La
serie de posts En la mente del escritor
(aparecida en Babel entre el 27/9 y el 17/12 de 2007) constaba de diez entradas
donde explicaba paso a paso mi método de trabajo literario. Han transcurrido casi siete años desde entonces,
pero nada ha cambiado, sigo haciendo lo mismo. No obstante, durante ese tiempo
he continuado reflexionando sobre el proceso creativo y he profundizado un poco
en algunos aspectos que no toqué entonces. Y uno de los temas de los que no
hablé es quizá el más básico de todos: la imaginación, la creatividad.
Pero, vamos a ver, se supone que una
persona es imaginativa o no lo es, y eso no se puede cambiar, ¿verdad? Pues no,
no es del todo cierto. Puede ser que estemos genéticamente predispuestos para
tener mayor o menor capacidad de imaginar, no lo sé, pero todos tenemos cierto
grado de imaginación. Otra cosa es que sepamos usarla, claro. Y, por supuesto,
la imaginación aumenta conforme se ejercita.
Vale, ¿qué es la imaginación? Según
la cuarta definición de la RAE: “Facilidad para formar nuevas ideas, nuevos
proyectos, etc.”. ¿Y de dónde salen esas nuevas
ideas? ¿De la nada? No, nada sale de la nada. Vamos a aproximarnos a
esto desde otro punto de vista. ¿Qué es la creatividad? Hay muchas
definiciones, como por ejemplo: “La creatividad es el proceso de presentar un
problema a la mente y luego originar o inventar una solución según líneas nuevas
o no convencionales”.
Ahí hay dos conceptos importantes:
“Problema” y “Solución Nueva”. De hecho, podríamos definir creatividad como la
capacidad de resolver problemas. Pero, atención, me refiero a cualquier clase
de problemas, desde enhebrar una aguja hasta construir una nave espacial,
pasando por escribir una novela, que es de lo que se trata aquí. Ahora bien, no
es cuestión sólo de resolver un problema, sino de hacerlo de un modo nuevo y
original.
Lo ilustraré con un viejo chiste: El
presidente de una empresa va a contratar a un nuevo ejecutivo y tiene tres
candidatos con currículos muy similares. Para poder elegir a la persona más
creativa, les propone un problema. Le da a cada uno un barómetro y les pide
que, con ayuda de ese aparato, averigüen la altura del edificio donde está la
empresa. Al cabo de unos días, cuando vuelven los candidatos; los tres han
encontrado la respuesta correcta: el edificio mide 74’5 metros. De acuerdo, dice el presidente; ¿cómo han llegado a esa conclusión?
El primer candidato responde: Medí la presión atmosférica a nivel de calle
y luego en la azotea. Así, mediante una sencilla fórmula matemática, calculé la
altura.
El segundo candidato dice: Subí a la azotea, tiré el barómetro a la
calle y, con ayuda de un cronómetro, medí cuánto tardaba en llegar al suelo.
Luego, aplicando matemáticas elementales, calculé la altura.
Finalmente, el tercer candidato
responde: Busqué al arquitecto que había
realizado la obra y le propuse que, si me decía cuánto media la casa, le regalaba
el barómetro.
¿Cuál os parece la solución más
creativa? La respuesta del primer candidato es la más evidente. Resuelve el
problema usando el barómetro como lo que es: un aparato para medir la presión
atmosférica. La solución es correcta, pero no hay nada de creatividad en el
proceso. El segundo candidato, sin embargo, es más original. El barómetro no
solo es un aparato para medir la presión de la atmósfera, sino también un
objeto con masa y, por tanto, sujeto a las leyes de la gravedad. El proceso
para obtener la solución se ha desviado un poco de la línea lógica
convencional.
El tercer candidato, por su parte,
es quien da el salto más grande. El barómetro no sólo es un aparato con una
función concreta, ni un objeto atado a las leyes de la física. Es algo valioso
que puede utilizarse como intercambio para conseguir información. Dado que su
respuesta es la menos evidente, la más sencilla y la más precisa, podemos
asegurar que también es la más creativa.
Antes he comentado que las nuevas
ideas no salen de la nada. Entonces, ¿de dónde salen? Pues de encontrar
relaciones inesperadas entre conceptos alejados entre sí. Cuanto más alejados
estén los conceptos, mayor es la creatividad. Así que cuando hablamos de “ideas
creativas”, en realidad estamos hablando de nuevos nexos entre ideas preexistentes.
Como dijo Steve Jobs: "La creatividad consiste simplemente en conectar
cosas".
¿Está claro? La creatividad se basa
en encontrar nuevas relaciones entre conceptos separados; nexos que tengan
sentido y que sirvan para solucionar un problema. Perfecto, pero ¿cómo se
generan esas relaciones?
Veréis, nuestra mente consciente –la
que estoy empleando yo para escribir este post y vosotros para leerlo- sólo
sabe ir pasito a pasito. “A” va seguida por “B”, a “B” le sigue “C”, y luego
“D”, etc. El pensamiento consciente es lógico, es inductivo, es deductivo, es
analítico, es perfecto para los silogismos. Puede tomar una línea de
pensamiento y seguirla hasta el final, encontrando todas sus fortalezas y
debilidades. Pero lo que no puede hacer de ninguna manera es saltar de una
línea de pensamiento a otras. Nuestro consciente no está preparado para eso, no
sirve para saltar. No es creativo. Este tipo de actividad mental se llama pensamiento convergente, y está situada
en la corteza prefrontal del cerebro.
Supongo que todos habéis tenido en
algún momento ideas creativas. Si es así, sabréis que éstas no llegan como
resultado de un proceso de razonamiento, sino que aparecen de repente, como
surgidas de la nada. Son una epifanía; estabas pensando en cualquier otra cosa
–o en nada- y de repente, como un flash,
la solución al problema destella en tu cabeza. Es el efecto eureka, lo que
suele llamarse inspiración.
¿Magia? Lo parece, pero no. Resulta
que en el cerebro tenemos algo llamado “circunvalación temporal superior”. Esta
región del hemisferio derecho se dedica conectar informaciones muy vagamente
relacionadas entre sí. Propone nexos, es lo único que hace, aunque no somos
conscientes de su proceso de trabajo, sino sólo de sus resultados.
Evidentemente, no todos los nexos son apropiados, así que existe un sistema de
filtrado. Cuando un nuevo nexo supera todos los filtros, entonces aflora a
nuestro consciente como una epifanía. Esta clase de actividad mental se llama pensamiento divergente.
(Nota: Estoy simplificando muchísimo.
En cualquier actividad mental intervienen varias regiones del cerebro, pero
para no liarnos lo dejaremos así).
Pues bien, para realizar un
trabajo creativo hace falta emplear los dos tipos de pensamiento, el
convergente y el divergente. La razón es sencilla: Para activar la circunvalación
temporal superior, hace falta poner en funcionamiento primero la corteza
prefrontal. Es decir, hay que indicarle a la circunvalación que se está
buscando la solución a un problema y proporcionarle los datos necesarios para
resolverlo.
Esto es importante: Poseemos control
sobre la corteza prefrontal; podemos conectarla y desconectarla a voluntad, e
indicarle el camino a seguir. Pero no tenemos un control directo sobre la circunvalación
temporal superior, no hay ningún botón on/off que pulsar. Todo lo que podemos
hacer es sugerirle que se ponga en marcha. Es como ir de caza con un perro; le
dices al chucho que busque, y éste se pone a olfatear perdices, conejos o lo
que sea. Pero lo hace a su aire, sin que tú controles sus movimientos, y puede
ser que encuentre algo o no, que tarde más o que tarde menos, o que lo que
encuentre no sea la pieza que buscabas, o que sea una mejor. Nada de eso está
en tu mano decidirlo; es cosa del perro.
Vale, supongamos que la
circunvalación nos da un resultado, que de repente una idea creativa aparece en
nuestra cabeza. Hay que tener en cuenta que esa idea creativa suele ser algo
muy básico, sin desarrollar. Digamos que el pensamiento divergente nos
proporciona diamantes en bruto; pero la tarea de tallarlos le corresponde al
pensamiento convergente. Porque eso es lo que se le da bien a la corteza
prefrontal: coger una línea de pensamiento (la que le ha proporcionado la
circunvalación) y desarrollarla de forma coherente.
De modo que para hacer un trabajo
creativo debemos usar las dos regiones del cerebro simultáneamente. Pero hay un
pequeño problema: cuando la corteza prefrontal está en funcionamiento, inhibe las funciones de
la circunvalación temporal superior. Si pensamos convergentemente, dejamos de
pensar divergentemente. Es decir, que cuanto más nos esforcemos conscientemente
en ser creativos, menos posibilidades tendremos de serlo. Paradójico, ¿verdad?
Y muy tocapelotas. Pero hay formas de sortear ese maldito escollo.
Perdonad si he sido demasiado
teórico, pero para poder manejar la imaginación es básico saber cómo funciona.
En la segunda parte de esta entrada hablaremos de los aspectos prácticos de
la creatividad; y de los peligros, que los hay. Y me refiero a peligros reales,
a los riesgos personales que asumen quienes se dedican a trabajos creativos.
Puede que ser una “persona creativa” suene estupendo; pero siempre hay que pagar un precio.
De todo eso hablaremos la semana que
viene.