Ya he hablado aquí en más de una ocasión acerca de las series de TV que me tienen enganchado (House, Medium, Perdidos, Mad Men, Mujeres Desesperadas...), pero siempre me he referido a series de ficción y resulta que hay un programa de no-ficción que me tiene igualmente enganchado. Me refiero a Mythbusters (Cazadores de mitos), una serie del canal Discovery.
El esquema del programa es sencillo: existen un montón de creencias populares que se tienen por ciertas, pero que nunca han sido demostradas. Un grupo de personas (los mythbusters) ponen a prueba esos mitos para averiguar si son verdad o mentira. Los conductores de la serie son dos expertos en efectos especiales cinematográficos: Jamie Hyneman y Adam Savage. Me apresuro a aclarar que “efectos especiales” no son la manipulación de imágenes por ordenador ni la truca tradicional (a eso se le llama “optical effects”), sino todos aquellos efectos que se producen de forma física y real (y controlada, claro) en el rodaje, como la lluvia, la niebla, las explosiones, los disparos, los chorros de sangre, los choques, los incendios etcétera. El escenario del programa es, precisamente, M5 Industries, la empresa de efectos especiales propiedad de Hyneman, y hay otros tres colaboradores: Tory Belleci (especialista en modelismo), Kari Byron (pintora y escultora) y Grant Imahara (experto en animatrónica).
Los mythbusters toman un mito popular (por ejemplo: los elefantes temen a los ratones), lo reproducen y comprueban si es falso o verdadero. Gracias a este programa he averiguado que se puede romper una copa de cristal con la voz, que un tanque de gasolina no explota cuando se le dispara o que nadie puede morir asfixiado por sus propios pedos (sic). En fin, el programa está llevado con mucho sentido del humor, la forma de reproducir los mitos suele ser ingeniosa y los temas resultan de lo más interesante, sobre todo si eres de los que disfrutan –como yo- enterándote de gilipolleces curiosas. Pero, aparte de todo esto, creo que Mythbusters merece reconocimiento porque en el fondo se trata de una eficaz divulgación popular del método científico.
La serie no trata sobre ciencia y ninguno de sus presentadores es científico, pero los sistemas que emplean para poner a prueba los mitos siguen, con cierto rigor, los principios de observación, inducción y experimentación propios del método científico. En resumen, el programa viene a decir: no te creas lo que te cuentan sólo porque te fías de quien lo cuenta, ni porque te suene bien, ni porque te apetezca creértelo: se escéptico y ponlo a prueba.
Precisamente, y enlazando con lo anterior, ahora estoy leyendo Por qué creemos en cosas raras (Alba 2008), de Michael Shermer, fundador de la Skeptics Society y de la revista Skeptic. El libro, que lleva el subtítulo “Pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo”, analiza mediante el uso de la razón y el método científico diversas creencias populares, desde los fenómenos paranormales hasta las pseudomedicinas, pasando por toda suerte de rarezas, pero sobre todo se centra en las razones por las que las personas –incluso personas inteligentes- se empeñan en creer auténticas chorradas. La explicación de Shermer es compleja y demasiado larga para exponerla en esta entrada (quizá lo haga en otro momento), pero voy a aventurar una respuesta parcial.
En una ocasión, mientras debatía con una persona creyente en cierta clase de pseudomedicina, le expuse una serie de razones por las que esa creencia suya era irracional y mostré mi extrañeza ante el hecho de que no supiese nada acerca de las cuestiones que le planteaba. Esa persona me contestó diciendo más o menos: “Como comprenderás, no me obsesiono en buscar argumentos en contra de la medicina en que creo”. Se trate de alguien con estudios universitarios, alguien que ha recibido una educación superior a la media, y sin embargo consideraba que su respuesta era, no ya lógica, sino evidente, cuando a mí se me antoja una de las muestras de irracionalidad más grandes que jamás he oído. Esa persona había decidido creer en una pseudomedicina, sin razones objetivas, sin argumentos, y luego se había informado al respecto leyendo sólo los argumentos a favor, pero no los en contra, porque no le interesaba poner a prueba sus creencias, sino sólo confirmarlas.
Es decir, todo se reduce a desear creer en algo, el famoso I want to believe del agente Mulder. Pero, ¿por qué? Creo que la razón estriba en lo más profundo de nuestra naturaleza. Los seres humanos nos caracterizamos por buscar esquemas en lo que nos rodea, por encontrar pautas que ordenen el mundo y nuestro lugar en él. Pero la vida no siempre ofrece pautas reconocibles, así que ¿qué hacemos cuando no encontramos esquemas que nos valgan? Nos los inventamos, porque eso nos tranquiliza.
Pondré un ejemplo. Cuando juego al póker suelo realizar una serie de pequeños ritos que sólo cabe calificar de supersticiosos: ordeno las fichas de determinada manera, miro las cartas de cierta forma... sé que nada de eso servirá para atraer la suerte, pero si no lo hago me siento incómodo. Lo que sucede es que al jugar al póker me zambullo en el mecanismo más aleatorio que existe, pues está regido por el azar, de modo que no hay ninguna pauta. Así pues, yo establezco una serie de pautas irracionales y repetitivas que crean en mi mente una apariencia de orden y me dan seguridad. La necesidad de que el mundo esté ordenado se encuentra en el fondo de todas las creencias irracionales, desde la religión hasta la pseudomedicina, pasando por la superstición, los ovnis o la conspiromanía.
No obstante, aunque en el seno de nuestro cerebro exista un “procesador de pensamiento mágico”, podemos educar nuestra mente para someter las creencias a la criba del pensamiento racional. Es decir, podemos aprender a practicar el escepticismo (que, etimológicamente significa “mirar, observar”). Y para ese proceso de educación y aprendizaje vienen de maravilla programas como Mythbusters o libros como Por qué creemos en cosas raras. Y, para acabar, permitidme reproducir los pensamientos de dos hombres que dedicaron sus vidas a divulgar el método científico y sus logros. Ambas citas aparecen en el libro de Shermer.
“Me da la impresión de que lo que hace falta es un equilibrio exquisito entre dos necesidades contrapuestas: un análisis escrupulosamente escéptico de todas las hipótesis que se nos presenten y, al mismo tiempo, una enorme disposición a aceptar ideas nuevas. Si sólo se es escéptico, ninguna idea nueva calará, uno nunca aprende nada nuevo y se convierte en un viejo malhumorado convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Y encontrará, por supuesto, muchos datos que lo avalen.)
Por otra parte, si el pensamiento es virgen hasta la simpleza y no se tiene una pizca de sentido escéptico, no se pueden distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si para uno todas las ideas tienen el mismo valor, está perdido, porque entonces, a mi entender, ninguna idea vale nada”.
El esquema del programa es sencillo: existen un montón de creencias populares que se tienen por ciertas, pero que nunca han sido demostradas. Un grupo de personas (los mythbusters) ponen a prueba esos mitos para averiguar si son verdad o mentira. Los conductores de la serie son dos expertos en efectos especiales cinematográficos: Jamie Hyneman y Adam Savage. Me apresuro a aclarar que “efectos especiales” no son la manipulación de imágenes por ordenador ni la truca tradicional (a eso se le llama “optical effects”), sino todos aquellos efectos que se producen de forma física y real (y controlada, claro) en el rodaje, como la lluvia, la niebla, las explosiones, los disparos, los chorros de sangre, los choques, los incendios etcétera. El escenario del programa es, precisamente, M5 Industries, la empresa de efectos especiales propiedad de Hyneman, y hay otros tres colaboradores: Tory Belleci (especialista en modelismo), Kari Byron (pintora y escultora) y Grant Imahara (experto en animatrónica).
Los mythbusters toman un mito popular (por ejemplo: los elefantes temen a los ratones), lo reproducen y comprueban si es falso o verdadero. Gracias a este programa he averiguado que se puede romper una copa de cristal con la voz, que un tanque de gasolina no explota cuando se le dispara o que nadie puede morir asfixiado por sus propios pedos (sic). En fin, el programa está llevado con mucho sentido del humor, la forma de reproducir los mitos suele ser ingeniosa y los temas resultan de lo más interesante, sobre todo si eres de los que disfrutan –como yo- enterándote de gilipolleces curiosas. Pero, aparte de todo esto, creo que Mythbusters merece reconocimiento porque en el fondo se trata de una eficaz divulgación popular del método científico.
La serie no trata sobre ciencia y ninguno de sus presentadores es científico, pero los sistemas que emplean para poner a prueba los mitos siguen, con cierto rigor, los principios de observación, inducción y experimentación propios del método científico. En resumen, el programa viene a decir: no te creas lo que te cuentan sólo porque te fías de quien lo cuenta, ni porque te suene bien, ni porque te apetezca creértelo: se escéptico y ponlo a prueba.
Precisamente, y enlazando con lo anterior, ahora estoy leyendo Por qué creemos en cosas raras (Alba 2008), de Michael Shermer, fundador de la Skeptics Society y de la revista Skeptic. El libro, que lleva el subtítulo “Pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo”, analiza mediante el uso de la razón y el método científico diversas creencias populares, desde los fenómenos paranormales hasta las pseudomedicinas, pasando por toda suerte de rarezas, pero sobre todo se centra en las razones por las que las personas –incluso personas inteligentes- se empeñan en creer auténticas chorradas. La explicación de Shermer es compleja y demasiado larga para exponerla en esta entrada (quizá lo haga en otro momento), pero voy a aventurar una respuesta parcial.
En una ocasión, mientras debatía con una persona creyente en cierta clase de pseudomedicina, le expuse una serie de razones por las que esa creencia suya era irracional y mostré mi extrañeza ante el hecho de que no supiese nada acerca de las cuestiones que le planteaba. Esa persona me contestó diciendo más o menos: “Como comprenderás, no me obsesiono en buscar argumentos en contra de la medicina en que creo”. Se trate de alguien con estudios universitarios, alguien que ha recibido una educación superior a la media, y sin embargo consideraba que su respuesta era, no ya lógica, sino evidente, cuando a mí se me antoja una de las muestras de irracionalidad más grandes que jamás he oído. Esa persona había decidido creer en una pseudomedicina, sin razones objetivas, sin argumentos, y luego se había informado al respecto leyendo sólo los argumentos a favor, pero no los en contra, porque no le interesaba poner a prueba sus creencias, sino sólo confirmarlas.
Es decir, todo se reduce a desear creer en algo, el famoso I want to believe del agente Mulder. Pero, ¿por qué? Creo que la razón estriba en lo más profundo de nuestra naturaleza. Los seres humanos nos caracterizamos por buscar esquemas en lo que nos rodea, por encontrar pautas que ordenen el mundo y nuestro lugar en él. Pero la vida no siempre ofrece pautas reconocibles, así que ¿qué hacemos cuando no encontramos esquemas que nos valgan? Nos los inventamos, porque eso nos tranquiliza.
Pondré un ejemplo. Cuando juego al póker suelo realizar una serie de pequeños ritos que sólo cabe calificar de supersticiosos: ordeno las fichas de determinada manera, miro las cartas de cierta forma... sé que nada de eso servirá para atraer la suerte, pero si no lo hago me siento incómodo. Lo que sucede es que al jugar al póker me zambullo en el mecanismo más aleatorio que existe, pues está regido por el azar, de modo que no hay ninguna pauta. Así pues, yo establezco una serie de pautas irracionales y repetitivas que crean en mi mente una apariencia de orden y me dan seguridad. La necesidad de que el mundo esté ordenado se encuentra en el fondo de todas las creencias irracionales, desde la religión hasta la pseudomedicina, pasando por la superstición, los ovnis o la conspiromanía.
No obstante, aunque en el seno de nuestro cerebro exista un “procesador de pensamiento mágico”, podemos educar nuestra mente para someter las creencias a la criba del pensamiento racional. Es decir, podemos aprender a practicar el escepticismo (que, etimológicamente significa “mirar, observar”). Y para ese proceso de educación y aprendizaje vienen de maravilla programas como Mythbusters o libros como Por qué creemos en cosas raras. Y, para acabar, permitidme reproducir los pensamientos de dos hombres que dedicaron sus vidas a divulgar el método científico y sus logros. Ambas citas aparecen en el libro de Shermer.
“Me da la impresión de que lo que hace falta es un equilibrio exquisito entre dos necesidades contrapuestas: un análisis escrupulosamente escéptico de todas las hipótesis que se nos presenten y, al mismo tiempo, una enorme disposición a aceptar ideas nuevas. Si sólo se es escéptico, ninguna idea nueva calará, uno nunca aprende nada nuevo y se convierte en un viejo malhumorado convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Y encontrará, por supuesto, muchos datos que lo avalen.)
Por otra parte, si el pensamiento es virgen hasta la simpleza y no se tiene una pizca de sentido escéptico, no se pueden distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si para uno todas las ideas tienen el mismo valor, está perdido, porque entonces, a mi entender, ninguna idea vale nada”.
Carl Sagan
“El descrédito de una fe sólo se hace en interés de un modelo de explicación alternativo y no como un mero ejercicio de nihilismo. Ese modelo alternativo es el propio racionalismo, que, vinculado a la honradez moral, se convierte en la herramienta para el bien más potente que nuestro planeta haya conocido”.
Stephen Jay Gould.
Amén.
Amén.
A veces podría parecer que todo depende de lo digerible que nos resulte la realidad: de ahí Quijotes como la pareja protagonista de "Platillos volantes", que finalmente se marchan con los extraterrestres escapando literalmente de la vida.
ResponderEliminarOtra voz escéptica que conviene recuperar de vez en cuando: Martin Gardner. Pocos escritores han combinado tan bien como él un racionalismo insobornable con un igualmente imbatible sentido de la maravilla y de la magia. Desde "La ciencia, lo bueno, lo malo y lo falso" hasta su riquísima "Alicia anotada".
A mí también me ha interesado siempre el por qué creemos y coincido contigo en que es una especie de mecanismo cerebral innato (seguramente en el sistema límbico) que tiene una razón de adaptación evolutiva. Y supongo (ya puestos a seguir elucubrando sin mayores datos) que ese mecanismo opera contra un miedo primigenio. Así, intuyo que, en el fondo, creemos para no tener miedo (o para reducirlo un poco).
ResponderEliminarAunque creo que soy bastante escéptico (en general), también es verdad que en los últimos años he ido admitiendo una actitud más abierta ante cosas de las que carezco de información suficiente. Suelo decir que ni creo ni dejo de creer.
Pues le deberías dar una oportunidad a la Serie Dexter para mi junto las comentadas de lo mejorcito de los ultimos años ... ya me dirás Cesar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que razón lleva Sagan, que razón...
ResponderEliminarYo he visto alguna vez ese programa y la verdad es que es interesante ^^
ResponderEliminar¡Sopla! Yo he visto un montón de programas de ¡Los cazadores de mitos! (leedlo con voz "tachán").
ResponderEliminar¿Y qué me dices de cómo incendiar una nave de madera a base de espejos? (Dos veces lo han intentado, ¡dos!), y de su el coche gasta o no más gasolina con las ventanillas bajadas, y ¿se puede matar arrijando una carta de una baraja?...
Es fas-ci-nan-te. En mi casa nos quedamos abducidos cuando pillamos el programa. De hecho hemos comentado muchas veces ¡lo chulo que sería trabajar allí!
Otro tema: Queremos creer porque añoramos los tiempos en los que en nuestra mente reinaba la magia (léase la infancia). La culpa de todo la tienen los reyes Magos... ;)
Si desmontásemos todos los mitos, desveláramos todas las fes como mentiras y descubriéramos lo falso y ridículo que son muchas "grandes verdades"... ¿qué nos quedaría? La puta realidad. Puede que sea lo mejor, creo que otras ambiciones y otras utopías rellenarían el hueco y así se renovaría el imaginario universal. Empezar de cero, puede ser curioso, si.
ResponderEliminarDe ese tipo es más divertido "Human Guinean Pigs"
ResponderEliminarhttp://es.youtube.com/watch?v=M-kjeb6pOfA&feature=channel
El cerebro humano es una máquina de crear modelos. Arrojamos una piedra y nuestro cerebro calcula la trayectoria y nos dice donde caerá, es decir crea un modelo del movimiento. Creamos modelos todo el tiempo y de modo casi inconscente, que resultan ser muy predictivos cuando se trata de sistemas junto a los cuales hemos evolucionado (la piedra es un ejemplo). Tal vez ese reflejo de imponer un regularidad en lo irregular, una regla en lo desconocido, se deba simplemente al funcionamiento de tal máquina.
ResponderEliminarNo solo los seres humanos sino muchos animales crean modelos de la misma manera. El pájaro que esquiva el piedrazo, por ejemplo, ve venir la piedra y es capaz de modelar su trayectoria y deducir que probablemente terminará sobre él. Lo que diferencia al ser humano es que gracias a una herencia cultural que ya lleva miles de años (y que los animales no poseen) hemos aprendido las reglas adecuadas para usar esa máquina del modo más eficiente, de modo de modelar sistemas lejanos a nuestra experiencia evolutiva, y que el modelo siga siendo predictivo.
Ahora bien, cuando por apuro o por pereza no aplicamos dichas reglas al modelado de un tal sistema, y seguimos sin ningún tipo de método nuestro reflejo de construir un modelo, es cuando terminamos creyendo en pseuciencias y supersticiones. Es algo muy natural en nosotros crear tales estructuras.
Todos mis estudios de economía están basados en la hipótesis de que los individuos son racionales, y resulta que, entre otras cosas, está demostrado que en una apuesta de "cara o cruz" las personas apuestan más fuerte si son ellas las que lanzan la moneda, como si esto eliminara la aleatoriedad del lanzamiento.
ResponderEliminarLas teorías económicas se están resquebrajando... y por tanto, cualquier cosa es posible. Es el momento de reescribirlas. :-)
¡Qué cosas! Hablas en el blog sobre creencias y yo acabo hablando de economía.... creo que tengo que empezar a trabajar menos.
Un saludo,
Eva
Yo descubrí ese programa gracias a mis hijos, que tienen 13 años recién cumplidos (para que luego digan que no podemos aprender de ellos), y me enganché el día que vi como demostraron que las tetas de silicona no explotan si su dueña viaja en avión (¿Cómo olvidar esa leyenda urbana achacada a Anita Obregón?). Respecto a nuestra capacidad para creer "seis cosas imposibles antes del desayuno", como decía la Reina de Corazones, en Alicia A través del Espejo, creo que es nuestro único modo de batallar con la desesperanza, el miedo y/o la certeza que te dicta tu razón de que aquéllo que deseas es imposible de alcanzar.
ResponderEliminarHay dos frases de una escritora austriaca, Maria von Ebner-Eschenbach, que me gustan mucho. La primera, traducida, vendría a decir: "Los que no se preocupan de saber nada, tienen que terminar creyéndoselo todo."
ResponderEliminarLa segunda: "Entienden muy poco los que solo entienden lo que se puede explicar."
Creo que la combinación de las dos resulta ideal para la vida: hay que intentar saber lo suficiente como para no tener que creer sin más, pero también hay que mantenerse lo bastante abierto y flexible como para poder aceptar cosas que no se pueden explicar aún o incluso que no podrán explicarse jamás.
Saludos
Elia
Eva: la economía son, le duela a quién le duela, basicamente creencias. Unos creen en sistemas clásicos, neoliberales, aborreciendo la intervención del estado. Y otros creen todo lo contrario, sistemas keynesianos que propugnan estados fuertes e intervencionistas.
ResponderEliminarY todos creen llevar razón. Eso no es una ciencia.
Y en cuanto a que nos comportamos de manera racional, por más que sea el axioma básico de todas las teorías económicas no creo que sea cierto. No dejamos de ser monos gragarios ni cuando vamos al supermercado (posiblemente ahí es donde más lo somos).
Continuando con el 'Quiero creer' hay una anécdota genial del gran físico Böhr.
ResponderEliminarCierto día fué a visitarle un amigo a su casa y se percató de que Bohr tenía colgada en la puerta una herradura. Cuando entró a casa preguntó al físico: "¿Por qué tienes una herradura en la puerta? ¿No me dirás que eres supersticioso y crees que dan buena suerte?"
Y Böhr le contestó: "No, no, ni mucho menos. Precisamente eso es lo bueno de las herraduras: no necesitas creer en ellas para que te den buena suerte!"
Yo también estoy enganchado a "Los cazadores de mitos". Y, aunque parece que comenzaron modestamente, la serie debe de tener ahora bastante éxito en USA. Tanto como para que el el último capítulo de la anterior temporada de CSI:Las Vegas apareciese un cameo de Jamie Hyneman y Adam Savage haciendo de ellos mismos.
ResponderEliminarYo creo que es una necesidad humana para sentirse seguro, no volverse majareta o no tener miedo de las cosas que no entendemos o encontramos explicación, aunque no estén conscientemente en tu cabeza.
ResponderEliminarYo también lo veo por el discovery de vez en cuando y es un programa entretenido si. El discovery channel tiene algunas buenas series, a mí me gusta mucho el de pesca radical, me enganché.
saludos
Muchas gracias, don César. Su entrada de hoy vale su peso en oro (el peso de la entrada, no el suyo).
ResponderEliminarLa cita de Sagan (creo que debe ser de "El mundo y sus demonios", personalmente recomiendo "Sombras de antepasados olvidados", ambas merecerían una reedición) es impecable. Y también, si me lo permite, la lógica de su amigo. La comprendo perfectamente. Creo que contaba Sagan que varias veces a la semana hablaba con sus padres muertos, y no creía en la vida después de la muerte, simplemente le ayudaba. Yo también hablo con mi madre muerta, y no creo que exista más que en mi recuerdo.
¿Lógica? Muchas. Hay muchas cosas buenas en la fe, como la tranquilidad que da el "hacer algo". ¿Rezar ayuda? ¡Por supuesto! Simplemente, haces algo, y esa sensación de "hacer algo" es buena.
Le ruego que intente comprenderme: Soy ateo, pero intento comprender el porqué mucha gente necesita las respuestas rápidas que da la fe... del mismo modo que muchos necesitan las respuestas rápidas que da la literatura de consumo.
Lo malo es cuando la literatura de consumo está emponzoñada de ideas extrañas, o cuando alguien pretende monopolizar los rituales de fe haciendo ver que "el que se quede fuera arderá por tiempo infinito porque es malo y no me concede diezmos".
En resumen: Besarle el culo a Hank es una gilipollez, rezar un Padrenuestro puede calmar tanto como una tila.
Interesantísimo tema, en todo caso. Siempre es un placer pasarse por su blog.
Numael: ¿Cómo que la economía no es una ciencia? ¡¡¡No me digas eso!!! :-P
ResponderEliminarBromeo: estoy contigo a pesar de que mi trabajo consiste precisamente a demostrar lo contrario.
Me han gustado mucho las citas. Y también, la anécdota del físico Böhr que cuenta Raúl... Es más divertido que las personas seamos así. Si no, todo sería muy aburrido y previsible.
Un saludo,
Eva
A. Romero: en efecto, las obras de Gardner son básicas en la lucha contra la superstición. Se le cita con frecuencia en el libro de Shermer.
ResponderEliminarMiroslav Panciutti: Shermer propone, igual que tú, que el "procesador mágico" del cerebro supuso en su momento una ventaja evolutiva.
Mon: Conozco "Dexter" y me gusta sólo en parte. Cuando es irónica me encanta, pero cuando se pone seria no acaba de convencerme.
Anónima de las 9:59: lamento decírtelo, pero... los Reyes Magos son los padres.
Anónimo de las 4:35: como señalas, si partiéramos de cero acabaríamos reproduciendo todas nuestras irracionalidades.
Severian: totalmente de acuerdo. Necesitamos pautas, esquemas, modelos, y si no los tenemos, los inventamos.
Eva: la economía, como ha dicho nuestro presidente, tiene mucho de estado de ánimo.
Velda Rae: supongo que sí, que para paliar la desesperanza viene bien la irracionalidad. Pero, a la larga, la irracionalidad se convierte en una fuente de desesperanza.
Elia: la ciencia no rechaza los hechos que no tienen explicación. Es más, hay un montón de fenómenos hoy por hoy inexplicables que la ciencia asume. Por ejemplo, la energía oscura. Lo que el pensamiento escéptico exige es la demostración objetiva de que esos hechos inexplicables existen, que son reales. No hace falta explicarlos.
Numael: creo que hay pocas cosas más regidas por las emociones que la economía. Por cierto, entre el amor y la economía existen numerosos vínculos. Un día tenemos que hablar de eso.
Raúl: tu anécdota sobre Böhr es sencillamente deliciosa. Gracias por ella.
Juanmi: sí, parece que la serie ha tenido mucho éxito. No conocía ese cameo en CSI, pero sí sé que a Kari Byron le hicieron un reportaje fotográfico (ligerita de ropa, pero no desnuda) para la revista FHM.
Akaki: en efecto, esa clase de irracionalidad tiene por objetivo sentirse seguro.
Suevo: te doy casi toda la razón en lo que dices. Casi. Yo no hablo con mis padres muertos, pero una vez tuve un sueño muy vívido en el cual mi padre me perdonaba por todo lo que no hice por él. Sé que sólo fue un sueño, pero me proporcionó, y me proporciona, un gran consuelo.
Nada tiene de malo esa clase de irracionalidad, siempre y cuando seas consciene de que no es real. Si cruzas la frontera y te convences de que tus fantasías son verdades... En fin, no tiene nada de malo hablar con los seres queridos muertos, pero sí sacrificar niños para aplacar a los ancestros.
En cuanto a mi amigo, no le daría importancia si llevara una pulsera magnética, o hiciera meditación trascendental, o durmiera con una pirámide bajo la cama. Pero negarle a su familia parte de los beneficios de la medicina científica para sustituirlos por las entelequias de una pseudomedicina me parece una pasada.
Y una cosa más: ¡tutéame, por favor!
El escepticismo es imprescindible en el pensamiento científico, y partiendo precisamente de plantearse dudas, es como se puede llegar a certezas. Lo fenomenal es que incluso cuando llegamos a una certeza, aún es posible ponerla en cuarentena y pensar en la posibilidad de otras alternativas que también pueden tener representación real en nuestro universo, y en el caso más extraordinario, en otro diferente al nuestro. Un escéptico puro, por extraño que nos pueda parecer, piensa que las leyes del universo seguirían existiendo aunque no existiera el universo. Claro, que eso lo dice un escéptico de nuestro universo, lo mismo existen otros en los que todo el mundo está completamente desquiciado sin entender por qué unas veces salen impulsados hacia el centro de su planeta y otras, son despedidos con atroz violencia, según van pensando en lo injusto de las leyes de su universo.
ResponderEliminarDijo César: "la ciencia no rechaza los hechos que no tienen explicación."
ResponderEliminarPrecisamente. Uno de las tácticas de los ufólogos y otros creyentes esotéricos es la de presentar a los científicos como gente encerrada en sus laboratorios, que rechazan por sistema cualquier cosa que parezca un poco fuera de lo común (como si la física cuántica no fuese bastante rara).
Lo que esta gente no entiende es que una cosa es una hipótesis y otra muy distinta el afirmar algo como si fuera un hecho probado, y sin tener absolutamente ninguna prueba.
Cuando me he encontrado con algún ufófilo (la cosa suele ser: “ah, ¿escribes ciencia ficción? Yo soy muy a aficionado a los OVNIS”), y les digo que no creo en los platillos, me dicen: ¿Es que crees que en un universo tan grande estamos solos? Y no es eso. Es que para que crea algo tan asombroso como un platillo volante, necesito pruebas igual de asombrosas. Las declaraciones de un tío que salió a pescar y vio luces en el cielo no están a la altura de aquello de lo que quieren convencerme.
No sé si viene a cuenta o no y ni siquiera sé si no lo he leído en este blog, pero me hizo mucha gracia la siguiente frase:
ResponderEliminar"Una prueba irrefutable de la existencia de vida inteligente en el universo es que no se han puesto en contacto con nosotros"
Pues Mythbusters tiene muy buena pinta. Me lo voy a intentar bajar...
ResponderEliminarSi te va el asunto de las creencias irracionales, échale un vistazo a Los nuevos charlatanes, de Damian Thompson. Lo corregí hace unos meses y acaba de salir en Crítica.
Incide en el concepto de "contraconocimiento", es decir, todo eso que se da por sentado y que no se puede demostrar. Pone ejemplos menos inocuos que el de los elefantes y los ratones: el boom creacionista procedente de Estados Unidos y los países islamistas (en Turquía han capado los blogs de Wordpress porque uno de los creacionistas más destacados los denunció por ateos, y en Estados Unidos se ha abierto un parque temático creacionista, como en el episodio de Los Simpson), la creencia de que la vacuna triple vírica provoca autismo (lo que produjo una epidemia de sarampión infantil en el Reino Unido), la implantación de las medicinas alternativas en los hospitales públicos británicos (generalmente, con supuestos profesionales que esgrimen títulos falsos expedidos por universidades californianas de quinta división), las nuevas visiones de la realidad impuestas por determinados grupos de presión (China descubrió América, los faraones egipcios eran negros...) y, por supuesto, tres grandes clásicos: las teorías conspiranoicas sobre el 11-S, las reflexiones sobre la sexualidad de Jesucristo con María Magdalena y el negacionismo del Holocausto.
http://www.ed-critica.es/libro/los-nuevos-charlatanes-978847423864
El libro te quita la fe en la humanidad, pero es ameno y, sobre todo, muy esclarecedor.
Para más información sobre el concepto de "contracultura", aquí hay una página web ideal para escépticos:
http://counterknowledge.com/
Me ha gustado mucho la entrada. Yo la verdad, pondría "Los cazadores de mitos" a los escolares en los colegios, como recurso educativo de ciencia y tecnología, y no sólo por el escepticismo, sino también porque sus protagonistas son un ejemplo de desparpajo e inventiva.
ResponderEliminar¡Y además es divertido!
A propósito de lo que cuenta Juanmi, me acuerdo de una cancioncilla de 091 ("Si las luciérnagas nos dan su luz"), en la que se escuchaba esto: "Unos ven a Dios, otros ven marcianos, pero nadie me enseña su fotografía".
ResponderEliminarAun así, cualquiera se fía de una foto a estas alturas...
Sobre lo que dice Juanma.
ResponderEliminarSi todas esas teorías conspiratorias y explicaciones marcianas surgen hoy en día, imagínate hace 3000 años, cuando algún pastor de Cercano Oriente se encontraba con una zarza ardiendo o cualquier cosa un poco rara. La cuestión es que la inteligencia y la imaginación del ser humano le hace especular y buscar explicaciones y razones a todo lo que le rodea. Por eso la humanidad necesitaba una navaja lo bastante afilada como para separar lo demostrado de lo que no lo está, y ahí tenemos el método científico que ha funcionado bastante bien. Lo curioso es que el pensamiento religioso tiene dificultades para entender el funcionamiento del método científico. Las continuas revisiones de los científicos de la teoría de Darwin, sirven de argumento a los creacionistas para arrojar dudas sobre la Evolución.
Hace muchos años leí un libro de un gurú indio, que se llamaba “La vida proviene de la vida”, en el que el autor arremetía contra la Ciencia y los científicos. Una de las críticas más sorprendentes era: “Un científico dice una cosa, y años después llega otro y afirma que todo estaba equivocado, que hay que replantearse la teoría. Si ellos mismos no se aclaran, ¿cómo pueden pretender se una guía correcta para el resto mundo?”
Precisamente, la grandeza de la Ciencia, el no dar una idea por probada mientras se puedan hacer nuevos experimentos para rebatirla, era lo que le parecía su fallo. Claro, un gurú dice: “Esto es así porque me lo ha dicho Dios”, y ya no hay más que hablar.
Oh, qué te parece, me paso por aquí a darme un descanso de los apuntes de métodos de Arqueología y me encuentro con este post. Nada, que no me libro.
ResponderEliminarBueno, ya que estoy aquí...
Pues según los antropólogos -grandes colegas, oye-, el pensamiento mágico surge de dos factores: de rechazar la idea de perder a un ser querido y de querer explicar lo inexplicable (en el caso de la muerte de un allegado, el por qué morimos).
Esto nos lleva a un interminable debate que hoy no estoy con ánimos de empezar, ni de secundar.
Por cierto, César. Hoy he estado releyendo tus posts de "En la mente del escritor", y será tu método personal de escribir, pero me ayuda que no veas a plantearme mi método (que dicho sea de paso, se parece al tuyo en un 90%).
P.S.: Que leyendo el post se me ha olvidado por qué he entrado aquí en un principio. :-P
ResponderEliminarUna pregunta: en una novela policiaca donde se pretende hacer los capítulos desordenados cronológicamente pero bien colocados en orden de lectura -por aquello de desvelar la trama en su momento y tal-, ¿tú dirías que es mejor escribir dichos capítulos en orden cronológico o en el orden en que se van a leer?
Es que estoy volviéndome loca y ya no sé ni en qué día vivo (culpa en parte de los exámenes, arg).
Gracias de antemano. ^_^
Samael: me temo que en algún punto de tus planteamientos me he perdido...
ResponderEliminarJuanmi: Lo que comentas tiene qe ver con la máxima de Hume: "Ningún testimonio basta para confirmar un milagro, a menos que el testimonio sea de tales características que su falsedad fuese más milagrosa que el hecho que pretende confirmar".
Big Brother: Excelente frase. Tomo nota.
Juanma: Ayer mismo me compré "Los nuevos charlatanes". No sabía nada de ese libro; gracias por el soplo.
Anraman: Tienes toda la razón; Mythbusters debería ser de visión obligatoria para todos los escolares. Les ayudaría a entender qué es y cómo funciona el pensamiento científico. Y, en efecto, es muy divertido.
Juanmi: quienes razonan (?) siguiendo el pensamiento mágico sustentan teorías que no tienen errores, son perfectas, porque carecen de argumentación lógica. Son VERDADES. Por eso creen que los errores científicos que la propia ciencia corrige son muestras de debilidad, cuando en realidad lo son de fortaleza.
Elaine Holmes: Me alegro mucho de que "En la mente del escritor" te sirva para algo. Con ese fin lo escribí, para que le fuera de utilidad a los que están empezando, sea para seguir mis métodos, sea para contradecirlos.
En cuanto a tu pregunta... Yo escribiría los capítulos en el orden que se van a leer. Sobre todo porque eso te permite controlar el ritmo.
Hablando de supersticiones.
ResponderEliminarHoy es 2 de febrero.
¡Feliz día de la marmota!
Si es Texas Hold'em, juega bien la posición y ya no necesitarás tanto a la suerte. :)
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