Una de las
escasas utilidades de Babel es compartir con los conspicuos merodeadores algo
que me haya gustado, y es lo que voy a hacer ahora. Pero antes, una confesión:
de cuando en cuando el cuerpo me pide leer “basura inteligente”. Al decir
“basura” me refiero a novelas que cuentan historias disparatadas, escasamente
(o nada) vinculadas con la realidad y sin ninguna pretensión metafórica,
novelas cuyo único objetivo es entretener al lector.
¿Por qué
“basura”? En realidad, estoy empleando el término que usaría, y usa, la crítica
literaria culta para referirse a esa clase de libros. Son basura porque cuentan
historias absurdas, porque están escritos con prosa, en el mejor de los casos,
meramente funcional y porque son productos comerciales sin ambiciones artísticas.
El alcance de este criterio dependerá de lo pequeño o grande que sea el filtro
que emplees.
En lo que a
mí respecta, dentro del saco de la basura literaria entran muchísimos autores,
como Dan Brown, Stephanie Meyer, Clive Cussler o E. L. James, por citar sólo
algunos nombres conocidos. No los leo, porque son malos y me aburren. De hecho,
la mayor parte de las novelas que se consideran meros productos de
entretenimiento, lo único que consiguen es sumirme en el tedio. Eso es, para
mí, basura a secas.
Y ahí es
donde entra el adjetivo “inteligente”. Novelas con tramas disparatadas, sin
pretensiones de ningún tipo, cuyo único objetivo es entretener, pero... pero
narradas con talento, imaginación, cuidado por el detalle y respeto a la
inteligencia del lector. ¿Eso es basura? No lo sé, quizá desde cierto punto de
vista lo sea; pero, en cualquier caso, basura honesta e inteligente. ¿Ejemplos?
El padrino, de Mario Puzzo, La trilogía Milenium de Stieg Larssen, Las Fundaciones de Asimov, Los
asesinatos de Manhattan de Preston
& Child o La isla de las tormentas, de Ken Follett. Basura
inteligente.
O lo que Chesterton definía como el
placer inconfesable de los “buenos libros malos”. Por ejemplo, el Tríptico
de Asclepia, de Ian Tregillis, compuesto por las novelas Semillas
amargas, La guerra más fría y Un mal necesario (Random 2013).
Vi Semillas amargas, el
primer tomo de la trilogía, en una librería. Parecía literatura juvenil, pero
no lo era. El texto de contraportada rezaba: “En los albores de la Segunda
Guerra Mundial las fuerzas nazis cuentan con superhombres y las británicas con
demonios de la naturaleza. Pronto, un hombre normal y corriente se verá
atrapado entre los dos bandos”. ¿Por qué compré un libro así? No sabía nada de
él ni de su autor, pero tuve una premonición: con una trama tan disparatada, o
aquello era una mierda infumable o era un bocado exquisito. Las probabilidades
estaban 99 a 1 a favor de la primera opción, pero el libro era barato, así que,
qué narices, lo compré. Como no quería que se quedara haciendo bulto en mi pila
de pendientes de lectura, lo comencé a la primera de cambio, convencido de que
lo iba a mandar a la mierda a las 20 páginas.
Pero, mira tú qué cosas, me
enganchó. Mucho. Y me sorprendió. Intentaré explicar por qué.
Veamos el argumento: En 1939,
Raybould Marsh, un agente secreto británico, se dirige a Tarragona, en plena
Guerra Civil, donde un técnico cinematográfico alemán va a pasarle una
información de vital importancia sobre el régimen nazi. El técnico muere,
misteriosamente abrasado, pero Marsh logra recuperar parte de esa información:
un chamuscado rollo de película donde pueden verse superhombres en acción.
Porque un científico loco alemán, el Doktor Von Westarp, se dedicó a comprar
huérfanos en los años 20 y a someterlos a atroces operaciones quirúrgicas en
las que la mayor parte de los niños morían. Pero a los que sobrevivían les
conectaba una batería al cerebro y se convertían en superhombres. Cada uno con
su especialidad.
Uno podía volar, otro hacerse
invisible, otro atravesar paredes, otro lanzar llamas como la Antorcha Humana,
una joven que ve el futuro, un telequinético capaz de aplastar un rascacielos
con un simple acto de voluntad, unas gemelas telépatas... ¿Quién creéis que es
el superhombre más poderoso? Si habéis respondido que la chica que ve el
futuro, premio, porque los demás poderes son propios de superhombres, pero el
suyo corresponde a una semidiosa. De hecho, ella, Gretel, es el titiritero en
la sombra que maneja los hilos de la trama.
Volvamos a la historia. Hitler llega
al poder y anexiona los superhombres de
Von Westarp a su ejército, creando el Götterelektrongruppe, una fuerza de
ataque con poderes sobrehumanos. Y comienza la Segunda Guerra Mundial, con los
ejércitos alemanes invadiendo alegremente toda Europa gracias al poder de los
superhombres nazis.
Toda Europa, salvo Inglaterra, que
se defiende como puede. El MI6 (la agencia de inteligencia exterior inglesa) ha
creado una sección llamada Asclepia, cuyo objetivo es combatir a los
superhombres. Para ello, localizan y reclutan a un reducido grupo de brujos,
cuyo único poder es hablar enoquiano, el lenguaje primigenio, lo que les
permite entrar en contacto con los eidolones, unos seres sobrenaturales que
habitan en los intersticios de la realidad, y que son capaces de manipular el
espacio, el tiempo y los elementos naturales.
Gracias a los pactos con los
eidolones, Asclepia modifica el clima, creando una ola de mal tiempo que impide
durante meses la invasión alemana de Inglaterra. Pero hay dos problemas: Los
eidolones exigen precios de sangre, y esos seres odian a la humanidad. En
cualquier caso, el bloqueo climático de la isla hace que los norteamericanos no
intervengan en la guerra, y da tiempo a los rusos para avanzar hacia Berlín y
derrotar al Reich.
La segunda novela, La guerra más
fría, transcurre a comienzos de la década de los sesenta. La Unión
Soviética, triunfadora de la guerra, domina toda Europa, salvo las Islas
Británicas. Además, los rusos se apropiaron de la tecnología de Von Westarp y
se han dedicado a fabricar perfeccionados superhombres soviéticos. La guerra
fría está a punto de calentarse. Ahora bien, la ciencia de Von Westarp es
evidentemente perversa (y muy nazi); pero la “magia” inglesa de Asclepia es
igual de perversa, o más. Y el libro termina con un cataclismo.
La tercera novela, Un mal
necesario, es un viaje en el tiempo que nos devuelve al escenario del
primer título: la Segunda Guerra Mundial, donde todo es igual y a la vez
diferente. Y no cuento más para no caer en spoilers.
¿Una historia disparatada? Desde luego,
y además escrita con una prosa meramente funcional. Sin embargo, la trilogía te
coge por las solapas, te engancha y no te suelta hasta el punto final. Es
francamente divertida, y voy a intentar explicar por qué.
1. El Tríptico de Asclepia es
una historia de ciencia ficción. Incluso la magia que aparece es limitada y
está perfectamente reglamentada, lo que impide sacar conejos de la chistera y
nos libra del típico deus ex machina.
Vamos a ver, ¿podemos suspender la
incredulidad y aceptar que existen superhombres nazis, brujos y poderosos
eidolones? Pues aceptando eso, la historia se desarrolla con absoluta
coherencia, lógica y seriedad. Pese a lo friki del tema, es un texto muy
adulto.
2. Aunque son tres novelas, se trata
de una misma historia continuada –dividida, eso sí, en tres partes bien
diferenciadas- que tiene un principio (o dos) y un final (o dos). La trama es
compleja, y mucho más cuando entra en escena el viaje en el tiempo; pero se
sigue con facilidad. Porque el texto está muy, pero que muy bien narrado, tanto
en las escenas intimistas como en las de acción, con un ritmo medido que no
decae en ningún momento, y un excelente manejo del misterio y el suspense.
3. El texto está muy bien documentado
y ambientado. Los españoles podemos comprobarlo en los primeros capítulos, que
transcurren en la Guerra Civil, pero esa meticulosidad se detecta en decenas de
detalles (aquí fue donde descubrí lo de las emisoras de números). De hecho,
aunque Tregillis es norteamericano, las novelas parecen escritas por un inglés.
4. En general, uno de los
principales defectos de esta clase de textos es el insuficiente diseño de los
personajes, que suelen ser planos y arquetípicos. No es el caso. Por el
contrario, una de las principales bazas del Tríptico son los personajes.
Se trata de seres humanos auténticos, con sus virtudes, sus defectos, sus
debilidades y sus contradicciones.
Pongamos el caso de Marsh, el
protagonista; un hombre honesto, pero terco, a veces colérico y siempre rígido.
Un tipo, de hecho, más bien antipático.
Y sin embargo, el lector empatiza con él. O un caso más extremo: Tregillis
logra que el lector sienta piedad y simpatía por un asesino nazi, algo nada
fácil de conseguir.
De entre los demás personajes
destacan Will Beauclerk, aristócrata inglés y brujo enoquiano, simpático, un
tanto tarambana, pero también un hombre torturado por los remordimientos. Y
Gretel, por supuesto, la supermujer capaz de ver, no solo el futuro, sino las
diferentes líneas de futuro posibles; una auténtica hija de puta, pero no por
ser nazi, sino por ser totalmente ajena a la humanidad. O Klaus, su hermano, un
pobre tipo sometido a los oscuros tejemanejes de Gretel. O Reinhardt, la
salamandra humana, un cabrón necrófilo...
Creo que lo que más me ha
sorprendido del Tríptico es el excelente diseño de personajes, algo poco
común en la literatura popular.
5. En general, las novelas populares
suelen ser complacientes. El bien y el mal están claros, los buenos triunfan y
los héroes son recompensados. De nuevo, éste no es el caso. De hecho, pocas
novelas he leído donde el autor maltrate tanto a sus personajes. Lo pasan todos
fatal; sobre todo Marsh, el protagonista, que sufre una putada detrás de otra,
hasta el final. Un final, por cierto, aparentemente feliz, pero en el fondo
triste y desesperanzado.
6. Dice el autor en el epílogo: “Los
libros de Asclepia siempre han sido, en el fondo, un intento de contar una
historia de aventuras entretenida”. En efecto, lo son: una divertidísima e
inteligente historia de aventuras, sin más pretensiones que las de entretener.
Sin embargo, no por ello deja de plantear interesantes cuestiones morales. ¿El
fin justifica los medios? ¿Lo hace o no lo hace en cualquier circunstancia? ¿Es
lícito combatir el mal con el mal?
En el Tríptico, la frontera
entre el bien y el mal es difusa. Hay villanos absolutos, por supuesto (difícil
no encontrarlos entre los nazis), y también villanos relativos que son en el
fondo víctimas; pero lo que no hay ni remotamente es héroes sin tacha. Los
protagonistas a veces se comportan como malvados; y, sobre todo, se equivocan
muchísimo. Son seres humanos.
Leí el Tríptico este verano,
casi de un tirón; 1.500 páginas. Me lo pasé bomba. A decir verdad, hacía tiempo
que no leía una novela de ciencia ficción tan divertida. Y, por favor, entended
lo que quiero decir con “ciencia ficción”: se propone un hecho irreal por
disparatado que sea (superhombres y eidolones en este caso), y a partir de ahí
la historia debe desarrollarse con absoluta lógica y coherencia. Esa es la base
de la buena ciencia ficción, y lo que encontraréis en esta trilogía. El único
problema es que la traducción, por decirlo con suavidad, es muy deficiente.
Pero la historia tiene tanta fuerza que hasta te olvidas de eso. Aún así, si
podéis leerlo en inglés, mejor.
Si os gustan las ucronías, los relatos ambientados en la Segunda Guerra
Mundial y la Guerra Fría, las historias de viajes en el tiempo, si os parece
divertida la idea de superhombres nazis (a fin de cuentas, de eso iba el
nazismo, ¿no?), si os gustan las novelas de aventuras, si os apetece leer algo
ligero y adictivo que os permita olvidaros de esta realidad de mierda,
entonces, amigos míos, os recomiendo que leáis el Tríptico de Asclepia.
¿Basura inteligente? Quizá; pero
prefiero, como Chesterton, hablar de buenos libros malos.