Al examinar lo ya escrito, y anticipar lo que voy a escribir ahora, advierto el típico error de perspectiva que sobreviene cuando se explican las cosas de forma ordenada. Según estos post, parece que yo, para escribir una novela, sigo paso a paso una especie de formulario preestablecido, y no es así. De hecho, en mi mente las cosas son mucho más caóticas. Lo normal es que, mientras trabajo una idea y construyo el argumento, busco al mismo tiempo el “motor”, diseño tramos de estructura, perfilo personajes y desarrollo subtramas. Hago varias cosas a la vez, sin seguir necesariamente los pasos de forma sistemática. De modo que no penséis que soy un robotito; la apariencia de orden mecánico se debe a la explicación.
Prosigamos pues. Hasta ahora, para desarrollar la novela he contado exclusivamente conmigo mismo. He imaginado una historia que a mí me gusta y que quiero escribir, y no he tenido en cuenta a nadie más. Pero ahora entra en escena un nuevo elemento: La Cosa. ¿Y quién o qué es La Cosa? Pues mi particular lector imaginario. No tiene sexo, no tiene edad, no es de ningún lugar, no es nada. Sólo un hipotético lector. Lo único importante es lo siguiente: yo conozco una historia de principio a final, pero La Cosa no la conoce en absoluto. Ahora le voy a contar esa historia a La Cosa. ¿Cómo se la cuento?
Lo primero que debo determinar, pues afectará al resto de la escritura, es si voy a narrar en tercera persona o en primera. El narrador en tercera me permite una gran libertad, pues puedo narrar lo que me venga en gana (el famoso “narrador omnisciente”). Por el contrario, el narrador en primera persona tiene límites, pues sólo puede narrar aquello de lo que es testigo directo o lo que le refiere un tercero. Parecería lógico elegir siempre el narrador en tercera, por el aquel de la libertad; sin embargo la cosa no es tan sencilla. Narrar en primera persona, pese a sus limitaciones, facilita la proximidad con el lector; además, permite que el narrador tenga “tono”, personalidad, y hace posible que pueda comentar lo que sucede, emitir opiniones e incluso, si llega el caso, mentir. Por último, las propias limitaciones del narrador en primera pueden jugar a favor de mi estrategia narrativa. El ejemplo más claro es una novela policíaca: el lector se pega al narrador, que suele ser quien conduce la investigación, y le sigue hasta el final, ignorando por el camino lo que el narrador ignora y averiguando lo que él averigua.
Otro aspecto que debo determinar previamente es el punto de vista. Es decir, ¿desde la óptica de qué personaje abordo el relato? Si la narración es en primera persona, eso está claro. Pero si es en tercera, puedo elegir un personaje que sirva de referente al lector y de punto de vista del relato. O no. También puedo narrar desde los puntos de vista de varios personajes. O de ninguno en concreto, aunque entonces debo tener en cuenta que cuanto más avance en este sentido, más difícil será mantener la identificación del lector con el texto.
Bueno, ya he elegido el punto de vista y el narrador: utilizaré la tercera persona (aunque para el propósito de este post eso da en el fondo igual). ¿Qué hago ahora? Veréis, durante mi labor de investigación literaria en la Casa de Campo descubrí algo importante: toda novela (la inmensa mayoría al menos), está sustentada sobre una estructura invisible. Se trata de una especie de armazón del que el autor “cuelga” las distintas escenas del texto siguiendo un orden determinado por la propia estructura. Luego, al escribir y dotar de carne al esqueleto del argumento, la estructura se hace invisible a los ojos del lector. Pero está ahí, sustentándolo todo, y si se escarba lo suficiente en el texto no es difícil encontrarla. Como es lógico, no hay una sola clase de estructura, por supuesto, sino muchas alternativas, de modo que lo que voy a hacer ahora es elegir la estructura más adecuada para mi argumento.
Llegado este punto, prefiero abandonar la expresión “escritor de mapas” y sustituirla por “escritor de planos”, porque en mi opinión lo que voy a hacer ahora se parece mucho a construir un edificio. En efecto, ¿qué es lo que hace un arquitecto cuando le encargan una obra? Pues (y que me corrija BB si me equivoco) estudiar las características del terreno y, teniendo en cuenta las necesidades del proyecto (que variarán dependiendo de la función del edificio), diseñar unos planos que servirán de base (estructura invisible) para la construcción de la casa. Esos planos definen la apariencia estética del edificio, contemplan todas las fuerzas que actuarán sobre la estructura (visible), determinan la distribución interior, marcan por dónde se entra y por dónde se sale, los pasillos, el número de habitaciones, etc., amen de establecer una larga serie de estipulaciones técnicas que van desde la fontanería hasta la instalación eléctrica, pasando por diversos detalles que la ignorancia me impide enumerar. Pues algo parecido me propongo hacer yo: diseñar los planos de mi edificio-novela. Pero diseñarlos, ¿en función de qué?
Permitidme una pequeña digresión: ¿por qué alguien sigue leyendo una novela? No por qué lee, sino por qué, una vez iniciada una novela, sigue leyendo. Hay varias respuestas posibles (tampoco tantas, no os creáis), pero la más básica es esta: el lector sigue leyendo porque quiere saber qué va a pasar. Es decir, el texto ha logrado excitar la curiosidad del lector y le “impulsa” a proseguir con la lectura (ojo, aquí interviene otro factor muy importante, los personajes, del que hablaremos en el siguiente post).
Teniendo en cuenta lo anterior, y para comenzar a diseñar los planos, voy a emplear la herramienta básica de todo narrador: la “dosificación de la información”. Vamos a ver: yo conozco todo el argumento, pero de forma lineal: la historia, en mi mente, comienza por el principio y acaba por el final, sin más jeribeques. La Cosa (¿recordáis a mi hipotético lector?), por el contrario, no sabe nada de nada. Así pues, tengo que contarle la historia poco a poco, dándole la información gradualmente. Pero hay elementos argumentales muy importantes que puedo contar antes o después. O los puedo contar a medias. O contarlos con una apariencia falsa. Hay partes de la información que, si no se complementan con otras partes, parecen carecer de sentido, de modo que puedo crear desconcierto en el lector si muestro sólo fragmentos equívocos. Sea como sea, me reservaré una cuantas bazas en la bocamanga. Y aquí cabe citar lo que considero el único axioma literario universal: en narrativa, tan importante es lo que se cuenta como lo que no se cuenta. En resumen: como no se puede (ni se debe) contar todo a la vez, voy a dosificar la información con el objetivo de excitar la curiosidad del lector.
Comienzo a diseñar la estructura. ¿Por dónde empieza el relato? Stevenson, uno de los mejores narradores de todos los tiempos, decía: “No sé dónde debe comenzar una historia, pero desde luego no por el principio, ni sé dónde debe acabar, pero desde luego no por el final”. Otro escritor, cuyo nombre no recuerdo, daba el siguiente consejo: “Procura empezar tu historia lo más cerca posible del final”. Ambos consejos son sabios y ambos se refieren en realidad a la dosificación de la información. Imaginaos que vais al cine y llegáis cinco minutos después de comenzar la película: lo más probable es que no os resulte difícil retomar el hilo argumental y enteraros de qué va el asunto. Ahora bien, imaginaos que llegáis al cine cuando sólo faltan quince minutos para el final: no entenderéis nada. Bueno, pues voy a intentar que mi novela comience en un punto similar a ése; la historia ya ha empezado y el lector no sabe qué está pasando, de modo que quiere enterarse no sólo de lo que va a suceder, sino también de lo que ya ha sucedido. Es conveniente colocar algún “señuelo” al principio para estimular la atención del lector (a esto lo llamo “misterio” y, por razones de espacio, hablaré de ello más adelante). El caso es que ya tengo al lector sumido en cierta confusión... pero, atención, no debo pasarme, porque demasiado desconcierto al principio puede producir el efecto contrario al que busco; es decir, el distanciamiento del lector. Lo que debo conseguir es que el lector se sienta confuso al contemplar unos acontecimientos que no acaba de entender, pero que al mismo tiempo perciba que tras esos acontecimientos hay una lógica que él no puede captar en ese momento, pero quizá sí si continúa leyendo.
Pues bien, ahora divido mi mente en dos partes: por un lado está el viejo César y por otro La Cosa. César comienza a contar la historia por el principio que ha elegido y observa la reacción de La Cosa. Si es negativa, prueba otras alternativas. Si es positiva..., pues ya tenemos el punto de partida. Y ya puedo empezar a diseñar los planos, porque tengo la entrada. Y, junto con la entrada, vendrá implícita una parte de la estructura: el vestíbulo, las escaleras, los ascensores... Debo tener en cuenta que, para conformar la estructura, no cuenta sólo mi deseo de jugar con el lector; también está el argumento, que impone límites, y el “motor”, que tira de toda la trama en un determinado sentido. El caso es que, a partir de aquí, ampliaré la estructura poco a poco, dosificando la información, revelando parcialmente ciertos aspectos y oscureciendo otros, teniendo siempre en mente que debo mantener el interés del lector, lo cual significa ocultarle cosas. Me reservaré, pues, las bazas para exponerlas en los momentos adecuados, retorceré la estructura dentro de los límites posibles y finalmente, con la inestimable ayuda de La Cosa, tendré los planos terminados.
Aunque no completos, por supuesto. Si hacéis memoria, recordaréis que sólo he desarrollado alrededor el cincuenta por ciento del argumento, de modo que en los planos habrá amplias zonas sin tabicar. De eso me ocuparé durante la escritura. Por otro lado, me apresuro a aclarar que todo este procedimiento que he expuesto, con mayor o menor fortuna, vale para cualquier historia, sea de la temática o género que sea. Desde una novela policíaca hasta una historia de amor; lo único que hay que hacer es adaptar la estructura a las características del argumento. Pero siempre habrá que contar con la curiosidad del lector y aplicar el viejo método de la información dosificada. En cierto modo, un escritor es como un ilusionista, o como un trilero, que consigue que su público mire hacia donde él quiere que mire, y no vea lo que él no quiere que vea.
Bueno, ya tengo la estructura terminada. ¿Llega el momento de escribir? Pues sí, toca escribir; aunque antes, por razones de encaje, hablaremos sobre los personajes. Pero eso en el siguiente post.
Curiosamente hace años escuché a Muñoz Molina en Madrid dar una conferencia - "la Verdad de la Ficción" -, y utilizaba el símil de la casa y las estructuras. Es su caso, no se si es el tuyo tb, comentaba que una vez que tenía la estructura, habitaciones y tal, empezaba a escribir, pero durante ese proceso se veía obligado a crear más habitaciones y estancias que en el plano primitivo no había ni por asomo previsto.
ResponderEliminarMe sigue encantando esta serie de posts. Mucho más ahora, que estamos en octubre y queda nada para el NaNoWriMo (www.nanowrimo.org). Queremos más!
ResponderEliminarMuy interesante, César. Os remito a una entrada de mi blog en la que reproduzco un artículo de Rafael Reig sobre el premio Planeta _de novela_ concedido a Millás:
ResponderEliminarhttp://jorgesaturno.blogspot.com/2007/10/escritores-y-escribas.html
¿y si piensas en una casa japonesa? Bueno, en realidad, no se cómo son las casas japonesas, pero quiero decir, una casa con una amplia entrada, un amplísimo salón y un amplio dormitorio. Tres piezas (excluimos el servicio y la cocina, por obligadas en cualquier casa)y nada más. Sin pasillos, sin distribuidores, sin escaleras, sin balcones, sin el cuarto trastero,... muy pocas habitaciones muy bien iluminadas y muy confortables. ¿La "cosa" se sentiría a gusto en un sitio así?
ResponderEliminarFíjate en esa novela ya mencionada aquí como ejemplo de literatura sorprendente y de calidad. Me refiero a "La Carretera" (por cierto, cuanto más andas por esa carretera, más te gusta porque más te sientes atrapado. Me parece soberbia). Si te fijas es la mar de simple. es lineal, no tiene saltos en el tiempo ni en el espacio. el número de personajes no puede ser menor,... en fin, es lo que yo llamo la casa japonesa. Para hacer sus planos el arquitecto tuvo que pensar muy poco en cañerías, resistencias de materiales (una sola planta), y tendidos electricos... ¿no te parece?
Mazarbul: tiene razón Muñoz Molina: siempre hay más habitaciones de las previstas. Pero recuerda que yo no intento prever todas las habitaciones; con la mitad me basta. El resto son zonas "por tabicar"; es decir, fragmentos del plano cuya situación conozco, aunque aún ignore cuál va a ser su distribución interior.
ResponderEliminarFerlocke: gracias y no te preocupes, habrá más. Ahora miraré qué es eso del nanowrimo, que me tiene intrigado...
Jorge: ahora mismo visitaré tu blog; Reig suele ser divertido.
Samael: interesante cuestión la que planteas. Evidentemente, cuanto menor es el hilo argumental, menor es la estructura. Pero no te quepa duda de que tu casa japonesa tiene estructura. Ahora bien, al tratarse de un armazón tan mínimo como el que tú planteas, las posibilidades de jugar con la estructura son mucho más escasas (aunque puede hacerse, puede hacerse...)
El ejemplo que pones, "La carretera", es ilustrativo. McCarthy construye una estructura que no puede ser más ínfima. Una historia lineal, ninguna explicación, escasos personajes, ninguna subtrama y un único e impreciso "motor": el Sur. Mas sencillo, imposible. Pero si nos fijamos bien, comprobaremos que, casi sin darnos cuenta, el autor está empleando recursos muy poderosos. Por ejemplo, esas recurrentes descripciones del paisaje que, con diferentes palabras, son siempre la misma descripción, y que poco a poco van induciendo en el lector un álito de desolación y un triste sentimiento de viaje a ninguna parte. O la tos del padre, que es un anticipo del futuro. O la milimétrica periodicidad de los encuentros en la carretera, mostrando cada uno de ellos diferentes facetas de la misma terrible realidad.
En cualquier caso, cuando tu argumento es liviano, tu motor débil y tu estructura mínima, lo que tienes que hacer es cuidar con mimo obsesivo cada detalle del relato. En mi opinión, la genialidad de un escritor consiste en contar las historias grandes como si fueran pequeñas, y las historia pequeñas como si fueran grandes. McCarthy narra en "La carretera" una historia inmensa como si fuera mínima, y el resultado es estremecedor. Me alegro de que te haya gustado; yo también creo que es soberbia.
Respondiendo a tu pregunta: si la casa japonesa está bien construida, con la orientación correcta y el fen shui adecuado, yo creo que La Cosa se sentiría de puta madre.
Hay algo de lo que hablas que me ha extrañado. Dices, César, que planteas tu novela comenzándola desde ese punto similar al haber llegado al cine cuando sólo restan 15 minutos para que se finalice la película. Dejando al lector algo perdido en cuanto a la historia previa que contarás conforme continúa la novela. Supongo que te refieres a esa hipotética novela que pones de ejemplo, y no a la generalidad de novelas, pues hay infinidad que parten desde un hecho concreto y siguen linealmente hacia delante (el Quijote, sin ir más lejos). Es que me ha quedado esa duda.
ResponderEliminarRespecto al resto, me ha gustado mucho. Yo también soy arquitecto, y más de una vez he pensado en mis argumentos como en los proyectos que diseño: si quito este pilar, ¿la viga se sostiene? (si quito este personaje, ¿lo que impulsa al protagonista tiene fundamento?) Si aumento el canto del forjado, ¿no resulta muy pesado para los pilares? (si remarco mucho tal argumento, ¿no se vuelve repetitivo?).
Continuando con tu comparación, yo veo la estructura del relato y de un edificio como eso invisible que da fuerza y lo sostiene. Pero no es suficiente para hacer habitable una casa, o escribir una buena novela. Se necesitan las instalaciones, un buen sistema de calefacción, un buen diseño de los puntos de luz, para hacerla acojedora, tal y como un relato necesita de una buena prosa para disfrutarlo página a página.
Otro símil interesante: el que plantea Juan Tamariz en una de las obras capitales de la teoría del ilusionismo, "La vía mágica".
ResponderEliminarEs interesantísimo este taller literario virtual. ¡Un lujazo! Estoy deseando que llegues a lo de los personajes, que es lo que me flojea a mi. No es que sea escritor, pero como buen lector mi corazón guarda un escritor en potencia (...que necesitará algo más que este interesante e improvisado taller para adquirir el coraje y las ganas de salir a flote) y creo que tengo ciertas nociones de los aspectos que se han hablado hasta ahora, salvo los malditos personajes, que no sé por dónde cogerlos.
ResponderEliminarQuisiera comentar algo sobre la intriga que siempre discuto con los léctores de historias ávidos como yo: estoy bastante cansado de las novelas que empiezan de esta guisa: "Él se encontraba en el salón del palacio de Brillouen pensando en las consencuencias de lo que le había dicho Nadia..." etc.
Vale y ¿quién es él? ¿y Nadia? y el palacio... ¿es suyo? ¿qué le ha dicho Nadia?
Yaaaa sé. Son las respuestas se dan a lo largo del relato. Pero... ¿no encuentras que esa es una forma muy facilona de crear intriga? Quiero decir que como recurso literario me parece aceptable, siempre que se use con moderación; pero si se abusa de un recurso el resultado es empalagoso; como el azúcar en un pastel o la sal en un guiso.
Me niego a creer que sea algo más que un recurso. Alguien me dijo que la novela moderna es así y que esta forma de empezar un libro o un capítulo es ya un estándar, no un simple recurso retórico.
Pues a mi me repatea. ¿Es que no se pueden escribir buenas novelas sin estas trilerías? Desde El Quijote hasta el siglo XIX las novelas te daban todo lujo de detalles al presentarte un acontecimiento o un personaje, y no por ello la intriga perdía un ápice; es más, incluso los capítulos se titulaban con una especie de resumen de lo que acontece: "Capítulo I, donde se da cuenta de lo que le ocurrió al vizconde de Brillouen en su castillo tras enterarse de la muerte de su mujer de labios de su amante Nadia".
Yo no pido tanto (de hecho esta forma de presentar los capítulos sí me parece algo arcaica) pero sí que se dejen de tanto misterio sobreentendido y artificioso y se presenten los acontecimientos con una prosa menos folletinesca. ¿Tanto cuesta? ¿o es que hay que ser "buen escritor" para no caer siempre en este manido recurso? ¿no será que el auge del bestsellerismo está haciendo mucha pupa?
César, dime que aún existen novelas como las que yo pido... ¡por favor! Y disculpa por este comentario tan largo.
ged: por supuesto, la estructura que más o menos presento corresponde a la hipotética historia que le estoy contando a La Cosa, no a todas las novelas. De hecho, he llevado el esquema bastante lejos para que se entienda claramente lo que quiero decir. Pero como es natural, se puede graduar tanto como quieras. Ahora bien, siempre necesitarás una estructura y siempre necesitarás decidir qué cuentas y qué te callas.
ResponderEliminarMencionas, al igual que Manolo, El Quijote, pero no me parece un ejemplo muy adecuado. El Quijote tiene 400 años y, según dicen, es la primera novela moderna. Sin embargo, pese a sus evidentes innovaciones, sigue arrastrando usos literarios arcaicos, como la narración lineal o el "formato" en episodios. La novela ha evolucionado mucho desde entonces, y creo que si hoy en día alguien escribiese una novela con la estructura de El Quijote, no lograría publicarla, sobre todo si esa persona careciese de la prodigiosa prosa de Cervantes.
Vaya, me alegro de que un arquitecto comparta mi metáfora... arquitectónica. Por otro lado, también podría ser al revés, ¿no te parece? Quiero decir que un edificio puede compararse con una novela. A fin de cuentas, los buenos edificios también cuentan historias...
Y, por supuesto, con el argumento y la estructura sólo tenemos el esqueleto de la novela. Ahora falta recubrirlo de carne. Pero eso lo hago mientras escribo.
A. Romero: lamento ignorar cuál es el simil; no tengo el libro de Tamariz...
Manolo: recuerda que esto no es un taller literario ni un curso de preceptiva literaria. Me limito a contar cómo hago yo las cosas, pero como ha quedado claro en posts anteriores, se pueden hacer de otras maneras. Porque si alguien confunde estos post con un cursillo, acabará precisamente dónde tú dices: en el triste mundo de las fórmulas literarias.
Estoy de acuerdo contigo en que hay mucha novela de fórmula (es que también hay muchos talleres literarios), pero las fórmulas, los mismos tópicos, pueden emplearse de muchas maneras distintas, y algunas resultan muy estimulantes.
Con todo, admitiré que en ocasiones me canso de las "trilerías" y escribo novelas "a pelo", simplificando la estructura y apostando por la narrativa y los personajes. De todas formas, lo que en realidad hago es sustituir unas trilerías por otras. Toda novela es siempre un acto de ilusionismo.
Por cierto, eso que dices acerca de los capítulos que antiguamente se titulaban con un resumen de lo que iba a ocurrir en el capítulo... Bueno, pues yo lo empleo en mis novelas de Jaime Mercader, una serie ambientada a principios del siglo XX y escrita en un tono voluntaria e irónicamente arcaico. Pero es que eso de adelantar lo que va a suceder también es una trilería. Se llama prolepsis.
Por último, claro que existen todavía novelas "honestas". Por ejemplo, esa maravilla de la que ya hemos hablado aquí: "La carretera", de McCarthy.
Manolo, yo no creo que los métodos que tu mencionas sean contemporáneos. A decir verdad, en literatura todo está inventado desde hace mucho mucho tiempo, y las ficciones posteriores no han hecho sino marear la perdiz a partir de las pautas establedidas. Aristóteles, en su Poética, ya mencionaba las diversas formas en las que se dividía una historia (prótasis, epítasis, etc)y las formas diversas con las que darles inicios que no debían por fuerza seguir el orden cronológico (in media res, in extrema res, etc)
ResponderEliminarA mi, particularmente, me gusta que una obra no siga la cronología de rigor. Creo que exigen una lectura más atenta, una atención más despierta del lector a cuanto detalle aparentemente insustancial va dejando el autor en el decurso de la narración, lo que, creo, acaba por hacernos mejores lectores.
César, es curioso que denomines LA COSA a la figura del NARRATARIO, le resta cierto acadecismo y manierismo y lo hace más cercano a quienes se nos atasca toda la terminología de retórica lingüística.
En mi modesta opinión, escribir una ficción debe ser como una partida de ajedrez: el autor debe adelantarse en todo momento a lo que él cree que el lector va a pensar de cuanto va desarrollándose en la historia, para tratar de adelantarse y sorprenderle. Porque la mayorjía de lectores no sólo nos complacemos con la lectura sin más, sino que realizamos conjeturas a cerca de qué pasará ahora o que pretenderá el autor que, como lectores, pensemos.
Creo esencial lo de dosificar la información. Una narración, al fin y al cabo, se sustenta en dos principios básico: formular preguntas y demorar las respuesta cuanto sea posible.
Para quien desee profundizar en el tema y complementar las fantásticas entradas de César, recomiendo la lectura, absolutamente amena y muy pegadógica, de el libro EL ARTE DE LA FICCIÓN, de David Lodge.
Hola otra vez, César. Ya sé que esto no es un taller literario; quería darle un sentido metafórico a la expresión. El caso es que me da igual: me satisface igualmente conocer simplemente el plan de trabajo personal de un escritor para crear una novela. Y si ese escritor me gusta y, además, observo que es una persona inteligente pues... ¡miel sobre hojuelas!
ResponderEliminarNo voy a caer en el error de copiar unas fórmulas; ¡no te sientas responsable de mi futuro fracaso y/o depresión! Como ya he dicho, tengo algo de criterio propio en bastantes de los temas que has tratado. Eso sí, todo lo anterior no cuenta para lo de la creación de personajes, porque en eso ando perdidísimo.
No creo que me haya expresado bien: no estoy en contra de la novela-fórmula (al menos, no a priori). ¡Estoy en contra de una fórmula muy concreta! Al menos a su uso indiscriminado. No sé, es como si alguien descubriera de pronto que la vainilla es un especia estupenda y, de repente, todos los platos llevaran vainilla, casi como componente esencial en lugar de un aditamento para ser usado con prudencia.
El que haya otras trilerías tampoco me molesta: me molesta la que he descrito y no otras (al menos, en principio). Es como si el escritor se pusiera interesante artificiosamente, como si adoptara una pose afectada, con lo que yo, como lector, me veo tratado como un niño. A esta fórmula yo la llamaría "creación artificiosa y afectada de suspense". A evitar, al menos en lo que yo escriba.
Aprovecho para darte otra vez las gracias por contestar a los comentarios. Esto hace más valiosa, si cabe, esta Fraternidad.
Manolo, si la contestación a la que te refieres es la anterior a la tuya, no ha sido César, sino yo, Arcadio, el que, más que contestarte, he complementado tu comentario con el mío.
ResponderEliminarNada más lejos de mi intención que usurpar el lugar legítimo de César en su blog. Lo mío era una aportación más, un punto de vista a la entrada de César.
Pero no te preocues, conociendo sus hábitos no tardará en dedicarte cumplida respuesta.
Tienes razón con lo de empezar la novela al final. Es imprescindible.
ResponderEliminarMuy buenos posts. Este año me he apuntado al Nanowrimo para escribir mi segunda novela, y me viene bien pensar en ello.
Más comentarios en http://leteocultura.blogspot.com/
Arcadio: para mí, la literatura es básicamente un juego. Un juego como ese ajedrez que propones, en el que siempre hay que ir por delante del lector. Un juego de verdades y mentiras, de claridad y tinieblas, de trampas y ocultaciones. Por eso procuro no tomarme demasiado en serio la literatura, por eso huyo del engolamiento y la pedantería.
ResponderEliminarPodría llamar NARRATARIO a La Cosa (si hubiese sabido que así se llama tal figura, algo que ignoraba), pero es que eso de "narratario" no me dice nada. Sin embargo, "La Cosa" tiene un toque simpático a serie B. Me apetece mucho más contarle mis historias a La Cosa que al Narratario. En cualquier caso, sigo fielmente los preceptos de Juan de Mairena y antes que "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua", prefiero con mucho "lo que pasa en la calle".
Yo también recomiendo el libro de David Lodge; es quizá demasiado anglosajón, pero resulta sencillo. divertido y preciso.
Manolo: perdona, en realidad no te decía a ti lo del taller y las fórmulas. Es que, al releer lo que he escrito, todo me parece un poco "formulista", por eso insisto tanto en que se trata sólo de mi experiencia y de mis métodos, y no de un manual tipo "aprenda a escribir en doce lecciones". No te lo recuerdo a ti, sino a todo el mundo (incluyéndome a mí).