martes, junio 16

Atrapados en nosotros mismos

A partir de cierta edad, digamos los cuarenta, la realidad se impone. Antes, una persona es lo que es y todo lo que pude llegar a ser, pero cuando se llega a la jodida mediana edad las posibilidades de cambiar se reducen drásticamente y uno es justo lo que ha conseguido ser. No digo que no pueda haber cambios –sin ir más lejos, puede tocarte la Primitiva-, pero en algún momento, entre los 30 y los 40, se produce una especie de fosilización de la personalidad y uno, en el interior, se queda ahí para siempre, sin otros cambios que una progresiva radicalización de los rasgos más acusados del carácter. Digamos que, a partir de los 40, uno es una foto bastante exacta de lo que va a ser en el futuro, pero no necesariamente de lo que fue en el pasado. La niñez, la juventud, es cambio constante, un periodo en el que cualquier cosa puede pasar, una especie de estado cuántico que dura hasta que, a lo largo de los años, se toman decisiones (y suceden cosas) que acaban colapsando la función de onda. Y, entonces, de entre un universo de posibles alternativas, sólo queda una realidad, probablemente inmutable.

Salvo aquellos que seáis demasiado jóvenes (suponiendo que las palabras “demasiado” y “joven” puedan ir juntas), ¿no os sentís un poco extraños cuando os encontráis con un amigo al que no veíais desde el colegio? Una vez, cuando yo tenía treinta y muchos años, me encontré con Luis, un compañero de los Maristas. Habíamos sido muy amigos, pero no nos veíamos desde el bachillerato. Luis, el Luis que yo recordaba, era un adolescente alocado y juerguista, un divertido gamberrete que no se tomaba nada en serio. El Luis que me encontré veinte años después era un señor muy serio, médico cardiólogo, propietario de una clínica, un tipo sensato y respetable a quien confiaría sin dudar la salud de mi corazón, pero con el que, en principio, jamás me iría a tomar unas copas. Al tío le había ido muy bien en la vida, y me alegro, pero no tenía absolutamente nada que ver con el Luis que yo conocí; era como tener delante a un conocido desconocido, como ver una imagen doble, lo que había sido mi amigo y lo que en aquel momento era.

A Luis le fue bien, pero a Fote, en mi opinión, no. Fote y yo fuimos muy amigos cuando teníamos 17 o 18 años; nos corrimos juergas y compartimos litronas y los primeros canutos. Fote era un tipo tranquilo, una muy buena persona que, cuando tenía 19 o 20, decidió irse de España para no hacer la mili, desertó (corrían los últimos tiempos del franquismo). Vivió durante varios años en Francia y le perdí la pista; no volví a verle hasta finales de los 80. Fote se había hecho adepto a la macrobiótica, estaba delgadísimo y había cambiado radicalmente; ahora, todo para él giraba en torno a los “siete principios universales, el ying y el yang y toda esa mística alimentaria. Me resultó muy difícil hablar con él; fue como esa película, La invasión de los ladrones de cuerpos, donde las personas son sustituidas por seres idénticos a ellas, pero sin alma.

De vez en cuando me han invitado a reuniones de viejos amigos, gente a la que no veía desde hacía veintitantos años. Sólo asistí a una, la primera, y me deprimí mucho. ¿Cómo no me va a deprimir encontrarme con mi primera novia -a quien siempre recordaré como una bonita pelirroja de 17 años- convertida en toda una madre de familia? Pero lo peor fue contemplar a todos aquellos antiguos amigos, recordar cómo eran y lo que querían llegar a ser, y ver en qué se habían convertido finalmente. Tantos sueños rotos, tantas esperanzas fracasadas, tantas renuncias… A fin de cuentas, eso es madurar, ¿no?; renunciar a los sueños juveniles y aceptar la cruda realidad: ya nunca serás cantante, ya nunca harás la revolución, ya nunca tendrás un bufete, ya nunca triunfarás en el cine, ya nunca escribirás, ya nunca serás “importante”, ya nunca pintarás una obra maestra, ya nunca serás un as del deporte… Muy pocos de mis amigos han alcanzado las metas de su juventud. Da igual si les ha ido bien o mal, la cuestión es que la mayoría, por no decir todos, se han convertido en algo distinto a lo que querían ser.

A mí me sucede lo mismo, por supuesto, igual que les sucede a aquellos viejos amigos con los que he mantenido la relación; pero una cosa es seguir día a día el lento proceso de destrucción de los sueños y otra muy distinta encontrártelo de repente, viéndote obligado a dar un salto de dos o tres décadas entre la persona que fue y la que ahora es. Por eso me deprimen las reuniones de viejos amigos, antiguos alumnos o lo que sea, porque lo único que veo es un paisaje lleno de ruinas.

Supongo que pensaréis que este más bien sombrío comentario se debe a mi reciente cumpleaños, pero no es así. La mayoría de las personas acabamos descubriendo que siempre hay que pagar un precio, que no podemos tenerlo todo, que es imposible no renunciar a los sueños, aunque sólo sea para abrazar otros distintos. Y aprendemos a aceptarnos a nosotros mismos, a intentar ser felices con lo que tenemos y no desgraciados por lo que podríamos haber tenido. Aprendemos que estamos atrapados dentro de nosotros mismos y que jamás podremos huir de esa prisión, así que mejor será convertirla en un lugar al menos confortable.

Pero hay gente que no puede hacerlo, que le resulta imposible aceptar lo que es; personas que en su juventud esperaban mucho de sí mismas y que, tras fracasar en todo lo que han intentado, o no atreverse a intentar lo que de verdad querían, son incapaces de reconoce su realidad, sea ésta la que sea. Son personas que intentan proyectar hacia el exterior su imagen ideal de sí mismas, personas que pretenden saberlo todo, personas que a base de mentir y mentirse, pese a no engañar a nadie, terminan por creerse sus propias fantasías. Son patéticos y serían dignos de lástima si no fuese porque, además de lamentables, suelen ser unos pesados egocéntricos aquejados de narcisismo. Están, como estamos todos, atrapados en sí mismos, pero no lo saben; lejos de ello, sin permitirse aceptar ni por un instante su vulgaridad, creen vivir en un palacio y no paran de molestar a los demás con su boba y pretenciosa perorata llena de soterradas frustraciones e insidiosos rencores.

Tengo un vecino que, además de ser así, es tonto del culo, exactamente la clase de persona a la que se le podría aplicar el texto de una pegatina que vi en USA: “Jesucristo te ama. Todos los demás pensamos que eres gilipollas”.

14 comentarios:

  1. Al menos tu generación no está plagada de mileuristas. No es ya que no hayamos conseguido ser lo que queríamos, es que nos ha costado un dolor (si es que se ha conseguido) salir de casa de los padres.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo4:20 a. m.

    Es terriblemente cierto lo que dices, irónicamente mientras te leía me vi escuchando una canción que habla de lo mismo en maneras un tanto opuestas. Te la recomiendo, Vuelos, de Fernando Delgadillo.

    ResponderEliminar
  3. Yo soy un recien llegado al club de los 40 (tengo 41)y ahora mismo estoy muy contento conmigo mismo, claro que nunca he tenido grandes ambiciones y mi máxima felicidad siempre ha sido disfrutar de un buen libro y una cervecita fría (o varias), y en esto creo que no he cambiado mucho con los años :)

    ResponderEliminar
  4. Pues sí es una sensación a la que me está empezando a tocar acostumbrarme.
    Ya casi me da pavor encontrarme con alguien que no veo desde hace más de cinco años.
    Hay sin embargo una sensación distinta que has mencionado un poco por encima. Ocurre cuando te encuentras con alguien y sabes que es él/ella pero no acabas de reconocerlo (ni de admitirlo) en esa cara o en ese cuerpo. Sigues aferrado a la última imagen que tuviste de esa persona, hace muchos años. Para uno, sigue vivo el recuerdo de ese alguien joven, posiblemente delgado, sin arrugas, y de repente te aparece otro que dice ser aquel y que verdaderamente, por lo que te cuenta, parece que sí que lo es , pero no acabas de aceptar eso que parece una caricatura de quien recordabas.
    No sé si me explico, probablemente no.
    En cualquier caso, es una sensación de vértigo impresionante.

    saludos

    ResponderEliminar
  5. "Todos los convictos se joroban y deforman por la pequeñez de sus células, el peso de sus cadenas, la injusticia de sus sentencias...

    -¡Te equivocas! ¡No es más que la vida! ¡La vida es así! Es lo que tenemos que soportar. Es todo lo quetenemos. ¿No es suficiente el derecho a decidir?"


    La diferencia entre la realidad y el comic es que en la primera triunfa el segundo párrafo y no el primero.

    Vaya chico, voy a cumplir 20 años y este post me ha deprimido un poco. Espero grandes cosas de mi vida, a ver si logro capear las decepciones del mejor modo.

    ResponderEliminar
  6. Big Brother7:43 p. m.

    Hace poco me llamó por teléfono mi amigo Alfonso. Hacía treinta años que no nos veíamos pero, en su momento, participamos de un grupo de amigos inseparables. Se había separado, vuelto a casar, había tenido un cáncer y no estaba seguro de si seguía teniéndolo o no. Y otras cosas similares.
    Estuvimos muy cariñosos y, en un momento dado, me dijo que vendría pronto a Madrid (vive en Huelva) y que porqué no nos veíamos.
    Le dije que no. Que no me sentía con ánimos ni de verle ni de que el me viese a mí. Lo entendió, creo. Desde entonces nos llamamos con una cierta frecuencia pero ni quedamos ni vamos a quedar.
    Tu post, César, es una lúcida explicación del porqué de mi comportamiento.
    Y, por cierto, siempre, al margen de la etapa de su vida en que estén, ha habido y habrá imbéciles.

    ResponderEliminar
  7. Tocado y hundido...
    Creo que hay que aceptar el tempus fugit.. y quedarse con lo bueno... Y es que un mundo donde todos los adolescentes materializan sus sueños de Fernando Alonsoos y Hannas Montanas seria inhabitable.
    En esto las IA de ideología coservadora partimos con ventaja, la realidad es de derechas y tal como vaticinaban los abuelos... YA entrarás en vereda, ya, me decían..

    ResponderEliminar
  8. MUY CIERTO TODO LO QUE HAS DICHO, CESAR,Y CONOZCO UNOS CUANTOS QUE SON COMO TU VECINO, COMO LAS ESTRELLAS QUE LUCEN MENOS TIEMPO Y EL DOBLE DE INTESIDAD DE BLADE RUNNER, BUENO, NI ESO, PORQUE SON UNOS MEDIOCRES QUE NO LUCEN NI UNA VENTOSIDAD AL MECHERO Y QUE TRATAN DE PONER EN SUS HIJOS LAS ESPERANZAS INALCANZADAS DE ELLOS MISMOS, SOLO HABLAN DE SU TRABAJO Y YA CASI NO RECUERDAN SUS SUEÑOS.AL FINAL, TRAS LEER EL POST, ME HE PREGUNTADO, ¿QUÉ ES LA FELICIDAD? DARIA PARA OTRO POST, SI NO LO HAS PUESTO YA ALGUNA VEZ, ¿ POR QUÉ SOMOS TAN CAMBIANTES AL PRINCIPIO Y LUEGO NOS FOSILIZAMOS EN EL AMBAR DE NUESTRAS MANIAS Y SUEÑOS ROTOS? JODER, HASTA ME ESTOY PONIENDO TRASCENDENTE PERO ES QUE HACE POCO HE IDO A UNA REUNIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS Y YA SE SABE...LOS LADRONES DE CUERPOS ESTÁM HACIENDO BIEN SU TRABAJO, CADA VEZ SON MÁS Y NOSOTROS MENOS, Y ESO QUE YO TAMBIEN HE CAMBIADO, NO SE SI A OJOS DE ALGUNOS DE ELLOS YO SOY OTRO INVASOR...

    ResponderEliminar
  9. Anónimo10:15 a. m.

    Pues sí,tienes razón,César,somos prisioneros de nosotros mismos y lo más inteligente es asumir esa prisión y decorarla lo mejor posible.Yo,de momento a mis casi ya 51 años me dispongo a disfrutar de una mañana de domingo muy libre de obligaciones laborales (casi estoy de vacaciones),con un solecito tímido que casi calienta esta tierra casi infinita,con un desayuno casi estupendo aunque muy desnatado y medicado,una música encantadora (sin casi) que se oye en Radio 3,pensando en acercarme a la playa y a la piscina con spa (no hay casis para estas dos),en ir al cine por la tarde o meterme en la lectura de una novela de un tal Mallorquí que me tiene intrigada,en dar un achuchón a mi sobrina nieta de casi dos años,en respirar el aire del mar...en fin,en vivir mi presente humilde. Este es mi carpe diem y me olvido del tempus fugit y del ubi sunt...Mi prisión es así mucho más llevadera...¡Ah! A veces me encuentro con las prisiones de los demás,unas están mejor amuebladas que otras,pero procuro no comparar demasiado y ser compasiva conmigo y con los demás...La mía no es mejor ni peor...es ...la mía y ya está.
    Un saludo con luz de domingo desde Santander...Aurora Boreal

    ResponderEliminar
  10. Eulez: pero mi generación padeció el franquismo. Todas las generaciones tienen problemas. De hecho, la vida no es más que un maldito problema detrás de otro.

    Ánónimo de las 4:20: acabo de escuchar "Vuelos"; es una bonita canción que, por cierto, me ha recordado a los cantautores de mi juventud.

    Numael: Dicen que no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Supongo que, en parte, es cierto.

    jp: Es exactamente como lo describes.

    Boeder Escalier: no todo el mundo fracasa, hombre; conozco gente que es, dentro de lo razonable, tal y como pretendía ser. Quizá el secreto resida en ser inteligente (o tener suerte) a la hora de escoger las ambiciones.

    Sr. IA: ¿La realidad es de derechas? Quizá tengas razón y por eso me gusta tanto la literatura fantástica.

    Juan: todos cambiamos, amigo mío; en realidad, lo grave sería quedarnos siempre igual.

    Anónima de las 10:15 (o Aurora Boreal, si ese es tu nick): disfrutar de lo pequeño, de lo cotidiano, es uno de los mayores lujos, porque no todos lo consiguen. La magia está ahí, a tu lado, y descubrirla depende exclusvamente de ti. Por ejemplo: qué bonito, qué mágico es Santander.

    ResponderEliminar
  11. Anónima de las 9:5912:22 p. m.

    Pues yo no estoy de acuerdo.

    Creo que uno siempre puede reinventarse, y no hacerlo y renunciar a sus sueños es una COBARDÍA que pasa por poner un montón de excusas que normalmente se amparan en los demás.

    (Otro asunto es que tu sueño sea ser Hanna Montana, o Bisbal o alguna gilipollez de ese estilo... Pero si tu sueño es cantar, bailar, ay, entonces siempre se está a tiempo).

    Luego está el asunto de que "el cerebro se acartona". Está demostrado que tiende a posiciones más "acartonadas" con los años (pura química). Pero como decía mi bisabuelo, también es un campo, y si lo riegas y lo cultivas, te dará frutos muuucho tiempo.

    Así que iros a freír espárragos. (Más que nada para probar un nuevo sabor haciendo algo diferente -freír los espárragos-). :P ;)

    (Tengo 41 y me gusta quedar con mis antiguos amigos. Porque, chicos, yo elegí amigos que cuando eran niños ya tenían una cierta chispita; los muertos vivientes ya lo eran de jovenzuelos -y nunca me gustaron, y nunca fueron mis amigos-).

    ResponderEliminar
  12. Si, es cierto, cambiamos, nos encerramos en nossotros mismos y dejamos de cambiar, es todo igual. La vida es una tragicomedia de sabor agridulce y de proporciones cósmicas. Nada tiene sentido y , de repente, todo lo tiene. Tal vez mi comentario no ha sido muy lúcido, un saludo.

    ResponderEliminar
  13. tu vecino12:17 p. m.

    Precisamente las personas que sí nos aceptamos cómo somos, no tenemos miedo a encontrarnos con antiguos amigos de épocas ya pasadas, pues en la aceptación de nuestra realidad va incluido todo el proceso evolutivo que has descrito de forma, siempre mejorable.
    Y lo de tonto del culo no me lo dices en la próxima junta.

    ResponderEliminar
  14. Como diría Rodolfo Martínez: habemus troll.
    Y, para ser justos, digo yo: cuando el susodicho vecino ponga las tildes y las comas en su sitio, lo tomaremos "en serio".

    ResponderEliminar