hizo lo mismo contigo.

    ResponderEliminar