miércoles, octubre 28

Feliz Halloween



            Este fin de semana estaré en Barcelona para la presentación de Trece monos en Gigamesh; y también para estar con mi hijo Pablo, que ahora vive allí, y reencontrarme con viejos amigos. Genial, ¿verdad?

            Pero, ¡maldición!, no estaré en casa para celebrar Halloween en el blog. Y ya sabéis lo mucho que me gusta esa fiesta. No porque me disfrace de monstruo de Frankenstein, o de zombi pegándome trozos de filete en la cara, qué va, no hago nada de eso. De hecho, no celebro Halloween de ninguna manera; ni siquiera pongo en la terraza una miserable calabaza.

            Pero me gusta ver cómo la celebran los niños, disfrazados de monstruos, brujas o fantasmas, y pienso en lo mucho que de pequeño me habría gustado a mí hacer algo semejante. Además, qué narices, es una fiesta totalmente pagana, y ¿a quién no le gustan las fiestas paganas?

            Ahora podría contaros de dónde proviene el nombre de Halloween, de qué festividad celta surgió, cómo se extendió por occidente, por qué y cómo se ha implantado en España... Sí, podría deciros todo eso, pero ya lo he contado en posts de otros años; así que si os los habéis perdido, o los habéis olvidado, no tenéis más que buscar en los Archivos de Babel. O pinchar AQUÍ.

            En fin, como no voy a estar me adelanto un par de días y os deseo que paséis una abracadabrantemente feliz noche de Halloween. Y si mañana, jueves 29, estáis en Barcelona, os invito a que paséis por la librería Gigamesh a partir de las 19:00. Si queréis, podréis tirarme tomates podridos.

            Feliz Samhain.
 
 

lunes, octubre 26

Discurso

 

             Como sabéis, el viernes pasado me entregaron el Premio Cervantes Chico, un galardón a toda mi obra de literatura juvenil. Bueno, pues aquí tenéis el texto del discurso que solté durante la ceremonia:

            Buenos días. Ante todo, quiero dar las gracias al Ayuntamiento de Alcalá de Henares por promover este hermoso premio, el Cervantes Chico. Y, por supuesto, agradecerle al jurado que haya tenido la generosidad de otorgármelo a mí este año. Espero que no se hayan equivocado demasiado. Y gracias también a todos los presentes por acompañarme en este día. Sois un encanto.

            Quiero también felicitar a Miguel y Ana Isabel por los galardones que han recibido. Sin duda, se los merecen más que yo.

            Cada vez que doy una charla a jóvenes lectores suelo hacerles la misma pregunta: ¿Para qué creéis que sirve la literatura? Y normalmente siempre obtengo las mismas respuestas. La literatura sirve para adquirir cultura, para mejorar la ortografía, para ampliar el vocabulario, para pensar mejor, para aumentar la velocidad lectora, para conocer nuevas ideas, para estimular la mente, para potenciar la imaginación...

            Todo eso es cierto. Además, son los argumentos que suelen emplear los adultos para convencer a los más jóvenes de lo buena que es la lectura. Pero, en fin, qué queréis que os diga... A mí eso me suena como cuando los padres le dicen a sus hijos: “Anda, cómete eso porque tiene muchas vitaminas, y hierro, y grasas insaturadas, y ácido oleico...”. Vale, puede que sea cierto; pero no abre mucho el apetito, ¿verdad? De hecho, es como si hablaran de una medicina, que sabe mal pero es buena para la salud. En realidad, todos sabemos que lo que más nos anima a comer... es que la comida está rica.

            Bueno, pues lo mismo sucede con la literatura. Por supuesto que la costumbre de leer nos proporciona todas las cosas buenas que he dicho antes; pero ninguna de ellas es la razón de ser de la literatura. El auténtico objetivo de la literatura, como ocurre con cualquier otro arte, es el placer del lector. Leemos porque leer es divertido. Teniendo en cuenta que “divertido” no es lo contrario de “serio”, sino lo contrario de aburrido.
 
 
            Algunos de los mejores momentos de mi vida los he pasado leyendo; sobre todo cuando era niño o adolescente. Por aquel lejano entonces, aprendí lo que es el sentido del humor gracias a Guillermo Brown, el catastrófico e imaginativo niño que creó la escritora inglesa Richmal Crompton. Viajé a las estrellas de la mano de Isaac Asimov, y estuve en Marte junto a Ray Bradbury. Recorrí 20.000 leguas bajo el mar y me adentré en el interior de la Tierra guiado por Julio Verne. Visité un mundo perdido lleno de dinosaurios acompañado por Arthur Conan Doyle. Y ese mismo escritor me permitió seguir en sus aventuras a un genial detective llamado Sherlock Holmes.

            Busqué un tesoro pirata en La Hispaniola, el barco de Robert Louis Stevenson. Viajé en el tiempo para contemplar los episodios más emocionantes de nuestra historia junto a Benito Pérez Galdós. Fui un justiciero enmascarado en la California del siglo XIX gracias a José Mallorquí; que, por cierto, era mi padre. Pesqué un enorme pez espada en la barca de Ernest Hemingway. Viví en la selva en compañía de Edgar Rice Burroughs y Rudyard Kipling. Luché contra un gigante de un solo ojo ayudado por un ciego llamado Homero.

            Aunque no se trate exactamente de literatura, sino de esa mezcla de dibujo y texto que llamamos comic, recorrí el mundo, y la Luna, corriendo aventuras junto a un reportero llamado Tintín y su amigo el capitán Haddock. Surqué los siete mares con un marino de nombre Corto Maltés. Volé en un avión de caza imaginario junto a un perro llamado Snoopy. Me senté en la mesa redonda del rey Arturo, al lado del Príncipe Valiente y de su padre, Hal Foster...

            He visitado todos los continentes de la Tierra, y todos los planetas del Sistema Solar, y estrellas más allá de nuestro Sol con planetas alucinantes. Y también he caminado por universos que sólo existen en el mundo de los sueños. He sido cientos de personas distintas, he vivido maravillosas historias de amor y amistad, y también de odio y venganza. He corrido miles de aventuras asombrosas. Y todo gracias a la literatura. Por eso decía antes que leer me ha hecho más feliz.

            Todo esto que acabo de contar lo he tenido siempre muy presente en mi trabajo como escritor. Cuando escribo para jóvenes, mi principal propósito es narrar las historias más divertidas y emocionantes que pueda concebir, con personajes atractivos y humanos, diálogos chispeantes y descripciones sugerentes. Porque, tal y como yo lo entiendo, mi labor como escritor de literatura juvenil consiste en demostrarle a los lectores jóvenes que la literatura puede ser una alternativa de ocio tan apasionante, o más, que cualquier otra.

            Por eso, y ahora me dirijo a los más jóvenes de esta sala, os recomiendo que le deis una oportunidad a la literatura, que adquiráis el hábito de leer. Porque si lo hacéis, seréis más cultos, mejoraréis la ortografía, ampliaréis el vocabulario, pensaréis mejor, aumentaréis la velocidad lectora, conoceréis nuevas ideas, estimularéis la mente y potenciaréis la imaginación. Pero sobre todo, por encima de cualquier otra consideración, seréis más felices.

            Y ahora mejor será que vaya acabando, porque los organizadores de este acto me han sugerido amablemente que sea breve y no sé si estoy poniendo a prueba su paciencia. Así que, para concluir, tres dedicatorias.

            Este premio, el Cervantes Chico, no me lo han concedido por una obra en concreto, sino por toda mi carrera como escritor. En fin, quiero pensar que en realidad me lo otorgan sólo por la primera parte de mi carrera; porque, y esto es una amenaza, pienso seguir escribiendo.

            El caso es que, como se trata de toda mi carrera hasta ahora, quiero dedicarle el premio a tres personas sin las cuales yo no estaría aquí. Es decir, a las tres personas que más importantes han sido en mi carrera como escritor.

            En primer lugar, mi padre, José Mallorquí. Supongo que a muchos ya no os sonará este nombre, pero José Mallorquí fue el escritor español de literatura popular más importante del siglo XX. Su obra más famosa, no solo en España, sino en Europa y América, es El Coyote, un justiciero enmascarado californiano llamado en realidad don César de Echagüe. Yo me llamo César en su honor.

            Mi padre falleció hace ahora cuarenta y tres años, cuando yo tenía diecinueve. Tan solo llegó a conocer mis primeros pasos en la escritura, los primeros artículos que escribí para la revista de humor La Codorniz a principios de los años 70. Luego, se fue para siempre, y no pudo alegrarse de mis éxitos, ni consolarme en mis fracasos. Sin embargo, de algo estoy absolutamente seguro: sin su ejemplo, yo jamás habría sido escritor.

            Así que, papá, muchas gracias por tu generosidad, por tu cariño y por tu ejemplo. El tabaleo de tu máquina de escribir fue la banda musical de mi infancia.

            La segunda persona a la que quiero dedicarle el premio es una mujer, tan bella, por dentro y por fuera, como gran profesional. Se trata de Reina Duarte, la Directora de Publicaciones Generales de la editorial EDEBÉ. Ella me descubrió para el mundo de la literatura juvenil, ella publicó mis primeras obras de ese género, y con ella he tenido once hijos. Pero que nadie se escandalice; son hijos de tinta y papel. Libros, para que me entendáis.

            Así que, Reina, muchas gracias por creer en mí, muchas gracias por apoyarme siempre, y muchas gracias, sobre todo, por soportarme. Tu amistad ha sido y es un regalo para mí.


            Por último, la persona más importante de todas. También es una mujer, y también es maravillosamente bonita por dentro, y esplendorosamente bella por fuera. Es mi esposa, mi compañera; María José Álvarez, mi querida Pepa. Sin ella a mi lado, mi carrera como escritor, sencillamente, no existiría. Todo lo que he hecho, todos los libros que he publicado, todos los premios que he obtenido, se lo debo a ella.

            Así que, Pepa, como ya te he dicho en otras ocasiones, este premio es para los dos. Gracias por tu apoyo incondicional, gracias por ser una roca firma cuando todo se tambalea, gracias por confiar en mí más que yo mismo, gracias por ser como eres, y perdóname por ser como soy. Te quiero.

            Muchas gracias a todos.
 
 

jueves, octubre 22

Agenda de actividades



            Ya os comenté en julio que me habían concedido el premio Cervantes Chico por el conjunto de mi obra de género juvenil. Bueno, pues me lo dan mañana. El acto comenzará a las 12:00 en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares. Como la asistencia es bajo estricta invitación, no os invito a venir; pero ya he escrito mi discursete y lo publicaré aquí, en Babel, la semana que viene.

            Al día siguiente, el sábado 24, a partir de las 19:00, estaré en la librería Estudio en Escarlata. Su club de lectura me ha invitado para charlar sobre Trece monos. La librería se encuentra en la Guzmán el Bueno, 46, esquina a Fernández de los Ríos (Madrid). Si os apetece asistir, seréis bienvenidos (supongo).

            Por último, el jueves 29 de octubre, a partir también de las 19:00, estaré en la librería Gigamesh de Barcelona (Carrer de Bailèn, 8), presentando Trece monos en compañía de Ricard Ruiz Garzón y Juanma Santiago. Todo un lujo; no por mi insignificante presencia, sino por Ricard y Juanma. Si os pasáis por allí, será un placer saludaros.

            Como decía Porky Pig al final de los Looney Tunes, “Eso es todo, amigos”. Por ahora.


miércoles, octubre 14

El Hombre Verde



            Este fin de semana he estado en Estella y Arizala, dos pueblos situados al oeste de Navarra. ¿Conocéis la zona? Es uno de los lugares con más antigüedad e historia por metro cuadrado de España. Allí hay megalitos, iglesias románicas, puentes medievales, villas romanas, viejos caserones, castillos, pueblos antiguos... Por su centro pasa el Camino de Santiago; de hecho, allí mismo, en Puente la Reina, se unen los dos tramos del Camino. Y cerca de Puente la Reina está la iglesia de Eunate, en medio de ninguna parte, uno de los lugares más misteriosos y mágicos que conozco. El entorno es una maravilla, con muchas arboledas, colinas y valles, y la hermosa Sierra de Urbasa (donde, por cierto, se rodó Robín y Marián, el film de Richard Lester protagonizado por Sean Connery y Audrey Hepburn).

            Conozco bien el lugar, porque mis suegros tenían cerca de Estella, al pie del Montejurra, un chalet de vacaciones y en el pasado fui allí con frecuencia. Además, ahora mi querida cuñada y amiga Teresa tiene una casa en Arizala, cerca de Estella, y de vez en cuando vamos allí a gorronear. Y por eso fuimos el puente del 12 de octubre a Arizala, invitados por Teresa para celebrar su cumpleaños.

            El caso es que, por mucho que creas conocer un territorio, siempre encontrarás sorpresas. Teresa nos había preparado una visita guiada por el románico del valle de La Valdorba, en la Zona Media de Navarra. Yo no lo conocía y fue muy interesante, pero voy a centrarme en lo que descubrí en la humilde iglesia de Santa María de Eristain.
 
 
            Se trata de un pequeño templo prerrománico que a nadie, a un primer vistazo, le llamaría la atención. Sin embargo, es la iglesia más antigua del valle, pues fue erigida en el siglo X. Como digo, es un edificio de apariencia insignificante, hasta que entras en su interior y ves las pinturas murales que adornan el ábside. En sus orígenes, todo el interior de la iglesia estaba pintado, pero una “hábil” restauración se cargó la mayor parte de los murales. Lo que queda son las pinturas góticas del ábside (muy deterioradas), pero resulta que esos frescos góticos estaban pintados sobre otros románicos, mucho más antiguos.

            Sólo quedan visibles dos muestras de las primitivas pinturas románicas: un pequeño símbolo solar y, en la parte superior del ábside, una enorme cabeza humana de la que brotan dos guirnaldas vegetales (probablemente es la pintura más antigua de Navarra). Al ver esa cabeza, me quedé de piedra, porque aquello era, sin duda, un “hombre verde” (Podéis verlo en la foto que preside este post).

            ¿Sabéis lo que es el Hombre Verde? Se trata de una antiquísima tradición celta originaria de las Islas Británicas. Suele representarse como una cabeza humana hecha de hojas y plantas, o una cabeza de la que brotan guirnaldas vegetales. A veces aparece de cuerpo entero, un hombre vegetal, algo así como La Cosa del Pantano (para los no frikis: Swamp Thing, un cómic creado por Len Wein y Berni Wrightson).

            El Hombre Verde representa el ciclo de muerte/renacimiento que supone el paso del invierno a la primavera. Está relacionado con la fertilidad y los bosques, y es algo así como la representación masculina de la naturaleza. En sus orígenes, probablemente estaba relacionado con el dios celta Cernunos, aunque tiene concomitancias con otras figuras mitológicas, como Silvano, Baco o Pan. También tiene versiones más modernas, como Jack in the Green, John Barleycorn, el Caballero Verde del ciclo artúrico o el mismísimo Robin Hood.

            Como decía antes, el Green Man procede de las Islas Británicas, pero hay similares figuras legendarias en otros países, como Le Feuillou en Francia o el Blattqesicht en Alemania. En Navarra se llama Basajaun. Una teoría sostiene que el mito del Hombre Verde pasó a Francia con las migraciones celtas procedentes de Inglaterra, y luego de Francia a Navarra (quizá siguiendo las rutas de los constructores medievales). Otra teoría sostiene, por el contrario, que el mito del “señor del bosque” es universal y aparece de forma independiente en distintas culturas. No sé cuál de las dos teorías es verdadera, ni sé cómo se solía representar al Basajaun en la Navarra medieval, pero el rostro de Eristain tiene al 100% el aspecto de un Hombre Verde.

            Sorprendentemente, el Hombre Verde aparece representado en muchas iglesias cristianas. Yo mismo lo he visto en la catedral de Chartres o en la Capilla Rosslyn de Escocia, donde hay más de cien hombres verdes (aunque yo sólo encontré cuatro o cinco). Esto no deja de ser extraño, porque se trata de una figura absolutamente pagana. Hay muchas teorías que pretenden explicar esta anomalía; una de ellas, por ejemplo, afirma que los hombres verdes adoptarían en la mitología cristiana un papel diabólico, como las gárgolas. Pero no parece muy probable, porque los hombres verdes suelen aparecer en las iglesias con expresiones amigables (el de Eristain, sin ir más lejos, es una cara sonriente).


            En cualquier caso, dado que es una imagen pagana, en las iglesias suele aparecer a pequeño tamaño y  de forma más bien disimulada (en rincones alejados de las zonas de culto). Sin embargo, y eso es lo más sorprendente, en Eristain aparece no solo a gran tamaño, sino en un lugar preferente y bien a la vista: presidiendo el ábside, por encima incluso de las imágenes de Cristo.

            ¿Os lo imagináis? Feligreses de los siglos X y XI rezando en una iglesia cristiana frente a un enorme ídolo pagano, sea Hombre Verde o Basajaun. ¿Y a quién le rezarían, a Cristo o al Green Man? ¿Y qué diría el sacerdote respecto a esa gran cabeza vegetal, cómo narices lo integraría en el rito? ¿Y qué pasó después; por qué pintaron sobre los frescos románicos, ocultando al señor del bosque? ¿Cómo se tomaron aquello los fieles, qué hicieron? Mantenerlo vivo en sus tradiciones, supongo, susurrar su historia en las frías noches de invierno, junto al fuego, porque todavía hoy se sigue hablando del Basajaun. Se pueden repintar las paredes, pero no la memoria de los mitos.

            Disculpad el rollazo que os he soltado, pero es que me encantan estas cosas. Encontrar un enorme Green Man en Navarra era lo último que me esperaba. Me ha parecido mágico y lo quería compartir con vosotros.


Nota: Kingsley Amis (el padre de Martin) publicó en 1969 The Green Man, una novela de terror... aunque quizá debería decir “comedia de terror”, porque tiene partes que son puro humor, combinadas con otras que ponen los pelos de punta. Hubo una versión en castellano –El Hombre Verde, Aymá 1972-, pero por supuesto está descatalogada y debe de ser inencontrable. Una pena, porque la recuerdo muy divertida. (Creo que se rodó una adaptación para TV)



viernes, octubre 2

¿Por qué demonios soy un "escritor catalán"?




            Creo que ya os lo comenté. Hace dos años, cuando gané el Premio Nacional, todo el mundo, de forma unánime, dio la noticia de la siguiente forma: “El escritor catalán César Mallorquí gana...”, o “El escritor barcelonés César Mallorquí...”. Y yo me preguntaba: Coño, ¿tan sustancial es dejar claro el lugar donde he nacido? No es que me importe; sé que nací en Barcelona y no me avergüenzo de ello, aunque tampoco me vanaglorio. Pero yo creo que mi origen catalán carece por completo de importancia, sobre todo en lo que respecta a mi producción literaria. Entonces, ¿por qué insistir tanto en ello?

            El caso es que hace unos meses, cuando me otorgaron el Premio Cervantes Chico, las noticias volvieron a situarme expresamente como catalán, e igual ha sucedido con el lanzamiento de Trece monos. ¿Qué más dará que yo sea catalán, gaditano o austrohúngaro? ¿Qué importancia puede tener?

            Afortunadamente, los acontecimientos de los últimos tiempos me han abierto los ojos. Se dice de mí (o de cualquier otro) que soy catalán, de la misma manera que se dice de Clark Kent que es kryptoniano. El lugar de nacimiento de Kent es muy importante, porque haber nacido en Krypton, en vez de en Albacete, por ejemplo, es la causa fundamental de que el tímido reportero del Daily Planet sea capaz de volar, soltar tortas como panes y echar chispas por los ojos. Pues bien, de igual modo, mi nacimiento en Cataluña me confiere superpoderes. ¿Y qué superpoderes son esos?, os preguntaréis. Permitidme que os ilustre, insignificantes españoles.

            Mi primer poder, el fundamental es la SUPERIDENTIDAD. No un “identidad secreta”, como el bobo de Kent, sino una identidad amplificada, una identidad que es la pera limonera de identitaria. Hasta ahora pensaba, iluso de mí, que mi identidad se refería a lo que soy, a mi personalidad, mis gustos, mis ideas, mi historia, mi bagaje de recuerdos, mi cultura, mi maltrecho hígado, mis bonitos ojos azules, mi lustrosa calva... Ay, qué equivocado estaba; eso es pura filfa, una ridícula identidad de andar por casa.

            Y es que, al ser catalán, mi identidad se expande, se multiplica, se fortalece. Porque ya no se trata de ser yo mismo, sino de ser igual que siete millones y medio de catalanes; o, al menos, de la mitad que son nacionalistas (los auténticos catalanes, of course). Convendréis conmigo en que una identidad compartida con al menos tres millones setecientas cincuenta mil personas es mucho más poderosa que la de un capullo aislado. Es una Superidentidad.

            Ahora bien, os preguntaréis, oh ignorantes mesetarios, de qué narices vale eso. Muy sencillo. Cuando hablo con un gallego, un granadino o un (lagarto, lagarto) madrileño, puedo decirle con certidumbre: “Yo soy distinto a ti”. Y al tiempo pensar para mis adentros: “Y además soy mejor, gilipollas”. ¿A que es cojonudo? Soy mejor y sin ningún esfuerzo; me ha bastado con nacer en el lugar adecuado, menuda suerte.

            Mi segundo poder es el SUPERIDIOMA. Como catalán poseo una lengua que es la perla de las lenguas, el lenguaje hecho música. Cierto es que sólo me sirve para comunicarme dentro de las fronteras de Cataluña; pero ¿quién necesita cruzar fronteras cuando se vive en el paraíso?

            En realidad, la función del Superidioma es reforzar mi Superidentidad. Cuanto más catalán hablo, más tres millones setecientas cincuenta mil personas soy yo mismo.

            Mi tercer poder es el SUPERSENY. Como sois unos palurdos ibéricos, quizá no entendáis esto, así que os lo traduciré. Seny viene a significar “sensatez”. Los catalanes nacemos con el seny incorporado de fábrica, lo cual nos permite distinguir el bien del mal y la razón última de las cosas. Por ejemplo, sabemos con certeza que cualquier problema de Cataluña es responsabilidad de alguien que no es catalán; de un español con casi toda certeza y muy probablemente de un madrileño.

            Por lo demás, el seny hace que los catalanes seamos serios, trabajadores, fiables, industriosos, emprendedores y sabedores de que sólo alcanzaremos nuestra gloria final cuando Cataluña sea una nación aislada de los infrahumanos. Para que me entendáis: los catalanes somos homo sapiens y vosotros torpes neandertales.

            Como catalán, poseo muchos más superpoderes (Superpatriotismo, Supertoque de Midas, Supercultura...), pero me limitaré a citar uno más: la SUPERVISIÓN DE RAYOS X. Es decir, los catalanes podemos ver a través de los objetos opacos y contemplar la realidad oculta. Por ejemplo, Imaginemos el hipotético y absurdo caso de que algunos políticos catalanes robaran del erario público a manos llenas. Bueno, pues gracias a la Supervisión de Rayos X. miraríamos a través de esos políticos, como si no existieran, y sabríamos que quien nos roba en realidad es España.

            Pese a todo esto, los catalanes también tenemos puntos débiles. En concreto, nuestra kryptonita es la senyera. Resulta paradójico, ¿verdad? Nuestra bandera nacional nos debilita. Aunque no del todo; la presencia de senyeras refuerza nuestra Superidentidad, pero al mismo tiempo anula otros poderes: sobre todo, la Supervisión de Rayos X. Para que me entendáis: las senyeras son absolutamente opacas para nosotros, somos incapaces de ver lo que se oculta detrás de ellas. En fin, nadie, ni siquiera un catalán, es perfecto.

            En resumen, amigos míos, lo que os acabo de contar es la razón de que tenga sentido tildarme de “escritor catalán”. Sólo hay un pequeño problema...

            Un año después de yo nacer en Barcelona, mi familia se trasladó a Madrid y en esa ciudad he vivido siempre. En cierto modo, es como la historia de Superman, ¿no? Kar-El nació en Krypton y siendo un bebé lo mandaron a la Tierra, donde vivió entre debiluchos humanos, se convirtió en Clark Kent y luego en Superman. Ya, pero en mi caso no ha sido así. El contacto con los infrahumanos me ha contaminado.

            Es como si Kent, tras llegar a la Tierra, ignorara su origen extraterrestre y no le diera particular importancia a su descomunal fuerza. “Es que de pequeño te dimos muchas vitaminas”, le dijeron sus padres adoptivos. Kent jamás habría salido de Smallville, nunca se habría calzado las mallas azules y los calzoncillos rojos y habría dedicado el resto de su vida a trabajar en la granja paterna. Eso sí, arando los campos con la punta de esa parte del cuerpo tan indestructible como el resto de su anatomía.

            O aún peor. Es como si a Kent le revelaran que el sol amarillo de la Tierra le confiere superpoderes, y el muy gilipollas fuera siempre protegiéndose con una sombrilla.

            Estoy contaminado, ya ni siquiera sé si soy catalán. Por ejemplo, eso de la Superidentidad. Por mucho que lo intento, no puedo evitar pensar que yo soy yo, y no yo y mis vecinos. Es más, no tengo el menor interés en ser como mis vecinos.

            ¿Y el Superidioma? Joder, pero si ni siquiera hablo catalán. De hecho, creo que el catalán y el español se parecen muchísimo, con la única diferencia de que el español sirve para comunicarse con más gente.

            Y del seny ni hablemos, porque soy un insensato y un vago.

            Tampoco poseo Supervisión de Rayos X. No puedo ver a través de las cosas... Aunque, curiosamente, si puedo ver a través de las senyeras.

            Lo del Superpatriotismo me resulta incomprensible. ¿Cómo se pude amar a todo un territorio, a todo un pueblo? ¿Cómo se puede sentir uno orgulloso de haber nacido en tal o cual sito, cuando eso es puro azar? Como dijo creo que Savater, yo no me “siento” español; me “sé” español. Del mismo modo, no me “siento” catalán; me “sé” catalán. Es más, no tengo ni puñetera idea de lo que significa “sentirse” de una nacionalidad. Lo que yo soy, espero, va más allá de la geografía.

Por otro lado, cada vez que voy a Barcelona, y voy con cierta frecuencia, no veo nada sustancialmente diferente a otras grandes ciudades europeas. Mismas tiendas, mismos trabajos, mismos lugares de ocio, costumbres muy parecidas... Vale, si pasas por la Plaza de la Catedral verás a gente bailando sardanas. Pero, qué queréis que os diga, como “hecho diferencial” me parece muy poca cosa. En realidad, la cultura catalana se me antoja muy parecida a la española y a la europea. Así de ciego estoy.

            En resumen: soy un Clark Kent que ha renunciado al super y se ha quedado con el man. Un desastre, vamos.

            Pero, quién sabe; por mis venas corre sangre catalana, mi primer apellido es más catalán que el pa amb tomaquet, nací en la Ciudad Condal... Puede que, con el tiempo se caigan las escamas de mis ojos; quizá algún día se me revele la Verdad. Entonces, me pondré las mallas, los Kalvin Klein por encima, y volaré. Nunca hay que perder la esperanza.