La mañana del sábado 17 de marzo de 2001, tras recibir la llamada de José Carlos anunciándome la muerte de Eduardo, Pepa y yo nos dirigimos en coche a una cafetería cercana al Instituto Anatómico Forense, donde habíamos quedado con mi hermano mayor, mi único hermano ya. Conducía Pepa, porque yo no podía parar de llorar. Estaba hecho polvo.
Mirad la foto que preside este post: está tomada por mi padre el 15 de octubre de 1954. El que está arriba soy yo con año y medio de edad; el que está debajo es Eduardo con once años y medio. Hubo un Eduardo que jugaba conmigo cuando yo era pequeño; un Eduardo que me leía tebeos cuando yo no sabía leer; un Eduardo que, cuando yo tenía terror a los vampiros tras ver en la tele una película de Drácula, me regaló un pequeño crucifijo para que pudiera dormir tranquilo con él bajo la almohada; un Eduardo que me mostró una literatura que yo desconocía; un Eduardo que me ayudó a sobrellevar el duro camino de la adolescencia; un Eduardo que apoyó mis inicios como escritor; un Eduardo que me prestaba su apartamento para que yo pudiera ir allí con mi novia; un Eduardo cariñoso, inocente, tranquilo, más o menos feliz. Mis lágrimas, en aquella mañana de sábado, estaban dedicadas a ese Eduardo. Aunque, en realidad, ese Eduardo había muerto en noviembre de 1972.
Hay una nube en mi memoria; apenas recuerdo quiénes estaban en esa cafetería cuando Pepa y yo llegamos. A Zulma sí la recuerdo; era la primera vez que la veía. Y también a José Carlos y a Teresa, pero eso es todo, no me acuerdo de nadie más. Supongo que también estaban Tito y Conchita, y Almudena, y Jesús y María Teresa, quizá los últimos amigos que le quedaban a mi hermano, pero no logro recordarlos. Me sentía muy mal, me asfixiaba en esa cafetería, así que salí al exterior. El Anatómico Forense se encuentra en la Ciudad Universitaria, una zona muy tranquila durante los fines de semana. Empecé a pasear sin rumbo fijo; la mañana era fresca y soleada, las calles estaban vacías. Recuerdo que no podía dejar de darle vueltas a lo mismo: sentía la muerte de Eduardo como si fuese el final de una novela; un final lógico, pero insatisfactorio. ¿Eso es todo?, pensaba yo; ¿ya está, no hay más? Creo que, inconscientemente, siempre había conservado la esperanza de que el antiguo Eduardo, el Eduardo a quien yo tanto quería, resurgiera de las cenizas. Era como esa gente que no dejó de confiar en el retorno de los Beatles hasta que Chapman disparó a Lennon frente al edificio Dakota.
No sé cuánto rato estuve caminando. Me encontraba en la zona de los colegios mayores y, de pronto, me fijé en algo: había una foto y un montón de papeles pegados a una farola. La foto era de un chico de veintipocos años de edad. Lo que me llamó la atención fue que se llamaba Eduardo, igual que mi hermano. Era un estudiante y había muerto unas semanas antes en un accidente de tráfico. Sus amigos habían dejado allí, en la farola, frases de despedida, poesías... Recuerdo una, firmada por una chica; era torpe, ingenua, pero llena de sentimiento. Esa farola en realidad era un altar. Estuve un rato mirándolo y, poco a poco, no sé por qué, me tranquilicé. Entonces pensé dos cosas.
En primer lugar, me pregunté quién recordaría a mi hermano. El otro Eduardo, el estudiante muerto, había dejado atrás familia y un montón de amigos que le querían y que le recordarían siempre. Pero, ¿y mi hermano? Sin hijos, sin familia, casi sin amigos... ¿quién iba a acordarse de él? Lo segundo que pensé fue que la historia de mi hermano daría pie para una novela. Pero, ¿sabéis?, si de algo me han servido estos post es para darme cuenta de que estaba equivocado. Entendedme: sigo creyendo que se puede obtener una buena novela en base a la vida de mi hermano, pero eso no importa, da igual y, desde luego, no hay ninguna razón para que sea yo quien la escriba. En realidad, ni siquiera quiero hacerlo. Ahora bien, lo que sí creo es que la historia de Eduardo merecía ser contada y eso, ahora, ya lo he hecho.
La vida de mi hermano es el relato de un proceso de autodestrucción. ¿Por qué hay gente que, como Eduardo, hace siempre aquello que más contribuye a su infelicidad? ¿Por qué hay gente que parece querer destruirse? ¿Existe un instinto de muerte, el thánatos de los cojones? ¿Hay personas cuyos bajos niveles de serotonina y dopamina les impiden ser felices? No lo sé, no tengo ni idea. Pero creo que el problema de Eduardo no encaja con esas explicaciones.
Veréis, si Eduardo hubiera tenido éxito profesional, si hubiese alcanzado una posición de poder, si hubiera sido un personaje conocido y respetado, jamás se habría matado y ahora estaría vivo y razonablemente feliz. Sería insoportable, vanidoso y egocéntrico, pero satisfecho de sí mismo. Él mismo lo reconoce en su Diario cuando, el 24 de septiembre del 92, escribe: “Con un poco de suerte, pude haber conseguido el éxito y la estabilidad, o incluso la felicidad. Entonces recordaría a los míos como a la alegre familia de “Vive como quieras”. Pero no fue así”.
Una noche, después de la muerte de nuestro padre, cuando mi hermano y yo vivíamos juntos, Eduardo estaba borracho y desesperado. Su vida era una mierda, decía. Intenté calmarle, pero no pude; entonces le pregunté: “Pero ¿qué quieres, qué te falta?”. Y él, clavando en mí una mirada que a mí se me antojó casi demente, respondió: “Dinero y poder”. Me quedé helado; en fin, lo del dinero lo entendía, pero ¿poder?... ¿para qué? Mucho después lo entendí: poder para imponer respeto, poder para controlar a los demás, poder para protegerse, poder para convertirse en la persona que él creía merecer ser. Al final, nunca tuvo demasiado dinero ni prácticamente ningún poder. Pero no fue una cuestión de suerte.
Eduardo lo tenía todo para triunfar: era un encantador de serpientes nato que fascinaba a la gente con su personalidad, era ingenioso, era brillante, tenía talento. Entonces, ¿por qué hacía todo lo posible por cagarla una y otra vez? Sólo se me ocurre una respuesta: porque interiormente era demasiado débil, demasiado frágil. Pese a su arrogancia, pese a su carácter agresivo, pese a su habilidad para lanzar dardos envenenados, pese a su aparente seguridad en sí mismo, si le conocías, si sabías cuáles eran sus puntos débiles, bastaba con pronunciar las palabras adecuadas para sacarle literalmente de sus casillas. Vi a José Carlos hacerlo muchas veces. Por expresarlo en términos pugilísticos, Eduardo tenía un poderoso crochet, pero una mandíbula de cristal.
Así que mi hermano dedicó toda su vida a proteger ese frágil ego, pero lo hizo de forma equivocada. Incapaz de reconocer su debilidad, se convenció a sí mismo de que era fuerte, de que era un paso adelante en el sendero de la evolución, de que su inmenso talento le situaba varios metros por encima de los demás. Al mismo tiempo, como su fragilidad le impedía reconocer sus fallos, eliminó la palabra “autocrítica” de su diccionario; si algo le salía mal, siempre era culpa de los demás. Él era inocente por naturaleza, jamás se cuestionaba a sí mismo. Y cuando la realidad comenzó a llevarle la contraria, Eduardo empezó a desfigurar la realidad.
Tras el fracaso de su matrimonio y la posterior locura alcohólica que le siguió, Eduardo se pegó un batacazo tan grande que hasta él mismo tuvo que reconocer que la había cagado. Pero eso, en vez de hacerle reflexionar sobre sus errores básicos, lo que hizo fue reafirmarle y radicalizarle en su postura vital. Y posteriormente, cuando se jodió definitivamente la vida por su demencial comportamiento en TVE, mi hermano, lejos de sacar la menor enseñanza de sus equivocaciones, se radicalizó aún más. Estaba en la mierda, y como no podía reconocer que él mismo se había metido ahí, buscó y encontró los culpables adecuados: todo el mundo en general, y, en particular, los socialistas y... nuestros padres, José y Leonor.
Sobre nuestro padre, Eduardo escribió lo siguiente en su Diario: “Era inteligente, con mucho talento e imaginación... Pero todo ello desordenado, con demasiada novelería y autosatisfacción. (...) Era un analfabeto de la normalidad. Siempre se sintió un marginado, un desplazado. (...) No siento cariño hacia él. Comprensión, sí. Ternura, también. Respeto, relativo. Cariño, no”. Mentira: Eduardo adoraba a su padre. Respecto a nuestra madre, mi hermano dice en su Diario: “(Era) una niña. Y ni siquiera una niña demasiado lista. (...) Mamá nunca movió un dedo, nunca se preocupó realmente por mi futuro. (...) Estaba encantada de conocerse. (...) Era una persona que, no saliendo de casa, vivía de cara a la galería. Para ella resultaba muy importante que se mantuviera su status de “musa” de papá, de mujer inteligente y sensible, “con la que daba gusto hablar”. (...) No leía, no se informaba... ¿Para qué, cuando una posee la ciencia infusa? (...) No le guardo ni rencor, ni agradecimiento, ni cariño. Murió hace veintiún años, y la lejanía pone las cosas y a la gente en su sitio”.
Mirad la foto de arriba. ¿Esa es la imagen de un hijo que odia a su madre? No, Eduardo la quería mucho. Pero allá por principios de los 90, cuando su vida se había ido por segunda vez a la mierda, mi hermano necesitaba sacudirse la culpa y encontrar responsables para tanta desgracia. Y retorció las cosas para que nuestros padres -nuestra madre en particular- fueran en última instancia los grandes malvados de su torpe vida. ¿Qué pecado cometieron? Eduardo responde: “Me enseñaron un mundo que nada tenía que ver con el real. Permitieron que, a los catorce años, tomase una decisión (dejar el colegio) que iba a marcar toda mi vida. Eso no se le hace a un hijo”.
Vale, tus padres te enseñan un mundo irreal. Pero cuando te haces adulto y compruebas que el mundo no es como creías, en vez de empezar a lamentarte de que papá y mamá te han engañado, lo que haces es sacar tus propias conclusiones y dejarte de mamonadas. Y sí, de acuerdo, nuestros padres la cagaron cuando consintieron que Eduardo dejara el colegio. Pero era un error perfectamente subsanable. De hecho, en los 70 Eduardo se presentó a las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años y las aprobó. Si quería una educación académica, podía haber cursado una carrera; pero no lo hizo porque estaba demasiado ocupado emborrachándose. Nuestros padres, como nos ocurre a todos los padres, se equivocaron muchas veces. Pero siempre nos cuidaron, siempre se comunicaron con nosotros, siempre nos dieron compañía y cariño. Sólo una mente muy enajenada y torturada puede guardarles ese bochornoso rencor.
Así pues, en última instancia, ¿Eduardo estaba loco? Pues si por locura entendemos la incapacidad de razonar, mi hermano no estaba loco. Pero si concebimos la locura como un desarreglo en la percepción de la realidad que daña y desequilibra a quien lo padece, Eduardo estaba como una cabra. Aunque, en el fondo, ¿ya qué más da?
Cuando comencé a escribir esta serie de post, José Carlos y Pepa me preguntaron, extrañados, por qué lo hacía. A mi mujer, en particular, le parecía algo casi impúdico, como desnudarse en mitad de la calle. José Carlos lo consideraba simplemente innecesario, sin sentido. Pero su pregunta es pertinente: ¿por qué lo he hecho? ¿Para aclararme las ideas sobre Eduardo? No, mis ideas siguen tan claras o tan confusas como antes. ¿Por exhibicionismo emocional? Pues quién sabe, quizá en parte; soy escritor, un trabajo que, a fin de cuentas, es puro exhibicionismo. ¿Porque me siento culpable hacia Eduardo? Me temo que no; así como el suicidio de mi padre me llenó para siempre de culpabilidad, sé que no tengo la menor responsabilidad sobre el suicidio de mi hermano. Ni yo ni nadie, salvo él mismo, podía ayudarle. Entonces, ¿por qué he escrito esto?
¿Recordáis el famoso monólogo final de Blade Runner? Justo antes de morir, el replicante Roy Batty le salva la vida a Deckard y dice: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Las primeras veces que oí ese diálogo, no le presté especial atención; hasta que un día, muchos años después, comprendí su significado y me di cuenta de que contenía una inmensa, estremecedora y conmovedora verdad. A lo largo de la vida vamos atesorando una serie de recuerdos y vivencias de gran importancia para nosotros; son la esencia de lo que somos y de lo que hemos vivido. Pero, cuando morimos, ese tesoro se desvanece, se pierde para siempre. Y al pensar en esto, uno descubre que lo terrible de la muerte no es dejar de existir, sino que todos esos recuerdos, todos esos momentos, se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Lo que en realidad nos aterra de la muerte es el olvido.
¿Qué queda de Eduardo? Un montón de artículos y críticas durmiendo en los anaqueles de las hemerotecas, un montón de traducciones, un par de películas que casi nadie ha visto (al final, Zulma le vendió el guión de Trileros a Antonio del Real y el film se estrenó en 2003), una novela hace mucho descatalogada, y un par de series de televisión que pronto todo el mundo olvidará. No tuvo hijos y la inmensa mayor parte de sus amigos le perdieron la pista mucho antes de morir. Así que, ¿quién recordará a Eduardo? ¿Quien impedirá que su vida se pierda en la lluvia?
Antes de escribir esta serie de entradas, Google ofrecía menos de dos mil entradas sobre mi hermano; la inmensa mayoría, por no decir la totalidad, eran fichas técnicas, con sólo su nombre, repetidas decenas de veces (sus trabajos como guionista y como traductor). Ni una sola entrada decía nada sobre la vida de mi hermano. Ahora, si escribes en Google “Eduardo Mallorquí”, lo primero que aparece son estos post. Como yo pretendía.
Así que he escrito esto para rescatar la memoria de mi hermano. Probablemente en contra de su voluntad, porque en su carta de suicidio Eduardo pedía expresamente que no se publicase ninguna esquela anunciando su muerte. Creo que, al final, deseaba desaparecer del todo, incluso como recuerdo. Vale, pues entonces no he rescatado a Eduardo, sino mis propios recuerdos sobre mi hermano. Me estoy rescatando a mí mismo. ¿Mejor así?
De lo que estoy absolutamente seguro es de que soy la última persona del mundo que Eduardo elegiría para relatar su vida. Se agarraría un cabreo de mil demonios si supiese lo que he hecho. Pero si no lo hubiera escrito yo, ¿quién lo haría? Nadie. Así que o yo, o el olvido. Y como él no está aquí para opinar, he decidido yo. Por otro lado, podría haber escrito esta semblanza (?) de otra manera. De hecho, podría haber relatado una historia llena humor e ingenio, las divertidas peripecias de un hombre que podía ser muy divertido. Bastaría con elegir las partes luminosas y ocultar las partes oscuras, que es lo que suele hacerse cuando se habla de los muertos. Pero entonces mentiría, porque la historia de Eduardo no es una comedia, sino una especie de tragedia bufa. En cualquier caso, si esto lo hubiera escrito otra persona, el relato sería diferente. Si, por ejemplo, lo hubiera escrito José Carlos, el texto sería mucho más duro con Eduardo, y si lo hubiera escrito nuestra común amiga Almudena, sería mucho más amable. Así que ésta es la versión de César Mallorquí; he intentado ser lo más honesto posible, pero no pretendo ser objetivo, pues en un texto de estas características aspirar a la objetividad es una pura ilusión. Así es como yo recuerdo a Eduardo, eso es todo.
¿Qué siento hoy hacia él? Sé que Eduardo, desde el momento en que dejó de hablarme, se dedicó con entusiasmo a ponerme a parir. Me odiaba y decía cosas horribles acerca de mí. Pero, ¿sabéis?, me importa un bledo. No le guardo ningún rencor por eso; a fin de cuentas, yo sólo fui uno más en su larguísima lista de villanos. Si algún reproche tengo que hacerle no sería ese, sino el hecho de que, cuando murió nuestro padre y yo me quedé solo, en vez de ayudarme a centrar mi vida lo único que hizo fue contribuir a desquiciarla. Yo tenía 19 años y él 29. Eso no estuvo bien. Pero, a fin de cuentas, bastantes problemas tenía Eduardo con su propia vida como para ponerse a centrar la vida de nadie. En realidad, tampoco puedo culparle por eso. Así pues, ¿qué siento hoy hacia mi hermano? Sigo queriendo mucho al Eduardo anterior al 72, y siento una mezcla de cabreo y piedad hacia el Eduardo que regresó a España en los 80.
Y por fin llegamos al final de esta larguísima serie. Cuando buscaba formas de enfocar una posible novela basada en la vida de Eduardo, se me ocurrió un estructura que parecía prometedora. Veréis, cuando mi hermano murió y me enteré de la existencia de esa última novela que escribió, quise leerla, pero Zulma puso excusas para no dejármela, supongo que por desconfianza. Así que se me ocurrió centrar la historia en esa novela, una novela perdida. La cosa sería más o menos así: Dos hermanos -digamos que Ernesto (Eduardo) y Carlos (yo)- largo tiempo enemistados. Ernesto se suicida y entonces Carlos se entera de la existencia de esa novela, pero no la encuentra, porque, antes de matarse, Ernesto se deshizo de todos sus papeles y borró el disco duro de su ordenador. Entonces Carlos inicia la búsqueda de la novela, visitando a toda la gente que tuvo relación con su hermano durante los últimos tiempos. Mientras lo hace, Carlos va reconstruyendo la vida de su hermano que no conocía y obtiene diferentes visiones, de diferentes personajes, acerca de Ernesto. Al final, tras desistir de encontrar la novela, Carlos visita el chalet de Cercedilla donde vivía su hermano. Entonces aparece el dueño del chalet y, de algún modo, se entera de que Carlos es hermano del anterior inquilino de la casa. Y le dice que, antes de morir, Ernesto dejó en la basura una caja llena de documentos, pero que él la había guardado y no sabía qué hacer con ella. Carlos se hace cargo de la caja y descubre que dentro está la novela perdida. La lee y cuando la acaba vuelve a dejarla en la basura, como su hermano había querido. Fin.
Cuento esto porque, a raíz de esta serie de entradas, se ha abierto la posibilidad de que, finalmente, pueda leer la novela que escribió Eduardo antes de suicidarse. Si es así, quizá perpetre en el futuro una entrada más. Tomadlo como una amenaza.
Y ya está, se acabó. Diez larguísimas entradas seguidas sobre mi hermano, qué pasada; nunca pensé que fuera a dar para tanto. Un mes y medio dándole vueltas a lo mismo. Creo que he abusado de vuestra paciencia, lo siento. No obstante, siempre había pensado que la historia de Eduardo era interesante y, a tenor de los comentarios de muchos merodeadores, así es. Me alegro. Pero esto es todo, amigos; os prometo que no volveré a hacer nada semejante. A partir de la siguiente entrada, La Fraternidad de Babel volverá a ser lo que siempre ha sido y nunca debería haber dejado de ser: un lugar absolutamente inútil.
Empecé a leer como a desgana y a las dos entradas me tenías completamente enganchado a esta histora que, como dices, es sorprendente por los sentimientos que se hacen públicos.
ResponderEliminarAplaudiría el estilo narrativo, pero prefiero coincidir contigo en que es necesario rescatar del olvido a nuestros seres queridos.
Creo yo que la amenaza no es que vuelvas a escribir otra entrada así, sino que sólo vayas a escribir otra entrada así.
ResponderEliminarEn fin, lo único que se me ocurre decir sobre la serie es ACOJONANTE. No es muy elocuente, pero es acertado. Acojonante la historia de tu hermano, acojonante cómo la has escrito y acojonante lo interesante que ha resultado.
Gracias por compartir estas lágrimas con nosotros para que no se pierdan en la lluvia.
De mis padres sé bastantes cosas; de mis abuelos, muchas menos; de mis bisabuelos, apenas alguna; y de mis tatarabuelos ninguna. Ya soy padre y quizás un día acabe siendo un tatarabuelo desconocido para alguien. Supongo que eso es lo que se llama caer en el negro abismo del tiempo (y del olvido). También me imagino que al final por eso escriben los que escriben, para dejar un rastro de su paso por la tierra, algo.
ResponderEliminarA veces me inspiras mucha ternura y es cuando odio que nuestra comunicación sea vía Internet, porque en estos momentos te daría un abrazo.
ResponderEliminarHa sido una historia fascinante, absorbente y muy bien contada. Me gustan mucho las fotos de este post, son las mejores (y para restarle dramatismo al comentario, qué hermoso estabas para tener un año y medio, carape).
Quiero pensar que aquel Eduardo fue el Eduardo de verdad. Que Madrid le quitó la inocencia y que dejar el colegio tuvo mucho que ver, y que tomó decisiones muy equivocadas que lo estropearon. Pero que era bueno. Que había algo de luz, que la hubo hasta el final. No sé. No concibo la idea de un ser humano malo hasta la médula, qué le vamos a hacer.
Puede que Eduardo se fuese dejando a unas pocas personas contadas con los dedos de las dos manos para que lo recordaran. Pero ahora también lo recordaremos nosotros.
Gracias por contarnos esta historia (que me cuenten historias es lo que más me ha gustado siempre), y gracias especialmente por habernos enseñado parte de tu vida. Sé que varios merodeadores te conocen y son amigos tuyos y puede que ya sepan mucho de lo que nos cuentas, pero para quienes te admiramos y no tenemos ese privilegio, es un placer descubrir más de ti.
Y ya no me enrollo más. Un abrazo,
Cristina
Hubiera pensado hasta leer este post que esta serie de entradas eran pura ficción, si no fuera porque a través de google encontré suficientes datos que apoyaban esta historia.
ResponderEliminarMe ha impresionado.
Lo único que no entiendo es esa necesidad de rescatar la memoria de tu hermano, ya que, a la larga, nada, NADA, perdura. Por muchos amigos, familia, etcétera, que tengas, el tiempo lo borra todo.
La verdad es que la frase de Rutger Hauer es genial. Porque va a la esencia del absurdo despilfarro que es este universo.
ResponderEliminarUna vez más, gracias por compartir la historia de tu hermano. Se me hace raro pensar que esta puede ser la última entrada sobre él después de leer tanto sobre su vida.
ResponderEliminarEn fin, que sepas que no creo que ninguno de los "merodeadores" que han leído todo esto se olviden de tu hermano, tal y como tu has dicho, lo has salvado del olvido.
Por cierto, la primera foto, en la que sales tu subido a la espalda de tu hermano me encanta, la encuentro muy entrañable.
Una vez más, gracias por compartir la historia de tu hermano. Se me hace raro pensar que esta puede ser la última entrada sobre él después de leer tanto sobre su vida.
ResponderEliminarEn fin, que sepas que no creo que ninguno de los "merodeadores" que han leído todo esto se olviden de tu hermano, tal y como tu has dicho, lo has salvado del olvido.
Por cierto, la primera foto, en la que sales tu subido a la espalda de tu hermano me encanta, la encuentro muy entrañable.
Bueno , ¿ qué decir ? Gracias por compartir esta historia ; conmovernos , al menos a mí , como lo has hecho. ¿ Qué lleva a algunos a empecinarse en acelerar cuesta abajo ? ¿...? Espero que te haya servido compartir esto . No sé que te pàrecerá a tí o a otros pero el amor que sentías o sentiste por tu hermano me ha parecido muy presente en todas las entradas. Me alegro de haberlo leído.
ResponderEliminarPara Jaimemarlowe. Hombre , nada perdura pero nacemos ya recordando el útero , para luego olvidar , aprender, olvidar de nuevo , aprender... y a escala más grande igual . Ya lo decían Julio Iglesias y el Eclesistés , y vale , todo dará igual pero tú sabes que no . Sin ánimo de sermonearte , es que el nihilismo furibundo es una cosa que desanima mucho si te lo tomas en serio . Pero es sólo mi opinión. Lo decía Borges : somos el olvido que seremos.
No sé por qué, mientras leía esta serie de posts me acordaba mucho de la novela gráfica de Alison Bechdel "Fun Home", donde la autora recuerda a su padre, muerto en extrañas circunstancias. En ambos casos, la impresión es de una profunda melancolía. La que provocan los recuerdos de las personas cercanas y las cosas cotidianas que ya no están.
ResponderEliminarMe alegro que hayas llegado al final de esta particular catarsis. Espero que te haya hecho bien. Como bien dices, ya has hecho lo que tenías que hacer.
ResponderEliminarPor otro lado, en esa época era habitual que se dejara el colegio pronto. Lamentable pero no inusual y mucha gente, por ejemplo Eduardo salía adelante.
La parte patológica…quizá si algún psicólogo o psiquiatra sigue el post podría comentar algo.
Aun así, sigue sorprendiéndome y entristeciéndome. Los últimos años, parecía que se había enderezado: Zulma, las traducciones… ¿fue sólo víctima del abaratamiento de costes como dije en un comentario o pasaría algo que quizá tu no hayas sabido?
El motivo del monólogo final de Blade Runner y de tus escritos es lo que se llama Historia Oral. Que nos lo cuenten para evitar que se pierdan los recuerdos. Pero eso es para hablarlo otro día.
Pero quizá deberías contar algunas anécdotas más amables y brillantes.
Para terminar felicidades y gracias tanto por el titánico esfuerzo que has hecho como por liberarte de la carga/obligación de escribir la vida de tu hermano.
Hola, llegué aquí a través de una serie de busquedas encadenadas siendo el punto de enlace con tu Fraternidad la del Comicsario.
ResponderEliminarMe ha parecido un ejercicio terapeutico muy sano exponer lo que sabes de la vida de tu hermano y tu percepción de el qué la hizo ser tan desgraciada.
Pienso que de hecho podría utilizarse como lectura para personas que presenten distorsiones cognitivas porque siendo un documento "real" tiene el potencial de que alguien se sienta reflejado y promueva un cambio.
Un saludo
Cuando me enteré de que César iba a iniciar esta serie de escritos sobre nuestro hermano me prometí a mí mismo no intervenir y, hasta la fecha y salvo una breve nota a una de las primeras entregas, he cumplido con esa promesa que me hice. Creo, sin embargo, que siquiera sea por alusiones algo debo de decir. Procuraré que sea breve y que aporte algo a la historia de Eduardo, de César y de ese pequeño nucleo familiar formado por nuestros padres y los tres hermanos.
ResponderEliminarAnte todo quiero señalar que todo, absolutamente todo, aquello que cuenta César y que supone la narración de las cosas que pasaron es totalmente fiel a la realidad. La interpretación que el hace de esos mismos hechos es, como toda interpretación, algo personal y opinable.
Dice en su última -por ahora- entrada que mi opinión sobre E. sería mucho más dura que la suya. Y tiene razón. Siento pena por mi hermano y lamento su triste final y el no menos triste camino que condujo a él, pero no fué el suyo un "bel morire que tutta una vita honora". Fué, solamente, el último de una larga serie de errores.
Ser el hermano mayor confiere, sobre los que te siguen, una curiosa característica: les has visto nacer, desarrollarse, evolucionar... vivir, en suma, con una perspectiva que ellos no han tenido con el hermano mayor. Es esa perspectiva la que hace que mi opinión sobre Eduardo no sea nada complaciente. Y eso que, paradojas de la vida y de las personas, yo seguí siendo considerado su hermano mientras César era borrado y arrojado a las tinieblas exteriores.
Especula César sobre que pasaría si Eduardo hubiera escrito la historia de César. Sería algo así como -dicho de una forma caricaturesca pero cierta- esto:
"Mi hermano César era un grandísimo hijo de ..... que no corresspondió jamás a lo que yo había hecho por él. El muy .... pretendía ser un escritor cuando, en realidad, no era más que un junta letras diletante que intentaba en vano igualarme. Estaba casado con una mujer que era una perfecta ..... y tuvo con ella dos hijos a los que nunca me molesté ni en llegar a conocer. Mi otro hermano, José Carlos, era arquitecto porque no valía para otra cosa y un pedante al que le gustaba (decía) Bach y tomaba el pescado con pala en vez de cuchillo. Su mujer, Teresa, jamás mereció que yo le dedicase la menor atención y lo mismo pasó con su hija -Leonor- a la que sólo percibí entre las brumas de mi indiferencia alcoholizada. Mi madre era una "mantenida" que le tenía comido el coco a mi padre que, pese a su enorme éxito profesional, no tenía ni remotamente mi calidad literaria" (los puntos suspensivos corresponden a términos no precisamente laudatorios que, sin lugar a dudas, serían utilizados)
Y no sigo porque me temo que le iba a dar demasiado la razón a César cuando habla de mi mala valoración de nuestro hermano.
Coincido totalmente con él en su no tener sentimiento de culpa alguno por su vida y muerte y en sentirme muy, pero que muy culpable, por la de nuestro padre. En cuanto a lo primero quiero señalar que cuantos favores –que no fueron pocos- me pidió Eduardo fueron prestados. Yo nunca le pedí un favor. O porque no lo necesité o porque preferí no arriesgarme a la denegación o, lo que hubiera sido peor, al contínuo recordatorio del beneficio que me había proporcionado.
En el sótano del chalet en que vivió en Cercedilla, Eduardo instaló una mesa de ping-pong. ¿Para qué quería eso alguien que vive sólo? ¿Por la misma razón que los tennistas de “Blow Up”?. ¿Un desgarrador aullido de soledad?
Y, por último, quiero hacer constar algo realtivo a ese pequeño nucleo familiar al que me he referido antes. Siguiendo la inclinación cinéfila común a todos nosotros yo diría que José, Leonor, José Carlos, Eduardo y César eran como un guión de Frank Capra rodado por Ingmar Bergman. Y a mí, con todos sus claroscuros, esa película me gusta y agradezco al jefe de casting que me incluyese en ella.
Y sobre todo José Carlos lo que le debes agradecer al jefe de castings es que no te diera el papel de Eduardo a no ser que te hubiera dado la posibilidad de improvisar parte del guión.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con César, en Eduardo había una fragilidad extrema, tan extrema que al primer revés de la vida todo su interior se hizo añicos. Esa sensibilidad hecha cristales rotos permaneció en su interior, a cada paso que daba cada pico y arista de sus pedacitos rotos iba arañando y crispando un exterior que jamás supo componerse porque el dolor a todos nos cambia el carácter.
De todas formas hay algo que me sorprende, esa culpabilidad que afirmais tener del suicidio de vuestro padre. Me sorprende porque no creo que tuvierais responsabilidad alguna en lo que aconteció. Una persona que quiere acabar con su vida lo hace sin darle la menor posibilidad a nadie para que lo salve. Sólo aquellos que lo que quieren es llamar la atención de los demás son los que se dejan ser salvados. Y creo que vuestro padre no quería ser salvado, echaba de menos a su mujer y quería irse con ella allá donde ella hubiese ido.
ResponderEliminarPero me da qué pensar, quiero decir si así es, que os sentís culpables, podría ser que Eduardo se sintiese también así, culpable y que su dolor, ese que le hizo insoportable procediese de aquel episodio de su vida. Quizás en su mente había algún dato de la muerte de vuestro padre que le hizo pensar que él pudo salvarlo y que no lo hizo y que su vida se fuera al traste por aquel sentimiento que no supo desechar para seguir viviendo.
No sé, lo mismo es atrevido de mi parte hacer tal interpretación con tan pocos datos, pero es que de todos los episodios de la vida de Eduardo el único lo suficientemente importante para marcar su vida fue éste, el suicidio de vuestro padre. Algo que también marcó la vuestra pero que sin embargo, no os rompió a vosotros. Un divorcio, un fracaso, no tener estudios, son casa nimias comparadas con el pilar que realmente nos sostiene, la familia.
A mí por lo menos no me parecen inútiles ni estas entradas ni las anteriores. Recuerdo por ejemplo la serie "En la mente del escritor" que me fue muy útil, y con esta me has tenido pendiente del ordenador. Gracias por todas, maestro.
ResponderEliminarMe sumo a todas las opiniones expresadas y a los agradecimientos por este "desnudo" emocional.Supongo que no te ha resultado fácil dar con el tono que buscabas,ni muy agrio ni muy plañidero...Es difícil contar estos recuerdos que marcan nuestra vida y tú lo has hecho como lo que eres,un estupendo narrador,nos has tenido pendientes de tus entradas-entregas durante semanas y nos hemos sumergido contigo en tus recuerdos,como si fueran los nuestros también. En la vida todos nos encontramos alguna vez con personas "difíciles" e intentamos entenderlas,ayudarlas sin conseguirlo...eso es muy frustrante,pero no está en nuestra mano hacer más.Parece un tópico pero cada uno es dueño de su destino y tu hermano eligió el suyo,supongo...y se equivocó.
ResponderEliminarUn saludo y de nuevo,gracias por contarnos todo esto....Aurora Boreal
Comentario a babel
ResponderEliminarTe pido que no publiques este comentario, pero déjame darte mi modesta opinión.
A mí, y en tanto que me salva la distancia, me parte también el alma. Como cuentas él tenía todos los ingredientes del cóctel (un físico poco agraciado, un hermano mayor y con una identidad potente, un padre que triunfa y que al mismo tiempo es frágil, al que admira (por mucho que luego se empeñe en ridiculizarlo) y al que termina por imitar, y lo más importante una madre que él vive, aunque no sea así, con una gran distancia afectiva; hay mucha gente que vive con esta percepción y es terriblemente desgraciada. Aunque no es menos cierto, y sí muy doloroso, que en ocasiones los padres, por maravillosos que hayan sido con un hijo, pueden no haberlo sido tanto con el otro. Los psicólogos hablarían de un trastorno de apego, de no haber recibido lo suficiente para tener un lugar, una identidad propia (que no sustentada por la comparación con el hermano, los hermanos que sí la tienen), pero no es suficiente, es todo esto y mucho más, porque, ¡a saber qué herencias forjan nuestro carácter! Lo que ni así exime de responsabilidades al hijo que, de terminar convertido en un malvado cabrón, es por propia responsabilidad.
Para mí ni el alcohol ni siquiera su proyecto fracasado de guionista o escritor me parecen el origen (él dejó de beber, tuvo incluso un éxito profesional que la mayoría no alcanza en toda una vida, tuvo parejas que le quisieron), no, desde luego que influiría ese ego sin salida, pero no es lo único. Y, permíteme que te diga que tu padre aunque triunfó, a veces se consideraba un marginado, un desplazado… y encontró finalmente una razón para acabar con su vida, una razón que por poderosa que sea normalmente no aboca a los demás al suicidio sino es por otros factores de personalidad que tenemos añadidos.
Pienso que lo mejor que hiciste fue cortar de raíz con él, por duro que te haya sido, y me parece que es un mecanismo de supervivencia que a diferencia de tu padre o tu hermano tú posees, el mismo posiblemente que te haya llevado a escribir estos post.
Quizás tu hermano mayor pudo mantener cierta relación porque él tenía claras las distancias, lo tuyo parece bastante más pasional y por tanto más peligroso. En todo caso él creció idealizando al hermano mayor, y parte de eso tal vez se mantuvo hasta el final. Tú pudiste escapar de alguna manera de ese enredo, por eso ahora puedes amarlos a ambos.
Siento pudor al dar mi opinión sobre algo tan tuyo, opinión que por otra parte es solo eso, una opinión, pero lo hago desde el respeto más absoluto hacia ti y hacia tu compleja y maravillosa familia (como la mía, como la de tantos), porque me parece hermoso y valiente lo que has hecho y porque me ha hecho olvidar tu prosa para ver solo a tu hermano, así tan cabroncete, tan entrañablemente brutal.
Eva
He seguido toda la serie con mucho interés, ha sido algo intenso, como solo pueden serlo las cosas salidas de lo más profundo y visceral. Espero que esta catarsis te haya servido y puedas vivir un poco mejor con esos fantasmas que todos arrastramos (aunque reconozco que los tuyos llevan las cadenas bien gordas).
ResponderEliminarUna vez más agradecerte que mantengas esto abierto y los pequeños buenos ratos que pasamos leyendote. Seguimos.
"Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad".
ResponderEliminarH.D. Thoreau
No imagino cuán difíciles fueron estas 10 entradas de escribir pero al final me parece que valieron la pena. Lograste darnos una cruda y fiel versión de tu hermano, nada más ni nada menos que la verdad sobre su persona. En lo personal siento una pena inmensa por él, por el sufrimiento al que él mismo se sometió y al que sometió a todas las personas que le querían, pero ¿qué se puede hacer por una persona que no quiere ser ayudada?
Espero no te moleste (estás en todo tu derecho si no quieres responder) pero me intriga y perdona si parezco muy entrometida (aunque tú nos has dado pie): ¿Por qué sientes culpa por lo sucedido con tu padre?
Gracias César por abrirnos tu corazón y dejar entrar a una bola de bloghólicos a recuerdos tan intensos como los relatados.
Sin más me retiro esperando con ansias que tu cerebro deje de tocarse las meninges y nos regales otra inútil entrada sobre un tema inútil que todos tus inútiles seguidores leeremos gustosos.
Veeenga, no perdamos la sonrisa. :)
Saludos.
Muy triste. Pero no me estoy refiriendo sólo al relato, es todo, lo que se cuenta y lo que se vislumbra. Una muestra clara de que un vida sin esperanzas no merece la pena vivirla. Sobre todo si se carece de creencias religiosas que nos sostengan en los malos momentos que se presenten.
ResponderEliminarSiento diferir en parte de tus opiniones. Por muchas "cerdadas" que nos haga un hermano, no debemos olvidar quién es. Tu hermano necesitaba ayuda, mucha, y la realidad es que no la tuvo en sus peores momentos. De acuerdo que es difícil aguantar ciertas cosas, pero aunque el cariño, amor, admiración, respeto... se terminen, siempre debe quedar el sentido del deber. Una familia es la unidad básica y todos sus componentes están obligados a ayudar, aguantar y perdonar a todos su miembros. El honor y el deber son dos conceptos que nunca, nunca, deben faltar en el hombre.
Por otra parte mis simpatías y comprensión están, desde luego, contigo, pero eso no quita el que la historia de tu hermano me de muchísima pena, y no por él, o por lo menos no por él sólo. Pienso que con un poco, o un mucho, más de sacrificio por vuestra parte la historia podría ser otra. Indudablemente eso habría acarreado muchos malos momentos para ti: enfrentamientos, humillaciones, desprecios, roces, que harían casi imposible la convivencia..., pero seguro que ahora los darías por buenos si Eduardo, tu héroe infantil, estuviera vivo.
Si en mi anterior comentario insinué un posible sentimiento de culpa, es debido a que es lo que, sin duda, tendría yo.
En cualquier caso quiero darte ánimos y decirte que aunque en una primera lectura de lo escrito parezca desprenderse que ya no tenías ningún cariño a ese hombre en el que se había convertido Eduardo, eso está muy alejado de la realidad. Todo el relato es un canto al amor que le tenías y una lucha desesperada por encontrar una justificación a su muerte y a tu alejamiento de él, que en el fondo deploras.
Un abrazo
Ramón Charlo
Hola César,
ResponderEliminarTremenda la serie, como ya he comentado en otras entradas. Entiendo perfectamente tu intento para sacar del ostracismo el recuerdo de tu hermano y de vindicarlo, especialmente por su talento, sin ocultar sus muchas sombras que son la clave para entender su destino.
Como no podía ser de otra manera, esta historia ya ha atraído la atención de los moralistas meapilas de siempre. Pero no voy a contestar al Sr. Charlo. Me parece que el privilegio de una primera réplica lo ha de tener el dueño del blog.
Ay,señor,señor...yo tampoco voy a contestar al Sr.Charlo... pero tiene tela...¿aún hay gente que se cree ese discurso? Ni caso...
ResponderEliminarAurora Boreal
Aurora hay señores como el señor Charlo que jamás se han visto en la situación de ayudar a un familiar, quiero decir que todos sabemos que la humanidad se divide en dos, los que ayudan y los que creen tener el derecho de ser ayudados y con eso han pagado al amo. Esos, como el señor Charlo, se les llena la boca de principios religiosos, cuando en su vida se han sacrificado por nadie.
ResponderEliminarLas buenas personas, no por ser buenas han de ser gilipollas, la biblia está plagada de citas donde se nos insta a "cuidarnos" por encima de los demás. Una de ellas, amarás al prójimo "como a ti mismo". Al prójimo sólo le debemos lo que a uno mismo, con lo cual cuando tu prójimo sólo está estropeando tu vida, es hora de retirarse. Otra cita, hay un pasaje de la biblia donde a un señor le están apaleando y Cristo le dice "que es su deber defenderse", uno no puede humillarse por mucho que sea para ayudar a un hermano. Y como estos te puedo dirigir a cientos de pasajes donde la Biblia Señor Charlo nos dice dónde está el límite. Un límite que César respetó a la perfección.
Somos responsables únicos de nuestra vida y nuestra vida es el tesoro que Dios nos ha entregado, preocuparse por la vida del otro más que por la tuya no es sano.
Pero en última instancia Señor Charlo todas "esas obligaciones familiares" también eran responsabilidad de Eduardo para con sus hermanos, así si su incapacidad para vivir le llevó allí sólo fue su culpa y su responsabilidad y ya se encargará Dios de hacérselo ver, ¿quién te has creído que eres tú, su arcángel San Gabriel o San Miguel?. Anda y lee un poquito la Biblia pecador.
Perdón César, pero es que no puedo con los beatos.
Yo tengo la teoría de que la gente que se mete a fondo en la religión es porque, básicamente, son mala gente. Y esta es una idea que la experiencia me confirma una y otra vez. Podría contar varios casos, pero la verdad es que no vienen al caso.
ResponderEliminarA mi me gusta la religión Pepe, no creo que tenga nada que ver ser religioso con ser mala o buena gente, el dicho dice que en todos lados cuecen habas y en la Iglesia también por supuesto.
ResponderEliminarA mí también me gusta la religión. Me encanta visitar catedrales y ver rituales budistas, pero tengo muy comprobado que cualquier persona que hace de la religión su base moral para interpretar el mundo, si no una mala persona acaba siéndolo muy pronto.
ResponderEliminarPor favor, no discutamos aquí. Ramón Charlo ha expresado su opinión con toda corrección; yo no estoy de acuerdo (entre otras cosas porque no soy religioso), pero tiene todo el derecho del mundo a decir lo que piensa, equivocado o no. Así que, please: paz y sosiego :)
ResponderEliminarNo te preocupes,César,no vamos a entrar en ninguna polémica sobre estas cuestiones porque aquí lo único que queremos tus merodeadores habituales es darte las gracias por compartir una parte de tu vida con nosotros,aunque no nos conoces a muchos.Que sepas que te leemos con atención y que nos sentimos cerca de ti.Solo eso.
ResponderEliminarOtro saludo y yo ya me callo.
Aurora Boreal.
La vieja piragua & JaimeMarlowe: Evidentemente, tenéis razón: el destino último de la mayor parte de la gente es el olvido a medio plazo. Pero también la mayor parte de nosotros goza de un "tiempo medio de recuerdo". No sé, dos o tres generaciones quizá. Pero Eduardo no lo tenía, así que sólo pretendo devolverle el "tiempo medio de recuerdo" de cualquier persona. Aunque, por otro lado, ¿cuánto tiempo permanecerán estos textos en Internet? Nadie lo sabe.
ResponderEliminarMerak: No, yo no creo que Eduardo fuera malo. Era egoísta y eso hacía que en ocasiones se portase mal con los demás. Pero no era un "malvado", qué va. Además, a quien fundamentalmente hizo daño fue a sí mismo. Y yo también prefiero pensar que el verdadero Eduardo fue el primero, el de antes de la muerte de nuestro padre.
Pues sí, pues sí, fui un niño francamente hermoso. Era tan grande que todo el mundo me echaba más edad de la que tenía, pero como me comportaba de forma demasiado infantil pensaban que era un retrasado. Y, quién sabe, puede que tuvieran razón.
Muchísimas gracias por tu cariñoso comentario, preciosa.
Jaimemarlow: Puedo jurar y juro que todo lo que he contado es absolutamente cierto.
Arcadi: Si no fuese por lo mucho que en su momento quise a Eduardo, jamás habría escrito esto.
Anónimo de las 11:13: Melancolía: eso es exactamente lo que he sentido al escribir estas entradas.
CorsarioHierro: En realidad no sé a ciencia cierta por qué dejaron de enviarle traducciones. Pero no, no creo que fuese sólo por los costes; lo más probable es que también hubiera alguna bronca de por medio. Pero sólo es una suposición.
Por otro lado, tienes toda la razón: esto es historia oral... escrita (valga la paradoja) La función es la misma: preservar la memoria.
¿Sabes?, he pensado que, más que contar anécdotas divertidas de Eduardo, lo que voy a hacer es colgar algunos de sus artículos de humor.
Imaginauta: Pues si estas entradas le valen a alguien para escarmentar en cabeza ajena, cojonudo.
José Carlos Mallorquí: Ay, hermano, al final no has podido evitar comentar. Ya lo sabía yo.
Amaranta & Ruby: Sé positivamente que el suicidio de mi padre no se debió a nada que hiciéramos mis hermanos o yo. Ahora bien, al menos yo, no puedo evitar reprocharme todo lo que no hice. Por qué no le mostré más cariño, por qué no le hice más compañía, por qué no supe ver lo que iba a pasar, por qué no hablé más con él, por qué, por qué, por qué... Quizá no sea racional; es posible que, hiciera yo lo que hiciese, mi padre se habría matado de todas formas. Pero queda un márgen de duda, y eso me hace sentir muy, muy, muy culpable. Me gustaría poder evitarlo, pero no puedo.
Amaranta: Sin duda, el suicidio de nuestro padre afectó muchísimo a Eduardo (igual que le había afectado la muerte de nuestra madre). No obstante, creo que la historia y la personalidad de mi hermano no se explica con un solo factor. Fueron muchas cosas que, combinadas, dieron un resultado catastrófico. No obstante, estoy seguro de que en la vida de Eduardo hay un punto de inflexión, y eso ocurrió en el 72, con la muerte de nuestro padre y su divorcio. A partir de ahí, todo fue de mal en peor.
Jose: Gracias a ti, amigo mío.
ResponderEliminarAurora Boreal: Te va a sorprender, pero en realidad me ha resultado muy sencillo escribir estas entradas. No las he planeado y las he redactado muy deprisa, sin detenerme a pensar demasiado. En realidad, es como si las hubieran escrito dos personas. Una, El Escritor, que no se involucra emocionalmente en el tema y se limita a contar una historia lo mejor que sabe. Y, de vez en cuando, El Escritor le cedía el teclado a César para que diese su opinión.
Eva: Los comentarios se publican automáticamente, así que no he podido impedirlo, como me pides. No obstante, ¿por qué no quieres que aparezca? Me parece un comentario de lo más interesante, lleno de inteligencia y perspicacia. Podría borrarlo, pero preferiría que se quedara ahí, salvo que tú me digas lo contrario, en cuyo caso, por supuesto, lo eliminaré. Gracias por tus palabras. No te conozco, pero me parece que tienes tanto corazón como cerebro.
ResponderEliminarRamón Charlo: Entiendo lo que dices, aunque no lo comparto. Todo tiene límites en esta vida: la "familiaridad" también. Que alguien sea pariente mío no le concede el derecho de hacer impunemente lo que le venga en gana. En realidad, con la familia, con los hermanos, hay que aplicar las reglas de la amistad. Ir más lejos se me antoja incluso contraproducente.
Pero eso no es lo importante. Verás, a Eduardo no se le podía ayudar porque rechazaba la ayuda. Es más: rechazaba violentamente que necesitase ser ayudado. La única forma de echarle una mano habría sido hacerle ver la realidad, su realidad, enfrentarle con sus fantasmas. Pero eso Eduardo no lo habría soportado. La verdad es que llegó un momento en que era imposible ayudarle, porque los problemas de su personalidad formaban parte consustancial de él mismo.
Otra cosa es, por supuesto, que si yo hubiese sabido lo mal que estaba en sus últimos meses, habría intentado reunirme de nuevo con él y ayudarle. Pero no lo supe hasta que fue demasiado tarde.
En cualquir caso, amigo mío, creo que no hay nada gratis en esta vida. Hasta el cariño fraternal tienes que ganártelo.
¡Hola! No había comentado en las otras entradas sobre tu hermano, pero ahora que has acabado quería decirte que espero que te haya servido escribirlo.
ResponderEliminarPD: En unos días voy a comprar Leonís. Se lo regalaré a mi madre el martes (ese día la operan de un menisco) y luego, cuando pasen los exámenes, lo leeré. ¡Un beso! :)
¡Ya te comentaré nuestras opiniones! ^_^ Por cierto, creo que hace muchas entradas comentaste que no sueles ir a firmar a la feria del libro de Madrid. ¿Es verdad? ^_^ ¡Un beso! :)
ResponderEliminarOsea,un César-Jekyll-Hyde...Es broma,entiendo lo que dices,pero yo no me refería al César escritor,que a ese le tiene que costar poco,tiene oficio bien aprendido,sino al César-hermano-persona...Creo recordar que llevabas tiempo dándole vueltas a la idea de escribir sobre tu hermano y no encontrabas el tono,o el formato...seguramente tanto tiempo en tu cabeza ha hecho que una vez decidido a escribir fluyera la historia con rapidez...Bueno,digo yo,que ni soy escritora ni nada,pero sí lectora...por cierto,te diré,cambiando de tema (cambiando mucho) que mis alumnos de 4º de la ESO están leyendo La caligrafía secreta y están enganchadísimos...y eso es porque,repito,eres un estupendo narrador.Tenemos en el centro la experiencia de La catedral y yo tenía mis dudas con La caligrafía secreta porque es más complejo,quizás,y más largo,con muchos temas cruzados...pero les veo encantados y preguntándome por más títulos parecidos...Te aseguro que eso es poco habitual.Así que,gracias de nuevo,esta vez por ayudarnos a crear lectores...
ResponderEliminarAurora Boreal
Mi idea era intentar ayudarte ante el dramatismo que se desprendia de tu relato, espero y deseo que tú sí lo comprendas.
ResponderEliminarPor otra parte, el otro día terminé de leer "Las lágrimas de Shiva", como era una novela juvenil no me decidía, aunque finalmente la compré por la dedicatoria que haces a dos escritores de novelas populares amigos de tu padre, de los que he leido algunas que otras obras, bastante más de César Torre, escritor puntero de la editorial Toray, que de Patricia Montes, escritora de Cid.
Tengo que reconocer que ne ha gustado bastante, icluso en algún momento yo también tuve la sensación de oler a nardos.
Finalmente,siento y deploro que personas se molesten por que haya quién manifieste tener creencias religiosas.
No creo que tu hermano tuviera nada patológico. Sólo es que se esperaba de él, por ser hijo de quien era y por pertenecer a una familia con talento, era más de lo que se espera de cualquier persona. Y eso puede ser muy duro para una persona normal.
ResponderEliminarUna vez que tomé una línea autobús que usaba de niño para ir al colegio, y vi al volante al mismo conductor que ya llevaba ese autobús en mi infancia. Ahora tenía el pelo gris y la piel arrugada, pero era el mismo, lo recordaba perfectamente. Me dio una pena increíble, todos esos años inclinado sobre el mismo volante, día tras día. Se lo comenté a un amigo y me dijo: “¿Tú estás loco? Seguro que él se siente un triunfador por haber mantenido el trabajo durante todos esos años. Quizá le ha pagado una carrera a sus hijos y ha sido muy feliz cada vez que llegaba a casa”. Bueno, “quizá”. Pero tu hermano no tenía esa opción. Para él los parámetros de éxito y fracaso se medían de otra forma. No hay duda de que escribir una serie que es aclamada por todos es un éxito. Podía hacerlo. Era ese tipo de persona. Pero eso elevó un poco más su escala y lo hizo todo más difícil a partir de ahí. En su actitud despótica e intransigente en “Para Elisa” yo lo que veo es una manifestación del famoso Principio de Peter, es la forma de comportarse de alguien pasa a ocupar un cargo para el que no está preparado, y tiene miedo. ¿Y no lo tenemos todos los que nos dedicamos a esto? Una sensación que tenemos muchos (algunos me lo han reconocido en privado) es que realmente no somos buenos en esto, que estamos engañando a los demás con un pretendido talento que no tenemos, pero que tarde o temprano se va a descubrir el pastel. Es la presión del miedo al fracaso, y unos la llevan mejor y otros peor. Y cuanto más altas son las expectativas, más extrema es esa presión. Y lo malo es que cuando consigues un éxito, aún tensas más la cuerda para tu siguiente trabajo.
¡Hola! Escribí dos comentarios, pero se han debido perder :) Bueno, no pasa nada, sólo te decía que espero que estas entradas te hayan servido para sentirte un poquito mejor ^_^ Ayer compré Leonís por fin y aunque aún me faltan por leer dos libros para los exámenes de la carrera, no pude evitar empezar a leerlo. Llevo poco más de cien páginas y me está encantando. Enseguida me metí completamente en la historia. Ya comentaré más cuando lo acabe, pero de momento, me está encantando :)
ResponderEliminar¡Ya he leído la novela! Me ha gustado mucho y las ilustraciones de Unamuno son preciosas. La portada también lo es (además, el verde es mi color favorito :) ) Ahora se lo está leyendo mi madre ^^
ResponderEliminarNatalia: Me alegro mucho de que te haya gustado mi novela. Espero que le suceda lo mismo a tu madre. Gracias por decírmelo.
ResponderEliminarCesar, conocí a tu hermano.
ResponderEliminar¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo, por el blog, correo electrónico?
Anónimo de las 12:09: Puedes contactarme por el correo electrónico del blog:
ResponderEliminarfraternidadbabel@yahoo.es
Anónimo de las 12:09: Puedes contactarme por el correo electrónico del blog:
ResponderEliminarfraternidadbabel@yahoo.es
Ya te lo he mandado.
ResponderEliminarAnónimo: Lo siento, amigo mío, pero no me ha llegado tu e-mail...
ResponderEliminarAcabo de mandarlo de nuevo. A ver si te llega ahora.
ResponderEliminarCreo que te vas a sorprender.
Un saludo
Gracias. No he podido dejar de leer la historia de tu hermano después de llegar a ella por la casualidad de Tristeza de amor.
ResponderEliminarAnónimo de las 2:26: Es curioso; hoy, por primera vez desde que lo escribí, he releído el último post de esta serie. Y hoy me llega tu comentario. Casualidades.
ResponderEliminarEspero que te haya interesado la historia de mi hermano. Gracias a ti por pasarte por Babel.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarHace unos años contacté con usted por medio de un comentario en otro post que escribió también acerca de su hermano, de quien entonces me enteré que era el guionista de Tristeza de Amor y que había muerto.
Hace unos meses descubrí esta historia y la leí con interés.
Mi admiración por su hermano es debida a dicha serie que vi cuando era casi un chaval junto a mi entonces novia (ahora mi mujer) y es una de la pocas veces que he seguido algo en televisión.
Hace un par de años la localicé en DVD, la compré y la vimos junto con mi hijo (ahora tiene 18 años) a quien también le encantó. Creo que su temática es totalmente actual.
La vida de su hermano da también para una serie. Parece que tenía adicción a la fatalidad y alergia a un mínimo de felicidad. Creo que su carácter se refleja un poco en Ceferino Reyes y posiblemente más en Damián.
Muy a menudo la genialidad viene de personas totalmente fuera de la norma. Los que somos normales solemos hacer cosas más o menos normales, cada uno en su nivel, no es lo mismo ser inteligente que ser genial.
Le vuelvo a dar el pésame después de tantos años, es una pena que no pudiéramos seguir disfrutando del talento de su hermano, pero como diría Ceferino Reyes, el mundo está lleno de "soplapollas" (o era soplagaitas?),
y su hermano se topó con alguno que otro, aunque parece que no hacía mucha distinción entre los que lo eran y los que no y trataba a todos por igual, de una forma muy democrática.
Si alguna vez viene por la zona de Cartagena, por favor, dígamelo, sería un honor conocerle, le invito a unas cervezas y unos michirones.
Un abrazo y hasta siempre.
Domingo Saura.
domingo_saura@yahoo.com
Unknown: Mi hermano proyectó su personalidad y sus vivencias en esa serie y, en efecto, era una mezcla entre Ceferino y Damián. Digamos que Damián era su yo anterior y Ceferino su supuesto nuevo yo, renacido tras abandonar el alcohol.
ResponderEliminarMuchas gracias por la invitación; si paso por Cartagena te avisaré.
Nota: ¡El usted está proscrito aquí!
Muy buenas César.
ResponderEliminarAntes de nada disculparme por comentar un post de hace tanto tiempo, siento que estoy fuera de lugar.
No sé si recuerdas que en alguno de tus últimos posts (actuales), comenté el hecho de que, como soy bastante joven y me incorporé a este blog bastante tarde, me he perdido más de la mitad de todas tus entradas publicadas, así que decidí recuperar el tiempo perdido.
Empecé desde el inicio y poco a poco he ido avanzando. Hoy, he llegado a este post que estoy comentando ahora y he tenido que parar para comentar.
Desconocía todo este tema de Eduardo, y he de decirte que lo siento mucho.
Has publicado 10 entradas muy bien escritas, como si fuera una novela (esa novela que comentas que ya no es necesario hacer) y no me he movido del ordenador.
La verdad es que yo no sé si podría escribir algo semejante, sobretodo por el dolor que tendría, y es por eso que valoro muchísimo tu iniciativa.
Bueno, solo quería que supieras que gracias a tí, el recuerdo de Eduardo acaba de arraigar un poco más en el mundo, puesto que yo intentaré siempre recordar todo lo que he leído.
Hoy, somos un poco más sabios.
Muchísimas gracias por todo César, espero que no te moleste mi comentario.
Un abrazo muy fuerte muy fuerte.
Saludos.
Ferrán: Me alegro de que te hayan gustado estas entradas. Y no te preocupes: no me causó dolor escribirlas. Son cosas que pasaron hace mucho tiempo.
ResponderEliminarY también me alegro de que seas uno más de los que recordarán a Eduardo, aunque no lo conocieran. Y me alegro de que seas tan joven, porque quizá estas entradas puedan ayudarte de alguna manera.
Gracias por tus palabras y un abrazo.
P.S.: ¿Te estás leyendo todo el blog? ¡Qué valiente!
Había escrito un comentario kilométrico reflexionando sobre lo que cuentas en las dos ultimas entradas, pero he decidido borrarlo, al fin y al cabo, lo que diga ya lo sabéis y puedo dejarme muchas cosas en el tintero, en cualquier caso, debo agradecerte que compartas tu intimidad, porque gracias a ella muchas personas pueden ver desde fuera, lo que no son capaces de ver en carne propia. No voy a entrar en valoraciones ni juicios, porque entiendo que no soy quien para ello. Solo diré que la culpa y los culpables no solucionan problemas y que muchas gracias por compartir tu intimidad, porque de esta forma, las acciones más negativas pueden resultar beneficiosas para otras personas.
ResponderEliminarSigo mi merodeo por tu interesantísimo blog.
:-)
ResponderEliminarVenía buscando una canción que la primera vez que leí esto, ni la oí. Pero me quedé leyendo. Voy a pasar de oirla. Me voy sin más.
Por cierto, citando.
"¿Por qué hay gente que, como Eduardo, hace siempre aquello que más contribuye a su infelicidad?"
Todavía estoy disfrutando esa pregunta y pensandolo. Supongo que probablemente una respuesta es. Que a veces hacer aquello que más contribuye a tu infelicidad es lo único que eres capaz de intentar pues te falta un plan para lograr algo que contribuya a tu felicidad.
Pero seamos serios, la felicidad existe estés en la situación que estés. Así que realmente la infelicidad no es más que un estado temporal del que no sabe ver en un momento dado las cosas de una forma lo suficientemente positivas como para que valga la pena velas de forma feliz. Siempre se puede encontrar la felicidad de forma sorpresiva sin querer y ser feliz sin más.
Es más probablemente, cuanto peor estes, en cierto sentido más feliz eres. Pues la felicidad puede que no sea más que una forma de defenderse del cuerpo ante la infelicidad.
Que la felicidad no se acabe nunca.
Llegué a la historia de Eduardo por una de esas casualidades sólo posibles en la era de la internet en la que vivimos. Nunca pensé que fuera a interesarme tanto por una persona que nunca había escuchado nombrar hasta el día de hoy, ni que al terminar de leer su historia de vida iba a terminar con un nudo en la garganta. Eso habla de tu calidad como escritor, y despierta en mí un interés de leer más de tus trabajos.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Anónimo de las 12:05: Después de tanto tiempo desde que escribí estas entradas, me alegra la vida recibir comentarios como el tuyo, porque eso significa que esa historia sigue viva. Gracias por tus amables palabras y un abrazo.
ResponderEliminarHoy escuchaba con mi hija de 16 años, canciones viejas, como Señora Azul y nos cruzamos con Tristeza de Amor.
ResponderEliminarHablamos de la serie y vimos los dos primeros capítulos en la web de RTVE. Ella se durmió viendo el segundo y me encontró leyendo las últimas entregas sobre la historia de tu hermano, la busqué porque me llamó la atención ese nombre sin enlace en la Wikipedia: Eduardo Mallorquí.
Ha sido una experiencia demoledora. Aún intento rumiar todo lo que hay detrás de la historia que nos has dado. Gracias por compartir algo tan especial.
Ah, Yolanda leyó Las Lágrimas de Shiva en el instituto. Le gustó.
José V: Como he dicho en otro comentario, han transcurrido casi diez años desde que escribí estas entradas, y me alegra seguir recibiendo mensajes sobre ellas. Siempre pensé que la historia de mi hermano era -desde un punto de vista literario- una buena historia. Y además creo que aporta alguna que otra enseñanza sobre ciertos aspectos oscuros de la gente. En fin, gracias por haber contactado. Y un beso para Yolanda.
ResponderEliminarHola César, he devorado la trágica historia de tu hermano. Por tu parte es un noble trabajo sacarle del olvido ¿Conseguiste después de tantos años leer la novela que escribió? ¿Tiene elementos autobiográficos, al igual que en Tristeza de amor? Un saludo.
ResponderEliminarDaniel: Hace unos años, me enteré de que una amiga común tenía el contenido del ordenador de mi hermano en un disco duro, incluyendo su novela póstuma. Intenté leerla, pero había no sé qué problema para acceder al texto, así que no pude. De modo que lo siento, no tengo la respuesta a tu pregunta. Me alegro de que te hayan interesado estas entradas.
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