*¿Cómo crees que vas a terminar?
-Soy muy pesimista. Supongo que cumplirá los cincuenta. De los cincuenta y uno ya no estoy tan seguro
*¿Qué posibilidades te ves?
-Fifty/fifty; pero sólo pienso en el fifty malo.
*¿Crees que tendrás valor para quitarte de en medio?
-Me faltará valor para seguir adelante, que es distinto. Si las cosas se plantean tan mal como parece, ¿para qué seguir? Ya soy demasiado mayor para contarme cuentos. Fracasar en todos los frentes en una forma de perder la guerra.
Ocho días más tarde, añade:
-Una de las cosas que creo haber aprendido es que muchas veces las cosas resultas más claras, más comprensibles, si se plantean en términos negativos. Por ejemplo: una persona inteligente es la que no hace ni dice tonterías, no una que se pasa el día soltando grandes frases o haciendo extraordinarios descubrimientos. En nosotros está el suicidio, como el asesinato y el resto de las cosas negativas. Sólo que la mayoría de la gente tiene buenos motivos para no ejercer esas tendencias. Cuando uno deja de tener motivos para no asesinar, asesina; cuando deja de tener motivos para no suicidarse, se suicida.
Y seis días después, prosigue:
*Ya has elegido la fecha, ¿no?
-Más o menos.
*Cuando cumplas los cincuenta.
-Sí. Me quedan siete meses, y en ese tiempo pueden arreglarse las cosas; pero si no...
*¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
-Me doy perfecta cuenta. Ya he pasado por una situación similar, cuando me marché a Venezuela, y creo que entonces estaba más asustado que ahora. Naturalmente, me sobrecoge y me entristece; pero... Sé que, llegado el momento, será duro; pero soy capaz de hacerlo. De lo que me considero incapaz es de plantearme la vida en el callejón sin salida en el que, desde hace dos años, me encuentro.
En el periodo comprendido entre el 89 y el 92, sólo tengo constancia de dos trabajos de mi hermano. El primero es el guión de la película Caminos de tiza, de José Luis Pérez Tristán, que se estrenó en 1989. Pero ese guión era antiguo; Eduardo se lo había vendido a Tristán antes de irse a Venezuela, aunque el director tardó mucho en lograr producir la película. El film no tuvo éxito. El segundo trabajo fue el guión de la ceremonia de entrega de los Goya de 1992. Supongo que consiguió ese encargo gracias a uno de los últimos amigos que le quedaban, Nono (el director de cine Antonio del Real), pero no estoy seguro. El caso es que el guión era muy soso y la ceremonia una de las peores que se recuerdan.
A finales del 92, Eduardo estaba con el agua al cuello. El dinero que había ganado con Para Elisa se acababa y todos sus intentos por seguir trabajando como guionista resultaban infructuosos. Así que Eduardo, asfixiado económicamente, decidió escribir a Plaza & Janés, editorial para la que había trabajado en el pasado, solicitando traducciones. Cinco días después, un representante de la editorial le telefoneó para, como el mismo Eduardo dice, “prácticamente, preguntarme qué clase de libros prefería traducir”.
Un año más tarde, en noviembre del 93, pese a que su desastre económico se había aliviado gracias a las traducciones, Eduardo escribe en su Diario:
*¿Vuelta a las ideas de suicidio?
-Si me sugieres otra solución mejor, las olvidaré ipso facto. Quizá un buen motivo para seguir viviendo es ver cómo todo esto se va al carajo. Pero cabe el riesgo de que, por aguardar, te vayas al carajo tú con el resto, y tu decisión pase de libre a forzada. Son nimias preocupaciones de matiz, supongo, de no tener deudas ni cargas familiares.
*¿Buey suelto, buey lúcido?
-Más o menos.
Ésa es la última entrada de su Diario. Eduardo había vuelto a trabajar, sí, pero traduciendo, algo que odiaba. Además, estaba solo, y llevaba muy mal la soledad. Su vida seguía siendo tan insatisfactoria que no valía la pena vivirla.
Mientras esto ocurría, un nuevo cambio se produjo en mi hermano. Siempre había sido antifranquista y socialdemócrata, pero sus problemas laborales ocurrieron en una TVE controlada por los socialistas, de modo que, siguiendo el axioma “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, Eduardo se convirtió en un reaccionario de tomo y lomo. El 4 de noviembre de 1992 escribe en su Diario:
*Se va a cumplir el centenario del nacimiento de Franco. ¿Qué piensas de él?
-Que salía barato y, si no lo mareabas, no te mareaba.
*O sea, que te has vuelto franquista.
-Mejor que esta chusma que ahora manda, sí era (...)
*¿Qué piensas de él?
-En términos objetivos... Supongo que los muertos de la guerra y la posguerra fueron menos de los que se hubiesen producido de meternos en la Segunda Guerra Mundial. (...) Nos libró realmente del comunismo, y ya se ha visto lo que fue el comunismo. No estructuró el país, cosa lógica... En fin, de haber sido un santo y un genio, podría haber hecho muchas cosas. Siendo un militar, actuó de acuerdo con su moral castrense y católica y... Más vergüenza que la actual caterva de piojos resucitados, decididamente tenía. Soy más antifelipista de lo que fui antifranquista o, al menos, le dedico más tiempo a ello. Porque de Franco te podías olvidar, pero de estos mindundis no hay manera.
Cuantos aún le trataban por aquel entonces, concuerdan que Eduardo se había transformado en un facha furibundo. Más adelante, Zulma me enseñó cartas de mi hermano dirigidas a Jiménez los Santos contándole las injusticias que los socialistas habían cometido con él. La verdad es que ese cambio se me antoja grotesco, esperpéntico. ¿Tan sólidas eran sus convicciones éticas y políticas que bastó un traspiés profesional para darles un giro de 180 grados? Pero es que las ideas de Eduardo sólo eran sólidas de cara a los demás, porque él tenía la capacidad y la venia de retorcerlas hasta donde le saliese de las narices. Qué poco me simpatiza la imagen de ese Eduardo radical, colérico y resentido...
En algún momento de (creo) 1994, ocurrió algo. Orlando Urdaneta, el actor venezolano amigo de Eduardo, le invitó a viajar a Caracas durante una temporada. (Por cierto, relaté una divertida anécdota con el hijo de dicho personaje en la entrada ¿Prohibido prohibir? que podéis visitar, si os apetece, pinchando aquí). Ignoro las razones de aquel viaje; puede que fuera por placer, o puede que por motivos profesionales, pues en el pasado Eduardo había colaborado con Orlando escribiéndole monólogos. Fuera como fuese, mi hermano conoció en Caracas a Zulma, se enamoraron y poco después, cuando Eduardo regresó a Madrid, se casaron por poderes. Supongo que ese mismo año Zulma viajó a Madrid para reunirse con su nuevo esposo.
Zulma debía de tener entre quince y veinte años menos que Eduardo. Era guapa, más o menos exuberante, dulce, complaciente y sumisa. Además, admiraba profundamente a mi hermano, condición sine qua non para que éste aceptase a alguien a su lado. Por lo que me han contado, ese romance le devolvió a Eduardo las ganas de vivir. De hecho, a partir de ese momento su objetivo consistió en tener a su mujer “como una reina”.
Todo lo que yo sabía por aquel entonces era que Eduardo se había casado con una venezolana. Más tarde, sólo vi a Zulma tres veces, todas ellas inmediatamente después de la muerte de mi hermano. La verdad es que apenas sé nada de la vida de Eduardo en esos últimos años, salvo por lo que me han contado. Un día, Eduardo le comentó a José Carlos que “se podía vivir bien de la traducción”. Esa frase me impactó, porque evidenciaba una renuncia, una aceptación del fracaso. Recordemos que, para Eduardo, la traducción sólo era un medio para alcanzar un fin mayor, así que resignarse a traducir suponía resignarse a no alcanzar jamás ese fin.
En algún momento, probablemente en el 94 o el 95, Eduardo y Zulma dejaron el chalet de Cercedilla y se trasladaron a un piso de alquiler del número 33 de la calle Benito Gutiérrez, en el barrio de Moncloa. Por lo visto, llevaban una vida tranquila de pequeños burgueses. También me han dicho que Eduardo se volvió muy clasista. Creo que eso tiene una explicación. Hablando posteriormente con Zulma, comprobé que ella consideraba a mi hermano una mezcla entre aristócrata, artista y sabio mentor. Le tenía en un altar. Pero es que creo que Eduardo estaba interpretando un nuevo papel. Antaño había sido el joven prodigio, luego el joven rebelde, luego el progre de izquierdas, luego el bohemio decadente, luego el profesional triunfador, luego el artista maldito... y con Zulma, probablemente, interpretó el papel de caballero español. El hidalgo maduro injustamente apartado de la corte que, pese a todo y a todos, mantiene intacta su dignidad y su nobleza.
El caso es que la mimaba, la cuidaba como si fuera su más valioso tesoro. Poco después de la muerte de Eduardo, estuve en su casa y comprobé algo que me dejó estupefacto. Zulma hacía cerámica (porque mi hermano había insistido en ello) y su taller ocupaba la habitación más amplia y soleada de la casa. Por el contrario, el despacho de Eduardo era un cuartucho de seis o siete metros cuadrados sin ventanas, el lugar perfecto para deprimirse trabajando. Creo que mi hermano, en sus últimos años, vivía únicamente por y para Zulma.
De este periodo, y aparte de las traducciones, sólo sé de dos trabajos de Eduardo. Un guión cinematográfico llamado Trileros y una novela cuyo título ignoro. En cuanto al guión, mi hermano no llegó venderlo en vida; respecto a la novela... un día, Eduardo decidió que iba a escribir un best seller, una “novela muy larga”. Curiosa idea ésta, ¿verdad? Comprendo que alguien decida escribir una historia que al final requiera una larga extensión, pero decidir escribir una larga extensión sea cual sea la historia me parece... un poco extraño, la verdad. El caso es que Eduardo se puso a la lenta tarea de escribir una novela muy larga que, según me contó Zulma, trataba sobre un indiano y su estirpe.
Entonces, probablemente en 1999 o 2000, sobrevino el desastre final: dejaron de encargarle traducciones a Eduardo. No sé por qué ocurrió esto, pues no me cabe duda de que Eduardo era un buen traductor. Pero debía de ser un traductor caro y en aquellos tiempos había mucha competencia. También es posible (casi seguro) que tuviera alguna bronca con los editores. Fuera como fuese, dejaron de enviarle libros para traducir. Ni siquiera se ponían al teléfono cuando él llamaba.
Una vez más, Eduardo se quedó sin trabajo; pero en esta ocasión no había bote salvavidas al que encaramarse. Eduardo intentó recurrir a sus últimos contactos, pero le quedaban muy pocos contactos. Le ofreció a Orlando Urdaneta escribirle monólogos, pero Orlando ya no se dedicaba a los monólogos. La última carta que le quedaba por jugar a mi hermano era su novela. Y no estaba conforme con ella; Zulma me contó que le costaba mucho redactarla, que creía que estaba quedando mal, que incluso se preguntaba si no se le habría olvidado escribir. Aun así, en sus últimos meses, Eduardo fantaseaba con Zulma sobre el éxito de la novela, sobre lo que harían con el mucho dinero que iba a ganar, sobre lo buena que iba a ser su vida a partir de entonces. Finalmente, Eduardo concluyó el texto y lo envió a una editorial. Lo rechazaron. Porque era demasiado largo.
Ese fue el golpe final, su último fracaso. Eduardo se hundió en la depresión. Quienes le vieron por aquel entonces hablan de un Eduardo callado, encerrado en sí mismo, pasivo, muerto por dentro. Zulma me dijo que se quedaba sentado horas y horas con la mirada extraviada, sin hacer nada, sumido en la más absoluta tristeza, y que ella se sentaba a su lado y él se abrazaba a ella como un niño perdido.
Aunque nunca le vi así, me parte el corazón ese Eduardo, se me llenan de lágrimas los ojos al imaginármelo hundido en la derrota, desvalido, sin la menor esperanza, sin fuerzas ya para luchar. Puedo aceptar, aunque me irrite, al Eduardo tonante e intolerante, porque al menos su furia era una señal de vida, pero un Eduardo callado, desfallecido y vencido... no, eso me cuesta mucho aceptarlo.
Eduardo se sentía viejo y feo. Zulma me enseñó una foto de sus últimos tiempos y... en fin, mi hermano tenía razón: estaba prematuramente envejecido y muy feo. Creo que, de encontrármelo por la calle, no le habría reconocido. Eduardo también se sentía inútil. No sé si llegó a percibir con entera claridad la naturaleza y magnitud de su fracaso, no sé si se vio a sí mismo en un espejo y llegó a comprender que no era, ni jamás había sido, la clase de ser humano que creía ser. No lo sé; probablemente no o, al menos, no del todo. Pero sí se daba cuenta de que ya no tenía futuro, de que era un pasajero al final de la línea, de que el tantas veces fantaseado final era ya inminente.
Sus hermanos no sabíamos nada acerca de su situación. Si lo hubiésemos sabido, si nos hubiera pedido ayuda, estoy seguro de que tanto José Carlos como yo le habríamos ayudado; pero Eduardo era demasiado orgulloso para recurrir a los únicos que en aquel momento le habrían tendido una mano. Me gustaría tener a Eduardo delante y decirle: ¿Para qué cojones te sirvió ese desmedido orgullo, gilipollas, si lo único que hizo fue joderte la vida una y otra vez?
Aún le quedaba dinero; quizá el suficiente para, estirándolo mucho, aguantar un año (supongo que ese dinero provenía de la indemnización de TVE). Pero no había trabajo ni la menor perspectiva de trabajo; Eduardo se veía al final en la calle, durmiendo entre cartones. Y quizá hubo algo más. Almudena y Tito, dos de mis mejores amigos, que también lo fueron de mi hermano, sostienen que Zulma, al casarse con Eduardo, le salvó la vida. Pero que luego, cuando Eduardo comprendió que no podía seguir manteniéndola, prefirió morir a afrontar la vergüenza de ese último fracaso. Creen que, sin la responsabilidad de Zulma, mi hermano no se habría matado. Personalmente, lo dudo; me parece que, con Zulma o sin Zulma, antes o después, mi hermano habría acabado suicidándose. Él mismo había escogido con mucha antelación ese destino.
El viernes 16 de marzo de 2001, Eduardo preparó el escenario para su muerte. A Zulma le gustaba el Parque de Atracciones, así que la convenció para que pasara allí la tarde con unos amigos. Cuando se quedó solo, puso un cartel en la puerta anunciando su suicidio y dispuso sobre su mesa de trabajo tres documentos que había preparado previamente. Luego, se sentó en el salón, o en el dormitorio, o en su despacho, no lo sé, se tragó un bote de barbitúricos y murió. Fin de la historia.
Uno de los documentos que dejó era una carta para Zulma que, por supuesto, no he leído. Los otros dos sí. Una fría y aséptica carta para el juez donde afirma morir por su propia voluntad y señala que los motivos de esa decisión están expuestos en el tercer documento. Ese texto, el tercero, es una prolija y gélida, casi entomológica, exposición de sus circunstancias vitales. Habla del modo en que se ha quedado sin trabajo y relata sus infructuosos intentos por salir adelante. Creo que, en realidad, el documento formaba parte de una carta que, poco antes, Eduardo le había enviado a alguien, no recuerdo a quién ni por qué. En conjunto, esos textos venían a decir: ya no puedo ganarme la vida, así que me mato.
Pero creo que Eduardo no se suicidó en realidad por eso. Lo cierto es que empezó a matarse mucho antes, en 1972, cuando se sumió en la locura alcohólica. Y siguió matándose en los 80, cuando rompió con su familia y sus amigos. Y siguió matándose en el 89, cuando echó por tierra su porvenir en el mundo de la televisión a base de broncas desmedidas y absurdas. Y siguió matándose a principios de los 90, cuando se cocía en el rencor y el odio mientras imaginaba una y otra vez su propia muerte. Así que lo que ocurrió ese viernes 16 de marzo de 2001 no fue más que el inevitable, y en el fondo postergado, final de una larga carrera hacia la autodestrucción.
“Siempre que hago algo, lo hago pese a dar por hecho que probablemente será inútil o inexplicablemente contraproducente”.
Diario, Eduardo Mallorquí. 27 de octubre de 1992
Continuará (paciencia, ya sólo queda uno)
Nos has tenido en vilo. Y dices que no sabrías escribir esta historia? Pero si se defiende sola, es una historia que aunque escribiese un lego (y tú molas, que escribes de putísima madre y sabes de tu oficio) se vendería. Es una crónica sobre la autodestrucción, sí, pero que pese a que conoces incompleta tiene espacio de sobra para mezclarla con una extensa disección de los demonios humanos, aunque sea en personajes de apoyo donde también comentes similitudes con Eduardo y que hayas conocido en persona, y cómo se vivía en aquella época.
ResponderEliminarImpresionante, César. No sólo está siendo tu exorcismo: también el nuestro, el de los lectores que nos comprendemos mejor a nosotros mismos mediante la catarsis de concoer las vivencias de Eduardo.
La verdad es que, tras haber leido cómo fue su muerte, dbeo decir que en vez de tristeza sentí paz por él. Había dolo en su rendición, pero... sabes? Me siento incapaz de sentir la misma tristeza que sentí en anteriores entradas. Porque le deseaba tanta redención a este hombre que, al no poder vérsela delante, pensé que al menos se merecía alguna clase de descanso.
ResponderEliminarHe experimentado una extraña inclinación hacia la eutanasia, y no sé por qué. Ganas de que dejara de sufrir. Creo que me hubiera sentido peor si alguien le hubiera socorrido y le hubiera dejado expuesto, vencido, humillado. Porque creo que aquello hubiera supuesto una inclreible fuente de dolor para Eduardo, de por vida. Él jamás hubiera aprendido humildad.
Es extraño y violento sentir esto. Supongo que al hablar del tema, a quien describo es a mi.
Te pido disculpas por exponerlo... Pero en cierta forma creo que todos te debemos en intercambio nuestras más sinceras impresiones sobre lo que ha supuesto para nosotros asistir a la vida de Eduardo Mallorquí, un hombre aislado que preferia ser una piedra unica e inmovil antes que otro arbol vivo en el bosque.
Joder, qué mal cuerpo se me ha quedado.
ResponderEliminarEn el fondo, siento mucha pena por Eduardo. Él solito fue cavándose el hoyo; y es cierto, César: empezó a meterse en la tumba muchos años antes de tomarse los barbitúricos.
Gracias por esta gran historia. Me ha hecho reflexionar mucho y plantearme ciertas cosas (que ya daba por supuestas: ay, lo ignorantes y atrevidos que somos los jóvenes) relacionadas con el ego, el orgullo y la humildad. La historia de Eduardo me parece una valiosa lección que pienso tener en cuenta. Las enseñanzas que podemos sacar son numerosas. Por ello, gracias de nuevo.
Por otra parte, el último fragmento extraido del diario de Eduardo me ha parecido uno de los más claros y reveladores.
Escalofriante.
Espero imapciente la próxima entrada.
Besos,
Nyna.
Lo gordo es que a ti te dio la espalda porque le mandaste a traducir... y quince años más tarde, cuando se vio privado de ganarse los garbanzos traduciendo, se mató.
ResponderEliminar¿Cómo iba a pedirte socorro ante algo como eso?
Tu hermano fue un colmo increíble de hombre. Murió aplastado por el peso de sus propios cojones.
Que no te ronde por la cabeza la idea de que pudiste hacer más por él... Para eso lo primero habría sido que él hiciera más por sí mismo.
Tengo que decirlo: Acabo de terminar La casa del doctor Pétalo.
ResponderEliminarCésar, eres imponente.
Pedro, el problema de Eduardo es que en su aislamiento no era capaz de "ver"; y estaba muy encerrado y sobreprotegido por sí mismo como para abrirse a alguna experiencia que le volviese vulnerable.
Me da miedo pensar que coincido en muchas cosas con tu hermano. Muchos de sus pensamientos son los míos... Solo tengo 25 años... espero no acabar como él.
ResponderEliminarGracias por tan excelentes entradas dedicadas a tu hermano.
Un saludo
Pienso igual que tú, Jose Luís G, y me tomo este texto de César como una especie de fantasma de las navidades futuras. Quizá no es tarde para rectificar. Al menos Phil lo consiguió después de repetir miles de veces el día de la marmota.
ResponderEliminarTerrible tanto las citas del diario como ese fracaso vital al que se vio abocado. Y cuando parecía que se enderezaba (Zulma, las traducciones). Víctima del abaratamiento de costes por la pérdidas de las traducciones. Fracasó con la novela, y la verdad que hay muchos novelones bestseller. Y, perdón, porque parece un chiste, igual hubiera trabajado de comentarista en alguno de estos medios como Intereconomía y demás.
ResponderEliminarTerrible. ¿Dónde estaría yo si no hubiese sacado las oposiciones y sin mis amigos?
Leyendoos pienso que puede que Eduardo haya redimido, sin saberlo, el pecado de otros muchos.
ResponderEliminarEs bueno tener a un bardo comunicandonos su leyenda.
Hasta ahora he seguido esta serie con gran interés. En el fondo no es mas que la historia de un hombre torturado con mala suerte, por lo que sea...no juzguemos. A lo mejor si en algún momento le hubiese ido mejor habría sido diferente, pero todos sus proyectos se han ido arruinando
ResponderEliminarÁnimo hombre. Espero que escribirlo te esté haciendo bien.
ResponderEliminarAnónimo de las 8:05: Sí puedo escribir la historia (prueba de ello es que la he escrito); lo que no puedo es escribir una novela basada en esa historia. No por razones técnicas, ni por falta de capacidad, sino por motivos emocionales, supongo.
ResponderEliminarAnónimo de las 8:12: ¿La grandeza de Eduardo fue persistir en sus errores hasta el fracaso final? Pues puede que sí, aunque sea una extraña forma de grandeza. También es verdad que quizá hubiese sido más triste aún un Eduardo "rescatado" y humillado. Supongo que ésta es la clase de historia que en ningún caso puede tener un buen final.
Y por supuesto, no solo podéis escribir vuestras reflexiones sobre la historia de Eduardo, sino que además las agradezco profundamente, porque me ayudan a entender mejor las cosas.
Nyna: No he escrito esta historia con el ánimo de enseñarle nada a nadie, ni con la intención de expresar una moraleja. Pero si estas vivencias le ayudan a alguien a reflexionar sobre sí mismo... pues perfecto. En mi caso, el (mal) ejemplo de Eduardo me ha servido para eludir algunas de las trampas en que él cayó.
Pedro: "Murió aplastado por el peso de sus propios cojones"... Pues mira, sí, lo has expresado con meridiana claridad.
Anónimo de las 10:18: ¡Gracias!
Jose Luis G & Anónimo de las 10:51: ¿De verdad veis rasgos de mi hermano en vosotros? Pues espero que sólo sean eso, rasgos. En cualquier caso, la figura de mi hermano, por excesiva, es irrepetible. Miraos en su espejo y rectificad, como hice yo.
Anónimo de las 12:01: Ojalá tengas razón.
Blueberry: Un hombre torturado, sí; pero su problema no fue la mala suerte, porque no tuvo especial mala suerte. No quiero juzgarle, pero hay que reconocer que todo lo que le ocurrió se lo ganó a pulso.
Boeder Escalier: Lo que he contado ocurrió hace mucho tiempo. Ya no causa dolor; a lo sumo, melancolía.
CorsarioHierro: Puede que te parezca increíble, pero el estilo dialéctico de mi hermano hubiese sido excesivo incluso para Intereconomía.
ResponderEliminarMi marido se suicidó el 13 de agosto de hace cuatro años, dejó una carta donde explicaba qué había tomado en esa ocasión ya que como también explicaba en la carta, en un primer intento que sucedió en el año 95 no tuvo éxito.
ResponderEliminarYo creo que es más duro leer una carta de suicidio donde no se expresa sentimiento alguno que el hecho del suicidio en sí. No sé si me explico.
Amaranta: Ante todo, lamento muchísimo la muerte de tu marido y el profundo dolor que sin duda te causó. Sé lo que eso.
ResponderEliminarEntiendo perfectamente lo que dices acerca de las cartas de suicidio. Esa frialdad, ese vacío de emociones, son como un agujero negro que amenazara con tragarte. La carta que dejó mi padre fue muy breve: "No puedo más, me mato. En el cajón de mi mesa hay cheques firmados". Firmó "Papá" y debajo, como si lo recordara en el último momento, añadió: "Perdón". 16 palabras, las 16 palabras más frías y terribles que he leído nunca.
César , antes que nada decirte que malcrío a mi sobrina con todos tus libros. Le encantan . Mis hijos huyen de los libros como de la peste , y eso que no hice proselitismo , así que me resarzo con ella. Gracias por compartir esta vivencia con nosotros . De aquí a poco cumpliré 40 . He enterrado a mucha gente cercana y muchos víctimas de si mismos. Se queda uno perplejo con lo tremendamente cutre y mezquinas que muchas veces son las situaciones más dramáticas . Dicen que siempre se arrepienten en el último momento , a saber.
ResponderEliminarAhora que he leído tu blog me he dado cuenta de los prejuicios tontos que siempre tengo , aunque me empeñe en evitarlo , con cualquier autor . Te tenía por un autor adecuado para mimar a las sobrinas , que también tiene su poesía , no dirás que no . He pedido Jerichó en la biblioteca y he visto que al menos aquí , en la red interbibliotecaria de Cataluña, hay muchos libros traducidos de tu hermano . Entre ellos True Grit , Valor de Ley , el gran libro de Ch . Portis. Te quería preguntar tu opinión sibre Warlock , de O . Hall.
Has contado la historia de tu hermano de una manera conmovedora , sin sentimentalismos y sin arrogarte superioridades . En la medida en que eso sea posible has transmitido veracidad . Por cierto, la portada de Cruz del sur me parece preciosa . Disculpa la atropellada extensión.
Gracias César.
ResponderEliminarCésar, es un pedazo de historia. Emotiva, dura y de las que resuenan en la cabeza del que lee. Todos hemos conocido a alguien como tu hermano y temido por él.
ResponderEliminarNo importa si en diez años no has reunido fuerzas para escribir una novela con esto. Tómate otros diez, quién sabe; yo creo que aquí hay material y tampoco te veo tan incapaz de abordarlo. Diría que vas bien encaminado, ue lo conseguirás si no arrojas la toalla.
Y apuesto a que merecería la pena, tanto para ti como para el lector.
César, dice que no has escrito esta historia para reflejar ningún didactismo ni moraleja, pero créeme que de estas cosas se aprende mucho porque aunque cada persona sea un mundo es en el reflejo de las vidas de los demás en dónde tenemos material de análisis y reflexión.
ResponderEliminarUn saludo.
Arcadi: ¿No soy un autor adecuado para mimar sobrinas? Vaya... ;)
ResponderEliminarNo he leído Warlock, lo siento. ¿Me la recomiendas?
Emilio: Hace tiempo que desistí de escribir esa novela, y después de estos post más convencido estoy de que no la voy a escribir. Pero, quién sabe, puede que algún día se me ocurra la forma de abordarla...
Byron: Claro que la vida de mi hermano contiene un montón de enseñanzas, pero no seré yo quien la exponga. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
Disculpa César . Me olvidé escribir sólo . Ahora me doy cuenta de que sobra la frase entera . No te quería ofender , sólo resaltar mis tontos e injustificados prejuicios . Warlock a mí me gustó , aunque para gustos los colores.
ResponderEliminar¿Has leído algo de Giovanni Papini? ¿O sabes si Eduardo leyó algo?
ResponderEliminarEl estilo de sus notas en el diario me recuerda al Papini más negro.
Impresionante serie de posts. No exagero si te digo que estoy sobrecogido. Creo que esta serie sobre tu hermano es lo que más me ha gustado de tu blog, y llevo leyéndote algunos años ya.
ResponderEliminarUn abrazo.
PD: ¿no te animas con twitter? Si lo haces, házmelo saber.
Arcadi: No me has ofendido, hombre. Es que, al faltarle ese "sólo" no entendía el sentido de la frase.
ResponderEliminarManolo: Pues mira, sí, estoy seguro de que Eduardo leyó al menos "El libro negro", de Papini.
Jean Reno: Me alegro mucho de que te hayan gustado estas entradas, amigo mío. En cuanto a las redes sociales... soy muy reacio, la verdad, pero supongo que tarde o temprano caeré en ellas. Cuando ocurra, te avisaré.
la persona a quien Eduardo escribió su última carta soy yo. Coco
ResponderEliminarAnónimo de las 5:45: ¿Coco? Creo que no te conozco...
ResponderEliminarnos vimos una vez en Caracas pero si Eduardo no te habló de mi no me conoces, tampoco es importante, lo anecdótico en todo caso es que no lo sabes todo de él.
ResponderEliminarCoco: No, no recuerdo que Eduardo me hablara de ti, ni recuerdo nuestro encuentro en Caracas (o quizá sí, no lo sé). Lo siento, tengo una memoria pésima.
ResponderEliminarPor supuesto que no lo sé todo sobre mi hermano. Como creo que señalo en el texto, de sus tres últimos lustros de vida todas las referencias que tengo son indirectas.
Imagino que la imagen que guardas de Eduardo es muy diferente a la que he mostrado en estos posts. Lo cual no significa que ninguna de las dos visiones -la tuya y la mía- sea falsa, sino que las personas, mi hermano en concreto, tienen muchas facetas distintas.
No, no lo sé todo sobre mi hermano, ni mucho menos; pero soy una de las personas que mejor le conocía.
César:
ResponderEliminarTengo la impresión de no haberme explicado bien, cosa que ocurre amenudo, creo que posiblemente eres la persona que más ha conocido a Eduardo, lo demuestra lo que de él escribes, de hecho, te quería mucho y me lo mencionaba con frecuencia, no así a tu otro hermano al cual detestaba; tu visión sobre Eduardo es similar a la que guardo de él, las experiencias vividas son las que marcan la diferencia.
Trabajé con Eduardo en el Diario de Caracas, el hacía crónicas y entrevistas, yo las fotografiaba, la relación fue entrañable, cuando recibí la carta sentí que finalmente Eduardo se iba a suicidar, lo llamé insistentemente por teléfono pero no pude hablar con el, cuando finalmente mi mujer pudo conmunicarse con Zulma nos enteramos de la mala noticia. Eduardo y Zulma estuvieron en Caracas (en casa de Orlando) un tiempo antes y cuando estábamos a solas insistía una y otra vez en la posibilidad del suicidio como único recurso válido, creo que ya lo había decidido, traté de disuadirlo intentando desafiarlo a vivir a "echarle bola al la vida", aunque a Eduardo le encantaba un reto, no funcionó; a veces pienso que debí hacer algo más, que no debí dejarlo ir, quiero mucho a tu Eduardo y creo que el sentimiento era recíproco.
Espero haber despejado algún mal entendido si es que lo hubo.
lo siento otra vez, no es "quiero mucho a tu Eduardo" es "quiero mucho a Eduardo".
ResponderEliminarCoco: Sí, ahora ya sé quién eres. Disculpa, soy pésimo para recordar nombres...
ResponderEliminarEduardo llevaba acariciando la idea del suicidio desde que tenía más o menos 30 años, tras su divorcio y la muerte de nuestro padre. De hecho, su alcoholismo era autodestructivo (una forma lenta de matarse), como autodestructivas eran gran parte de las cosas que hizo.
Cuando estuvo en Venezuela, Eduardo aún me quería, igual que yo a él. Pero luego, cuando volvió a España, decidió odiarme. Con Eduardo todo era así: o blanco o negro, sin grises.
Algo debes tener claro: no podías ayudar a mi hermano. Nadie podía hacerlo, porque no aceptaba ayudas. No tienes la menor responsabilidad sobre lo que ocurrió. Nadie, salvo él, podría haberle sacado del profundo y negro agujero en que se había metido.
Por último, no tienes nada por lo que disculparte. Había entendido lo que querías decir, y te agradezco que te hayas tomado la molestia de contactar conmigo. Eres muy amable.
Un abrazo