A veces, empiezas a leer un libro sin esperar nada en especial, porque nada sabes de él, y de pronto descubres una obra maestra. No ocurre con frecuencia, pero cuando sucede sobreviene un doble placer: el de leer un texto memorable y el del descubrimiento. Eso me ocurrió a mí con El Palacio de la Luna, de Paul Auster. A raíz de su publicación, recuerdo haberle echado un vistazo en el Babelia a una entrevista con Auster y a una crítica de la novela; también recuerdo que no presté mucha atención, porque no suelo hacer excesivo caso a los suplementos literarios. Sin embargo, semanas después, deambulando por la Casa del Libro, tropecé con El Palacio de la Luna y... me quedé prendado de su portada. Me gustó la portada, por eso lo compré, lo confieso... en fin, es un motivo vergonzoso, pero es que soy muy impulsivo comprando libros.
Poco después, pillé una gripe y tuve que pasar dos o tres días en cama. En esas circunstancias suelo leer mucho, así que acabé de una sentada el libro que estaba leyendo y me dispuse a escoger otro. Entonces, mis ojos recalaron en aquella portada y una vocecita interior me dijo: léelo. Eso hice y el impacto de aquella lectura aún resuena en mi dura cabezota. Auster lograba algo tan difícil como es explorar un nuevo territorio literario, y lo conseguía centrándose en aquello que el resto de los escritores procura eludir: el azar. Todo novelista sabe que incluir mas de dos casualidades significativas en el desarrollo de un argumento resta verosimilitud al texto. Es hacer trampa, aunque lo cierto es que, en la vida real, el azar juega un papel fundamental. Pero la realidad novelística es distinta: requiere lógica y que los acontecimientos se encadenen progresivamente. Al menos, así era hasta que llegó Auster, porque el leit motiv de la mayor parte de sus novelas es lo que el azar le hace a las personas.
Eso explica uno de los efectos que produce El Palacio de la Luna. Siendo, como es, un texto realista, parece mágico. Esto se debe, en parte, a que describe situaciones y comportamientos muy extraños, muy extremos, como el del propio protagonista, que lleva la pasividad hasta el punto de casi dejarse morir de hambre. O la historia (real) de Tesla, todo un personaje de ciencia ficción. Pero sobre todo, se debe a la suma de casualidades que, más allá de la lógica cartesiana, conforman el argumento, pues como dijo alguien: “lo más parecido a la magia que existe en este universo es el azar”. Curiosamente, así como la mayor parte de las novelas realistas de Auster tienen un regusto a fantasía, Mr. Vértigo, una novela que entra de lleno en el género fantástico, deja en el paladar un sabor básicamente realista. Extraña paradoja.
En fin, el caso es que, tras El Palacio de la Luna, he leído casi todas sus novelas: la Trilogía de Nueva York, La música del azar, Leviatán, Mr. Vértigo, El libro de las ilusiones... Todas me han gustado en mayor o menor medida (salvo Tombuctú, un sensiblero relato que Auster escribió durante la temporada en que decidió no ser Auster), pero ninguna me ha gustado tanto como El Palacio de la Luna. Ése es el único pero que puedo ponerle al autor: que nunca haya podido ir más allá de donde fue con esa novela. Pero es un “pero” injusto, porque en el fondo no es más que acusarle de haber escrito una obra maestra.
Ayer, Paul Auster fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006. Según el jurado, el premio le ha sido otorgado "por la renovación literaria que ha llevado a cabo al unir lo mejor de las tradiciones norteamericana y europea, innovar el relato cinematográfico e incorporar a la literatura algunas de sus aportaciones". Pues mira, por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a estar de acuerdo con un jurado literario. Paul Auster se merece sobradamente el Príncipe de Asturias, por las razones que esgrime el jurado y por otras muchas; sobre todo, porque recibir un premio es, en el fondo, una cuestión de azar.
NOTA: Para acabar esta entrada tan literaria con una de esas agudas observaciones intelectuales que me caracterizan y dan fama, señalaré que, entre los méritos de Paul Auster, figura el de tener una hija, Sophie, que está como un quesito.
Siempre he pensado que Paul Auster es un gran contador de historias, tanto en sus novelas como en sus guiones. Sigo teniendo muchas cuentas pendientes que saldar con él, pero sus guiones, por literarios, no dejan de parecerme una lectura estupenda. Y si no, sólo hay que recrearse en la lectura (y no con la velocidad de la imagen) de ese pequeño mosaico que se forma en torno a la tienda de tabacos en Brooklyn de Smoke y Blue in the face.
ResponderEliminarAmigo César:
ResponderEliminar¡Qué agradable coincidencia!
Pensamos de la misma manera con respecto a Auster (no así en otros temas, como es lógico). He leído varios de sus libros y me han gustado mucho. Además de algunos de los que nombras, también he leído El País de las últimas cosas, que podría pasar perfectamente por una novela de ciencia ficción.
Creo que es un gran escritor, un excelente narrador que sabe conjugar la realidad con la imaginación, que sabe dominar y orientar con acierto el pulso de sus historias, además de que tiene una innegable habilidad para diseñar personajes atractivos y carismáticos.
Y ahí es la cosa: también, en mi opinión, El Palacio de la Luna es la obra más hermosa y quizá más redonda de Paul Auster. La leí con verdadero placer y conservo un eco imborrable de su itinerario novelesco, sus temas principales y sus símbolos. Recuerdo esa telemaquia casi increíble y agónica por tierras áridas, ciudades perdidas y sueños imposibles, una búsqueda que me transportaba irremediablemente a las fantásticas páginas de la vieja Odisea (una obra que considero magnífica, raíz y patrón de la literatura universal).
Auster, como Homero, se explayaba en una cadencia de aventuras externas e internas que abocaban finalmente en el enigma de la identidad, el mayor enigma, sin duda.
Sí, es verdad: Auster consigue con esta novela un efecto extraordinario e irrepetible. Ninguna otra de las que han manado de su pluma, logra abatir y succionar de tal forma. Pensativo y triste, miré por el cristal, buscando las luces de neón. Pero estaba lloviendo a cántaros.
¿Has leido ya brooklyn follies? Ahí también se ve la utilización del azar como componente indispensable de la novela, lo que pasa es que Paul Auster no se sirve del azar para salir de un atolladero, pues sería, como tú dices, hacer trampa; utiliza la suerte, la casualidad, como recurso literario, de la misma forma que otros autores manejan la metáfora o los sinéqdoques, pongo por caso. No altera la narración, sino que la adorna y la hace más atractiva.Más literaria, pues introduce de forma hábil la fantasía, la magia o cómo se te ocurra llamar a "eso" que hace de la literatura un placer. En el caso de Broklyng follies, lo que ocurre por azar (no lo voy a mencionar, por si aún no has leido el libro, aunque lo dudo)es sencillamente hermoso. Bueno, digamos que bonito, que no me quiero poner fenomenal. Coincidimos en lo del Palacio...
ResponderEliminarDesde mi habitual frivolidad te corrijo, Cesar:
ResponderEliminarEntre los muchos méritos de Sophie figura el de tener un padre que escribe muy bien.
Puagh: Smoke es una maravillosa película que respira "auster-idad" por los cuatro costados. El final, cuando Harvey Keitel le cuenta a William Hurt el cuento de Navidad, me emocionó como pocas veces me ha conmovido el cine; nunca se ha mostrado mejor lo que es la amistad, la complicidad entre dos hombres.
ResponderEliminarJesús: yo no lo expresaría mejor. Se ve que somos austeradictos. Y también estamos totalmente de acuerdo en lo de la Odisea: es una obra inmensa, el gérmen de gran parte de la literatura.
Samael: en efecto, para Auster el azar no es un recurso, sino la materia misma de su narrativa. Y no, todavía no he leído "Broklyng follies"... pero está en mi mesilla de noche, a punto de ser devorado. Tampoco he leído "El país de las últimas cosas" e ignoro por qué, pues lo tengo en mi biblioteca desde hace tiempo. No sé, me da la sensación de que no me va a gustar...
BB: De acuerdo; lo que pasa es que, viendo a Sophie, ¿quién se acuerda de su padre? Sin embargo, cada vez que veo al padre, me acuerdo de Sophie...
Luna Paus: (o "Lunas Pau", que de las dos formas has firmado) ¿No te apetece dejar algún mensaje? A fin de cuentas, Auster te gusta... Venga, estoy esperando que digas algo =)
Lo que sigue lo incluí, por torpeza, en el post de Sophie. Aunque no sea más que por respetar los contextos... lo transcribo.
ResponderEliminarEl guión de Smoke es, efectivamente, de PA, pero la dirigió Wayne Wang que posteriormente hizo lo mismo (dirigirla) con "Sucedió en Manhattan", esa dulzona, empalagosa e infumable cosa protagonizada por Jennifer Lopez y Ralph Fiennes.
De donde se demuestra una vez más (como si hiciera falta) la importancia de un buen e inteligente guión para conseguir una buena e inteligente película. ¡Bien por PA!
http://www.encuentrayuda.com
ResponderEliminarUn día entré en un Growshop para comprar unas semillas de marihuana y me encontré con un libro que despertó mi curiosidad. En el se relataba un viaje a Méjico bastante completo, con experiencias que yo siquiera había imaginado que existían. Tanto me fascinó que al acabar el libro me puse enseguida al corriente de como ir hasta los lugares donde el escritor había estado. Hice el billete para Méjico DF. y desde el aeropuerto tomé un taxi hacia la estación de Autobuses Tapo, donde compro un billete que me
llevará a la ciudad de Oaxaca