No soy un tipo musical. Difícilmente podría serlo, pues me crié en una casa cuya banda sonora estaba compuesta básicamente por tangos, country y, ocasionalmente, la Orquesta Mantovani; si esto no socava las neuronas destinadas al solfeo, nada puede hacerlo. En mi caso las aniquiló, de modo que, no sólo tengo un oído terrible, sino que además nunca he sido especialmente aficionado a la música. De hecho, hoy en día sostengo que la música es el arte más intrusivo que existe, una manifestación creativa que puede llegar a tocar las narices profundamente. Pero de eso hablaré en otra ocasión.
No obstante, pese a mi autismo musical, hubo una época en mi vida, los últimos años de mi adolescencia y mi primera juventud, en que la música jugó un papel importante para mí. Como es natural, dada la tosquedad armónica que me es inherente, mis gustos musicales eran limitados y abarcaban un ámbito tan cerrado como cuestionable. En realidad, esos gustos musicales respondían sobre todo a un estilo de vida; veréis, por aquel entonces yo era un pseudo-hippy de cabellos largos y aficiones lisérgicas, así que la música que me molaba oscilaba entre las dulces baladas y la psicodelia. En el primer apartado, mi cantante favorito era Cat Stevens; en el segundo, mi grupo era Pink Floyd. Si tenemos en cuenta que Syd Barrett, el primer líder de Pink Floyd, se volvió loco, y que Cat Stevens se convirtió al islamismo y ahora se llama Yusuf Islam, está claro que siento debilidad por los chiflados. Pero eso es otra cuestión.
Dejando aparte a Cat Stevens, que hoy en día está tan demodé como los caramelos de violetas (aunque compuso dos o tres de las mejores canciones de la historia del pop), mi auténtica pasión era Pink Floyd y el rock sinfónico en general. Al ese grupo le seguían muy de cerca Emerson, Lake & Palmer, dos de cuyos álbumes –Cuadros de una Exposición y Trilogy- escuchaba machaconamente una y otra vez. Y también Yes, y Jethro Tull, y King Crimsom, y el primer Mike Oldfield, y Deep Purple, y las obras conceptuales de Moody Blues, y el primigenio, pero no menos excelso, In-A-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly. Eso, junto con el folk, constituía el grueso de mi background musical por aquel entonces.
Pero sobre todo, por encima de cualquier otro grupo, mi amor eterno era para Pink Floyd. Y es curioso, porque justo es reconocer que por lo menos la mitad de sus temas son inaudibles e incluso pueden llegar a provocar severos dolores de cabeza. Reconozcámoslo: no hay dios que escuche completos sus álbumes Meddle, Animals o A Saucerful of Secrets. Sin embargo, incluso en sus discos más abstrusos, siempre encontraba uno o dos temas que me hacían vibrar. Por ejemplo, en su álbum doble Ummagumma las tres primeras caras son terribles, no hay quien se las trague; pero la cuarta cara... en fin, es toda un experiencia en la que se incluye una de las canciones más hermosas jamás escritas: Grantchester Meadows. Aún hoy, si escucho ese tema y cierro los ojos, me veo trasladado a un lugar tranquilo y pacífico que probablemente sea mi paraíso particular.
En realidad, mi desmesurado amor por Pink Floyd se circunscribía básicamente a cuatro álbumes: Atom Heart Mother, The Dark Side of the Moon, Wish You Were Here y el muy posterior The Wall. La verdad es que no paraba de escucharlos (junto con la cuarta cara de Ummagumma), sobre todo cuando las circunstancia eran propicias. ¿Sabéis cómo llamaban en España a Pink Floyd durante mis psicodélicos años mozos? “El ascensor”. Porque ayudaba a “subir”, y el que tenga oídos para entender, que entienda.
Ah, virgen del amor hermoso, cuántos canutos habré compartido escuchando Wish You Were Here, Money o If, cuántas reuniones de pirados sumidos en el estupor, cuántos viajes espaciales por el interior de nuestros cerebros al ritmo de Eclipse... Mi viejo amigo Samael estuvo allí, subiendo en el ascensor, y estoy seguro de que dejará un comentario en este post. Él también ama a Pink Floyd.
Mi fascinación por el grupo era tan grande que abarcaba incluso a los nombres de sus componentes: Syd Barret, David Gilmour, Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason. En particular, los apellidos Gilmour y Waters (firmantes de la mayor parte de los temas) se me antojaban etéreos, inmateriales, como si no pertenecieran a personas, sino a entidades abstractas. Por desgracia, con el tiempo el grupo fue perdiendo fuelle creativo y sus miembros acabaron por dispersarse. Los tres álbumes que publicaron después de The Wall fueron a cual más decepcionante y finalmente, en 1995, Pink Floyd concluyó oficialmente su andadura, aunque en 2005 dieron un concierto extraordinario en Londres. Por cierto, sus actuaciones en directo eran famosas por su originalidad y espectacularidad; yo pasé gran parte de mi juventud lamentado no poder asistir a alguno de sus conciertos, pero al final lo conseguí. En 1988 actuaron en el Vicente Calderón y yo, cómo no, estuve allí; lo cierto es que ni Pink Floyd ni éste vuestro seguro servidor éramos los mismos, pero fue una gozada.
El rock sinfónico fue perdiendo popularidad hasta amustiarse definitivamente a finales de los 70. Sus excesos fueron muchos y el género lo acabó pagando. No obstante, resucitó en Europa a mediados de los 90 con grupos como Metallica, Therion o Scorpions. Pero los reyes indiscutibles del rock sinfónico fueron y serán siempre Pink Floyd. Y esto es así por, cuando menos, dos motivos. En primer lugar, porque el grupo, hasta más o menos el 75, cambió muchas veces de estilo, innovando constantemente. Eso les llevó a cometer enormes errores, pero también a pergeñar no menos grandes aciertos. En cualquier caso, ellos experimentaron, si no con todo, sí con casi todo (y me refiero a la música, no a las sustancias tóxicas ilegales, aunque también).
En segundo lugar, ninguna otra banda de rock suena como Pink Floyd. Hay algo mágico en el sonido del grupo, una cualidad inmaterial, cristalina, sobrenaturalmente pura. Es como si su música estuviera hecha de agua, como si fuera el fluido que la sonoridad de su nombre evoca. En fin, como ya he dicho al comienzo, soy un ignorante musical, un analfabeto del pentagrama, pero me vais a permitir una opinión. Creo que, en gran medida, la magia del sonido Pink Floyd se debe a los teclados de Richard Wright, el miembro más discreto del grupo.
Pues bien, Richard Wright murió hace dos días en Londres, a los 65 años de edad, víctima de un fulgurante cáncer. Sé positivamente que esto forma parte de una confabulación mundial para demoler los restos de mi juventud, que no es más que un jalón en el camino que conduce a la nada; sé que lo que se ha ido ya jamás volverá, y que tarde o temprano, igual que desapareció Pink Floyd, igual que se ha ido Wright, yo acabaré no siendo más que un cada vez más vago recuerdo en las mentes de quienes me conocieron. Sé que cada segundo que pasa, te roba algo. Pero no importa, porque cada vez que escucho Grantchester Meadows –y acabo de hacerlo-, vuelvo a ser el ingenuo joven de cabellos largos y ojos llenos de estrellas que fui hace ya tanto tiempo.
No obstante, pese a mi autismo musical, hubo una época en mi vida, los últimos años de mi adolescencia y mi primera juventud, en que la música jugó un papel importante para mí. Como es natural, dada la tosquedad armónica que me es inherente, mis gustos musicales eran limitados y abarcaban un ámbito tan cerrado como cuestionable. En realidad, esos gustos musicales respondían sobre todo a un estilo de vida; veréis, por aquel entonces yo era un pseudo-hippy de cabellos largos y aficiones lisérgicas, así que la música que me molaba oscilaba entre las dulces baladas y la psicodelia. En el primer apartado, mi cantante favorito era Cat Stevens; en el segundo, mi grupo era Pink Floyd. Si tenemos en cuenta que Syd Barrett, el primer líder de Pink Floyd, se volvió loco, y que Cat Stevens se convirtió al islamismo y ahora se llama Yusuf Islam, está claro que siento debilidad por los chiflados. Pero eso es otra cuestión.
Dejando aparte a Cat Stevens, que hoy en día está tan demodé como los caramelos de violetas (aunque compuso dos o tres de las mejores canciones de la historia del pop), mi auténtica pasión era Pink Floyd y el rock sinfónico en general. Al ese grupo le seguían muy de cerca Emerson, Lake & Palmer, dos de cuyos álbumes –Cuadros de una Exposición y Trilogy- escuchaba machaconamente una y otra vez. Y también Yes, y Jethro Tull, y King Crimsom, y el primer Mike Oldfield, y Deep Purple, y las obras conceptuales de Moody Blues, y el primigenio, pero no menos excelso, In-A-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly. Eso, junto con el folk, constituía el grueso de mi background musical por aquel entonces.
Pero sobre todo, por encima de cualquier otro grupo, mi amor eterno era para Pink Floyd. Y es curioso, porque justo es reconocer que por lo menos la mitad de sus temas son inaudibles e incluso pueden llegar a provocar severos dolores de cabeza. Reconozcámoslo: no hay dios que escuche completos sus álbumes Meddle, Animals o A Saucerful of Secrets. Sin embargo, incluso en sus discos más abstrusos, siempre encontraba uno o dos temas que me hacían vibrar. Por ejemplo, en su álbum doble Ummagumma las tres primeras caras son terribles, no hay quien se las trague; pero la cuarta cara... en fin, es toda un experiencia en la que se incluye una de las canciones más hermosas jamás escritas: Grantchester Meadows. Aún hoy, si escucho ese tema y cierro los ojos, me veo trasladado a un lugar tranquilo y pacífico que probablemente sea mi paraíso particular.
En realidad, mi desmesurado amor por Pink Floyd se circunscribía básicamente a cuatro álbumes: Atom Heart Mother, The Dark Side of the Moon, Wish You Were Here y el muy posterior The Wall. La verdad es que no paraba de escucharlos (junto con la cuarta cara de Ummagumma), sobre todo cuando las circunstancia eran propicias. ¿Sabéis cómo llamaban en España a Pink Floyd durante mis psicodélicos años mozos? “El ascensor”. Porque ayudaba a “subir”, y el que tenga oídos para entender, que entienda.
Ah, virgen del amor hermoso, cuántos canutos habré compartido escuchando Wish You Were Here, Money o If, cuántas reuniones de pirados sumidos en el estupor, cuántos viajes espaciales por el interior de nuestros cerebros al ritmo de Eclipse... Mi viejo amigo Samael estuvo allí, subiendo en el ascensor, y estoy seguro de que dejará un comentario en este post. Él también ama a Pink Floyd.
Mi fascinación por el grupo era tan grande que abarcaba incluso a los nombres de sus componentes: Syd Barret, David Gilmour, Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason. En particular, los apellidos Gilmour y Waters (firmantes de la mayor parte de los temas) se me antojaban etéreos, inmateriales, como si no pertenecieran a personas, sino a entidades abstractas. Por desgracia, con el tiempo el grupo fue perdiendo fuelle creativo y sus miembros acabaron por dispersarse. Los tres álbumes que publicaron después de The Wall fueron a cual más decepcionante y finalmente, en 1995, Pink Floyd concluyó oficialmente su andadura, aunque en 2005 dieron un concierto extraordinario en Londres. Por cierto, sus actuaciones en directo eran famosas por su originalidad y espectacularidad; yo pasé gran parte de mi juventud lamentado no poder asistir a alguno de sus conciertos, pero al final lo conseguí. En 1988 actuaron en el Vicente Calderón y yo, cómo no, estuve allí; lo cierto es que ni Pink Floyd ni éste vuestro seguro servidor éramos los mismos, pero fue una gozada.
El rock sinfónico fue perdiendo popularidad hasta amustiarse definitivamente a finales de los 70. Sus excesos fueron muchos y el género lo acabó pagando. No obstante, resucitó en Europa a mediados de los 90 con grupos como Metallica, Therion o Scorpions. Pero los reyes indiscutibles del rock sinfónico fueron y serán siempre Pink Floyd. Y esto es así por, cuando menos, dos motivos. En primer lugar, porque el grupo, hasta más o menos el 75, cambió muchas veces de estilo, innovando constantemente. Eso les llevó a cometer enormes errores, pero también a pergeñar no menos grandes aciertos. En cualquier caso, ellos experimentaron, si no con todo, sí con casi todo (y me refiero a la música, no a las sustancias tóxicas ilegales, aunque también).
En segundo lugar, ninguna otra banda de rock suena como Pink Floyd. Hay algo mágico en el sonido del grupo, una cualidad inmaterial, cristalina, sobrenaturalmente pura. Es como si su música estuviera hecha de agua, como si fuera el fluido que la sonoridad de su nombre evoca. En fin, como ya he dicho al comienzo, soy un ignorante musical, un analfabeto del pentagrama, pero me vais a permitir una opinión. Creo que, en gran medida, la magia del sonido Pink Floyd se debe a los teclados de Richard Wright, el miembro más discreto del grupo.
Pues bien, Richard Wright murió hace dos días en Londres, a los 65 años de edad, víctima de un fulgurante cáncer. Sé positivamente que esto forma parte de una confabulación mundial para demoler los restos de mi juventud, que no es más que un jalón en el camino que conduce a la nada; sé que lo que se ha ido ya jamás volverá, y que tarde o temprano, igual que desapareció Pink Floyd, igual que se ha ido Wright, yo acabaré no siendo más que un cada vez más vago recuerdo en las mentes de quienes me conocieron. Sé que cada segundo que pasa, te roba algo. Pero no importa, porque cada vez que escucho Grantchester Meadows –y acabo de hacerlo-, vuelvo a ser el ingenuo joven de cabellos largos y ojos llenos de estrellas que fui hace ya tanto tiempo.
Nota: En la foto de arriba, Wright es el saltarín de la derecha. El de la foto de abajo soy yo.
Hola, César
ResponderEliminarLas últimas líneas de tu entrada me recuerdan el último poema (en prosa) de Borges en el libro "Los conjurados", de 1985:
Posesión del ayer
Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.
¡Vaya, vaya! ¡Qué sorpresa! Sorpresa es, que considerándome yo "muy musical" (en oposición a tu propia autodefinición como "poco musical") comparta gustos musicales, en lo que Pink Floyd y rock sinfónico se refiere.
ResponderEliminarYa es raro que te guste el género... la mayoría de la gente que lo escucha por primera vez, incluso si tiene mucha sensibilidad musical, lo considera "difícil": demasiado poco lineal, ritmos extravagantes, armonías a veces "duras"...
¡Claro que quizá pienses que lo raro es que me guste a mi, que soy de la generación siguiente a la tuya! En fin, a mi me atrajo justamente su complejidad y ser tan distinto de la música pop de mi generación (facilona y demasiadas veces empalagosa).
Por cierto, el género tuvo un cierto revival a mediados de los 80, con grupos como Marillion, IQ, Pendragon, etc. Después la estela ha continuado hasta hoy pero relegada como género "underground"; hay algunos paises "punteros" como Holanda, Suecia, Japón...
Enganchando con el tema literario que suele nutrir el blog: ¿qué piensas de la poesía apocalíptica que cantaba Greg Lake, servida por Pete Sinfield? Por ejemplo, en Karn Evil 9 - 3rd Impression (EL&P), el diálogo hombre-máquina:
i am all there is
negative! primitive! limited! i let you live!
but i gave you life
what else could you do?
to do what was right
i'm perfect! are you?
O cuando cantaba en King Crimson
The wall on which the Prophets wrote
is craking at the seams
En fin, puro Lovecraft versión ópera ;-)
Pink Floyd era, en mi santuario, un dios menor, aunque uno de los primeros que entró también. Quizá representaba la corriente más "beat" y menos "erudita" de sus contemporáneos. Como he escrito en el blog del amigo eulez, la muerte de Wright me deja un poco huérfano de la identidad acuñada en mi época de adolescente...
Para no acabar triste, aquí te dejo con una versión de Karn Evil 9 por una orquesta de percusión de un instituto yanki. Salvo la cantante, que merece operaciones triunfo mejores, el ensemble suena muy bien.
EL&P y su From the beginning, una de las pocas baladas que hicieron y que yo aprendí a tocar con la acustica. Cat Stevens, que está pirado efectivamente, tenía incluso una canción cantada en latín oh caritas, creo que era. Pero en su discografía había cosas muy interesantes. Y Deep Purple es Smoke on the water, evidentemente en el Made in Japan.
ResponderEliminarPink Floyd nunca fue de mis favoritos del todo, pero desde luego The Dark Side of the Moon es casi insuperable.
¿Y CSNY? Yo era, soy, fan del todo de ellos. Y mira que no me gusta el country.
¿Vistes la película "Pink Floyd at pompeii"? era una mala película, pero si había suerte con el costo y el sonido de la sala funcionaba bien, la sala se convertía en un extraño planeta. La vi dos veces y la segunda fue al cabo de muchos años, cuando empezó el cambio de gustos musicales y ya no vendían tanto, pero al sonar "Shine on you crazy diamond" me sentí genial. Waters es un guitarrista maravilloso, una vez le escuché tocar música barroca en el festival de música antigua de Saintes cerca de La Rochelle y me dejó a cuadros.
ResponderEliminarEn fin, cuando se es bueno, se es bueno.
Curioso. O seguramente no.
ResponderEliminarTendría unos once años cuando a mi tío le dio por regalarme "Wish you were here" y confieso que la primera vez que intenté escucharlo, no me gustó nada.
Aquello era muy "raro".
Sin embargo, por algún motivo, perseveré. No sé muy bien por qué. Y un día descubrí no sólo que el álbum me gustaba, sino que me gustaba mucho.
Confieso cierto desconocimiento por la primera etapa de los Floyd, la liderada por Syd Barret, pero a partir del momento en que Waters toma la batuta, que es lo que más conozco, me encantan.
Y aunque tienes razón en que, tras "The Wall" fueron perdiendo fuelle confieso cierta debilidad por "The final cut", que fue el último disco que grabaron con Waters todavía en la banda y que funciona (musical y temáticamente) como una especie de "epílogo" o "apéndices" a "The Wall".
De Emerson Lake & Palmer conozco muy poco, lo confieso. Recuerdo con agrado "Tarkus", creo que se llamaba y, especialmente "Brain Salad Surgery" con aquella portada que, al verla, no pude evitar exclamar: "coño, pero si esto lo ha dibujado el tío de Alien". Su versión de "Jerusalem" en ese LP tiene un no sé de qué de glorioso que aún me pone los pelos de punta.
Y, por supuesto, el "Tjick as a brick" de Jethro Tull. Desde el diseño del disco (aún conservo el vinilo, con el periódico completo que incluía) hasta el propio tema, por supuesto.
Pero, bueno, mejor dejo de enrollarme.
De Olfield, por cierto, que comentas que sólo te gustan sus primeros LPs tengo que confesar que sigo encontrando interesante lo que hace hoy en día, aunque esté muy lejos del Miguelito Campoviejo de los setenta. Y mi disco favorito creo que es "Amarok", una de las últimas cosas que hizo para la Virgin y que tenía mucho de vuelta a los viejos tiempos (es un solo tema, todo el disco) y, al mismo tiempo, de recapitulación de cuanto había aprendido.
Pero, como digo, mejor lo dejo, que me pongo a hablar de eso y me emociono.
Ah, César, esa foto... qué recuerdos me trae de mi propia etapa de "greñudo".
Y, hablando de películas, ¿qué opinas de la versión que Alan Parker hizo de "The Wall" con Bob Geldof de protagonista, César?
ResponderEliminarHaciendo gala de la profundidad intelectual que me caracteriza:
ResponderEliminar- Un respeto por los caramelos de violeta. Soy fan. Cuando voy a Madrid me surto de ellos (en La Violeta, claro).
- Tu foto: ¡Guapetón!
;)
Buenas, aquí el amigo eulez. Sí, yo también he escrito algo sobre la muerte de Richard Wright. Me ha gustado mucho este post, en parte porque habla de la experiencia de una persona contemporánea de la música de los Floyd. Yo me considero un floydiano absoluto, es mi grupo favorito, la música con la que más me identifico. Y soy de la generación siguiente a la de Manuel y dos después a la de César. Pertenezco a esa generación que se ha aficionado a Pink Floyd como el que se aficiona a la música clásica: sin sentimentalismo, sin influencia del entorno, sin cultura hippie alrededor. Sin nada, solo por el gusto por la música y las letras.
ResponderEliminarMi generación no ha visto a los Floyd en directo (salvo por el Live8 de 2005) y ya no les veremos. Waters en algún momento dijo que deberían reunificar el grupo para contentar a una generación de fans que no les había visto tocar nunca. Aquello no ocurrió y ya no ocurrirá.
Por cierto, si no conoceis el "Broken China" de Richard Wright, que mejor momento que ahora para descubrirlo.
Sí, efectivamente, cuando leí la noticia de que había muerto Wright, me sentí mayor de lo que realmente soy (no es necesario aclarar hasta qué punto de añosidad llega la broma), porque me acordé de cuando yo era joven, que es la mejor forma de sentirse viejo. Muchas tardes con los cascos puestos, y la primera canción de un LP de Pink Floid, que ahora no recuerdo su nombre, taladrando a unas pobres neuronas afectadas de una sonrisa bobalicona, marcan un recuerdo imborrable que permanece para siempre contigo como un tatuaje sonoro. De fondo los ladridos de Tarik. Joder, qué bonitos momentos. Joder qué pena. Joder qué foto más estupenda la que pones, que por cierto te la hice yo. ¿Ves?, si tu fueras el Ché, yo pasaría a la historia como Korda.
ResponderEliminarUn enorme saludo al gran wright y que flipe en el paraíso que deseo que exista para mi mismo.
Por cierto, y como anécdota: el otro día (antes del verano a decir verdad) estuve por motivos de trabajo con un joven ingeniero de caminos, unos treinta años, que cuando terminamos la reunión me pregunta “oye, a ti te gusta mucho Pink Floid, ¿verdad?” Sin responder le pregunté que por qué me decía eso, y tan solo me contesto “es que está clarísimo”.
No se por qué estaba clarísimo, pero ahí queda el sucedido.
Añado un par de cosas que se me quedaron en el tintero (o en el router...):
ResponderEliminarYo también estuve en el concierto de Pink Floyd en el Calderón, en el 88. De él recuerdo el fastuoso espectáculo, el sonido excelso de la guitarra de Gilmour, que parecía pregrabado por la perfección... también que Gilmour definitivamente ya no era un jovenzuelo.
Y también que una almorrana se empeñó en aguarme la fiesta; todavía recuerdo el "impacto" al sentarme en la grada que había estado tostando el sol unos minutos antes...
Yo participé modestamente en ese revival del rock sinfónico. Era guitarrista del grupo "Galadriel", que a principios de los 90 tuvo cierta repercusión en los circuitos "prog-fan" de medio mundo. Durante mi estancia en el grupo llegamos a grabar dos discos...
Yo descubri a Pink Floyd tardiamente. Con su doble disco en directo "Pulse"
ResponderEliminarDespues de eso no se cuantas veces llegue a escucharlo.
Rock sinfonico, aunque un poco mas guitarrero es el que hacen ahora los Tool.
Te recomiendo especialmente sus temas:
Lateralus y Parabol-Parabola (del disco Lateralus)
Right in two y Wings for Mary-10000 days (del disco 10000 days)
Tanto Parabol-Parabola, como Wings for Mary-10000 days vienen en sus respectivos discos como dos pistas cada uno, pero en realidad canciones que estan pensadas para escuchar seguidas una de la otra (como vienen en sus discos)
¿Pero Pink Floyd no es un aftersahve de color rosa?
ResponderEliminarYo de estos tipos conozco "The Wall", pero muy poco más. Es que yo era de los Iron Maiden, y claro...
ResponderEliminarEs curioso, amigos míos, comprobar cómo la respuesta emocional a la muerte de Wright no tiene tanto que ver con su desaparición personal como con la definitiva desaparicion del grupo. En realidad, a Wright no le conocíamos (en la medida en que si conocíamos a Lennon o a Hendrix), pues ninguno de los miembros de Pink Floyd se destacó en los medios de comunicación desde un punto de vista personal. En realida, siempre fue un grupo minoritario con algunos destellos de eventual popularidad.
ResponderEliminarJorge: me temo que Borges lo decía mejor que yo.
Manuel: como reconozco en el texto, muchos temas de Pink Floyd no me gustan (o no sé apreciarlos); supongo que serán los más complejos.
Marino: sí, vi "Pink Flyd at Pomeii", pero hace siglos y en un cine que tenía el equipo de sonido para el arrastre. No fue una experiencia especialmente tonificante, lo reconozco.
Rodolfo Martínez: Es curioso que, perteneciendo a distintas generaciones, compartamos tantos gustos musicales. Estoy contigo en que el "Thick is a Brick" es insuperable; de hecho, Jethro Tull jamás logró superarlo.
Oldfield se repetía tanto a sí mismo que dejé de interesarme por su música, de modo que no estoy al tanto de lo que ha hecho durante los últimos años.
Así que tú también fuiste un greñudo, ¿eh? Bueno, todos tenemos un pasado...
En cuanto a la película de Parker, su versión de The Wall... pues no sé muy bien qué decirte. Me gustaron algunos aspectos de la película, pero en general me pareció un poco sosa. No sé, era como si la música fuera por un lado y las imágenes por otro.
Eulez: la verdad es que eso de considerar a Pink Floyd música clásica me hace sentir acojonantemente viejo...
Samael: no es un asunto muy conocido, pero soy el Che. Y sí, la foto me la hiciste tú frente a mi casa, en la calle Españoleto. Pero de eso sólo hace treinta y tantos años...
Manuel: coño, desconocía tu faceta de músico rock. Está claro que, como decía antes, todos tenemos un pasado.
Javier Albizu: gracias por las recomendaciones; las buscaré.
Big Brother: mira que eres antiguo, macho.
Víctor M. Ánchel: desde luego, si eres fan de Iron Maiden no puede interesarte mucho Pink Floyd.
por cierto, hace poco he escuchado en la radio a un eminente doctor en psicología decir que los gustos por la música también aportan importnates datos para conocer la personalidad del individuo escuchante, conclusión a la que se puede llegar sin estar doctorado en nada, pero lo interesante, y por eso me he acordado, es lo siguiente: Los amantes del country son gente ordenada, los locos por el jazz tienen mucha imaginación (nada sorprendente hasta ahora) y, ahora viene lo bueno, tanto los amantes del rock como los que prefieren la música clásica, pertenecen al mismo grupo. Son completamente indistinguibles y poseen las mismas cualidades, aptitudes,habilidades, ingenio... y demás parámetros de medición de personalidad.
ResponderEliminarDe aquellos que prefieren la música celta dice cosas que mejor no reproducirlas por evitar resquemores (es brooooma).
No me había enterado de la muerte de Wright y vaya, sí que parece que haya una conspiración. Este post lo habría firmado yo casi al 100%. Como bien dices, PF era el summum de los grupos de rock progresivo (también me gustaban los otros que citan, pero a gran distancia) y los que mejores te permitían atisbar rincones de tu mente que por esos años uno no entendía del todo. Sólo disiento en que pongas Animals entre los albumes que no hay Dios que escuche completos; en mi opinión, está más cerca del trío perfecto (Dark Side, Wish y Wall) que Atom Heart Mother. Pero bueno, es una opinión.
ResponderEliminarTambién estuve en el concierto del Calderón y mucho más recientemente volví a maravillarme en el Palau Sant Jordi con la reproducción completa de Dark Side of the Moon por Roger Waters. Gracias por el post.
Miroslav: la memoria me falla, amigo mío. Al poco de escribir la entrada me vino a la cabeza el vago recuerdo de que "Atom Heart Mother" era un poco coñazo... Ahora, tu comentario me ha abierto los ojos: confundí los dos álbumes, los intercambié, de modo que donde dije "Atom Heart Mother" quería decir "Animals" y viceversa. Perdón por el error.
ResponderEliminarJa! Al final todo encaja. A mí también me había resultado extraño lo de que el Animals te pareciera raro... pero como sobre gustos no hay nada escrito... ahora todo encaja, jejeje.
ResponderEliminarExcelente articulo acerca de la musica, yo me declaro un fiel seguidor de Pink Floyd.
ResponderEliminarPiense acerca de tener la intimidad por el bien de la intimidad de. Tener un abrazo en el frente del fuego podría dar lugar a relaciones sexuales, pero si no lo hace, el abrazo y el chat puede ser casi tan cariñosa y encantadora
ResponderEliminar