El otro día leí en el periódico que
Alexandra Bastedo había muerto de cáncer el pasado 12 de enero, a los 67 años
de edad. Me llevé un pequeño disgusto.
¿Y quién demonios era Alexandra
Bastedo?, os preguntaréis. Ah, qué jóvenes sois, condenados... Era una actriz
inglesa, aunque trabajó mucho en España durante los 70, en películas como La
Novia Ensangrentada, Odio Mi Cuerpo, El Clan de los Nazarenos
o El Mirón. Pero el origen de
su (relativa) fama no le vino de ninguno de esos films, sino de una serie de TV
inglesa que sólo tuvo dos temporadas (1968-1969) y 30 episodios: Los invencibles de Némesis (The Champions,
en la versión original).
Los protagonistas eran
tres agentes secretos, dos hombres y una mujer (Bastedo), que trabajaban para
una organización internacional al servicio de las Naciones Unidas llamada
Némesis. Durante su primera misión, en China, el avión en que viajaban sufría
un accidente en el Himalaya, pero los tres agentes no sólo sobrevivían, sino
que además eran rescatados por un monje perteneciente a una civilización
perdida. Y ese monje les adiestraba para que adquiriesen poderes mentales.
Luego, volvían a Europa dotados de habilidades tales como telepatía, fuerza
sobrehumana o supermemoria.
En resumen, la serie
iba de agentes secretos, poderes psíquicos y ciencia ficción. Puro pulp inglés,
que es una modalidad de pulp bastante rara. A mí me encantaba, por dos motivos:
En primer lugar, porque eso de los poderes mentales y el misticismo tibetano me
chiflaba por aquel entonces. En segundo lugar, porque yo era un adolescente de
16 años cuando la serie se estrenó en España, las hormonas me crepitaban como
palomitas de maíz, y Alexandra Bastedo estaba buenísima.
De hecho, creo que la
segunda razón pesaba más que la primera, porque de Alexandra me acuerdo
perfectamente, pero de la serie muy poco. La verdad es que sólo recuerdo una
escena: Dos de los agentes están prisioneros y maniatados en una casa. No saben
dónde se encuentra esa casa, pero hay un teléfono y logran ver el número.
Entonces, le envían telepáticamente ese número al tercer agente, que les está
buscando, y así éste localiza la dirección del teléfono y consigue rescatarles.
Es una chorrada, pero
ilustra uno de los principales puntos a favor de la serie (aparte de la
Bastedo): los poderes psíquicos de los agentes eran muy limitados. Por ejemplo,
su telepatía; no podían, si mal no recuerdo, leer la mente de las personas,
pero sí podían enviarse entre sí mensajes mentales sencillos. Un número de
teléfono, por ejemplo.
¿Era una buena serie?
Ni idea; a mí me encantaba, pero yo era muy joven y en aquella época no sería
la primera cosa muy mala que me gustaba. Supongo que hoy resultaría ingenua y
muy sesentera en el peor sentido de la palabra. No lo sé. Pero Alexandra
Bastedo estaba como un queso y fue uno de los referentes eróticos de mi
adolescencia.
Quizá no nos damos
cuenta, pero la televisión forma parte del escenario de nuestras vidas, y se
establecen fuertes vínculos emocionales con las series y sus personajes. Hace
unos meses, nos reunimos un grupo de amigos en mi casa para ver series antiguas
que había comprado en DVD. Vimos episodios de, por ejemplo, Bonanza, El
Santo, Viaje al fondo del mar, Superagente 86 o Alfred
Hitchcock presenta.
Bonanza fue enormemente popular en su época y muy longeva (14 temporadas, de 1959 a 1973). Contaba las aventuras de una familia de terratenientes –padre viudo y tres hijos varones-, los Cartwright, en el salvaje Oeste. El episodio que vimos era malísimo. No me extrañó; Bonanza me gustaba cuando era niño, pero ya en la preadolescencia me di cuenta de que era un coñazo. Sin embargo, se me enterneció el corazón cuando vi a Hoss, el hermano grandote y fuerte, pero más bien simple. Hoss Cartwright, interpretado por el prematuramente fallecido Dan Blocker, era el favorito de todos los niños.
Viaje al fondo del
mar (1964-1968) trataba de un submarino atómico supersofisticado (el Seaview)
que, en el curso de sus misiones, solía enfrentarse a científicos locos,
monstruos gigantescos o malintencionados extraterrestres. Era una serie mala,
ciencia ficción de guardarropía, pero era mi serie favorita de niño. La emitían
los sábados a última hora de la tarde, y esa era una cita ineludible para mí.
Vimos el episodio piloto, y mi buen amigo Samael y yo aullábamos imitando los
ruidos del submarino o pronunciando las frases características de la serie (¡Control
de daños, control de daños...!).
El Santo
(1962-1969) fue la serie de TV inglesa que lanzó a Roger Moore, que luego sería
el tercer (y más nefasto) James Bond. La serie trata de un tipo, un hombre de
acción –Simon Templar-, que va por el mundo ayudando a la gente. Así de simple.
Está basada en una serie de novelas muy populares por aquel entonces del
escritor inglés Leslie Charteris (llevadas al cine varias veces). Lo que pasa
es que en las novelas Simon Templar, El Santo (por sus iniciales), es en
realidad un irónico delincuente y asesino cuyo código moral le permite robar (o
matar) a los malvados, siempre y cuando ayude a los inocentes. Una especie de
Robin Hood moderno, para entendernos. Pero ese lado oscuro fue eliminado de la
serie, así que el personaje se quedó un poco blandito. O, al menos, eso me
parecía a mí por entonces, ya que había leído un par de novelas de Charteris y
podía hacer la comparación. Sin embargo, el episodio que vimos no estaba nada
mal; un thriller internacional bastante solvente.
Superagente 86
(1965-1970) era una sátira de las películas de espías creada por Mel Brooks y
protagonizada por Don Adams en el papel de Maxwell Smart, un agente secreto
absolutamente imbécil, y Barbara Feldon como su compañera, la Agente 99, algo
más lista que él, pero no demasiado. Cuando era pequeño me partía de risa con
esa serie. Hace unos meses volvimos a verla y todos nos volvimos a partir de
risa. Es un clásico.
Igual que Alfred
Hitchcock presenta (1955-1965). Es la serie más antigua de todas las
citadas, pero claro, estaba producida por el gran Hitchcock y muchos de los
episodios dirigidos por él. Una obra maestra intemporal de la televisión. Y lo
mejor: las irónicas presentaciones y despedidas de cada episodio a cargo del
propio Hitchcock. Vimos el episodio 7 de la primera temporada (Breakdown),
dirigido por el viejo Hitch y protagonizado por Joseph Cotten, y era tan
moderno e innovador como la más moderna e innovadora serie actual.
Me acabo de acordar de que también
vimos otras dos series, un episodio de Misión
imposible y otro de Los invasores.
Misión
Imposible (1966-1973) ya la conocéis por las versiones cinematográficas
protagonizadas por Tom Cruise. A mí me encantaba, aunque reconozco que su
planteamiento básicamente consistía en realizar misiones de la forma más
absurdamente complicada posible. Barbara Bain, la tía buena del equipo, nunca
me pareció que estuviese buena, pero me encantaba Martin Landau, interpretando a Rollin Hand, con esa cara
suya de enterrador, disfrazándose constantemente como si fuera Mortadelo. Y
Peter Lupus, un culturista que creo que jamás tuvo una miserable línea de
diálogo. Los años se le notan a esta serie, pero la música de Lalo Schifrin
sigue siendo molona.
Los
invasores (1967-1968) contaba la historia de David Vincent, un arquitecto
que una noche, viajando en su automóvil, presencia el aterrizaje de un OVNI en
una zona rural. Investiga y descubre que hay una invasión alienígena en marcha.
Los extraterrestres se infiltran adoptando nuestra apariencia, salvo en un aspecto:
no pueden doblar los dedos meñiques, así que van todo el día por ahí como si
sostuvieran una taza de te. Yo era un chiflado de la ciencia ficción, así que Los invasores me chiflaba, aunque
reconozco que los capítulos eran muy repetitivos. David Vincent llegaba a un
sitio y descubría un grupo de aliens; luchaba contra ellos, los vencía y se
iban sin dejar huellas, de modo que las autoridades no creían al pobre Vincent.
En cualquier caso, mientras duró la serie, en el colegio todos íbamos con los
meñiques tiesos.
En fin, qué sobredosis
de nostalgia. Pero esos fueron algunos de mis compañeros de la infancia. Mi
novia Alexandra Bastedo, mi hermano mayor Hoss Cartwright, mi submarino
particular, el Seaview, y mis amigos Simon Templar, Maxwell Smart, David Vincent, Rollin Hand o Alfred
Hitchcock, entre otros muchos. La verdad es que, bien pensado, hemos tenido
suerte de nacer en la era de la televisión.
Y ahora, antes de
despedirme, un aviso: estaré fuera de circulación durante las próximas dos
semanas. Por nada malo, no os preocupéis. Ya os contaré.