Cuando era niño, viajé con mi familia por toda España. Nuestras vacaciones eran dilatadas y realizábamos largos periplos por aquellas terribles carreteras de la pos-posguerra con mi padre al volante; algo no exento de peligro, pues, aparte del lamentable estado del firme, mi padre era un conductor atroz (literalmente, le habían regalado el carnet de conducir). Durante nuestros viajes, solíamos visitar iglesias, castillos, monumentos, museos... Como yo era un crío, todo aquello me parecía más bien coñazo, pero hubo dos momentos que marcaron lo que podríamos llamar mi “despertar estético”. El primero se produjo en la catedral de Santiago; yo tenía trece años y, al ver el Pórtico de la Gloria, algo hizo “clic” en mi interior y me quedé embobado, fascinado, sobrecogido. Todavía hoy noto ese “clic” cada vez que contemplo los bellísimos rostros que esculpió el maestro Mateo.
El segundo momento se produjo uno o dos años más tarde, cuando visité con mi familia la Alhambra, La Roja. Es difícil explicar lo que sentí; fue como cruzar un puerta y adentrarme en un universo paralelo donde todo era armónico y apacible. Aquello era pura belleza; no, más que belleza: era una sensación casi mística de plenitud, un estado alterado de conciencia. Esa experiencia me enseñó que la magia existe y se llama arte.
Muchos años después, a comienzos de los 80, regresé a Granada con Pepa, la reina mora que hoy es mi mujer y entonces era mi chica. Estábamos recién enamorados y era primavera; el aroma de las flores que crecían en las faldas de Sabika, la colina sobre la que descansa La Roja, lo impregnaba todo. La combinación Alhambra+amor+primavera fue explosiva. A partir de entonces empecé a leer mucho sobre los reinos hispanoárabes y el arte islámico, sobre todo en lo referente a Granada. Pepa y yo regresamos en años posteriores otras tres veces a esas tierras y en cada ocasión fuimos a la Alhambra, pero no limitándonos a una simple visita, sino pasando el día allí, hasta que nos echaban. Llevábamos unos bocatas y unas botellas de agua y recorríamos durante horas todo el recinto, los palacios, las torres, los jardines; no mirando la Alhambra: sintiéndola.
El sábado pasado realizamos por primera vez la visita nocturna. Tiene limitaciones en cuanto a recorrido y tiempo de estancia, pero hay menos gente y me apetecía ver La Roja de noche. Hubo un pequeño detalle chungo: El Patio de los Leones es, en mi opinión, una de las obras arquitectónicas más hermosas de todos los tiempos. Se trata de una representación del paraíso islámico: los canales de agua que convergen en la fuente central representan los cuatro ríos del edén y las columnas un bosque de palmeras. La estructura del patio provoca que nunca estés totalmente “dentro” ni totalmente “fuera”, sino que todo sea una suave progresión en un sentido u otro.
Pues bien, resulta que se han llevado los doce leones de la fuente para su restauración, lo cual me parece muy bien. Pero, por algún motivo que no logro discernir, han montado una estructura de cristal y madera sobre la pila. La estructura es enorme y tiene excesiva madera, de modo que ocupa demasiado espacio, tiene demasiada masa, rompiendo así el equilibrio del recinto. Una cagada. A cambio, Pepa y yo estuvimos unos minutos totalmente solos en el Patio de los Arrayanes, sentados frente al estanque central. Todo un lujo. Además, en el Palacio de Calos V, justo al ladito, estaba actuando la Filarmónica de Londres y mientras estábamos allí escuchábamos una composición de Falla. Y luego otro lujo: pasear por el parador de San Francisco contemplando el Albaicín y escuchando los lejanos lamentos flamencos que nos llegaban desde el Sacromonte. Y un último lujo: dormirte en tu camita viendo a través de la ventana el Generalife.
La Alhambra es uno de los lugares más hermosos del planeta. En mi cómputo personal, lo sitúo a la misma altura que Saint Michel, Venecia, Uxmal, Chenonceaux o Compostela; pero hay una diferencia: todo en la Alhambra está concebido para el deleite de los sentidos. La frescura de los patios y el agua, el trinar de las aves, el murmullo de las fuentes, los juegos de luz y sombra, el aroma de las plantas, un trazado irregular que oculta sorpresas a la vuelta de cada esquina... Las grandes obras arquitectónicas son, en realidad, máquinas de producir sensaciones y sentimientos; hay edificios que invitan al recogimiento, algunos sobrecogen y otros te sosiegan. La función de la Alhambra es dar gustito.
El más noble de los propósitos, si queréis mi opinión.
Si ya lo decía el poeta (no sé cuál): "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada"
ResponderEliminarA mí también me fastidió mucho lo de los leones, y era la primera vez que iba. Afortunadamente, y después de mi año de Erasmus, aún me quedan otros dos en Granada para disfrutar de la Alhambra. Ains...
Toda Granada es bruja, y no hay nadie que no caiga bajo su hechizo (Valencia también engancha, pero no te atrapa, te protege... es mi tierra, qué le vamos a hacer).
No sabía que tuvieras tanta historia con la Alhambra. Me gusta la gente que tiene conexiones especiales con los lugares, a mí también me pasa. Me alegro de que estés tan unido a mi otra casa y de que te haya curado la depre.
Por cierto, estos días he estado releyendo a trozos La Caligrafía Secreta. Tengo hambre de algún libro tuyo, a ver si me compro un día de estos El Juego de Caín, que promete. Ya te contaré! Un beso,
Cristina
Qué gusto leer que otros han tenido los mismos pensamientos que tú ante la contemplación de las mismas cosas.Es cierto que hay magia en torno a la Alhambra,que irradia algo especial que se contagia,que te hace sentirte bien.Yo también tengo mi historia,mis recuerdos especiales...una muchacha de 20 años estudia un verano en Málaga y planea con ilusión su primer contacto con Granada...con sus ojos acostumbrados al paisaje del norte se queda enamorada del encanto del sur,de las sorpresas continuas,de la vida que se respira por todas partes...Entonces no cobraban la entrada a los estudiantes y yo me perdía con un libro todo el día por los rincones,me sentaba a respirar y a contemplar...Años después he vuelto,en pleno invierno,ya mujer madura,con mi marido y mi hijo,y pese a todos los cambios que vi la magia seguía estando allí...Vimos la Alhambra por dentro y por fuera,de día y de noche,sentados en una escaleras perdidas del Albaicín y recitando el romance...Granada,si tú quisieras...contigo me casaría... En fin,tengo muchos más recuerdos,pero espero volver a Granada y acumular más.
ResponderEliminarMe alegra también saber que has estado a gusto y que la depre se va disipando...Un saludo.
Aurora Boreal
Yo voy a hacer la visita nocturna en un par de semanas, gracias a un congreso que se celebra en Graná! Viva!
ResponderEliminarCoincido con lo que dices sobre la Alhambra. Es algo espectacular.
ResponderEliminarA propósito de esto, hace unos días entrevistaron a Orhan Pamuk en El País y acababa diciendo que iba a ver la Alhambra inmediatamente después de la entrevista y que "llevaba toda su vida preparándose para ese momento". No me pareció exagerado en absoluto.
Por último, y a propósito del Palacio de Carlos V (que es muy curioso, aunque no está a la altura del conjunto) no me quito de la cabeza que fue lo que derribaron para construir ese edificio. Me dan escalofríos de solo pensarlo.
Un saludo y enhorabuena por el blog
¿La Roja? Creía que ibas a hablar de la Copa Confederaciones :) Ya me extrañaba...
ResponderEliminarImpresionante, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una fortaleza. A simple vista no parece muy fácil conciliar una construcción militar preparada para la batalla y con pretensiones de inexpugnabilidad con un lugar capaz de transmitir tanta tranquilidad y paz. ¿Te imaginas estar en una de las salas de reposo mientras tus soldados están a alfanjazo limpio con el invasor?
ResponderEliminarMerak: En efecto, Granada embruja. ¿Sabes lo que me encanta? Bajar por la Cuesta de los Chinos desde la Alhambra hasta el Darro; es uno de los paseos más románticos del mundo.
ResponderEliminarAurora Boreal: La Alhambra tiene tanta magia que no importa la edad que tengas ni cuántas veces la hayas visitado. Siempre caes bajo su hechizo.
Eulez: Te va a encantar, ya lo verás. ¿Conoces la Cuesta de los Chinos que antes mencionaba? Si no la conoces, recórrela; es una maravilla.
Jean Reno: Me alegro de verte por aquí, amigo mío. El Palacio de Carlos V tiene su punto, en efecto, pero no pega ni con cola. Y no sólo se cargaron la parte de la Alhambra que ocupa el palacio, sino también las correspondientes a la Iglesia de Santa María de la Alhambra, al convento de San Francisco y a las casas que hay en frente. Dicen que sólo demolieron las zonas de servicio, pero vete tú a saber...
Samael: Pues eso de estar en una sala de reposo, atendido por una odalisca viciosilla, mientras mis soldados se parten el alma a alfanjazos, qué quieres que te diga, mola... En realidad, la Alhambra no es una fortaleza; sólo lo parece por fuera. La única parte realmente fortificada es la Alcazaba; el resto, en fin, es un paraíso. Yo creo que la hicieron así, tan sobria por fuera, para que la gente no se enterase de lo que había dentro. Si se hubiese sabido la verdad, en vez de la toma de la Bastilla habríamos tenido la toma de la Alhambra. De hecho, cada vez que la visito me entran una ganas enormes de ser un dictador y quedármela para mí solito (y unas cuantas odaliscas viciosillas).
Que lástima que estuvieramos en la misma ciudad y no se cruzaran nuestros caminos...
ResponderEliminarEn fin César, ya sabes que Granada es tu casa y que tienes las puertas abiertas siempre que quieras venir =)
Me alegro mucho de que ya estés bien y puedas ir a Granada con tureina mora, y disfrutar tanto.
ResponderEliminarOla, what's up amigos? :)
ResponderEliminarI will be happy to receive any assistance at the beginning.
Thanks and good luck everyone! ;)