A lo largo del año, los puntos por donde sale y se pone el Sol (orto y ocaso) se van desplazando poco a poco. Conforme nos hemos ido acercando al solsticio de invierno, el ocaso se ha movido hacia el norte, y a partir de ahora (desde el solsticio) lo hará hacia el sur. Del mismo modo, todos lo sabemos, la duración del día se ha ido acortando, hasta llegar a la noche más larga, la del solsticio. El caso es que el Sol nunca se pone dos días seguidos por el mismo punto. Nunca, salvo durante los solsticios. Al llegar el de invierno, por ejemplo, durante tres días el Sol parece ponerse por el mismo sitio.
¿Captáis el simbolismo? El Sol es dios. Durante medio año, el poder de dios (la luz y el calor) va menguando, hasta que llega el solsticio y dios muere. Permanece tres día muerto (durante tres días el Sol se pone por el mismo lugar) y, finalmente, el día 25 resucita (nace de nuevo) y el ocaso comienza a desplazarse hacia el sur, incrementándose paulatinamente las horas de luz y la temperatura. Ese es el origen de todos los dioses solares (que mueren y resucitan) inventados por la humanidad, desde Apolo hasta Cristo, pasando por Horus, Mitra y un montón de deidades más.
Así que aquí estamos, un año más, dispuestos a celebrar esta noche la muerte y resurrección del Sol. Y como todos los años desde que, hace cinco, comenzamos a levantar este zigurat de palabras que es La Fraternidad de Babel, os voy a regalar un cuento de Navidad. Se llama El ángel y la señora Monroy, y quizá requiere un breve comentario.
Veréis, cada año, mediado noviembre, empiezo a buscar argumentos para el relato navideño. Dicen que un escritor no elige las historias que va a escribir, sino que son las historias quienes eligen al escritor para ser relatadas. Y es cierto; suelen ocurrírseme varias ideas, pero no paro de darle vueltas hasta que surge una que, por algún motivo, me exige que la escriba. Eso me ocurrió este año, pero había un pequeño problema...
Por lo general, procuro que los cuentos sean cortos; no sólo porque así me dan menos trabajo, sino también, y sobre todo, porque sé que leer en pantalla es un coñazo. Sin embargo, la historia de este año, aunque sencilla, requiere su tiempo, su espacio. Así que me ha salido un poco más larga de lo habitual. Lo siento. En cualquier caso, espero que os guste. Y si no os gusta, lo que siempre digo: confortaos pensando que, al menos, os ha salido gratis.
Vivimos tiempos chungos, amigos míos, y ya sabemos que no hay situación, por mala que sea, que no pueda empeorar. Quién sabe, quizá el año que viene se hunda definitivamente la economía mundial y nos veamos todos, no ya recogiendo cartones, sino comiéndonoslos. O puede que Corea del Norte le lance una bomba H a Corea del Sur, o que Israel haga algo similar con Irán, originando una debacle nuclear que nos deje a todos entre fritos y mutantes. O quizá nos invadan unos extraterrestres cabrones con la intención de follarse a nuestras hermanas y comerse nuestros cerebros (o viceversa). Qué sé yo, hay tantas cosas que pueden ir mal. Como decía uno de mis personajes, Jaime Mercader: lo sorprendente no es que la vida surja, sino que perdure.
Pero, ¿sabéis?, estoy hasta las pelotas de que me acojonen. Si no es la economía, es el cambio climático, o la gripe del pollo, o la del cerdo, o una pérfida conspiración mundial, o los emigrantes (en particular si son árabes), o los terroristas, o los siniestros comunistas, o las hordas fascistas, o el anticristo, o los transgénicos, o algún asteroide cabrón, o la profecía 2012, o los chinos, o las armas de destrucción masivas... Bueno, vale ya, coño.
Como decían los vikingos antes de ponerse ciegos de aquavit: hemos de morir, pero no hoy. Y hoy, amigos míos, os deseo algo muy concreto: os deseo que esta tarde, o esta noche, o mañana, os quedéis un momento a solas en vuestra casa, o allí donde estéis, y os deseo que recordéis alguna Navidad del pasado, de cuando erais niños, y que luego dejéis la mente en blanco, como si nevara sobre vuestra memoria, y que, durante unos minutos, prestéis atención a lo que os rodea, a los sonidos, a los olores, a vosotros mismos... no lo razonéis: sentidlo. Eso es lo que os deseo, porque quizá, si hay suerte, podáis convertir ese momento en un instante eterno.
Esta tarde, como todos los años, comenzaré a preparar la cena junto con Pepa. Es un ritual, igual que lo son estas fiestas. Pero es que a los humanos nos gustan los rituales; nos tranquilizan, porque nos conectan con la eternidad.
Espero que seáis felices, que viváis el momento, que cantéis, que os beséis, que bebáis y comáis sin mesura, que lloréis por lo que se fue y os riáis de lo que vendrá. Amigos míos, merodeadores de Babel, ojalá mi relato de este año no os disguste demasiado. Y de todo corazón: felices fiestas, feliz solsticio.
El ángel y la señora Monroy
por César Mallorquí
La noche era un desierto salpicado de luces de colores. Guarecido del frío en un portal situado enfrente de la casa, Abilio lió un canuto, lo encendió con el mismo Bic que había empleado para ablandar la china y fumó lentamente, reteniendo el humo en los pulmones tras cada calada, con la mirada fija en las ventanas del bajo derecha. A lo lejos sonaba un villancico; el reloj de una iglesia hizo tañer diez veces su campana. Abilio llevaba más de una hora ahí plantado, sin hacer nada salvo fumar y vigilar. A sus veintitrés años de edad había aprendido que, cuando vas a dar un palo, toda precaución es poca (...)
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