Creo que ya
lo he dicho más de una vez, pero tengo la sensación de que la gente conocida se
muere más en verano que en otras épocas del año. Y, además, que fallecen por
parejas. Probablemente no sea cierto, pero recientemente han muerto dos viejas
glorias de la literatura fantástica y de ciencia ficción. El primero, en mayo,
fue Jack Vance, un escritor que a mí no me gusta nada, pero que sin duda fue
una figura clave en cierto tipo de fantasía científica. Y maestro de otros
autores, como por ejemplo George R. R. Martin, según él mismo reconoce.
El segundo
murió anteayer, a los 87 años: el gran Richard Matheson. Puede que algún
desprevenido merodeador crea que no le conoce, ni a él ni a su obra, pero
probablemente se equivoca, porque muchos de sus relatos han sido llevados al
cine. Dos ejemplos muy conocidos son El
increíble hombre menguante (1957), de Jack Arnold, y El diablo sobre ruedas (Duel,
1971), la primera película de Steven Spielberg estrenada en cines. Sin ir más
lejos, durante los últimos quince años se han producido cinco películas basadas
en su obra: Más allá de los sueños
(1998), de Vincent Ward, El último
escalón (1999), de David Koepp, Soy
Leyenda (2007), de Francis Lawrence, The
Box (2009), de Richard Kelly y Acero
Puro (2011) de Shawn Levy.
Puede que
penséis que ninguno de esos cinco últimos títulos, los más recientes, es gran
cosa; y tendréis toda la razón; sobre todo el último, que no es acero puro,
sino pura basura. Pero, fiaos de mí, los relatos en que están basados son
muchísimo mejores. Por lo demás, hay otras muchas películas inspiradas en su
obra, o guionizadas por él; por citar dos ejemplos más que notables: La leyenda de la mansión del infierno
(1973), de John Hough, y En algún lugar
del tiempo (1980), de Jeannot Szwarc. Además, a su pluma se deben muchos
capítulos de series de TV tan míticas como La
Hora De Alfred Hitchcock, The
Twilight Zone, Star Trek o Galería nocturna.
No recuerdo
cuál fue el primer relato de Matheson que leí, pero sí la primera novela: Soy leyenda (1954), en la edición de
Minotauro. Yo debía de tener unos veinte años; aún vivía con mi hermano
Eduardo. Una noche me acosté a eso de la una y cogí el libro para leer un poco
antes de dormirme. Comencé a leerlo… y no pude parar hasta que, a altas horas
de la madrugada, lo acabé. Es una de las novelas más adictivas que conozco.
Pero Soy leyenda es mucho más que un relato
apasionante. De entrada, es una lección de narrativa, porque resulta muy
difícil mantener la tensión con un solo personaje. Además, es una reflexión sobre
la soledad, sobre lo que es la humanidad y sobre la ambigüedad moral. Y cuenta
con uno de los mejores finales que he leído. No exactamente un final sorpresa,
porque los hechos siempre han estado delante de ti y no hay conejos ocultos en
la chistera. Lo que hace Matheson es mucho más sutil; te dice: “Vale, ya te he
contado la historia; ahora, ¿por qué no la contemplas desde otro punto de
vista?”. Y cuando lo haces, cuando ves las cosas desde la perspectiva correcta,
de repente todo lo que has leído adquiere un nuevo significado, totalmente
opuesto al que tú creías.
Puede que
esto escandalice a más de uno, pero en mi opinión Soy leyenda es comparable en alcance a El señor de las moscas, de Golding (los argumentos no se parecen en
nada, pero ambas obras tratan en el fondo de lo mismo: del bien y del mal).
NOTA:
Ninguna de las tres versiones cinematográficas de Soy leyenda le hace la menor justicia al original literario. De
hecho, siendo el final de la novela importantísimo para dar sentido al texto,
todas las películas lo han cambiado, convirtiendo una inteligente historia
moral en una vulgaridad.
Más
adelante leí otras dos novelas suyas, La
casa infernal y El hombre menguante,
que están muy bien, pero no llegan a la altura de Soy leyenda. Y, por supuesto, sus muchos y fabulosos relatos
cortos.
¿Era
Matheson un gran escritor? Pues, como siempre, la respuesta a esa pregunta
dependerá de la perspectiva. No era un “estilista”, desde luego; su prosa era
meramente funcional. Pero era un narrador nato, un escritor inteligente y un
fabulador dotado de gran imaginación. Para mí, eso es muchísimo. Ahora bien, si
habéis leído la entrada anterior, comprenderéis que AFM despreciaría la obra de
Matheson, tildándola con desdén de “foletinesca y bestsellera”, aunque él sólo
podría escribir algo parecido copiándolo, como hizo con Borges. En mi opinión,
Matheson fue uno de los grandes escritores de género del siglo XX.
Corren
tiempos extraños en los que ciertos grupos de opinión, de muy diversa
naturaleza, se empeñan en denigrar y desdeñar a los escritores. No lo entiendo;
pero no lo entiendo, no ya como escritor, sino como lector. Muchos escritores
han contribuido a hacerme más feliz, a mejorar la calidad de mi vida, muchos
escritores me han proporcionado momentos maravillosos, y a esos escritores solo
les debo una profunda gratitud. Matheson era uno de ellos.
Así que
Richard, viejo amigo, lamento mucho que hayas palmado. Nunca te olvidaré, ni
olvidaré las horas de felicidad que me regalaste; sobre todo las de aquella
noche, hace cuarenta años, en que devoré Soy
leyenda sin poder parar de leer. Gracias por todo lo que me diste. Descansa
en paz.
Richard
Matheson. Allendale, Nueva Jersey. 20 de febrero de 1926 - 23 de junio de 2013.