Ocurrió un sábado por la mañana. Yo estaba en el cuarto de baño, recién salido de la ducha, cuando sonó el teléfono de casa. Al poco, Pepa, mi mujer, entró en el baño con el auricular en una mano.
-Es José Carlos –me dijo-. Creo que le pasa algo.
José Carlos es mi hermano mayor. Cogí el teléfono, allí, en el baño, con una toalla en torno a la cintura, y respondí a la llamada.
-Eduardo ha muerto –dijo José Carlos con la voz rota.
El corazón me dio un vuelco y tuve que apoyarme en el lavabo. Eduardo era nuestro hermano.
--¿Cómo?... –logré balbucir-. ¿Cómo ha muerto?...
--¿Tú qué crees? –respondió él con un deje de amarga ironía.
Era el 17 de marzo de 2001, hace diez años. Y no, no hacía falta que José Carlos me dijera que Eduardo se había suicidado.
Esta es la historia de Eduardo Mallorquí, nacido en Barcelona en mayo de 1943, hijo del escritor José Mallorquí y de Leonor del Corral. Es la historia de su vida -una vida a contrapelo, una vida caótica y letal-, la historia de los breves momentos de gloria que disfrutó, de su huída a ninguna parte, de su decadencia y de su triste final. Es, en definitiva, el relato extractado de un largo camino hacia la autodestrucción. También es la historia de mi mayor fracaso como escritor.
Poco después de la muerte de mi hermano, germinó en mí la idea, casi la necesidad, de escribir una novela basada en su vida. No una biografía, no; para escribirla haría falta una objetividad que me resultaría imposible alcanzar. Una novela protagonizada por un personaje idéntico a Eduardo, con una peripecia vital similar a la suya, pero sin tener que atenerme fielmente a los hechos, dejando margen a la imaginación para poder enfocar la mirada donde y como yo quiera. Durante mucho tiempo le he dado vueltas a ese proyecto y hoy, diez años después, sigo sin llegar ninguna parte.
Sé que Eduardo era un personaje interesante, sé que su historia puede dar pie a un buen argumento, pero cada vez que creo encontrar el enfoque del relato, todo se difumina y mis ideas se deshacen como un castillo de arena batido por las olas. José Carlos sostiene que eso se debe a que a Eduardo le faltaba grandeza, incluso la grandeza del perdedor. Puede que tenga razón; me interesa la historia de Eduardo porque es como una tragedia griega (el fatum, ya sabéis) y porque había en su personalidad aspectos complejos y fascinantes. Pero también había zonas oscuras, demasiado oscuras; no porque fuese malvado, sino porque podía llegar a ser muy mezquino y egoísta, y porque acabó siendo una persona más bien desagradable. Supongo que cuando llego a esas zonas me paralizo, el personaje da un quiebro que yo no deseo y ahí se bloquea toda posibilidad de elaborar un argumento. Ya he desistido de escribir esa novela, aunque de vez en cuando no puedo evitar seguir dándole vueltas.
A la cremación del cadáver de mi hermano asistió muy poca gente. Su mujer, su ex-mujer, José Carlos, yo y nuestras respectivas esposas, dos amigos suyos y un par de amigos míos que le conocieron. Él, que tantísimos amigos tuvo, que a tanta gente conoció, murió prácticamente solo. Se lo ganó a pulso. En cuanto a nuestra relación: hacía dieciséis años que no nos hablábamos.
¿Por qué estoy escribiendo esto? No lo sé. Porque hoy, 16 de marzo, se cumple el décimo aniversario de su muerte, supongo. Y porque en algún momento le quise mucho. Y porque influyó decisivamente en mi vida (aunque no siempre para bien). Y porque aún hay algo suyo en mí. Y porque creo que es una historia interesante para cualquiera. Será larga; más de dos entrada, seguro. Pero creo que vale la pena.
Poco después de la muerte de Eduardo, Zulma, su viuda, me dejó un texto mecanografiado por mi hermano entre el 17 de mayo de 1991 y el 2 de noviembre de 1993. Son once páginas a un espacio y su título es “Diario”, aunque en realidad no se trata de un diario, sino de una especie de auto-entrevista. En el texto correspondiente al 9 de octubre del 92 dice lo siguiente:
*Define tu vida en una sola frase.
-Por cada duro, un disgusto; por cada polvo, tres broncas.
*Vale, triunfador.
-Estoy pensando si alguien leerá esto alguna vez.
*¿Y...?
-Nada. Lo pienso y me quedo con el cerebro en blanco. Es raro. Probablemente, se trata de un supuesto negado. No me creo que llegue a haber alguien que me inspire tanta confianza.
*¿Y si te pasaportas y alguien encuentra esto y lo lee?
-Buen provecho.
Tengo la impresión de que Eduardo escribió ese diario para justificarse, para simular una lucidez que jamás tuvo y, también, para que alguien lo encontrase después de haberse dado pasaporte. Es como un mensaje en una botella lanzada al mar por un náufrago que ya no espera que le rescaten, sino simplemente que no le olviden o, quizá, que le comprendan y, por qué no, que le admiren por última vez. Es un mensaje incompleto; le faltan los ocho últimos años de su vida. Pero es que Eduardo rara vez conseguía acabar lo que empezaba. ¿Cómo era mi hermano? Cambió mucho a lo largo del tiempo, así que voy a recordar al mejor Eduardo que conocí, el Eduardo de finales de los 60, cuando tenía veintitantos años.
Era alto, medía un metro ochenta y ocho; sin embargo, no aparentaba demasiada fuerza. José Carlos y yo sobrepasamos el metro noventa y somos, o hemos sido, anchos y fuertes, de “presencia intimidante”, por decirlo así. Eduardo era más estrecho de hombros, menos fornido; físicamente parecía poca cosa a nuestro lado (algo que siempre le cabreó un pelín). Era moreno, con grandes entradas, tenía los ojos marrones y durante mucho tiempo llevó barba. También era miope, así que unas gafas de montura de pasta cabalgaban sobre su algo torcida nariz, prestándole cierto aire intelectual. Lo que más llamaba la atención de su físico era la mirada, una mirada intensa, inteligente, un tanto altiva.
Eduardo era torrencialmente ingenioso, estaba dotado de un extraordinario sentido del humor. Un humor tirando a ácido que, en ocasiones, podía ser hiriente. También era un brillante conversador y un empecinado polemista. Detestaba la versión convencional de la realidad e intentaba siempre buscar un punto de vista original. Eso, con frecuencia, le llevaba a sostener determinadas posturas sólo por ir a contracorriente. De hecho, llegó un momento en que se decantaba por algunas ideas y teorías sólo por ser extravagantes. Y no importaba lo que hubiese que retorcer la realidad para que esas ideas encajaran en ella.
También era culto, un impenitente lector; pero la suya era la cultura del autodidacta, muy amplia en determinados temas, apenas un barniz en otros y con inmensos huecos. No obstante, daba el pego; parecía muchísimo más culto de lo que en realidad era. Para ser sincero, creo que la brillantez de Eduardo era tirando a superficial. Nunca profundizaba demasiado en nada, se quedaba en la epidermis. Su innegable ingenio era como un fuego de artificio: te deslumbraba, te dejaba con la boca abierta, pero se desvanecía enseguida sin dejar nada tras de sí. Ahora bien, sus fuegos artificiales eran de primera.
En cualquier caso, hay algo fundamental para entenderle: Eduardo estaba convencido de ser una de las personas más inteligentes de la Tierra, el siguiente paso en la senda de la evolución, una mente privilegiada. ¿Se creía superior a los demás? Sí. Esa fue su desgracia.
“Sólo lamento no haber sido otra persona que, en otro tiempo y en otro lugar, se hubiera dedicado a otra cosa”. Cartel que durante un tiempo estuvo colgado en el despacho de Eduardo.
Continuará.
vaya... no sabria que decir si tuviese que decir algo..
ResponderEliminarpero me recordó enormemente a un personaje que estuvo muy cerca de mi vida y del cual con forttuna y luego de mucho luchar me alejé, definitivamente, en pedazos. También se creía mejor que el resto de nosotros, pero como tu dices, los juegos de artificio eran geniales, solo que como lei en un cierto cuento que no me viene de quien ahora: "Lo mejor en el era la pólvora, pero estaba mojada"
Un abrazo Cesar, que placer leerte.
Me has dejado sin palabras! Gracias por compartir esta historia, de verdad.
ResponderEliminarAdmiro mucho que seas capaz de escribir con sinceridad sobre temas tan duros y personales como este. No sé si te cuesta hacerlo o si te salen solas las palabras, pero es magnífico.
Ya tengo ganas de leer la continuación.
Se te nota el desgarro César... y lo peor (¿mejor?) es que nos lo traspasas.
ResponderEliminarSí, parece que fue un personaje tu hermano. Esa "inteligencia incomprendida" es típica, no voy a decir de suicidas pero sí de cierto tipo de personas atormentadas.
Por lo que describes, tu hermano era una persona muy inteligente sin grandes habilidades sociales (eso que se popularizado con el incorrecto término "inteligencia emocional"). ¿No sería un caso de síndrome de Asperger? Ya sabes, esa forma de sutil autismo que potencia mucho la inteligencia a costa de disminuir las habilidades sociales.
Sí que parece un personaje digno de novela. No sabría qué aconsejarte para sacarte de tu escollo, pero merece la pena que escribas algo sobre él.
Claudia Botero: Me alegro de volver a verte por aquí, amiga mía. Si ese personaje que mencionas se parecía a mi hermano, puedes estar segura de que hiciste de maravilla alejándote de él. La gente así es letal para los que están cerca.
ResponderEliminarJulia: A veces hay que sacar fuera de uno mismo los asuntos más personales y delicados para poder comprenderlos mejor.
Manolo: ¿Desgarro?... No sé, quizá. Lo que más me inspira mi hermano es tristeza. No solo por su dramática muerte, sino porque su vida fue la crónica de un desastre anunciado.
En cuanto a sus habilidades sociales... Las tenía y muy bien afinadas. De hecho, era un seductor nato. En lo que sí fallaba bastante es en la inteligencia emocional. Tenía dificultades para empatizar; todo pasaba por el filtro de su ego, todo giraba en torno a él.
Difícil comentar un post así. Me ha parecido brutalmente sincero, y no sé si yo podría escribir así sobre un tema tan personal y tan ¿doloroso? ¿duro?.
ResponderEliminarNo sé qué más decir, salvo que es un placer leerte y entrar a Babel y descubrir un nuevo post.
Saludos.
César, y tú con la facilidad que tienes para fabular historias... ¿por qué tienes que tragar por fuerza con una persona si puedes hacer con ella uno de tus personajes?
ResponderEliminarQuiero decir, que si ves que tienes una buena novela entre manos pero el personaje principal te impide contarla, ¿cómo es que no te limitas a inspirarte en tu hermano para crear otro tipo de protagonista, uno con el que sí que puedas trabajar?
Vamos, que tampoco tienes por qué emplear un determinado material si ves que no te sirve. Seguro que tu hermano y toda tu familia estará orgullosa y encantada de leer una historia protagonizada por alguien que tenga el 70% de las cosas que apreciaste en tu hermano. No es ningún crimen deshechar el otro 30% si con ello se consigue que un buen libro vea la luz.
Digo yo, no sé.
Este texto me ha creado una fuerte desazón, porque creo reconocerme en muchas cosas de la descripción de tu hermano. Sin embargo hay un detalle que no sé si coincidirá. A ese sentimiento de superioridad que nombras siempre le siguen momentos de depresión en los que te sientes literalmente una mierda. Y muy pocas veces hay un término medio. Me duele ese detalle de "no hay grandeza en... ", no porque no creo que sea real sino porque me pregunto qué es la grandeza en un ser humano. Muchos con esta personalidad extrema han pasado a la historia porque el puro azar les ha impulsado hasta los más alto en un momento determinado. No creo que nadie que valore sus propias posibilidades de una forma realista llegue a hacer nunca algo espectacular.
ResponderEliminarno se quien me dijo alguna vez que realmente todos los seres humanos estamnos continuamente actuando un papel, no me refiero al de ser escritor, vendedor, padre, hermano, hijo, no, sino a que vamos construyendo (como las sociedades) nuestro propio mito, producto de nuestros deseos, aspiraciones, frustaciones, etc... y que lo interpretamos una y otra vez, lo buscamos de hecho, y que conociendo el mito o "modelo" de cualquier persona podemos entender sus actos y motivaciones con más claridad...quizá esas personas que, como tu hermano, se deslizan por una pendiente persiguiendo su propio fatum, vayan buscando esa luz o modelo, ¿cuál podría ser el de tu hermano, para tener sombras y luces tan marcadas?...
ResponderEliminarHola, buen amigo César. Que no me conoces, pero te admiro mucho, sobre todo por haber sido tan valiente cuando decidiste jugártela y dedicarte a las letras. Le echaste un buen par de huevos y tienes tu merecido premio, sobre todo porque es un cariño enorme leer lo que escribes.
ResponderEliminarEres un tipo grande. No sólo físicamente, eh. Porque menuda familia de jugadores de baloncesto, madre, qué genes de torete tenía José.
Pero creo que el problema de Eduardo es el de... todos. Verás, lo de la sensibilidad del introvertido es un mito. Cuando uno es así, se vuelve hipercrítico... con los demás. A la defensiva. Frustrado. Insatisfecho. Muy autocompasivo. Porque nuestro instinto busca dominar o controlar el entorno. Por instinto de seguridad. Para que las cosas esten como nos haria sentir equilibrio. Estar solo o no reinar de alguna forma en el orden de las cosas nos frustra.
Por qué el problema de Eduardo es el de todos? Porque casi todo el mundo se siente más inteligente y especial que la media. Y eso, tan notorio y llamativo, se debe a la fuerte ausencia de autocrítica.
Dotarnos a nosotros mismos, por el tiempo que pasamos solos, de dimensiones shakespearianas. Y superficializar a los demás, juzgándolos injustamente por verlos de pasada, creyendo que ese comportamiento animal los define, cuando vistos desde fuera todos somos poca cosa. Animales que se mueven por los instintos más básicos y que para satisfacerlos elaboran planes mentales.
Además, "mola" mucho eso de rebajar a los demás, en el paroxismo de competir innatamente y sentirte mejor, mas triunfador, menos menoscabado y en general más satisfecho con tu vida y más dominante en el entorno. Instinto animal.
Recuerdo las palabras de tu brillante padre (porque alguien con esa lucidez es una luz que brilla para siempre cuando la has visto), quien a pesar de vivir un conmovedor final similar, expuso su postura por medio de su trasunto literario Don César:
"Quiere ser feliz, señorita? Pues la autocompasión, para los demás. Cuando uno empieza a compadecerse a sí mismo, está perdido".
Es una pena que gente valiosa se vea asfixiada de esa forma, y caiga en el inevitable dolor y la autocompasión que los merma sin poder atender a toda la vida que ojalá les quedase por delante.
Al menos es una suerte haberlos conocido. Siempre gracias por ello.
Un cordial abrazo, y cúidate mucho, buen amigo César. Aunque no me conozcas.
Jose Miguel.
Carlito's: Gracias.
ResponderEliminarPedro: Si Eduardo no fuera mi hermano y si su historia me la hubiese contado otra persona, entonces no tendría ningún problema. Quitaría y pondría a mi antojo, y santas pascuas. Pero estoy emocionalmente implicado y supongo que eso es lo que me bloquea. Qué le vamos a hacer.
Anónimo de las 7:15: Tienes razón en que la suerte juega un papel fundamental. No obstante, no basta con tener suerte; hay que saber aprovecharla. Eduardo tuvo sus rachas de suerte y, si las hubiese aprovechado, su vida habría sido muy distinta. Pero no solo no las aprovechó, sino que hizo lo posible por cargarse todo lo que había conseguido.
También tienes razón en lo que respecta a la depresión: Eduardo era una montaña rusa que tan pronto estaba arriba como se hundía en el desánimo.
En cuanto a la grandeza... vaya, ese es un tema complejo. Pero, por resumir, yo diría que la grandeza de una persona se mide por el tamaño de sus sueños, los efectos de sus actos y por su honestidad. Creo que al menos en esos dos últimos aspectos mi hermano no dio la talla.
Anónimo de las 11:43: Comparto tu razonamiento, y la pregunta que formulas me parece muy pertinente. Y no creo poder contestarla. Sé cómo era la máscara de mi hermano, pero no estoy seguro acerca de cuál era su mito. En cualquier caso, fuera cual fuese, nunca consiguió ser lo que deseaba ser.
José Miguel: Es cierto que, de forma casi instintiva, todos tendemos a sentirnos superiores a los demás. Pero, como tú bien señalas, para moderar esa tendencia está la autocrítica. Algo de lo que Eduardo carecía por completo.
En mi opinión, detrás de todo complejo de superioridad se esconde una profunda fragilidad. Te acorazas por fuera para proteger lo que hay dentro. De hecho, llegas a protegerlo incluso de ti mismo, negándote a admitir la realidad. La gente fuerte es tranquila, porque no tiene miedo. La gente débil, por el contrario, puede ser muy agresiva, porque el miedo suele conducir a la violencia.
Dices, José Miguel, que no nos conocemos. Pero, ¿conoces a alguien de mi familia?
...sin conocer todos los detalles...pero ¿nadie ha pensado en la posibilidad de un transtorno bipolar?
ResponderEliminarYo tambien estaba alli. Y tambien recuerdo cada uno de los minutos de aquel sabado. Y la voz desgarrada de papa, y el miedo infinito a ver como os rompiais. Pero no recuerdo a Eduardo. Le conoci poco. Seguramente podria hasta contar las veces que le vi. siempre fue un misterio para mi. Y a la vez alguien inquietante. Cuando murio Me dijo alguien que habia perdido la oportunidad de conocer a un gran tipo. Tal vez esta sea mi oportunidad. Gracias.
ResponderEliminarAnónima de la 1:19: Es verdad, tú también estabas allí. Me había olvidado, lo siento. Pero me parece que ese alguien no te dijo que habías perdido la oportunidad de conocer a un "gran tipo", sino de conocer a un "tipo interesante", que no es lo mismo.
ResponderEliminarLa verdad, me ha costado bastante trabajo decidirme a poner unas cuantas frases aquí. Finalmente lo he hecho por varias razones, siendo la primera el darte ánimos. Comprendo tu tristeza y pienso, aunque quizás me equivoque, que en el fondo de ti mismo existe un sentimiento oculto de culpabilidad, en el cual te reprochasw el alejamiento que durante añosTuvisteis(¡ay! esos 16 años sin hablarse)y que, probablemente te impidió el ayudarlo en los momentos en que buscaba desesperadamente "algo" a que agarrase.
ResponderEliminarHay que estar muy desesperado para suicidarse, ya que "El suicidio no es una solución" (novela Máscara Blanca. Colección El Coyote).
Por otra parte, es un placer leer elgo escr4ito por ti. Aunque parezca raro me recuerdas a mi admiradoJosé Mallorquí. Estilos diferentes, sí, pero claridad, precisión, riqueza de lenguaje y una habilidad en saber transmitirsentimientos que seguro son herencia de él.
Ramón Charlo
Ramón Charlko: Me alegro de verte por aquí, amigo mío. Lo que planteas acerca de mi podible sentimiento de culpabilidad en cuanto a la muerte de mi hermano... bueno, espero responderlo al final de esta serie de entradas. Ojalá tengas razón y haya algo de mi padre en mi estilo como escritor.
ResponderEliminarCreo que el mayor problema de tu hermano fue la incomprensión y la tremenda soledad a la que aquella lleva. Es probable que hubiera también frustración; tal vez todos, por esa brillantez suya, esperaran mucho de él y no pudo cumplir las expectativas ni propias ni ajenas. Yo siempre digo que no tengo que cumplir las expectativas de nadie ni siquiera las mías propias. En tu hermano, pese a todo, había grandeza (la hay en todos), pero se obcecaba en ocultarla y en sacar a pasear lo peor de él (todos tenemos miserias; nadie es mejor que nadie). Ése es un claro reflejo de su autodestrucción. Cuando uno no puede construir o lo que edifica se le viene abajo, opta en algunos casos por destruirse hasta el final.
ResponderEliminarLa mejor forma de enfrentarse a un personaje, a sus sombras es no juzgándolo. Si uno no se mete en su pellejo, le será muy difícil escribir sobre él.
Siento, a pesar del tiempo transcurrido y de ser una desconocida, la muerte de Eduardo.
Zambullida: Sí, todo lo que dices es cierto; y me alegro mucho de que así sea, porque tú no conociste a Eduardo y, sin embargo, has captado su personalidad y la razón de su tragedia, así que supongo que no lo estoy haciendo tan mal con esta semblanza. Piensa que, en última instancia, lo que pretendo es rescatar el recuerdo de mi hermano.
ResponderEliminarTambién tienes razón (toda la del mundo) en tu comentario sobre las expectativas. No hay carga más pesada que un exceso de expectativas.
Me he dado de bruces con esta página, y creo que me han dolido todas y cada una de las frases leídas aquí.
ResponderEliminarDe César tengo recuerdos vagos y amables. De Eduardo, en cambio, guardo un recuerdo vivísimo. Durante apenas dos años -cuando yo tenía 22 y él 33 años- fuimos muy amigos. A él le debo muchas de las buenas cosas que después me sucedieron.
Recuerdo nuestra última conversación como si hubiera sucedido ayer. Fue una discusión violenta. Cuando me fuí, rabioso y enfurecido, le escuché decir: "Eres mi mejor amigo. Si me fallas, me mato". Nunca más volvimos a vernos.
Aunque le he dado mil vueltas a aquella relación de hace...¿37 años?, no me da el corazón ni la cabeza para opinar acerca del carácter o de la personalidad de Eduardo. Era, sin duda, persona difícil, pero nunca he podido quitarme de la cabeza su amistad ni el dolor de haberla perdido.
Un abrazo para todos.
Sulleiro
Hola César, Hace algunas semanas descubrí este blog y desde entonces ha dado vueltas en mi cabeza la idea de escribirte. Te conocí siendo niña, tu hermano Eduardo fue mi tío durante un tiempo y ahora me gustaría que nos viéramos y charlar sobre aquella época. También mis hermanos mayores, con quienes he compartido este descubrimiento, estarían encantados de organizar un encuentro. Todavía recordamos, más ellos que yo, que sólo contaba con 6-7 años, momentos maravillosos a vuestro lado. Elena me recordaba hoy cuando un día nos llevaste con tus amigos y nos enseñaste la canción del Sultán. "El sultán tenía una pipa de hojalataaaaa..." Cierto es que eran momentos escasos, un oasis en nuestra dura vida, de la que bien sabes parte de la historia y especialmente algunos capítulos. Ponte en contacto conmigo si te parece buena idea que nos veamos. Supongo que por las pistas que te he dado sabes quienes somos.
ResponderEliminarChavela: Por favor, escríbeme al e-mail del blog (fraternidadbabel@yahoo.es) y así podré contestarte a tu dirección de correo electrónico :)
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