Últimamente han concluido dos series que, en cierto modo, fueron los arquetipos quizá más populares de esta edad de oro de la ficción televisiva: Mujeres desesperadas y House. La primera tuvo una sensacional primera temporada donde, en clave de comedia/culebrón/drama, se diseccionaba la basura y la hipocresía que se ocultan tras la aparente placidez de la clase media acomodada. Narrada en off por una muerta, por una suicida, la trama se centraba en descubrir los secretos de todos y cada uno de los personajes, sobre todo el mayor de ellos: por qué se mató Mary Alice Young, la vecina perfecta con una vida perfecta. Concluida esa línea argumental, la serie derivó hacia territorios cada vez más retorcidos y surrealistas. Wisteria Lane se convirtió en la zona residencial más abarrotada de gente rara de todo occidente. Lo cual tenía su gracia, para qué negarlo. Lamentablemente, conforme se retorcía, la serie también empezó a escorarse hacia el sentimentalismo y la moralina, algo que se me antojaba un tanto irritante. En cualquier caso, Mujeres desesperadas, en sus mejores momentos, fue una serie original, adictiva y muy, muy, muy divertida.
En cuanto a House, ¿qué voy a deciros, si ya sabéis que es una de mis debilidades? Sus detractores objetan que era una serie repetitiva. Caso clínico raro-House y su equipo deliberan-Prueba/error varias veces-Genial idea de House y caso resuelto. Y es cierto, ése era el esquema básico. Pero a mi modo de ver, esa plantilla era en realidad el lienzo sobre el que se dibujaba lo verdaderamente interesante de la serie. También es cierto que la séptima temporada navegó un tanto a la deriva, con esa relación entre House y la doctora Cuddy que no conducía a ninguna parte. Y reconozco que la serie ya acusaba el cansancio de una vida demasiado prolongada.
No obstante: 1) El personaje de House se ha convertido en un arquetipo. 2) Algunos capítulos son obras maestras de la TV. Por ejemplo, Tres historias o La cabeza de House y El corazón de Wilson, que además también son verdaderos experimentos narrativos. 3) Es una de las series en abierto que más se ha atrevido a trasgredir tabúes. 4) Jamás se traicionó al personaje; House ha sido House en todo momento. 5) Se ha cerrado con uno de los más bonitos finales que he visto; lleno de ternura, pero absolutamente fiel al espíritu de la serie. Podría seguir, pero da igual. Por todo esto, y por muchas cosas más, considero que House es una de las mejores series de TV de todos los tiempos.
Otra serie que finalizó, de hecho antes que las otras dos, ha sido Médium, protagonizada por Patricia Arquette. Creo que ya os he hablado de ella. Allison DuBois, esposa y madre de tres hijas pequeñas, trabaja para la fiscalía en virtud de su don para comunicarse con los espíritus a través de sueños. Así pues, tres géneros unidos: fantástico, policíaco y comedia familiar. Y muy armoniosamente unidos, añado. Lo que hizo de esta serie una pequeña joya fue, entre otros factores, la calidad de unos guiones que perseguían constantemente la originalidad. El problema de mezclar el género policíaco con el tema de la videncia es, precisamente, la videncia, pues introduce un factor arbitrario, un as en la manga, para resolver los casos, algo que va en contra de la naturaleza deductiva del thriller. Es hacer trampa. Pero en Médium, los sueños de Allison no siempre eran lo que parecían, y muchas veces se convertían en enigmas en sí mismos. En otras ocasiones, las videncias de la protagonista se manifestaban de formas tan inesperadas como originales (una canción que no para de sonar en la mente de la prota, o unas gafas que le permiten ver el tiempo de vida que le queda a la gente, por citar dos entre muchas otras).
En cuanto a la parte de comedia familiar, resultaba muy divertida, con ese marido comprensivo, pero progresivamente harto de los dones de su esposa (y de despertarse en mitad de la noche sobresaltado a causa de los sobresaltos que los sueños causan en su mujer), y esas hijas, tan reales, que poco a poco van demostrando que han heredado los poderes de su madre (para desesperación nuevamente del marido). Hablando de esas niñas, cabe citar a la divertida María Lark –en el papel de Bridget, la hermana mediana-, una niña feúcha pero con un increíble desparpajo, y la progresión de Sofía Vassilieva –Ariel, la hermana mayor-, que promete ser una excelente actriz. En fin, que Médium es una serie muy recomendable, aunque su episodio final, por desgracia, no pudo ser más inadecuado. Y es que Médium siempre tuvo un suave tono de comedia (ésa era parte de su gracia), pero los guionistas, empeñados en cerrar la serie de forma inolvidable, convirtieron su final en un dramón de tomo y lomo. Error y traición al espíritu que animaba esta notable ficción televisiva.
Ahora iba a hablar de más series, pero es que hay demasiadas. En lo que a mí respecta, aparte de las tres que acabo de citar, durante el último año he seguido las siguientes series: Mad Men, Homeland, American Horror Story, Boardwalk Empire, The Big Bang Theory, Juego de tronos, Sherlock, El mentalista, Spartacus (sí, ya lo sé, es una macarrada; pero me lo paso bomba), Loui, Black Mirror, PanAm (una gilipollez que, por algún ignoto motivo, me hipnotizaba), The Killing, The River, The Walking Dead... y seguro que me olvido de más de una. A eso hay que añadir las series que veo de vez en cuando, como Los Simpson o Modern Family, y las series que empecé a ver, pero a los pocos capítulos mandé al infierno, como Alcatraz o Falling Skies. Más las series antiguas que tengo en DVD.
Vamos, que veo muchas series. Empiezo a pensar que demasiadas. Porque seguro que más de un merodeador, si es que queda alguno adherido al semiderretido asfalto de la ciudad, me dirá, escandalizado, que cómo es que no sigo tal serie o tal otra. Y la respuesta es muy sencilla: porque aparte de ver series de TV, también me gusta leer, ir al cine, charlar con los amigos, jugar al backgammon o al reversi, viajar, cotillear libros en las librerías, estar con mi familia, ver algún ocasional partido de fútbol (sólo del Madrid o de la Roja), visitar exposiciones o museos, comprar chorradas o, sencillamente, tumbarme sobre mi adorado sofá y no hacer nada. Todo eso, por supuesto, aparte de currar.
Así que seguro que me pierdo un montón de magníficas series, y lo lamento. Me reconcomo pensando que no he visto Downton Abbey, o Los Tudor, o Rockefeller Plaza, o The Wire, o Doctor Who, o A dos metros bajo tierra... Pero, demonios, es que hay tal sobreabundancia que se corre el riesgo de empacho. No cabe duda de que vivimos una auténtica edad de oro de la ficción televisiva.
Ahora bien, si eso es así, ¿dónde están las aportaciones españolas? Porque todas las series que he mencionado son anglosajonas (aunque hay dos basadas en producciones de Dinamarca y de Israel). ¿Y en España qué? Porque, que yo recuerde, hubo un par de comedias que no estaban mal, como las primeras temporadas de Siete vidas y Aquí no hay quien viva. Y Crematorio era técnicamente impecable, aunque a los guiones les faltaba un hervor. Y me han dicho que ¿Qué fue de Jorge Sanz? vale la pena. Y Pulseras rojas la ha comprado la ABC, pero como no he visto ni un fragmento de capítulo, ignoro qué tal es. ¿Y qué más? Porque todo lo que me viene a la cabeza son cosas como Los protegidos, Águila roja, Amar en tiempos revueltos, El barco, Hospital Central o biopics ridículos, como el de Letizia y el príncipe.
¿Por qué los españoles, salvo honrosísimas excepciones, somos tan mediocres a la hora de hacer cine, tanto para la pequeña pantalla como para la grande? Y no estoy hablando de los técnicos, ni de los actores; ni siquiera de los realizadores, sino sobre todo de los guionistas y, de rebote, de los productores. ¿Por qué se nos da tan mal la ficción cinematográfica? Bueno, supongo que hay muchos motivos (entre ellos la ausencia de una industria sólida), pero creo que parte de culpa la tiene nuestra triste tradición narrativa, que del siglo XVIII para acá ha sido (salvo excepciones) entre mediocre y paleta. Aunque a veces me pregunto si no sabemos narrar o si es que no tenemos nada que decir.
Ha llegado el turno de los “Héroes” y el final de mi canon. ¿A quiénes me refiero con el término “Héroes”? Veréis, para establecer las dos partes en que he dividido este canon (Olímpicos y Héroes), he trazado una frontera: la calidad literaria. Con “calidad literaria” me refiero básicamente a: la prosa, la técnica narrativa y el diseño de personajes. Así pues, los Olímpicos serían aquellos autores que podrían competir en igualdad de condiciones (literarias) con los buenos escritores de literatura general (con los buenos, no necesariamente con los mejores). Son autores valiosos con absoluta independencia del género que cultiven.
Pero el mundo de las letras no acaba ahí, por supuesto. Además de la prosa, la técnica narrativa y el diseño de personajes existen otros valores. Por ejemplo, la imaginación, el desarrollo de tramas y argumentos o los conceptos brillantes. Además, como hablamos de un género literario, existen autores, quizá literariamente mediocres, que han aportado grandes hallazgos al género, haciéndolo evolucionar y contribuyendo a sustentar lo que vendría después. Esos autores deben ser contemplados si se quiere entender la cf. Y, qué demonios, además algunos son muy divertidos.
Los Héroes
Anderson, Poul (Estados Unidos 1926-2001). Nunca me gustó, la mayoría de sus novelas siempre me decepcionaron. Aún así, fue un autor muy prolífico y uno de los más populares en los años 50 y 60. Entre sus múltiples obras yo destacaría (con escaso entusiasmo) los relatos de Los Guardianes del Tiempo y la novela Tau Zero.
Asimov, Isaac (Rusia/USA 1920-1992). Muchos aficionados a la cf llegaron al género de la mano de Asimov. Yo no. De hecho, la mayor parte de las novelas de Asimov que leí, o intenté leer, durante mi juventud no me gustaron. Y es que Asimov, como escritor, dejaba mucho que desear. Cuentan que alguien, analizando su obra, se propuso enumerar las metáforas (y tropos en general) que había en ella. El resultado fue: cero. El propio Asimov dijo que para ser un escritor prolífico (él lo era y mucho) la clave está en corregir lo menos posible. Se le nota. No obstante, es el escritor de cf más famoso del mundo, fue un hombre inteligente y con sentido del humor y fue uno de los grandes pilares del género en sus inicios. Entre sus obras más prestigiosas suelen citarse Los propios dioses y El fin de la eternidad, pero yo me quedo con los títulos que constituyen el núcleo principal de su bibliografía: la trilogía de Las Fundaciones y la antología Yo robot.
Baxter, Stephen (Inglaterra 1957). No está mal su novela steampunk Antihielo. Es lo único suyo que he leído.
Budrys, Algis (Lituania/USA 1931-2008). Sólo he leído dos obras suyas y sólo una me interesó: la brillante novela El laberinto de la Luna.
Campbell, John W. (Estados Unidos 1910-1971). Es más conocido por su labor como editor al frente de Astounding. Desde ese puesto cambió la cf americana (lanzando a autores como Asimov, Simak o Heinlein) y controló el género durante una larga década (no siempre para bien). Su relato más reseñable (y el único suyo que conozco) es Who Goes There?, que fue llevado dos veces a la pantalla (El enigma de otro mundo, de Nyby/Hawks, y La Cosa, de Carpenter) y cuenta con una reciente precuela, The Thing, dirigida por Matthijs van Heijningen Jr.
Clarke, Arthur C. (Inglaterra, 1917-2008). Os juro que me encantaría haberle situado en el Olimpo, y que estuve a punto de hacerlo; pero, reconozcámoslo, Clarke tenía muchas limitaciones como escritor. No obstante, en sus mejores momentos podía llegar a ser más profundo, más filosófico, que la mayor parte de sus colegas. Clarke contemplaba el universo como si fuera un enorme misterio (en realidad lo es), pero no intentaba explicarlo, porque entendía que su inmensa belleza dependía precisamente de su naturaleza enigmática. Para él, el universo era lo numinoso, lo inabarcable, y en sus mejores obras lograba transmitir con gran intensidad esa sensación al lector. Su maravilloso relato El centinela es un buen ejemplo de esto. La mayor parte de sus novelas son entre malas y mediocres, pero cuenta con algunos títulos notables, entre los que destacaría La ciudad y las estrellas, El fin de la infancia y Cita con Rama (mi favorita). Además escribió un montón de buenos relatos, algunos tan famosos como Los 9.000 millones de nombres de Dios. Personalmente recuerdo con mucho cariño sus Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco. Sea como fuere, Clarke fue el autor que co-escribió con Kubrick el guión de 2001: Una odisea del espacio (basándose precisamente en El centinela), lo cual le otorga automáticamente un lugar en este canon.
Del Rey, Lester (Estados Unidos 1915-1993). Un escritor menor, pero algunos de sus relatos cortos son muy simpáticos.
Ellison, Harlan (Estados Unidos 1934). Fue el gran valedor de la New Thing en USA y enfant terrible del género, reputado antólogo (sobre todo por la más o menos rompedora antología Visiones peligrosas), así como guionista de cine y TV. Pero, sobre todo, es un gran (aunque desigual) autor de relatos cortos, entre los que destaco mi favorito No tengo boca y debo gritar.
Fast, Howard (Estados Unidos 1914-2003). Es más conocido por ser el autor de la novela histórica Espartaco (llevada por Kubrick a la pantalla). Lo que no muchos saben es que también escribió varias antologías de excelentes relatos cortos. Uno de ellos, La caja fría fría, se ha quedado grabado indeleblemente en mi memoria.
Galouye, Daniel (Estados Unidos 1920-1976). Creo que sólo tiene una novela reseñable, Mundo simulado (también conocida como Simulacrón 3). Se trata de un relato divertido y (en su momento) muy original, que fue llevado a la pantalla en 1999 con el título en español de Nivel 13. Quizá lo más interesante de esa novela es que se trata de una antecedente del ciberpunk.
Hamilton, Edmond (Estados Unidos 1904-1977). Un escritor muy pulp; es decir, imaginativo pero malo. Sólo hay un motivo para que lo incluya aquí: el sentimental. La primera novela de cf que leí, siendo un niño, fue Los reyes de las estrellas, de Hamilton. Entonces me encantó, pero es un texto malísimo. Ni se os ocurra leerle.
Kornbluth, Cyril (Estados Unidos 1923-1958). Sus mejores obras, con diferencia, son las que escribió con Frederick Pohl; especialmente la ya citada Mercaderes del espacio.
Kuttner, Henry (Estados Unidos 1915-1958). Kuttner suele ser valorado en el fandom por las obras que escribió en colaboración con su esposa, la también escritora Catherine L. Moore. Por el contrario, yo suelo preferir al Kuttner que escribía en solitario. Sólo tiene una novela, que no conozco, pero lo importante son sus extraordinarios relatos cortos, un puñado de joyas llenas de ingenio y talento. En particular, guardo un gratísimo recuerdo de su cuento El halo equivocado, una obra maestra del humor.
Laumer, Keith (Estados Unidos 1925-1993). He aquí otra de mis debilidades. Laumer es un escritor de segunda, lo reconozco; pero a mí me divierte muchísimo. En los 70 sufrió una apoplejía que le dejó medio paralizado y le condujo a la locura, arruinando su carrera y su vida. Una pena.
Leiber, Fritz (Estados Unidos, 1910-1992). Escribió por igual cf, espadas y brujería, fantasía y terror. Sus mejores obras quizá sean la serie Crónicas del Gran Tiempo y El planeta errante. En el campo del terror cabe destacar Nuestra señora de las tinieblas.
Martin, George R. R. (Estados Unidos 1948). Es mucho más conocido por su dedicación la fantasía heroica, pero comenzó su carrera escribiendo cf. Dentro de este género tiene dos novelas (una de ellas en colaboración) y varias excelentes antologías de relatos. En España, y entre varios de mis amigos, goza de gran prestigio su primera novela Muerte de la luz. Se trata de una obra notable (sobre todo por la ambientación), pero tengo un problema con ella. En el texto aparece un personaje, creo que se llamaba Arkin, que es descrito como cobarde, intrigante y carente por completo de honor. Un ser despreciable, vamos. Pues bien, el caso es que, a partir de un punto (hacia el final), creo que el único personaje sensato es precisamente Arkin. Toda la simpatía del narrador va hacia el prota, pero a mí ese prota me parece que se comporta como un gilipollas al no hacer caso a los inteligentes consejos de Arkin. Es decir: en esta novela estoy de parte del villano. Qué le vamos a hacer.
Oliver, Chad (Estados Unidos 1928-1993). Uno de los escritores de cf más olvidados. Leí un par de novelas suyas hace siglos y me gustaron (sobre todo, la titulada Sombras en el Sol), pero vete tú a saber qué me parecerían ahora. En cualquier caso, tiene una peculiaridad: era antropólogo y su cf estaba basada en la antropología. Algo muy poco frecuente en el género.
Shaw, Bob (Irlanda 1931-1996). Un escritor menor, pero agradable. Son interesantes sus relatos basado en el “cristal lento”, pero su obra más célebre es la excelente El palacio de la eternidad.
Sterling, Bruce (Estados Unidos 1954). Es uno de los padres del ciberpunk. Algunos de sus relatos cortos me gustaron, pero entonces leí su novela Islas en la red y me pareció tan insultantemente idiota que decidí tacharle de mi lista.
Sprague de Camp, Lyon (Estados Unidos 1907-2000). Un escritor menor que se dedicó sobre todo a la fantasía heroica. En el campo de la cf (y la fantasía a secas) escribió una serie de relatos cortos que trataban el género de forma juguetona e irónica. Un estilo que hoy ya casi no existe.
Tenn, William (Inglaterra/USA 1920-2010). Se dedicó durante muy poco tiempo a la cf, pero aún así escribió varias antologías de excelentes relatos cortos.
Van Vogt, A. E. (Canadá 1912-2000). Es un escritor muy, pero que muy malo, y además muy anticuado. Sin embargo, tiene dos peculiaridades que le hacen reseñable. En primer lugar, escribió la novela corta Destructor negro, que de un modo u otro inspiró dos sagas cinematográficas de cf: Star Trek y Alien. En segundo lugar, estaba como una cabra. Se tragaba cualquier teoría por absurda que fuese; o, mejor dicho, cuanto más absurda fuese la teoría, más se la tragaba. En concreto, se creyó hasta las cachas la Dianética, de Ron Hubbard (la base de la Cienciología), y la Semántica General, de Alfred Korzybski. Con estas chaladuras en la cabeza escribió una de sus obras más famosas, El mundo de los No-A (No-A significa “no aristotélico”). Pese a ser casi absolutamente incompresible, se trata de una novela fascinante, porque leerla es como entrar en la mente de un loco (su continuación, Los jugadores de No-A, es incomprensible sin el casi).
Varley, John (Estados Unidos 1947). Dos de sus primeros relatos me llamaron la atención: En el salón de los reyes marcianos y La persistencia de la visión. Luego leí su novela Titán y me pareció una gilipollez tan grande que no volví a leer nada suyo. Por lo visto, su obsesión es copiar el estilo de Heinlein hasta mimetizarse con él, lo cual, qué queréis que os diga, se me antoja una decisión más bien extravagante.
Vonnegut, Kurt (Estados Unidos 1922-2007). ¿Por qué sitúo aquí a este excelente escritor? Porque no estoy seguro de que sus obras más conocidas sean cf, aunque contengan muchísimos elementos del género. Creo que Vonnegut utiliza la cf como un recurso satírico, pero no intentando hacer género, sino usándola como metáfora o como contrapunto. Aunque puedo estar equivocado, claro, en cuyo caso trasladadle mentalmente al panteón olímpico. Lo que no muchos saben es que Vonnegut comenzó su carrera escribiendo relatos de pura y dura cf, y publicándolos en revistas del género. Recuerdo con cariño alguno de ellos, como Cuerpos inútiles, que leí en el número 6 de Más Allá. Tenían mucho encanto y por eso me parece imprescindible citar a Vonnegut.
Williamson, Jack (Estados Unidos 1908-2006). Probablemente el escritor de cf más longevo de la historia (estuvo en activo casi hasta su muerte). Y también un escritor claramente pulp, con lo algo bueno y mucho malo que eso tiene. Si le cito es casi exclusivamente por una de sus novelas, Los humanoides, que no es una maravilla pero tiene cierta profundidad temática, y es un clásico de la cf añeja.
Womack, Jack (Estados Unidos, 1956). Adscrito al movimiento ciberpunk. Sólo he leído una novela suya, Ambiente, que está bien, pero -en contra de la opinión general- a mí no me parece gran cosa.
Las justificadas ausencias.
Hay algunos escritores de cf muy conocidos que no incluyo ni entre los olímpicos ni entre los héroes. Y no solo porque me parezcan malos, sino también, y sobre todo, porque me irritan. Citaré sólo cuatro:
Herbert, Frank (Estados Unidos 1920-1986). Era un pésimo escritor; su prosa, rimbombantemente mala, resulta entre cómica y grotesca. Sin embargo, una de sus novelas, Dune, aparece siempre presidiendo (o casi) las listas de los mejores títulos de cf de todos los tiempos. Pues bien, Dune es su novela más legible, sí, y resulta incluso divertida, pero está tan mal escrita como el resto de sus novelas. De las continuaciones para qué hablar.
Card, Orson Scott (Estados Unidos 1951). Card es mormón. Por lo general, no creo que las ideas religiosas de los escritores deban necesariamente afectar a sus obras, pero... En fin, todas las religiones son absurdas, sí; pero las creencias que sustenta La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días resultan especialmente ridículas. Y Card está tan implicado en su iglesia que fue misionero en Brasil. ¿Influye eso en su obra? Pues creo que sí, sobre todo en los aspectos morales. Vamos, que Card es un reaccionario de tomo y lomo, y se le nota. Su novela más famosa, con diferencia, es El juego de Ender. Una fantasía de poder masturbatoria basada en una ética execrable. ¿Por qué digo esto? Quien quiera saberlo que lea el excelente artículo de John Kessel "Anatomía de un asesino inocente: intención y moral en El juego de Ender".
Niven, Larry (Estados Unidos 1938). Durante un tiempo, Niven fue un autor prestigioso en el seno del fandom, y no sé por qué. Su novela más famosa quizá sea Mundo anillo, que es un coñazo mal escrito, sin argumento ni interés. Y casi lo mismo puede decirse de su segunda novela más famosa, La paja en el ojo de Dios (escrita con Pournelle), añadiendo además que es larga hasta el tedio, facha y militarista. Niven es de lo peor que le ha pasado a la cf.
Brin, David (Estados Unidos, 1950). Si Niven me parece malo, Brin es aún peor. Infumable.
Bueno, pues estamos llegando al final. Dado que se trata de un canon personal, evidentemente está elaborado sin el menor afán completista. Faltan muchos nombres, sea porque no conozco su obra, o porque no tengo ninguna opinión formada acerca de ellos. Así pues, hay autores, quizá interesantes, que han quedado fuera. Por citar algunos: Michael Bishop, Barry Malzberg, John Sladek, Octavia Butler, Sheri S. Tepper, James P. Blaylock, Kim Stanley Robinson (de quien intenté leer Marte rojo, pero me pareció un coñazo),Connie Willis, Michael Swanwick, John Kessel, Keith Roberts, o Cory Doctorow.
Por último, insisto en que este canon, como todos los cánones de la cf, es profundamente injusto. Porque la esencia del género no está en las novelas (por muy buenas novelas de cf que haya), sino en los relatos cortos. Esto se debe, a mi entender, a tres razones. En primer lugar, a que la cf se ha nutrido tradicionalmente de autores diletantes surgidos del fandom, y por tanto con técnica narrativa deficiente. Pero lo cuentos, en su forma clásica, no necesitan demasiada técnica, así que es más sencillo que un autor mediocre escriba un gran cuento, que una gran novela. En segundo lugar, durante mucho tiempo el motor de la cf fueron las revistas, y en las revistas se publicaban, sobre todo, cuentos. Por último, la cf, como literatura especulativa, parte de la pregunta “¿qué pasaría sí...?”, lo cual genera con frecuencia relatos muy conceptuales. No obstante, muchas veces esos conceptos no dan para una novela, pero sí para un cuento. Por eso hay muchísimos cuentos que, pese a estar mediocremente escritos, poseen una gran fuerza (El centinela, de Clarke, sería un buen ejemplo). Así pues, hay muchísimos cuentos maravillosos de cf de los que no recuerdo ni el nombre ni el autor. Tendrían que estar en el canon, pero no están. Por eso, debería dedicar estos artículos al Autor Desconocido, que me hizo tan feliz como los más famosos, pero que no tengo la decencia de recordar.
Y ya está, se acabó. Espero que esto os haya servido de algo.
El hecho de que esto sea MI canon, y por tanto dependa sólo de mis gustos personales, está muy bien, porque nadie podrá discutirme lo que me gusta o no me gusta, aunque sí, por supuesto, la calidad de mi paladar literario (algo, por cierto, sobre lo que yo también albergo serias dudas). No obstante, escasa utilidad tendría este canon si me limitara a citar los que sí me gustan, pasando de los que no son de mi agrado; sobre todo, si se trata de escritores de prestigio. Y aún más cuando son autores cuya calidad yo mismo reconozco, aunque sea incapaz de disfrutarla.
Pero es que creo que no hay nadie a quien le guste sinceramente todo lo bueno, incluso todas las obras maestras. Seguro que, si os paráis a pensarlo, recordaréis obras de arte –novelas, cuadros, películas, música, arquitecturas, lo que sea- que, pese a ser aclamadas mundialmente, a vosotros os dejan frío. Y no es que esas obras de arte tengan nada de malo; sencillamente, vuestra sensibilidad no encaja con ellas. A mí me sucede, desde luego. Por ejemplo, el cine de Tarkovki sólo consigue arrancarme bostezos (aunque reconozco la carga poética de sus imágenes), y lo mismo me ocurre con Antonioni. No soporto a Faulkner, me irrita su estilo y aún más los múltiples imitadores de su estilo. Joseph Conrad, aunque objetivamente debería gustarme, me aburre. Coño, si incluso hay muchos aspecto de El Quijote que me desagradan. Bueno, pues lo mismo me sucede con la cf: hay magníficos escritores que no me gustan.
Y no tengo ninguna justificación para ello. Sencillamente, ocurre, qué le vamos a hacer. En cualquier caso, sería injusto para los amables merodeadores de Babel que me limitara a pasar de largo por esos escritores que mi embrutecida sensibilidad ha rechazado sin, al menos, mencionarlos. No voy a intentar justificar por qué no me gustan, porque no puedo justificarlo. El problema es mío, no de esos autores. Así pues, aquí tenéis un puñado de excelentes escritores cuyo brillo mi ceguera me impide contemplar.
Los olímpicos. Las injustificables ausencias.
Mary Shelley (Inglaterra, 1797-1851), autora de Frankenstein (1818). Estamos hablando, nada más y nada menos, que de la escritora y la novela que inauguraron el género de la cf. Estamos hablando de un gran título del fantástico mundial. Estamos hablando de uno de los más célebres arquetipos literarios jamás creados. Estamos hablando de un mito. Pues bien, cada vez que he intentado leer Frankenstein se me ha desencajado la mandíbula por los bostezos. Me parece un fárrago filosófico muy poco interesante y, además, profundamente conservador. No soporto la prosa de Mary Shelley, como no soporto la prosa de casi ningún otro escritor romántico. Pero, lo sepa yo ver o no, es todo un clásico.
Aldous Huxley (Inglaterra, 1894-1963), autor de Un mundo feliz (1932). Nos encontramos ante la que sin duda es, junto con 1984, la distopía más famosa del mundo. Un libro lleno de ideas brillantes y asombrosas premoniciones, una novela profundamente filosófica, una historia que nos plantea un complejo dilema moral. Y, sin embargo, una narración muy deficiente. Entendedme: me parece un libro muy interesante, como ensayo, como especulación, como discurso ético, pero como novela se me antoja, en el mejor de los casos, mediocre. De hecho, otras novelas suyas –Contrapunto, Mono y esencia, La isla-, no hicieron más que confirmarme que Huxley poseía una mente brillante, pero muy escasas dotes de narrador. Un mundo feliz es un libro recomendable, sí, pero como ensayo, no como novela. Porque –y aquí me arriesgaría a afirmar que soy casi objetivo- no es una buena novela. Pero probablemente esté equivocado.
Ursula K. Le Guin (Estados Unidos, 1929). Ésta es la ausencia que todos los aficionados a la cf con un poquito de sensibilidad me echarán en cara. Y con mucha razón. Le Guin es uno de los más reputados escritores que ha dado el género (utilizo el masculino como genérico, para que nadie piense que me refiero sólo a las escritoras), y además, uno de los pocos que se han incorporado de pleno derecho a la literatura general. Muchos de mis amigos, gente de sofisticado paladar literario, aseguran que doña Ursula es una escritora extraordinaria; lo dicen ellos, lo dice la crítica, lo dice todo el mundo. Vale, pero a mí me abuuuuuuurre. Intenté leer La mano izquierda de la oscuridad, intenté leer El nombre del mundo es Bosque, intenté leer Los desposeídos, intenté leer sus relatos cortos... y todos sus libros se me cayeron de las manos a las pocas páginas. ¿Por qué? Ni idea. Yo me lo pierdo.
Gene Wolfe (Estados Unidos, 1931). Aquí tenemos un caso similar al de Le Guin, aunque menos conocido y prestigioso fuera del ghetto. Wolfe es un escritor serio y riguroso, lo sé, uno de los mejores del género, aunque bastante minoritario. Además, en ocasiones se ha inspirado en Cordwainer Smith, un autor que reverencio. No obstante, y por desgracia, Wolfe también me abuuuuuuurre. No pude acabar su novela más famosa, La quinta cabeza del cerbero, ni el primer tomo de su célebre serie El libro del sol nuevo. Pero es un buen escritor, me consta; el problema, una vez más, soy yo.
Brian Aldiss (Inglaterra, 1925). Para quienes no le conozcan, se trata del autor del relato Los superjuguetes duran todo el verano, que dio origen a Inteligencia Artificial, la película de Spielberg que fue inicialmente un proyecto de Kubrick. Se trata también de uno de los padres de la New Thing y de un escritor de gran prestigio. Y yo he leído algunas de sus novelas, como La nave estelar, Barbagrís o Invernáculo. No me aburre. Pero tampoco me divierte. Me deja absolutamente frío. Sus relatos son como neutrinos que pasan a través de mí sin dejar la menor huella. Pero cualquiera con un poquito más de cerebro que yo os diría que es un excelente escritor al que vale la pena leer.
Lucius Shepard (Estados Unidos, 1947). No es exactamente un escritor de cf; mezcla géneros, aunque más bien se decanta por la fantasía. En este caso no se trata de que no me guste, sino de una inexplicable omisión. He leído un par de cuentos suyos, y me gustaron; pero, por algún motivo, no he vuelto a leer nada más de él. Ignoro la razón, pero así es. Un descuido. Tendré que repararlo.
Samuel R. Delany (Estados Unidos, 1942). Un autor de gran prestigio dentro del fandom e incluso fuera de él. Un escritor serio, poético, con buenas ideas, un excelente escritor, en definitiva. He leído dos novelas suyas, Babel-17 y Nova. Y punto, ninguna más. Porque sin duda posee una prosa brillante, pero a mí esa prosa me repatea, no la soporto. El equivocado soy yo, no lo dudéis, pero es lo que hay. Cuestión de gustos, supongo.
Alice Sheldon, más conocida por el seudónimo James Tiptree Jr. (Estados Unidos 1915-1987). Esta escritora escribió siempre bajo un nom de plume masculino y nadie conocía su auténtica identidad. En cierta ocasión, Robert Silverberg defendía que hombres y mujeres escriben de forma distinta, y para apoyar su tesis puso el ejemplo de James Tiptree Jr., afirmando que ninguna mujer podría escribir así. Y luego resultó que Tiptree no era un James, sino una Alice. Pobre Bob, vaya corte... El caso es que Tiptree está considerada una gran escritora y renovadora del género. Por cierto, tuvo un final trágico: su marido enfermó de Alzheimer y ella le mató, suicidándose acto seguido. Añadiré, como curiosidad, que hace no mucho se publicó en España una voluminosa biografía de esta escritora (Alice B. Sheldon, Julie Phillips, Circe 2007). Lo cual me parece asombroso, porque no creo que haya demasiada gente en nuestro país que haya oído hablar de James Tiptree Jr. ¿Cuántos ejemplares venderían, aparte del que compré yo?
Estoy seguro de que he leído bastantes cuentos de la señora Tiptree/Sheldon, y probablemente una novela, En la cima del mundo, pero... nos encontramos antes un preocupante caso de cortocircuito mental: no recuerdo nada. Incluso cuando hojeo algunos de sus relatos que sé que he leído, lo único que obtengo es una vaga sensación de familiaridad. Está claro que no tardaré en seguir el camino de su pobre marido. Pero antes tendré que releer alguna antología de Tiptree/Sheldon, a ver si me entero de una vez por todas.
John Brunner (Inglaterra, 1934-1995). Durante la primera parte de su carrera literaria, Brunner se dedicó a escribir cf de aventuras serie B. De jovenzuelo leí alguna de ellas y eran space operas de escaso interés. Pero a mediados de los 60, supongo que por el influjo de la New Thing, Brunner decidió dar un giro a su carrera y convertirse en un escritor serio y comprometido (en este sentido, su caso es similar al de Silverberg). Así escribió algunas de sus más célebres obras: Todos sobre Zanzíbar, Órbita inestable, El rebaño ciego y El jinete de la onda de choque. Se trata de serias advertencias sobre los peligros de nuestra civilización y están consideradas entre lo mejor de la cf mundial. Pero yo no logro que me interesen. Ignoro por qué, pero hay algo en el estilo narrativo de Brunner que hace que me desconecte. Burro que es uno.
Iain M. Banks (Escocia, 1954). De todos los que he citado, este es el escritor más joven y actual. Lleva una doble vida: cuando escribe cf pone la “M” en su nombre, y cuando escribe literatura general, se la quita. Todo el mundo dice que es un excelente escritor. Mi buen amigo Julián Díez me lo deja claro casi cada vez que nos vemos. Pero yo, qué queréis que os diga, no consigo pillarle el punto. He intentado leer cuatro novelas suyas y no pude acabar ninguna. En fin, es un buen narrador, sí, y escribe space operas sofisticados y aparentemente divertidos, y tiene buenas ideas, y crea sólidos personajes... Pero no consigo que me interese lo que me cuenta. Curiosamente, he leído un par de novelas mainstream suyas y sí pude acabarlas. ¿Será en definitiva que el space opera no me gusta?
Bueno, creo que éstas son las más clamorosas ausencias; aunque podría citar otros nombres, como Olaf Stapledon, Damon Knight, Avram Davidson, R. A. Lafferty o Kate Wilhelm. El primero siempre me ha parecido pesadito, aunque su novela Sirio no me desagradó. A los otros cuatro les he leído muy poco, por no decir casi nada; entre otras cosas porque tienen escasa obra publicada en castellano.
Supongo que hay muchas más omisiones injustificables, pero o no las conozco o no las recuerdo. En la próxima entrada del canon comentaremos obras y autores heroicos. Es decir, significativos, pero de inferior calidad que los olímpicos, siempre en mi humilde opinión. Nos vemos.
NOTA: La imagen que preside este post es obra de Chesley Bonestell, uno de los más famosos ilustradores clásicos de cf. Se la dedico a Big Brother.
Hace poco, coincidiendo con la clasificación de la selección española para la final de la eurocopa y la derrota de Alemania, un exaltado locutor de radio dijo en tono triunfalista: “Ellos tendrán mejores administradores, pero nosotros tenemos mejores futbolistas”. Vaya, pensé yo, pues preferiría que fuese al revés...
Supongo que éste sería un buen momento para filosofar sobre los países que prestan más atención a lo accesorio -el fútbol- que a lo importante -el buen gobierno-, o para señalar con suspicacia que tres de los cuatro países semifinalistas eran PIGS (a estas alturas la “I” del acrónimo vale tanto para Irlanda como para Italia), o para despotricar sobre aquellos que se alegran demasiado, y demasiado ruidosamente, por algo tan banal como el deporte. Sí, podría hacerse todo eso, pero habría que ser muy gilipollas para hacerlo. Porque Alemania cuenta con una honrosa tradición de triunfos futbolísticos que, al parecer, no ha interferido en nada con su buen gobierno económico. Porque en los últimos tiempos España sufre un intenso (y merecido) complejo de inferioridad, y un chute de moral, aunque sea por algo de escasa importancia, nos viene de maravilla. Porque el entrenador alemán, Löw, es un bocazas (igual que Balotelli), y es un gustazo cerrarles la boca a los bocazas. Pero sobre todo, porque lo que está haciendo (y cómo lo está haciendo) la selección española de fútbol, la Roja, no es algo intrascendente, sino un ejemplo para todo el país. Luego me explicaré.
Decían que la Roja estaba en declive, que ya no tenía pegada. Yo también lo pensaba. Decían que la Roja hacía un fútbol aburrido. Y yo también lo creía. Los partidos de la primera fase (con la excepción del que se jugó contra la pobre Irlanda) fueron un coñazo, y el que nos enfrentó a Portugal sólo se salvó por la emoción de los penaltis. Pero el jugado contra Francia debería habernos dado la pista de por dónde iban los tiros.
No sé mucho de fútbol, pero está claro que uno de los secretos de la Roja es la asombrosa precisión en el pase. Eso permite el famoso tikitaka, el juego de control y triangulación constante que le roba el balón a los rivales, impidiéndoles hacer su juego. La Roja controla los partidos, anestesia a los rivales, adormece el juego, como si ralentizara el tiempo. El problema es que a veces lo adormece demasiado y todo se queda en un peloteo coñazo que no parece conducir a ninguna parte (eso también le pasa a veces al Barça; aunque, claro, el Barça tiene a Messi), pero que suele resultar eficaz gracias su prodigiosa defensa y su prodigioso portero (¡sólo un gol encajado en todo el campeonato!). De modo que sí, en ocasiones el fútbol que hace la Roja puede ser aburrido, aunque letal.
Sin embargo, cuando, aparte de lo dicho, la Roja adquiere velocidad y profundidad, entonces se convierte en un espectáculo fascinante, incluso para quienes no les gusta el fútbol. Y eso es lo que sucedió ayer en la final contra Italia. Pocas veces he visto anular a un rival tan totalmente. Italia jamás tuvo la menor posibilidad, era como Danny de Vito enfrentándose a Arnold Schwarzenegger. Durante la segunda parte, Italia daba incluso pena. Cierto es que se quedaron con diez jugadores por culpa de una lesión, pero su verdadero problema era que estaban fundidos, hechos polvo. Se habían agotado persiguiendo balones a los que nunca llegaban, porque el control absoluto era rojo. Fue un 4-0, pero podría haber sido un 6-0 con toda facilidad. Una gozada.
Y yo me alegro, qué demonios. Me alegro por la alegría que nos hemos llevado los españoles, en especial por todos aquellos que más sufren la crisis. Me alegro porque hacía 92 años que España no ganaba a Italia en un partido oficial. Me alegro porque ya era hora de que hubiese una buena noticia en este puto país, aunque sea una noticia intrascendente. Me alegro por Vicente del Bosque, porque, aparte de ser un gran seleccionador, es un tío tranquilo y discreto, y parece una buena persona. Y me alegro por los futbolistas de la selección, porque también son discretos y no hay nadie que vaya de figura. Vale, son un grupo de millonarios privilegiados; pero también lo son los directivos de muchos bancos y cajas de ahorros que se han enriquecido pese a (o a costa de) haber arruinado las entidades donde trabajaban. A diferencia de ellos, los futbolistas de la Roja están cumpliendo a la perfección con su cometido. Alguien bromeó diciendo que para arreglar nuestro país bastaría con nombrar a del Bosque presidente de gobierno. ¿Una broma? No del todo, creo.
La Roja es un ejemplo para España. ¿Por qué? Veréis, tradicionalmente nuestra selección de fútbol se confeccionaba escogiendo a los mejores jugadores del país para luego, hala, echarlos al campo como si fueran gladiadores, al estilo español, con dos cojones en plan tercios de Flandes. La famosa “furia española”. Y ya sabéis lo que pasaba: el primer equipo con un poco de cerebro que se nos cruzara por delante nos mandaba a casa. También se probó a imitar. Por ejemplo, a los alemanes, que siempre ganaban. El problema era que los jugadores españoles no tenían las características de los alemanes, así que otra vez para casa en cuartos de final. Otro problema era el respeto al status quo. Había jugadores que tenían que estar en la selección sí o sí, como ocurría con Raúl, que seguía siendo convocado cuando ya no era ni sombra de lo que había sido. O con Hierro, que al parecer era el tiranuelo del vestuario y creaba más problemas que otra cosa. Había mucho politiqueo barato en la selección.
Todo eso cambió cuando Luis Aragonés fue nombrado seleccionador nacional. Aragonés hizo algo muy poco español: reflexionar. ¿Cuáles son los mejores jugadores que produce España?, se preguntó. Centrocampistas. ¿Y qué hacen bien los centrocampistas? Controlar el balón. Así que Aragonés construyó la selección en torno al centro del campo y basó su juego en el control del balón. Además, se cargó el status quo; nada de amiguismos y politiqueos, de modo que adiós a los “intocables” que lastraban la selección. Fuera la estrellitas: fútbol colectivo en el que sólo participarían los jugadores idóneos para la estrategia general. Parece sencillo, pero fue una revolución futbolística, una gran idea que del Bosque continuó y perfeccionó, y que muchas selecciones intentan imitar.
Bueno, pues ese es el ejemplo que todos en este país deberíamos imitar. Usar más la cabeza y menos los güevos, reflexionar, diseñar un plan de futuro para todos, abominar de los politiqueos y las corruptelas. Porque, a fin de cuentas, la gran enseñanza que nos regala, campeonato a campeonato, la selección española de fútbol es que los españoles podemos cambiar para bien. No todo está perdido.