Ya estamos otra vez aquí, amigos, en
la única cita ineludible de La
Fraternidad de Babel: el cuento de Navidad. Permitidme que os hable acerca
del proceso que conduce a esos relatos.
Por lo general, al llegar las
vacaciones de verano me digo: seamos previsores y busquemos un argumento para
el próximo cuento navideño. Lo intento durante un par de días, no se me ocurre
nada y me olvido completamente del asunto. Hasta que a finales de noviembre
saltan las alarmas y me pongo a buscar desesperadamente una idea. A veces,
pocas, se me ocurre algo rápido y tengo tiempo para escribirlo tranquilamente;
pero, por lo general, se me ocurre en el último momento y tengo que redactar a
toda leche. En alguna ocasión he terminado el relato el mismo 24 de diciembre,
poco antes de colgarlo en el blog.
En lo que respecta al cuento de este
año, Embajada de buena voluntad, lo
concluí ayer y lo he corregido esta mañana. Y eso que la idea básica se me
ocurrió el año pasado; pero le faltaba algo, no era una idea redonda, así que
no la escribí en su momento. Este año, ¡eureka!, encontré, creo, lo que le
faltaba... pero tarde, así que otra vez a escribir cagando leches, qué le vamos
a hacer.
Embajada
de buena voluntad es un cuento de ciencia ficción y tiene algo especial. Permitidme
explicaros qué y por qué.
Esta Navidad, como viene ocurriendo
durante los últimos años de crisis, es muy poco navideña. No noto el solsticio
en el ambiente, los ánimos son sombríos y falta alegría. No son buenos tiempos
para volver a ser niño.
Vale, de acuerdo, lo entiendo. Pero
por lo menos aquí, en Babel, quiero que haya un poquito de Navidad. Y para un
adulto la Navidad, básicamente, es nostalgia. Así que seamos nostálgicos.
Fijaos en la imagen que ilustra este post. Es la portada del ejemplar de diciembre
de 1953 de la famosa revista norteamericana de ciencia ficción Galaxy. 1953, el
año que nací yo.
Por aquel entonces, entre otras
muchas temáticas, había un tipo de ciencia ficción que hoy prácticamente no se
escribe. Era una ciencia ficción juguetona, algo ingenua, con mucho humor; una
ciencia ficción que se centraba en los relatos cortos y por lo general
exploraba ideas fantásticas desde un punto de vista irónico y no muy realista.
Entre los principales autores de este estilo podemos citar al gran Fredric
Brown, a Henry Kuttner, a Robert Sheckley o a William Tenn; aunque, por
supuesto, hay a un montón de excelentes relatos de autores hoy olvidados.
Además, casi todos los escritores de ciencia ficción de aquel entonces
escribieron algún relato de ese tipo. Hoy, casi nadie lo hace.
Pero es Navidad y yo el Capitán
Nostalgia, así que vamos a volver a unos tiempos más amables, a los años
cincuenta, cuando la única preocupación era que las bombas atómicas llovieran
sobre nuestras cabezas. Y no es que mi relato suceda en aquel entonces, qué va;
está ambientado ahora mismo. Pero el tono y el estilo de la historia se
corresponden a otra época más inocente. Los merodeadores aficionados a la cf
más veteranos sabrán enseguida a qué me refiero.
Es mediodía, estoy en mi despacho. A
través de la ventana veo un cielo oscuro y nuboso; las calles están mojadas por
la lluvia. Es una imagen muy invernal, muy navideña. Dentro de poco tengo que
ir a recoger la compra para esta noche, así que probablemente colgaré el post
por la tarde.
Amigos míos, es un placer y un
privilegio que merodeéis por aquí un año más. Os deseo, de todo corazón, un
feliz Solsticio de Invierno y todo lo mejor para el año que viene.
Y ahora os dejo con el cuento, que
narra lo que ocurre cuando alguien intenta hacer el bien en el contexto
inadecuado. Espero que os guste; pero si no es así, como siempre digo, recordad
que es gratis.
Embajada de buena
voluntad
Por César Mallorquí
Érase
una vez una civilización extraterrestre situada a decenas de años luz de
distancia. Dado que su idioma es absolutamente impronunciable, los llamaremos
“ofiucos”, porque su estrella natal se encuentra más o menos hacia la
constelación de Ofiuco, y no porque se parezcan lo más mínimo a las serpientes,
ya que en realidad son bípedos de algo menos de un metro de altura con cierta
apariencia de gnomos.
La
cultura ofiuco era muy antigua y muy sabia; dominaban el viaje estelar,
controlaban la energía de los soles, el espacio-tiempo era para ellos un juego
de niños. Además, los ofiucos eran extremadamente pacíficos y bondadosos; quizá
porque su especie no provenía de carnívoros ni omnívoros, sino de simpáticos
frugívoros nacidos en un planeta plagado de árboles frutales. Seres agradables;
la clase de vecinos galácticos que te gustaría tener...
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