Este año, al menos en Madrid, lo que
llevamos de verano ha sido raro. El calorazo se retrasó mucho y, cuando por fin
llegó, lo hizo de forma intermitente; dos o tres días de calor, luego
refrescaba y vuelta a empezar. Ahora llevamos más de una semana de solanera,
pero aun cuando hace mucho calor, no es ese calor achicharrante tan propio del
verano madrileño; ese calor que suele derretir el asfalto, las mentes y los
corazones a principios de agosto. Mejor así, ¿no? No obstante, tengo la no
demasiado tranquilizadora sensación de que las estaciones se están desplazando.
El verano climatológico comienza y acaba más tarde, y lo mismo sucede con el
otoño y el invierno. Con la primavera no lo sé, porque en Madrid no suele haber
primaveras. ¿El cambio climático o una falsa impresión? Ni idea.
¿Cuál es la estación del año que más
os gusta? A mí todas; de hecho, lo que más me gusta es vivir en una zona del
planeta donde se producen sensibles cambios estacionales. No obstante, siento
debilidad por el otoño. Porque es una estación visualmente bonita,
meteorológicamente agradable y emocionalmente melancólica. Pero si me hubieran
preguntado lo mismo cuando era niño o jovenzuelo, mi respuesta habría sido
otra: el verano. Esas larguísimas vacaciones escolares, ese tiempo dilatado...
Durante la infancia, el tiempo se percibe más lento; las tardes de verano
duraban siglos y el verano en sí era infinito. Una luminosa época de promesas y
prodigios.
No sé si os sucede a vosotros, pero
en mi caso las emociones derivadas de ciertas cosas (como por ejemplo las
estaciones) provienen directamente de las impresiones de la infancia y la
primera juventud. Por ejemplo, cuando era niño (estamos hablando de los 60) en
mi casa se compraba el Selecciones del
Reader's Digest, y en esa revista, al llegar el verano, Nescafé insertaba
un publirreportaje con bebidas de verano hechas con eso, con Nescafé. Era una
serie de bodegones de ambientación veraniega acompañados de las recetas de las
diferentes mezclas. Pues bien, uno de esos bodegones lo tengo grabado en la
memoria. Un fondo de arena de playa, una toalla y, encima de ella, la copa con
la bebida en cuestión. Y, lo más importante, la luz entrando en hileras
paralelas, como si atravesase una persiana o un baldaquino de chamiza.
Eso es para mí el verano: intensa
luz del sol entrando en hileras. Y no es de extrañar. En mi casa, para
atemperar el calor, se bajaban las persianas durante el día, pero dejando
huecos entre las lamas para que se colara algo de luz. Luz en hileras. Verano.
Paradójicamente, otra poderosa
asociación con el verano es, para mí, lo contrario de la luz: la noche. Veréis,
de pequeño, durante el periodo escolar, tenía que acostarme a la 22:30 como muy
tarde. Durante los fines de semana me dejaban hasta la medianoche. Pero en
verano, amigos míos, me permitían acostarme cuando me viniese en gana. Puede
que no fuese una educación muy ortodoxa por parte de mis padres, pero a mí me
encantaba.
Una de las cosas que hacía con
frecuencia por la noche era sentarme junto al gran ventanal del salón y ponerme
a leer una novela de ciencia ficción, aunque alternaba la lectura con la
observación de lo que sucedía en la calle. Por aquel entonces, todas las casas
tenían porteros que vivían en el edificio con sus familias. En verano, después
de cenar, sacaban una sillas a la calle, junto al portal, quizá una mesa, un
botijo y alguna botella de vino o anís, y se ponían a charlar al fresco (es un
decir). Así que había varias tertulias en varios portales. A partir de la una
de la madrugada o así, cuando los porteros y sus familias se habían retirado,
aparecían los regadores. Conectaban sus largas mangueras a las tomas de agua
que había en las aceras y limpiaban la calle a manguerazos. El agua se
evaporaba rápidamente, saturando la por lo usual seca atmósfera de humedad. Y
entre tanto, periódicamente, se escuchaban los golpes de chuzo que daba el
sereno durante su ronda (¿Todo esto os parece prehistórico? Claro, porque lo
es).
Pues bien, desde la atalaya de mi ventanal
yo contemplaba el escenario nocturno con curiosidad y una confortable sensación
de calidez. Pero lo mejor venía luego, cuando las calles se quedaban totalmente
vacías. Me parecía mágico, como atisbar un universo paralelo. El silencio, la
oscuridad matizada por el resplandor de las farolas, los insectos revoloteando
en torno a ellas, el lejano sonido de las campanas de alguna iglesia, quizá los
ladridos de un perro en la distancia... Sumergirme en el corazón de la noche,
no sé por qué, me hacía sentir bien.
Supongo que fue entonces cuando me
convertí en el bicho nocturno que siempre he sido. El caso es que esas son las
asociaciones que me sugiere el verano: luz en hileras y la noche. Hay más, por supuesto,
pero creo que esas se cuentan entre las más remotas.
Más de una vez he comentado aquí
que, con los años, vamos perdiendo la capacidad de “sentir” nuestro entorno. Cuando
yo era jovenzuelo sentía el verano (y el resto de las estaciones; todo en
realidad) en cada una de las células de mi cuerpo, me armonizaba con las
impresiones externas, me fundía con ellas. Ya no; al menos, no automáticamente.
Es como si estuviera anestesiado y no pudiera sentir. Quizá en ello también
tenga algo que ver mi trabajo de escritor; estoy tan acostumbrado a vivir en mi
interior que a veces pierdo contacto con el exterior. Pero, en general, creo
que a partir de cierto momento vital nuestra mente está siempre en otra parte y
dejamos de prestar atención a las pequeñas cosas que suceden a nuestro
alrededor.
No obstante, una mañana hará cosa de
un mes, mientras circulaba en coche por el barrio de Chamberí (mi viejo
barrio), de repente, sentí el verano en toda su dimensión emocional. No sé por
qué, quizá por algún olor, o por algo que vi o recordé; el caso que súbitamente
entré en armonía con todo lo que me rodeaba. Fue una epifanía de lo más
exultante.
Qué tontería, ¿verdad? Sin embargo,
entrar en armonía con el mundo es la esencia de la mística, ¿no? Por menos de
eso Santa Teresa de Jesús escribió tropecientas poesías.
En fin, vaya rollazo. En realidad,
esto no ha sido más que un pretexto para despedirme, momentáneamente, de vosotros
y desearos unas felices vacaciones. Durante las dos próximas semanas estaré
ausente de Babel; al menos en lo que a entradas se refiere. Luego, volveremos a
encontrarnos descansados y fresquitos.
Feliz verano, amigos.
No, no es el cambio climático. Una expresión redundante, por cierto, aunque inevitable, porque el clima es un sistema oscilante en distintos ciclos de amplitud variable desde las más remota historia del planeta. Es meteorología, un año estadísticamente raro, pero no anómalo. La meteorología es al clima lo que la foto fija de un fotograma es a un largometraje de millones de horas. No sé si me explico. Ahora, no soy un negacionista, el cambio, el incremento de temperaturas medias como tendencia y a causa fundamentalmente de las actividades humanas de quema de combustibles fósiles es un hecho
ResponderEliminarYo también tengo la sensación de que las estaciones se han desplazado o retrasado. Aquí, en Zaragoza, las Fiestas del Pilar, en la semana del 12 de Octubre, eran siempre el momento de clave para sacar los abrigos y cambiar la ropa de casa. Ahora, en cambio, llevamos unos años en que en las fiestas todavía seguimos llevando la manga corta. Y acabo de volver de un viaje de cinco días en París y ha hecho allí más calor del que ahora estaba haciendo aquí en Zaragoza.
ResponderEliminarEn fin, serán las oscilaciones dichosas esas.
En cualquier caso y a la espera de volverme a marchar por unos cuantos días más: felices vacaciones y feliz verano a ti, César, y a todos los merodeadores de Babel.
Nos vemos a la vuelta.
Rickard
Saludos:
ResponderEliminarEl verano andaluz siempre es caluroso, aunque el presente lo haya sido de manera intermitente.
Recuerdo veranos en los que cuando salías a la calle después de comer el asfalto de la calle se pegaba literalmente a las suelas de los zapatos.
Como he vivido casi siempre en localidades tirando entre pequeñas y minúsculas, la imagen de las familias manteniendo tertulias nocturnas a las puertas de las casas no me resulta tan lejana ni prehistórica, aunque también es verdad que en los últimos tiempos va desapareciendo: supongo que los aparatos de aire acondicionado tienen mucho que ver con ello.
Felices vacaciones a todos
Juan Constantin
Hola César, qué tal?
ResponderEliminarLo primero felicitarte por el blog y por tu trabajo, te sigo desde hace mucho tiempo, pero ésta es la primera vez que escribo aquí.
Te quería hacer una petición, al igual que sueles comentar muchos temas de actualidad política,como por ejemplo el caso Pujol recientemente, me gustaría que le dedicases una entrada a Pablo Iglesias y el fenómeno Podemos, porque creo que nunca has hablado de ello aquí. Me gustaría saber tu opinión como ciudadano pero también como publicista, porque yo creo que Pablo es muy buen comunicólogo, no crees?
Un saludo y feliz verano!
Anónimo de la 1:07: Ya tenía previsto hablar de Podemos. Lo haré después de las vacaciones, en septiembre. Gracias por tu sugerencia.
ResponderEliminarYa que hablas de vivencias pasadas de la infancia, y un merodeador te propone un tema, me pregunto qué recuerdas de la llegada del hombre a la luna. Lo saco a cuento porque ando leyendo "La conspiración lunar ¡Vaya timo!" de Eugenio Fernández Aguilar. Un libro lleno de rigor para combatir el bulo de que todo fue un montaje. Según encuestas que he visto por la red, hoy en día hay más gente que cree en la conspiración que no en el suceso real. No parece que fuera así desde el principio, esta conspiranoia se ha disparado en los últimos años. ¿Pero ya hubo voces que decían que eso no podía ser y que todo era falso entonces?
ResponderEliminarPor cierto, ¿recuerdas una entrada que hiciste del programa Cazadores de Mitos? Muy interesante el del alunizaje.
Un saludo.
¡Que artículo tan bonito! Leyéndolo me he dado cuenta de que hacía muchos días que no me pasaba por aquí.
ResponderEliminarMe has devuelto a aquella época. Yo también recapitulo de vez en cuando. Tengo una etiqueta en mi blog titulada "Estampas de otros tiempos" que, muy de vez en cuando, se deja, como tú, llevar por la nostalgia.
Hay algo mágico en la infancia, pero creo que todo aquel primitivismo contenía algo de magia también.
Byron: Que yo recuerde, nadie en su momento dudó de la realidad del alunizaje. La moda conspiranoica es muy posterior.
ResponderEliminarMolina de Tirso: No sé si aquel primitivismo era mágico, pero estoy seguro de que era más humano y más cálido.