Siempre me han llamado la atención los datos peculiares. Me refiero a esos fragmentos de conocimiento –por lo general inútil- que se salen de lo normal, que resultan curiosos y llamativos. Por ejemplo, me encanta saber que en el teclado qwerty (el que todos usamos), las teclas están distribuidas con el fin de relentizar la escritura para que los tipos de las máquinas de escribir no se montaran los unos sobre los otros, o que no existe Premio Nobel de matemáticas porque la mujer del señor Nobel se la pegaba con un matemático. Así pues, a causa de esa afición mía a las chorradas, hace unos meses –concretamente en la entrada del 23 de enero de 2006- hablé aquí sobre las “islas de cartógrafo”. Es decir, sobre la costumbre de algunos cartógrafos de los siglos XVII y XVIII, que incluían en sus mapas islas inexistentes a las que bautizaban con los nombres de sus amantes.
El caso es que, mientras redactaba esa entrada, se me ocurrió el argumento de un relato corto. En ese momento prometí que lo escribiría... y, aunque casi un año más tarde, finalmente lo he hecho. El cuento se llama La isla del cartógrafo y comienza así:
Tras meditarlo largamente, Hernán decidió regalarle a su amada una isla. A fin de cuentas, él sólo era un pobre aprendiz de cartógrafo y carecía del dinero necesario para adquirir una joya, un perfume o, tan siquiera, un pañuelo bordado. Pero una isla... eso sí podía permitírselo (...)
Si estás tan loco como para querer seguir leyendo, pincha aquí
No, si al final llevaba yo razón con que el que puso el orden de las letras del teclado lo hizo para fastidiar. :P
ResponderEliminarMuy buena idea la del Scriptorium. Ya que publicas en formato de blog, me atreveré a hacer una pequeña crítica (el formato invita a ello). Me gusta el cuento, pero el final me resulta demasiado tópico; reconozco que habría preferido el desembarco o naufragio en una isla tangible, aunque fuera la famosa Skull Island de King Kong. Y una frase en particular me parece también muy manida: "razones por las cuales el número de sus pretendientes se multiplicaba como las estrellas en el cielo al anochecer". Pero todo el mundo sabe que criticar es muchísimo más sencillo que crear o construir...
ResponderEliminarSí, el final es predecible y tópico. Pero ¡tan bonito!
ResponderEliminarEs un cuento precioso. De los de toda la vida. De los que ya no se escriben (imagino que por considerarse tópicos). Lleno de magia. Para leérselo a un niño antes de irse a la cama.
ResponderEliminarhermoso cuento fray César. qUEREMOS MUCHOS MÁS!!!!!!!
ResponderEliminarMe llevo el cuento a casa para leerlo con tranquilidad. A cambio, te dejo un descubrimiento que he hecho estos días en el salón del libro: http://www.miscellanies.info/index2.html
ResponderEliminar