Un enclave tutelado por César Mallorquí, el Abominable Hombre de las Letras, en colaboración con la Sociedad de Amigos del Movimiento Perpetuo. Si no te interesa la literatura, el cine, el comic, los enigmas, el juego y, en general, las cosas inútiles, aparta tus sucias manos de este blog.
martes, febrero 1
¿Yo?
Como sabéis –y si no lo sabéis os lo cuento-, mi gran propósito para el nuevo año es comprar menos libros. Una especie de dieta, vamos, sólo que en vez de calorías lo que reduzco son páginas. ¿Por qué lo hago? Porque mis librerías padecen sobrepeso. ¿Cómo lo hago? Reduciendo mis adquisiciones bibliopáticas a dos libros al mes. Bien, supongo que os preguntaréis qué tal anda la cosa y, como sé que tal incertidumbre os roba horas de sueño, procedo a relataros mis avances por el sendero de la continencia.
Han transcurrido treinta días desde el comienzo de mi dieta. Resultados del mes de enero: desastre total. Siendo justos, parte de la culpa de este fracaso la tiene mi hijo Pablo. Supongo que esto es un indicio de que mi mal es genético, porque Pablo, que ahora tiene veinte primaveras, va camino de ser tan bibliópata como yo o más. El caso es que mi hijo averiguó que había en Madrid una librería relativamente nueva llamada Lé e insistió en que fuera con él para conocerla. Aprovecho para señalar que quería que le acompañase no porque me adore, sino porque corro con todos los gastos. Bien, fuimos allí un sábado por la tarde y... ¿qué pasa si llevas a un alcohólico a una licorería?
Pues sucedió lo inevitable. ¿Cómo resistirse a la Historia y filosofía de la ciencia, de Hull y a un texto titulado 13 cosas que no tienen sentido (Brooks)? Los compré. Estábamos a 8 de enero y ya había completado el cupo del mes. Pero me armé de estoica determinación y juré que me mantendría apartado de las librerías. Entonces sobrevino la desgracia. Me enteré de que acababa de publicarse Los gondoleros silenciosos, de William Goldman bajo el seudónimo de S. Morgenstern. ¿Lo entendéis? El mismo escritor que, bajo el mismo seudónimo, escribió ese libro absolutamente delicioso que es La princesa prometida. Convendréis conmigo que se trataba de una rara oportunidad que no podía dejar pasar. Además, es un libro cortito, de poco más de 150 páginas, un suculento tentempié que apenas ocuparía lugar en mis estantes.
Fui a comprarlo a la librería de El Corte Inglés, donde las novedades se exhiben en varias mesas situadas en línea. Si el título en cuestión hubiera estado al principio, lo habría comprado y, hala, a casita. Pero no, el cruel destino quiso que el libro de Goldman estuviese en la última mesa. Así que, mientras lo buscaba, encontré dos inesperados tesoros. La última novela de Jonathan Lethem, Chronic City, y la última novela de Pablo De Santis, Los anticuarios. Como decía el viejo Will, “Si nos pincháis, ¿acaso no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿acaso no reímos?”. Joder, sólo soy humano; ¿cómo voy a resistirme a tamañas tentaciones? Los compré, por supuesto; ¿qué otra cosa podía hacer? Y así, en un plis plas, me encontré con cinco libros adquiridos en enero y mi dieta a hacer puñetas.
Una historia triste, amigos míos, pero al menos servirá de ejemplo para que las nuevas generaciones conozcan las debilidades humanas y se mantengan alejadas del nefasto vicio de la palabra escrita. Vale, pero no es exactamente de esto de lo que quería hablar. Por cierto, ¿no estáis hartos de que casi todas mis entradas comiencen dando largos rodeos? Es como una manía, vaya lata que os doy...
En fin, al menos leí rápidamente uno de los libros que compré, 13 cosas que no tienen sentido, de Michael Brooks, un doctor en física cuántica. Trata, como dice su subtítulo, sobre “los misterios científicos más intrigantes de nuestro tiempo”, y uno de esos 13 misterios es el libre albedrío.
Todos pensamos que existe el libre albedrío, que la mente consciente controla nuestra vida. De hecho, tal creencia es el cimiento de la ética y la ley. Somos responsables de nuestros actos, ¿no? Pues puede que no, puede que el libre albedrío no sea más que ilusión, un espejismo. Creo que ya hemos hablado aquí de esto, pero después de cinco años de Babel resulta natural que me repita un poco.
Veréis, hace unos treinta años se descubrió que, al menos un segundo antes de realizar cualquier acción voluntaria (mover un dedo, por ejemplo), el cerebro produce una señal llamada “potencial de preparación”. Por lo tanto, se daba por hecho que la voluntad consciente debía preceder en más o menos un segundo al acto voluntario. Pero no se había demostrado. A ello se puso el neurólogo Benjamin Libet y, tras una serie de experimentos, descubrió asombrado que el “potencial de preparación” tiene lugar antes de que actue la mente consciente. Es decir: si te pido que en algún momento del próximo minuto muevas el dedo índice de tu mano derecha, una parte de tu mente se preparará para mover el dedo justo antes de que tú decidas mover el dedo. Por tanto, no es tu mente consciente quien decide moverlo, sino una zona mental sobre la que no tienes control. Como dijo otro neurólogo, Haggard: “nuestras intenciones conscientes son subproductos de algo que ya está funcionando”.
Bueno, eso es algo que cualquier escritor sabe. ¿De dónde vienen las ideas? No me refiero a las grandes ideas, a la trama y el argumento (aunque también), sino a las pequeñas ideas que se te ocurren mientras escribes y que de repente aparecen en tu cabeza sin buscarlas, como surgidas de la nada. Está claro que tenemos en el coco un procesador independiente de la consciencia; la cuestión es que, al parecer, ese procesador tiene un control sobre nosotros muy superior al que pensábamos. Es más, puede que tenga el control absoluto.
El psicólogo William James propuso un ejemplo cotidiano: “Sabemos lo que es levantarse de la cama en una mañana gélida, y cómo el mismo principio vital que hay en nuestro interior protesta ante la penosa experiencia... ¿Cómo llegamos a levantarnos en esas circunstancias? La mayor parte de las veces nos levantamos sin que medie ningún forcejeo ni decisión. De pronto, encontramos que nos hemos levantado”. Es decir, hemos actuado sin el menor control consciente (como cuando conducimos un vehículo, por ejemplo).
Bueno, diréis, estoy hablando de actos muy sencillos (mover un dedo, levantarse), pero ¿qué pasa con las grandes decisiones de nuestra vida, como casarnos o comprar un coche? Seguro que de eso se ocupa nuestro precioso consciente. ¿Seguro? La mayor parte de la gente se casa por amor. ¿Es el amor un acto consciente? Permitidme que me carcajee. En cuanto a comprar un coche... Todo aquel que haya trabajado en publicidad sabe que ciertas compras (tan costosas como un coche) son fruto de motivaciones inconscientes que luego intentan ser racionalizadas. Veamos: hay un coche que me gusta por los motivos que sean (porque lo tiene mi vecino, porque es bonito, porque me afecta su publicidad, da igual, lo que sea). Pero me gusta irracionalmente, así que, como es una adquisición muy cara, me informo de todas las alternativas posibles, analizo los pros y los contras, medito profundamente... y acabo comprándome el coche me gustaba desde el principio, aunque sea una decisión absurda. Luego, elaboraré un listado de justificaciones racionales para no sentirme tonto del culo y autoengañarme pensando que tengo control sobre mi vida. Pero no controlo; al menos, no este yo consciente que ahora escribe.
Dándole vueltas al asunto, se me ocurrió una idea para un cuento de ciencia ficción. La humanidad fue invadida por alienígenas hace siglos, pero nunca nos dimos cuenta. Esos alienígenas son inmateriales, seres de energía o algo así, y además son parásitos. Se introducen en los cerebros de las personas y toman el control de ellas, pero sin que la gente se dé cuenta, pues los alienígenas generan en las mentes de sus huéspedes el espejismo del libre albedrío. Son ellos quienes deciden lo que hacemos, pero nos hacen creer que la decisión es nuestra. Seríamos algo así como caballos que ignoran llevar un jinete sobre sus lomos controlando las riendas.
Bueno, os preguntaréis, qué coño tiene todo eso que ver con mi dieta de libros. Pues está claro: si no tenemos auténtico control sobre nosotros mismos, ¿no es absurdo intentar cambiar? De todos los miles de millones de aliens que hay por el mundo, a mí me ha tocado un gilipollas al que le chiflan los libros. ¿Cómo voy a oponerme a un ser de energía obsesionado con el almacenamiento de papel impreso? ¿No sería mejor tirar la toalla, abandonarme y gozar?
No. Jamás. Nunca. Puede que mi mente consciente sea un mero subproducto, puede que el libre albedrío sea una ilusión, pero mis atestadas librerías, mis pilas de libros acumulados, son dolorosamente reales.
Hace un momento, mi hijo Pablo me ha invitado a ir con él a la FNAC, porque quiere comprarse lo último de Murakami, y yo, aunque le he financiado el libro, me he negado a acompañarle.
Bravo, pequeño terrícola; aún hay esperanza para ti.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCésar, qué buen rato se pasa leyéndote. Y sin ocupar nada más que espacio virtual. Pensaré en mi alienígena, ese que me impide ponerme a dieta de chocolate o dejar de estar medio obsesionada con conseguir un iphone. Pobre terrícola.
ResponderEliminarUn saludo.
(No sé qué me pasó con el comentario anterior...)
Te nos pongas como te nos pongas, querido César, tú lo que estás pidiendo a gritos es un libro electrónico.
ResponderEliminarDeja de negar la evidencia. ¿Para qué te obstinas en complicarte la vida y en reeducarte si hay un aparato que resuelve tus conflictos por cien euros?
Yo me como el rabo a que antes te harás con uno y te pasarás a la descarga de ficheros que conseguirás limitar tu dieta a dos libros al mes. Acabáramos.
La resistencia es fútil. Capitula, so bellaco. :-)
Ouch. No puedo evitar unir la información de tus últimas dos entradas:
ResponderEliminar1.- El sexo está en el cerebro.
2.- Nuestro cerebro está dominado por los marcianos.
Ergoooo...¡¡El sexo lo manejan los marcianos!!
Ya sabía yo que esas cosas sólo podían provenir de una inteligencia muy lejana a la nuestra.
;PPP
Uff, yo también estoy enganchada a los libros. Suerte con tu dieta :)
ResponderEliminarque buena idea para una historia la de los marcianos
ResponderEliminarcual fue la primera idea?
el primer pensamiento en el mundo?
en el universo?
va al final no importa si somos la expresión material de un alma inmortal o un pedo espacial
saludos
Entonces es al alien que habita en mi el que se ha hartado de donuts y me ha hecho dejarlos, en vez de haber logrado controlar mi terrible impulso de querer comérmelos ¿¿??. Cachis.
ResponderEliminarAnónimo:
ResponderEliminarComo nadie me ha pedido que le guarde el secreto, te informo de que ¡Cesar ya tiene un iPad!. De eso al libro electrónico solo le falta un pequeño paso a la humanidad y uno muy grande para Cesar.
Anónimo:
ResponderEliminarComo nadie me ha pedido que le guarde el secreto, te informo de que ¡Cesar ya tiene un iPad!. De eso al libro electrónico solo le falta un pequeño paso a la humanidad y uno muy grande para Cesar.
Desde luego, a la hora de inventar excusas no tienes precio. Dios mío, lo bien que me habrías venido cuando había que justificar los continuos retrasos en la llegada al colegio de mis hijas porque nos levantábamos tarde. Todo lo que se nos ocurría era poner: atasco.
ResponderEliminarUna entrada brillante, César.
ResponderEliminarDe hecho, hasta la emoción que da lugar a lo que llamamos enamoramiento está codificada genéticamente y producida por una hormona llamada oxitocina, entre otras.
Parece que el libre albedrío no es más que una ilusión en este mundo determinista.
Me aplicaré el cuento cuando quiera justificarme y autoconvencerme :)
Lo más complicado es estarse sin interrumpir al marciano mientras escribe.
ResponderEliminarPascu
Si de algo estoy orgulloso de mí mismo (de las pocas cosas de las que puedo enorgullecerme, vaya), es de haber conseguido cambiar ciertas cosas de mi vida y de mi rutina a base de voluntad, y vencer ciertas tentaciones. Así que... no sé qué explicación científica habrá, pero yo sí creo en mi libre albedrío.
ResponderEliminarUn saludo.
Jajaja, me ha encantado esta entrada. Es muy interesante tu idea para el relato de ciencia ficción. ¿Vas a escribirlo? :)
ResponderEliminar¡Besos!
Hola a todos. Hola, César.
ResponderEliminarEs la primera vez que vengo a visitaros. No he podido evitar buscaros. Te buscaba porque acabo de leer El último trabajo del señor Luna, ni dos horas, como en mis mejores tiempos. He venido a contarte cuánto me ha gustado, y he leído tu entrada de la dieta.
No soy amante ni de los blogs ni de los dulces, pero hoy me he sentido muy golosa. Vengo a decirte que tengo la sensación de haberme hartado de chocolate, aromático, crujiente, meloso, que se me ha acabado y quiero más. Graciassss.
Un repostero a dieta.... tremenda cosa. Tu jinete intergaláctico debe andar algo empachado....
Anónimo de la 1:28: Verás, hay dos cosas que me gustan mucho: los libros y leer. Ya sé que parecen lo mismo, pero no es así: lo primero es un objeto y lo segundo una actividad. Y, a veces, objeto y actividad coinciden, y a veces no.
ResponderEliminarReconozco las inmensas virtudes del e-book en cuanto a la actividad de leer, pero como objeto dista mucho de ser de mi agrado.
Anónima de las 9:59: No, amiga mía, es al revés: el sexo nos maneja a nosotros y a los marcianos, que es muy distinto.
Big Brother: En efecto, hermano: los Reyes me trajeron un IPad. Y el IPad trae incorporado (o casi) un e-book. Y ahí está el mío, con un libro dentro. El que venía de muestra: "Winnie the Pooh" en inglés. Y ese es el libro que seguirá estando ahí, en soledad, durante mucho, mucho tiempo.
Pascu: Tienes toda la razón del mundo. Y no creas, me estremece darme cuenta de lo cierto que es eso.
Byron: En realidad es casi un problema filosófico. Si una parte inconsciente de tu mente toma decisiones haciéndote creer que es tu mente consciente quien decide, ¿cómo puedes estar seguro de que la decisión de cambiar la has tomado tú y no ese "marciano" que llevamos dentro?
Natalia: No, amiga mía, no creo que lo escriba. Aunque en el futuro... quién sabe.
Tita: Me alegro mucho de que te haya gustado mi novela. Gracias por decírmelo. Y, por supuesto, bienvenida a esta confitería. Sírvete tú misma :)
Bueno, seguro seguro no lo estoy. Pero hasta que no se demuestre lo contrario de forma mucho más clara (considero los ejempos científicos que has puesto totalmente válidos, pero dudo de que hayan dado una respuesta definitiva, además no te extrañe que hayan otros estudios defendiendo el libre albedrío), creo que mi obligación como ser racional es creer en mi libre albedrío (tendré que hacerme responsable de mis actos, además que las leyes me obligan XD). Por supuesto que estoy muy condicionado por el medio y la herencia genética y a saber por cuántas cosas más, y es más: me atreveré a decir que estoy más condicionado de lo que realmente puedo llegar a imaginar. Pero sin embargo... yo sí creo en un pequeño resquicio de decisión. Quizás porque me conviene creer por mi propio bien.
ResponderEliminarMe cuesta pensar que el ser humano evolucione la sociedad en la que vive y cambie si el libre albedrío no existiera. En algún momento, alguien debe poner una primera piedra (a base de voluntad y negar lo que hasta ahora le han inculcado). Pero bueno, quizás ahora estoy mezclando cosas.
En fin, en realidad supongo que la respuesta a este debate determinismo Vs libre albedrío es mucho más compleja de lo que podamos formular. Aunque tengo la vaga sensación de que es algo un poco contradictorio... porque diría que el libre albedrío existe pero dentro de un marco determinista (por lo tanto, el libre albedrío no es tan libre en realidad), y el marco determinista posibilita un pequeño margen de decisión (por lo tanto, este determinismo sería un tanto flexible... lo que lo convertiría en no tan determinista). Esta paradoja es la única explicación que se me ocurre. Pero bueno, lo dejo aquí que me sale humo por la cabeza y no tengo la autoridad ni el conocimiento para dar una respuesta.
Un placer tratar estos temas contigo César.
Un saludo.
P.D: César, leí tu libro "La cruz del Dorado", y me ha surgido una duda: a Jaime Mercader, al llegar a América, lo rebautizan como "Jim". Al ser una novela de aventuras, ¿es un guiño tuyo a "La isla del tesoro" (porque el joven protagonista se llamaba así: Jim)o es mera casualidad?
Byron: Por supuesto, amigo mío, la ciencia todavía no aporta datos concluyentes sobre este asunto. De hecho, ni siquiera sabemos con precisión qué significan terminos como "consciencia" o "identidad".
ResponderEliminarNo obstante, mi experiencia vital me revela que, sin lugar a dudas, hay una parte de mi mente que funciona en paralelo, por decirlo así, a mi consciencia. ¿Hasta que punto estoy determinado por esa parte inconsciente? No lo sé, pero me temo que mucho más de lo que creo. Aun así, estoy de acuerdo contigo en la paradoja que planteas: creo que somos relativamente libres en un marco determinista.
En cualquier caso, como bien señalas, aunque careciéramos de libre albedrio, deberíamos seguir comportándonos como si lo tuviéramos. Tenga quien tenga el control, la "entidad César" es responsable de sus actos.
Respecto a La Cruz de El Dorado... premio para el caballero. Llamar "Jim" al protagonista es un pequeño homenaje a Stevenson.
Gracias por tus comentarios. Es un placer charlar con gente inteligente.