La verdad es que la acartonada retórica de los políticos resulta muy aburrida, sobre todo por previsible. Dame una cuestión, la que sea, ponme delante a un político, quien sea, y te diré lo que va a decir antes de que abra la boca. Sí, los políticos son aburridos. Pero igual de aburrida me resulta la también predecible cantinela de los desencantados con la política. Todos los políticos son iguales, todos están corruptos, son todos unos demagogos, sólo les preocupan sus intereses, no hacen nada por los ciudadanos...
No voy a defender ahora a la clase política, la más denostada por los españoles después del sector eclesiástico, si mal no recuerdo, pero sí me gustaría intentar poner las cosas en su lugar. De algún modo, parece que le exigimos a los políticos unas cualidades casi angelicales; han de ser absolutamente honestos, totalmente sinceros, radicalmente eficaces, inhumanamente trabajadores, deslumbrantemente inteligentes, resplandecientemente carismáticos, cordialmente dialogantes, férreamente firmes, sobrenaturalmente perspicaces, bondadosamente idealistas... En fin, todo eso está muy bien y ojalá fuera así, pero no tiene en cuenta el factor humano, y lo cierto, amigos míos, es que las personas tendemos estadísticamente a ser entre mediocres y gilipollas.
Permitidme que recurra a mi experiencia personal. Como sabéis, y si no lo sabéis os lo digo ahora, durante una larga década trabajé en publicidad. Eso, la publicidad, te brinda una amplia perspectiva, pues te permite estar en contacto muy directo con muchas empresas distintas (los clientes de las agencias), así que he trabajado para un buen número de directivos y ejecutivos, gran parte de los cuales pertenecían a empresas multinacionales, algunas de ellas realmente sofisticadas. Tened en cuanta que estoy hablando del sector privado, que es el que mejor paga y, por tanto, el que se lleva a los mejores profesionales. Tened en cuanta también que me refiero a multinacionales, cuyo personal se supone que está mejor formado y dispone de más y mejores herramientas de trabajo. Tened en cuenta, por último, que los ejecutivos empresariales con los que me relacionaba pertenecían, en su mayoría, al sector del marketing, un especialidad casi aristocrática que, de nuevo supuestamente, debe reunir a los mejores cerebros de la empresa.
Pues bien, puedo asegurar sin riesgo a equivocarme (y que cualquier publicitario que lea estas líneas me corrija si estoy mintiendo), puedo asegurar, insisto, que por cada directivo o ejecutivo brillante, o simplemente buen profesional, que me he encontrado, he conocido a seis mediocres, cuatro capullos inútiles y un par de bobos de solemnidad. De hecho, he topado con empresas, algunas muy conocidas (como, por ejemplo, cierta famosísima marca de dentífrico), cuyos departamentos de marketing estaban compuestos por auténticas pandas de descerebrados. Y lo curioso es que esas empresas, pese a todo, seguían funcionando, pues la propia inercia de sus estructuras les hacían ir adelante, no gracias a sus directivos, sino pese a ellos.
Bueno, pues si esto pasa en el sofisticadísimo sector privado, ¿qué no sucederá en el sector público, que paga mucho peor? Pues claro que los políticos suelen ser mediocres, cuando no tontos de baba, claro que hay inútiles y cantamañanas... pero como en todas partes. Lo que pasa es que los políticos están constantemente en el foco de la opinión pública (y de la opinión publicada), de modo que sus errores y defectos son más notorios.
Por otro lado, claro, están las peculiaridades del trabajo político. La exposición a los medios de comunicación y la necesidad de granjearse el favor del votante hacen que el político recurra con frecuencia a una retórica acartonada o, directamente, a la demagogia. Además, el partidismo inherente a la actividad política convierte a sus protagonistas en una especie de hooligans que piensan, hablan y actúan, no por la razón, ni por la verdad, sino exclusivamente según sus colores, gente incapaz de reconocer los propios errores ni los aciertos del rival. Todo esto no nos gusta, claro; nos indigna que los políticos sean así. Pero, ¿qué pasaría si un político se negara a seguir ese modelo estándar y se comportara como una persona normal, como un honesto y sincero profesional? Pues que no se jalaría un rosco, perdería votos a puñados y acabaría siendo expulsado de la cosa pública. Porque un político sincero tarde o temprano tendría que hacer o decir algo que molestase seriamente a su electorado y eso el votante medio no lo perdona. Es decir, en cierto modo somos los ciudadanos quienes exigimos a los políticos que sean tan... políticos, aunque luego nos irrite su comportamiento.
Volviendo a la publicidad, esto me recuerda a una situación similar. Uno de mis primeros clientes, allá por 1981, era Procter & Gamble; en concreto, la cuenta del detergente Ariel. Por aquel entonces, los anuncios de detergentes eran, sobre todo, “testimoniales” de usuarias que hablaban maravillas del producto. Es decir, señoras gordas, paletas y carpetovetónicas que decían cosas como “la ropa me queda escamondá de limpia”, o “mi colada está blanca como la sal”, o “se lo dije a mi vecina”, etc. Vamos, unos anuncios costrosos que daban ganas de vomitar. De hecho, si le preguntabas a las usuarias de Ariel qué les parecía la publicidad de la marca, todas sin excepción afirmaban que era mala, degradante y fea. Pues bien, hete aquí que, en cuanto hacías un spot distinto, más elegante, moderno y sofisticado, las puñeteras ventas caían. Lo cual significa que a las usuarias no les gustaba la publicidad tradicional de detergentes... pero les convencía. Es decir, la culpa de la mala calidad de esos spot no la tenían ni el cliente ni los publicitarios, sino los usuarios. Bueno, pues algo parecido nos sucede con los políticos.
Dicen que la política es el arte de lo posible, lo cual se refiere al pragmatismo que debe adornar a todo buen político. Pero eso del pragmatismo, por muy necesario que sea, también es peligroso. Poco a poco, jornada a jornada, vas haciendo pequeñas concesiones en virtud de supuestos buenos fines, hasta que un día, de repente, te das cuenta de que ya no queda nada de tus ideales, de que has cruzado una frontera invisible e imprecisa y ya sólo manejas un “vale todo” que en realidad no vale nada. Muchos políticos han caído en ese pozo y, por pura salud democrática, deben ser expulsados de la política. Pero no todos son así, ni mucho menos.
Hace unos años me relacioné y trabajé (durante breve tiempo, eso sí) con numerosos políticos, desde simples asesores hasta ministros, y me encontré con gente de toda clase. Políticos muy inteligentes, políticos profesionales, políticos mediocres, políticos cantamañanas... En fin, de todo, como en todas partes. También encontré algo que, lo reconozco, me sorprendió: un buen número de políticos sinceros que realmente creían en lo que estaban haciendo. Y, por supuesto, encontré todo lo contrario: políticos más falsos que un euro de madera que, si no eran ya corruptos, desde luego eran claramente corruptibles. Pero eso lo hay en todos los oficios, en todos los lugares.
Así pues, ¿todos los políticos son iguales? La respuesta es sí en determinados aspectos, como el “estilo laboral”, la retórica y el partidismo; pero rotundamente no en el resto de las cuestiones. ¿Hubiese dado igual que ganase Bush o Al Gore? Que se lo pregunten a los iraquíes. ¿Fueron iguales Suárez, González y Aznar? Por favor, claro que no; ni para lo bueno ni para lo malo. ¿Es lo mismo que durante los próximos cuatro años gobierne el PSOE o el PP? Pues claro que no, y por muchísimos motivos. Así que, por favor, no empecemos con la cantinela de que todos los políticos son iguales, de cómo me aburre la política, de yo estoy por encima de esas cuestiones, de a mí, que soy muy listo, no me engañan, de mi pureza moral me mantiene alejado de las urnas y todas esas zarandajas. Eso, queridos, aburre tanto como el discurso político, sólo que es infinitamente más inútil. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que nuestra clase política no sea francamente mejorable. De hecho, tenemos unos políticos de lo más mediocres (no solo en España, sino en toda Europa y, probablemente, en todo el mundo). Pero, reconozcámoslo, tampoco los electores españoles, como conjunto, somos para tirar cohetes.
En cualquier caso, no entiendo adónde conduce la cantinela de los “exquisitos” de la política, esas personas que sólo saben mostrar su desprecio hacia la política, pero sin aportar la menor solución, esas personas que, con un deje de suficiencia, se declaran hastiadas del juego democrático y aseguran, con no menos suficiencia, que jamás se mancharán las manos con una papeleta de voto, esas personas que deciden, en base a una supuesta pureza ideológica que les impide participar en todo aquello que no sea perfecto, quedarse al margen de la política. Vale, muy bien, cada cual hace con su culo (y con su voto) lo que quiere. El único problema, amigos míos, es que es imposible quedarse al margen de la política. Podrás abstenerte de votar, pero nadie te libra de las consecuencias del voto ajeno.
Es como si te invitaran a una fiesta. A ti no te mola ir porque los invitados son muy cutres, así que te quedas en tu casita y santas pascuas. No obstante, ¿qué ocurre si la fiesta se celebra en tu casa? Podrás encerrarte en tu habitación y enterrar la cabeza bajo la almohada, pero nadie te librará del ruido y el follón. Por tanto, ya que la fiesta es en tu hogar y no hay forma de impedirlo, ¿no sería mejor participar de la juerga y poder, al menos, elegir la clase de música que va a sonar?
No voy a defender ahora a la clase política, la más denostada por los españoles después del sector eclesiástico, si mal no recuerdo, pero sí me gustaría intentar poner las cosas en su lugar. De algún modo, parece que le exigimos a los políticos unas cualidades casi angelicales; han de ser absolutamente honestos, totalmente sinceros, radicalmente eficaces, inhumanamente trabajadores, deslumbrantemente inteligentes, resplandecientemente carismáticos, cordialmente dialogantes, férreamente firmes, sobrenaturalmente perspicaces, bondadosamente idealistas... En fin, todo eso está muy bien y ojalá fuera así, pero no tiene en cuenta el factor humano, y lo cierto, amigos míos, es que las personas tendemos estadísticamente a ser entre mediocres y gilipollas.
Permitidme que recurra a mi experiencia personal. Como sabéis, y si no lo sabéis os lo digo ahora, durante una larga década trabajé en publicidad. Eso, la publicidad, te brinda una amplia perspectiva, pues te permite estar en contacto muy directo con muchas empresas distintas (los clientes de las agencias), así que he trabajado para un buen número de directivos y ejecutivos, gran parte de los cuales pertenecían a empresas multinacionales, algunas de ellas realmente sofisticadas. Tened en cuanta que estoy hablando del sector privado, que es el que mejor paga y, por tanto, el que se lleva a los mejores profesionales. Tened en cuanta también que me refiero a multinacionales, cuyo personal se supone que está mejor formado y dispone de más y mejores herramientas de trabajo. Tened en cuenta, por último, que los ejecutivos empresariales con los que me relacionaba pertenecían, en su mayoría, al sector del marketing, un especialidad casi aristocrática que, de nuevo supuestamente, debe reunir a los mejores cerebros de la empresa.
Pues bien, puedo asegurar sin riesgo a equivocarme (y que cualquier publicitario que lea estas líneas me corrija si estoy mintiendo), puedo asegurar, insisto, que por cada directivo o ejecutivo brillante, o simplemente buen profesional, que me he encontrado, he conocido a seis mediocres, cuatro capullos inútiles y un par de bobos de solemnidad. De hecho, he topado con empresas, algunas muy conocidas (como, por ejemplo, cierta famosísima marca de dentífrico), cuyos departamentos de marketing estaban compuestos por auténticas pandas de descerebrados. Y lo curioso es que esas empresas, pese a todo, seguían funcionando, pues la propia inercia de sus estructuras les hacían ir adelante, no gracias a sus directivos, sino pese a ellos.
Bueno, pues si esto pasa en el sofisticadísimo sector privado, ¿qué no sucederá en el sector público, que paga mucho peor? Pues claro que los políticos suelen ser mediocres, cuando no tontos de baba, claro que hay inútiles y cantamañanas... pero como en todas partes. Lo que pasa es que los políticos están constantemente en el foco de la opinión pública (y de la opinión publicada), de modo que sus errores y defectos son más notorios.
Por otro lado, claro, están las peculiaridades del trabajo político. La exposición a los medios de comunicación y la necesidad de granjearse el favor del votante hacen que el político recurra con frecuencia a una retórica acartonada o, directamente, a la demagogia. Además, el partidismo inherente a la actividad política convierte a sus protagonistas en una especie de hooligans que piensan, hablan y actúan, no por la razón, ni por la verdad, sino exclusivamente según sus colores, gente incapaz de reconocer los propios errores ni los aciertos del rival. Todo esto no nos gusta, claro; nos indigna que los políticos sean así. Pero, ¿qué pasaría si un político se negara a seguir ese modelo estándar y se comportara como una persona normal, como un honesto y sincero profesional? Pues que no se jalaría un rosco, perdería votos a puñados y acabaría siendo expulsado de la cosa pública. Porque un político sincero tarde o temprano tendría que hacer o decir algo que molestase seriamente a su electorado y eso el votante medio no lo perdona. Es decir, en cierto modo somos los ciudadanos quienes exigimos a los políticos que sean tan... políticos, aunque luego nos irrite su comportamiento.
Volviendo a la publicidad, esto me recuerda a una situación similar. Uno de mis primeros clientes, allá por 1981, era Procter & Gamble; en concreto, la cuenta del detergente Ariel. Por aquel entonces, los anuncios de detergentes eran, sobre todo, “testimoniales” de usuarias que hablaban maravillas del producto. Es decir, señoras gordas, paletas y carpetovetónicas que decían cosas como “la ropa me queda escamondá de limpia”, o “mi colada está blanca como la sal”, o “se lo dije a mi vecina”, etc. Vamos, unos anuncios costrosos que daban ganas de vomitar. De hecho, si le preguntabas a las usuarias de Ariel qué les parecía la publicidad de la marca, todas sin excepción afirmaban que era mala, degradante y fea. Pues bien, hete aquí que, en cuanto hacías un spot distinto, más elegante, moderno y sofisticado, las puñeteras ventas caían. Lo cual significa que a las usuarias no les gustaba la publicidad tradicional de detergentes... pero les convencía. Es decir, la culpa de la mala calidad de esos spot no la tenían ni el cliente ni los publicitarios, sino los usuarios. Bueno, pues algo parecido nos sucede con los políticos.
Dicen que la política es el arte de lo posible, lo cual se refiere al pragmatismo que debe adornar a todo buen político. Pero eso del pragmatismo, por muy necesario que sea, también es peligroso. Poco a poco, jornada a jornada, vas haciendo pequeñas concesiones en virtud de supuestos buenos fines, hasta que un día, de repente, te das cuenta de que ya no queda nada de tus ideales, de que has cruzado una frontera invisible e imprecisa y ya sólo manejas un “vale todo” que en realidad no vale nada. Muchos políticos han caído en ese pozo y, por pura salud democrática, deben ser expulsados de la política. Pero no todos son así, ni mucho menos.
Hace unos años me relacioné y trabajé (durante breve tiempo, eso sí) con numerosos políticos, desde simples asesores hasta ministros, y me encontré con gente de toda clase. Políticos muy inteligentes, políticos profesionales, políticos mediocres, políticos cantamañanas... En fin, de todo, como en todas partes. También encontré algo que, lo reconozco, me sorprendió: un buen número de políticos sinceros que realmente creían en lo que estaban haciendo. Y, por supuesto, encontré todo lo contrario: políticos más falsos que un euro de madera que, si no eran ya corruptos, desde luego eran claramente corruptibles. Pero eso lo hay en todos los oficios, en todos los lugares.
Así pues, ¿todos los políticos son iguales? La respuesta es sí en determinados aspectos, como el “estilo laboral”, la retórica y el partidismo; pero rotundamente no en el resto de las cuestiones. ¿Hubiese dado igual que ganase Bush o Al Gore? Que se lo pregunten a los iraquíes. ¿Fueron iguales Suárez, González y Aznar? Por favor, claro que no; ni para lo bueno ni para lo malo. ¿Es lo mismo que durante los próximos cuatro años gobierne el PSOE o el PP? Pues claro que no, y por muchísimos motivos. Así que, por favor, no empecemos con la cantinela de que todos los políticos son iguales, de cómo me aburre la política, de yo estoy por encima de esas cuestiones, de a mí, que soy muy listo, no me engañan, de mi pureza moral me mantiene alejado de las urnas y todas esas zarandajas. Eso, queridos, aburre tanto como el discurso político, sólo que es infinitamente más inútil. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que nuestra clase política no sea francamente mejorable. De hecho, tenemos unos políticos de lo más mediocres (no solo en España, sino en toda Europa y, probablemente, en todo el mundo). Pero, reconozcámoslo, tampoco los electores españoles, como conjunto, somos para tirar cohetes.
En cualquier caso, no entiendo adónde conduce la cantinela de los “exquisitos” de la política, esas personas que sólo saben mostrar su desprecio hacia la política, pero sin aportar la menor solución, esas personas que, con un deje de suficiencia, se declaran hastiadas del juego democrático y aseguran, con no menos suficiencia, que jamás se mancharán las manos con una papeleta de voto, esas personas que deciden, en base a una supuesta pureza ideológica que les impide participar en todo aquello que no sea perfecto, quedarse al margen de la política. Vale, muy bien, cada cual hace con su culo (y con su voto) lo que quiere. El único problema, amigos míos, es que es imposible quedarse al margen de la política. Podrás abstenerte de votar, pero nadie te libra de las consecuencias del voto ajeno.
Es como si te invitaran a una fiesta. A ti no te mola ir porque los invitados son muy cutres, así que te quedas en tu casita y santas pascuas. No obstante, ¿qué ocurre si la fiesta se celebra en tu casa? Podrás encerrarte en tu habitación y enterrar la cabeza bajo la almohada, pero nadie te librará del ruido y el follón. Por tanto, ya que la fiesta es en tu hogar y no hay forma de impedirlo, ¿no sería mejor participar de la juerga y poder, al menos, elegir la clase de música que va a sonar?
Pues no puedo estar más de acuerdo.
ResponderEliminarPero, eso sí, aunque por el Congreso sí voy a votar, no lo voy a hacer por el Senado, que es un mamotreto inservible en nuestro sistema. Si muchos ciudadanos tomáramos esa actitud, con un poco de suerte habría la próxima legislatura una reforma de la Constitución para hacer del Senado algo útil y provechoso.
Doy fe de que tu estadística de "estulticia de los clientes" es certera. Yo soy publicitario de tercera regional, así que no trato con multinacionales, pero sí con empresas con la suficiente entidad como para que necesiten una estrategia de comunicación y un trabajo de marca, y resulta muy frustrante encontrarte a directores de marketing que retocan y convierten en un engendro una propuesta que tú sabes perfectamente que va a funcionar. A veces estás tan convencido que te dan ganas de decir: "No me pagues, pero por favor haz ESTO que es lo que necesitas, joder". Pero al final siempre dices: "Que te follen, hunde tu empresa si quieres". Esto luego no es así, porque como bien dices, César, la empresa luego no se hunde -aunque yo en mi ámbito he visto alguna que sí le ha pasado- pero en tu fuero interno sabes que le hubiese ido muy bien con tu estrategia...
ResponderEliminarPero además me quedo con tu expresión inicial: "Dame una cuestión, la que sea, ponme delante a un político, quien sea, y te diré lo que va a decir antes de que abra la boca".
¿No te pasa a ti que cada vez que oyes a un político ves en su discurso, como si tuvieras visión de rayos x, al "tú" (el copy publicitario) que ha escrito su discurso?
La gente se sorprende un poco de que, cuando por ejemplo haces una campaña de estas de "concienciación" para una Comunidad Autónoma, el trabajo del publicista incluye el guión del discurso para el Director General, el Consejero e incluso el Presidente para que "venda" la necesidad de la campaña, el gran avance social que supone, etc. De hecho lo hacemos para políticos de uno y otro signo, adaptándonos en cada caso al estilo necesario.
Curiosamente, y pese al plus de cinismo y abstracción que esto te aporta, pese a haber asistido a la tramoya, a conocer las alcantarillas del lenguaje político, no conozco muchos publicitarios que sean descreídos totales de la política y que no voten.
Yo desde luego voy a votar. Porque sé que al final, por mucha retórica que los publicistas empleemos, detrás de toda esa carcasa manipuladora, y al igual que en la publicidad de marcas comerciales, al final detrás como digo, hay un producto.
Y los dos productos que nos están vendiendo hoy, no son lo mismo.
¿Quieres saber si tu voto es útil? Calibra la utilidad de tu voto:
ResponderEliminarhttp://www.utilometro.com/
Si pinchas en el texto azul de abajo, te exponen la diferencia entre las provincias frías (número par de diputados) y calientes (impar).
Para el Senado, todo es distinto, claro.
Nota pedante: "carpetobetónico" debe ser con "v", carpetovetónico, porque viene de los carpetos y los vetones, pobladores prerromanos de la Península Ibérica.
ResponderEliminarRecontranota: lo de carpetovetónica ya está corregido...
ResponderEliminarUna tal yepetta cotillea, una tal yepetta la parece muy bien la politica, pero se mantiene al margen. yepetta sigue ahí, en la oscuridad...
ResponderEliminarA mi el político me pone nervioso, especialmente cuando noto que pretende hacerme pensar que me habla sinceramente, como un amigo hablaría con otro. La sensación que tengo en época no electoral de nerviosismo latente, se transforma en dolores de cabeza, colon irritado y de hiperactividad mental para intentar taponar entradas al griterio propagandístico de mitines, megafonía de caravanas, tertulias radiofónicas y los puñeteros debates electorales.
ResponderEliminarSi, es cierto que es demasiado trascendente como para pasar del tema, pero, de la misma forma que el negocio publicitario ha cambiado y ya es otro respecto a lo que era en la época de "más blanco no se puede", la política necesita de un cambio, de una transformación radical. Quizás lo único que lo consiga sea un cataclismo planetario, pero, por Tutatis, que pase algo y esto evolucione a otra cosa.
No recuerdo de quién es la frase, pero desde que la leí hace unos cuantos años me pareció que describía perfectamente el asunto:
ResponderEliminar"Aquellos que no se interesan por la política están condenados a ser gobernos por aquellos que sí se interesan por ella".
O sea, puedes pasar de la política, pero la política no va a pasar de ti, eso fijo que no, y va a influir en tu vida, te guste o no.
Gran post, por otra parte, César. La verdad es que llevas una racha de post cojonudos.
Unas entradas muy interesantes Cesar!No he podido evitar mencionarlas en la última entrada de mi blog.
ResponderEliminarUn abrazo!
Hay un discurso de Antonio Machado, que dirigió en 1937 a las Juventudes Socialistas Unificadas, del que he oído hablar muchas veces, aunque no lo he encontrado completo (y eso que lo he buscado mucho). Machado emplazaba a los jóvenes, pero bien podría valer para cualquier persona. Decía algo así:
ResponderEliminar"Haced política, no dejeis de hacerla. Habrá quien os diga que no hagais política. Y eso será porque querrán hacer política sin vosotros, y muy probablemente, contra vosotros. Así que haced política, no dejeis de hacerla"
Más o menos, en la línea del comentario de Rudy, o en lo que decía César, uno puede pasar de política, pero la política (la toma de decisiones que nos afectan a todos) no va a pasar de ti, eso seguro.
Así que aunque los políticos sean incompetentes, al menos es bueno intentar que te gobiernen los imcompetentes de tu elección, y no los que te impongan otros.
Como proponía César en un post anterior, yo voy a votar en contra. Pero no contra un único partido, sino contra el conjunto de los partidos nacionalistas que tienen sometidos a chantaje a los ciudadanos de este país. Son una minoría, la mayor parte de las veces con un fondo fascista (algunos hablan incluso de pureza de sangre y esas cosas) pero nuestro juego político les otorga un poder que no merecen. A pesar de este demoledor bipartidismo, hay una opción para los que no queremos votar ni al PSOE (que va al Senado en coalición con ERC) ni al PP.
ResponderEliminarSe trata de un partido dispuesto a plantarle cara al nacionalismo, y que cuenta con gente de la talla de Fernando Sabater, Albert Boadella, o Mario Vargas Llosa. Me refiero, claro, a UPD.
Juanmi.
Os diré que me toca asistir a una mesa de vedel o no se qué, con un madrugón de aupa, todo el día pringado como un capullo, un bocadillo para comer y no se cuantas miserias más me esperan.
ResponderEliminarEsto con Franco no me hubiera pasado. ¡Odio la democracia!
Manolo: pues sí, amigo mío, tienes razón: el Senado es como el apéndice: sólo lo notas cuando se infecta; el resto del tiempo no vale para nada. Urge su reforma.
ResponderEliminarVíctor eme: Pues sí, cuando escucho a un político no sólo veo al copywriter que está detrás, sino también el copy strategy. Es como cuando veo un spot en TV: no veo el spot, sino el briefing. Supongo que a ti también te pasa.
Pues es verdad que los creativos publicitarios suelen estar muy politizados... Supongo que conocer la tramoya del oficio nos permite separar el grano de la paja. Además, está claro que los publicitarios somos putas que nos vendemos al mejor postor, pero las putas también tenemos corazón y nos reservamos los besos en la boca para nuestro amor verdadero.
Manolo: Olvidé corregir el texto y lo publiqué sin revisar. Luego, al releerlo, advertí el error tipográfico (¿a quién se le ocurriría poner en el teclado la b y la v juntas?) y lo arreglé. Soi un vurro :)
Yeppeta: haces muy bien en mantenerte alejada de la política... por lo menos hasta que cumplas los 18.
Marino: firmaría cada una de tus palabras. La política tiene que cambiar y pronto, porque no es lógico que en el siglo XXI sigamos con el mismo sistema parlamentario y partidista del XIX.
Rudy: Excelente frase, y demoledoramente cierta. Gracias por tu opinión sobre estos posts; es muy valiosa.
Akaki: Gracias por los comentarios de tu blog. Eres muy amable.
Orlando: Machado fue uno de los más grandes intelectuales españoles del siglo XX y ese fragmento de discurso es magnífico.
Juanmi: mira, lo fundamental es votar. A quién se vote ya es un asunto personal que no puede ni debe ser discutido. Lamento reconocer que para mí UPD es más un motivo de decepción que de ilusión, pero da igual. Lo que importa es el voto.
Samael: pues te jodes. El domingo madrugarás como un soldado y luego darás hasta la última gota de sangre por la democracia. Este país necesita héroes.
En fin, todo eso está muy bien y ojalá fuera así, pero no tiene en cuenta el factor humano, y lo cierto, amigos míos, es que las personas tendemos estadísticamente a ser entre mediocres y gilipollas.
ResponderEliminarSi muchos ciudadanos tomáramos esa actitud, con un poco de suerte habría la próxima legislatura
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