Supongo que ya conocéis el incidente
de Esperanza Aguirre con la policía municipal. El pasado jueves, la lideresa
del PP madrileño aparcó en el carril bus de la Gran Vía, junto a la plaza de
Callao, y se bajó del coche para sacar dinero de un cajero. Al cabo de un rato
aparecieron dos agentes de movilidad y le pidieron la documentación para
ponerle una multa. Al parecer, la lideresa no tenía los papeles del coche.
Entre tanto, la gente que pasaba por ahí comenzó a hacer fotos con sus móviles,
y Espe se puso nerviosa, así que antes de que se acabaran las formalidades de
la denuncia, se montó en su coche, arrancó y emprendió la huida, derribando al
salir la moto de uno de los agentes. Estos fueron tras ella, iniciando una
persecución a la que se sumó un coche patrulla. Le dieron el alto, pero la
lideresa les ignoró y prosiguió la fuga hasta entrar en el garaje de su casa.
Los agentes llamaron a la puerta, pero la lideresa pasó de ellos y mandó a sus
escoltas para que intentaran solucionar el asunto. Según cuentan los policías,
doña Espe mostró en todo momento una actitud chulesca y prepotente, con frases
como: “¿Qué, multita y bronquita?”.
Para quienes no conozcan la Villa y Corte,
una aclaración: Madrid es un caos circulatorio, todo el mundo aparca donde le
sale de las narices, en los carriles bus, en doble fila o en los pasos cebra,
da igual. Pero, veréis, la Gran Vía es una de las principales arterias de la
ciudad, una de las calles con más tráfico; y no solo de coches, sino también de
autobuses, sobre todo a la altura de Callao. Así que a nadie se le pasa por la
cabeza aparcar en la Gran Vía. A nadie menos a Espe.
Este incidente no es más que una
variante del famoso “¡No sabe usted con quién está hablando!”, pero con el castizo
desparpajo habitual de la lideresa. No os perdáis las declaraciones que la
inefable Espe ha hecho posteriormente al respecto; la retratan a la perfección.
Podría decirse que el comportamiento
de esa señora (?) es el típico de alguien que se considera intocable, de
alguien tan acostumbrado al poder que se cree con licencia para hacer lo que le
venga en gana, de alguien que está por encima del bien y del mal. Podría
decirse que Espe se ha comportado como lo que siempre ha sido: una bocazas
maleducada y prepotente. Podría decirse que Espe tenía antes, cuando presidía
la comunidad, consejeros y asesores de imagen que atemperaban su verborrea
autoritaria y despótica, pero que ahora, al carecer de esa ayuda, la dicharachera
Espe se abandona a los excesos. Sí, podría decirse todo eso, porque es verdad.
Pero creo que, en última instancia, la razón de su comportamiento es más
profunda.
Esperanza Aguirre es, en esencia,
una señorona de derechas del barrio de Salamanca. Ya, ya sé que vive en un
palacete de Malasaña, pero da igual: su ecosistema natural es el barrio de
Salamanca.
(De nuevo para los que no conozcan
Madrid: el barrio de Salamanca es donde vive –o vivía- gran parte del pijerío
de la ciudad, una zona muy cara, con muchas tiendas de lujo, y muy, pero que
muy de derechas. De hecho, al menos antes se la conocía como “zona nacional”
-¿o nazional?-).
Pues bien, permitidme que os cuente
una anécdota personal:
Hace años, yo vivía en barrio de
Chamberí, que está separado del barrio de Salamanca por el Paseo de la
Castellana. Mi casa estaba situada a cuatro manzanas de la Castellana, así que
se encontraba en la zona de influencia de Salamanca; era una zona noble, por
así decirlo. Muy cerca de mi casa se encontraba la parroquia del barrio, San
Fermín de los Navarros, que probablemente sea la parroquia más facha y rancia
de Madrid. Y en la acera de enfrente había, hay, un quiosco de prensa.
Un domingo, a eso de la una y media,
fui allí para comprar el periódico. Pero resulta que acababa de terminar la
misa, así que había una nutrida cola de gente frente al quiosco. Me sumé a la
cola y me dispuse a esperar mi turno. Entonces, al poco, llegó una mujer de
unos setenta años, emperifollada con un abrigo de pieles, y me dio un empujón
para ponerse en primera fila. Me volví hacia ella y le dije: “Perdone, pero hay
gente esperando”. Ella, con altivez, me espetó: “Es que soy una señora”. Y yo
le contesté: “Pues demuéstrelo”.
Reconozco que estoy íntimamente
orgulloso de mi respuesta. La presunta señora se quedó cortada, cerró la boca y
aguardó la cola. Pero el caso es que esa mujer se creía con derecho a todo, a
pasar por delante de cualquiera, no por ser una anciana, ni por ser una señora,
sino por pertenecer a una casta superior. Así son las señoronas (y los
señorones) del barrio de Salamanca, prepotentes, altivas y maleducadas. Como
Espe.
El caso es que el incidente tiene su
gracia. Esa imagen de la expresidenta embistiendo a una moto y huyendo de la
policía recuerda a los Keystone Cops, o a los Autos locos. Para ser slapstick
sólo le falta un tartazo en la cara.
Lo que ya no resulta tan gracioso es
lo que sucederá después. Nada.
Y lo que no tiene ni pizca de gracia
es que sus votantes la seguirán votando haga lo que haga. No deja de
maravillarme la gente de derechas de toda la vida, con esa tenacidad suya a la
hora de votar a sus líderes inquebrantablemente. Aunque les pillaran celebrando
misas negras o violando a niños, les votarían.
Pero bueno, a fin de cuentas su
incidente de tráfico no es lo peor que ha hecho Esperanza Aguirre. Ella fue la persona
que llegó al poder mediante una maniobra antidemocrática, la lideresa que intentó cargarse la sanidad pública madrileña, la que dio cobijo y
poder a un montón de corruptos. Y la siguieron votando. Como dios manda.