Feliz solsticio
de invierno, amigos míos. Fue hace dos días, pero tradicionalmente las
celebraciones del solsticio se prolongaban tres, así que estamos en tiempo.
Además hoy es Nochebuena, precisamente durante el próximo amanecer será cuando
el Sol renazca y todas esas zarandajas del Sol
Invictus. Ah, claro, también se celebra el nacimiento de Josué, o Jeshua, o
Jesús, ya sabéis, ese judío que predicaba todo aquello que sus seguidores jamás
cumplen. Pero es que Jesús no pudo nacer ahora. Leed la Biblia; en ningún lugar
se dice cuándo nació Jesús. Pero algo es seguro: nació en cualquier momento
menos en Invierno (los pastores, según los Testamentos, dormían al raso, y eso
jamás lo hacían en invierno). Si se eligió la fecha del 25 de diciembre fue,
precisamente, para superponerla a las celebraciones paganas del solsticio.
Bueno, ya sabéis
de qué va esta entrada: del tradicional cuento de Navidad de Babel. Pero
ignoráis una cosa: este año ha estado a punto de romperse la tradición. Veréis,
últimamente he andado muy liado con cierto asunto. En marzo del año que viene se
inaugurará en el Matadero una exposición sobre mi padre, y por ese motivo se
editará un libro centrado en su figura. Y yo me comprometí a colaborar con un
artículo.
El artículo,
llamado Cartas desde el pasado, va
sobre las ideas que mi padre vertía en su correspondencia. Para escribirlo he
tenido que leerme sus cartas (y hay cientos), seleccionar los párrafos
adecuados, copiarlos y, finalmente, armarlo todo como si fuera un puzzle, que
es lo que estoy acabando de hacer ahora. La putada es que la fecha límite de
entrega es a finales de este mes.
El caso es que me
ha dado y me está dando un montón de trabajo y me ha robado mucho tiempo. Y
hace unas semanas fui consciente de dos cosas: 1. No tenía ninguna idea
prevista para el cuento de Navidad. 2. No iba a tener tiempo de escribirlo. Por
lo general los cuentos que escribo para esta ocasión suelen ser bastante
larguitos. Por ejemplo, el del año pasado tenía más de seis mil palabras. No
podía escribir nada tan largo, sobre todo no teniendo en mente ninguna idea
prevista. Así que a punto estuve de tirar la toalla.
Pero, qué
demonios, ¿iba a mandar a la mierda la única tradición de Babel y justo,
además, en su décimo aniversario? No podía permitirlo; no, al menos, sin
luchar. De acuerdo, me dije; ya sé que no sueles escribir relatos ultracortos,
César, pero intenta imaginar uno. Un relato que puedas escribir en un par de horas como mucho.
Así que puse en
marcha mi vieja y oxidada máquina de imaginar y, bingo, se me ocurrió una
historia de la longitud adecuada. El cuento se llama Una muñeca para Sofía y no es un ultracorto, pero casi: tiene mil
quinientas palabras. Pero hay un pequeño problema...
Normalmente, los
cuentos de Navidad de Babel son de humor, o son tiernos, o irónicos, o
juguetones... Este año no. El cuento de este año no tiene nada de juguetón. Ni
pizca. Es un cuento de mal rollo. Soy sincero; en otras circunstancia no habría
escogido esta historia. Pero fue lo mejor que se le ocurrió a mi maltrecha y
retorcida mente. Y más vale un cuento oscuro que ningún cuento. En cualquier
caso, si lo que ahora os apetece es el optimismo, las sonrisas y las buenas
intenciones... mejor que no leáis el cuento. Aunque, quién sabe, a lo mejor no
es tan chungo como a mí me parece...
Ah, por cierto,
también podríamos celebrar otra cosa: esta es la entrada del blog número 600.
Qué número tan redondito, ¿verdad? Pero no lo vamos a celebrar; lo dejaremos
para mejor ocasión. Es decir, para la entrada 666.
En fin, amigos,
os deseo que paséis unas inconmensurablemente felices fiestas. Es un placer y
un honor que sigáis merodeando por aquí. Feliz Solsticio.
Una muñeca para Sofía
By César
Mallorquí
El trineo, tirado por nueve renos mágicos,
surcó el cielo nocturno, veloz como una centella, se detuvo en el aire y flotó
sobre la pequeña aldea a unos mil metros de altura.
--¡Ho, ho, ho! –exclamó el orondo ocupante del vehículo.
Le encantaba decir “¡Ho, ho, ho!”, aunque nadie le oyese.
Era su signo distintivo, su marca personal, incluso podría decirse que era su
grito de guerra, de no ser porque “guerra”, en su caso, resultaba una palabra
totalmente inadecuada; pero aquel “¡Ho, ho, ho!” también era una expresión de
auténtico júbilo. Nada le gustaba más a Santa Claus que hacer regalos a los
niños; aquella tarea le llenaba de optimismo y placer, así que para soltar
presión en la caldera de su felicidad, siempre exclamaba “¡Ho, ho, ho!” al
principio y al final de cada encargo... (Si quieres seguir leyendo, pincha AQUÍ)
Una maravilla de cuento, como siempre. Personalmente me esperaba algo más horrible y siniestro.
ResponderEliminarÁnimo con el trabajo y felices fiestas!
Felicidades por el cuento, me ha gustado mucho, y felices fiestas César.
ResponderEliminarUn cuento muy bueno que aunque me ha gustado, me ha dejado mal cuerpo. Pero quien avisa, no es traidor.
ResponderEliminar¡Feliz solsticio de invierno!
Saludos:
ResponderEliminarUn cuento que produce desasosiego y escalofríos por lo real que fue (y aún es).
Emulando a Poe: ¡Never more!
Juan Constantin
Felices fiestas, César :-)Mucho ánimo con el artículo, seguro que todo el esfuerzo que le has dedicado merece la pena.
ResponderEliminarUna historia terrible y conmovedora.
ResponderEliminarNo te fustigues por poner un cuento de esta índole. Personalmente, por lo general prefiero que el tono de las historias sea cuanto más diverso, mejor. Así cada una de ellas destaca más por sí sola entre el conjunto completo y se paladea mejor. Con más motivo si hablamos de ciencia ficción y fantasía: si leo una serie de cuentos y todos me transmiten sabores parecidos, inevitablemente la sensación de maravilla tan esencial para mí en este género acaba diluyéndoseme.
Felices fiestas a todos.
O tannenbaum, wie treu sind deine blätter.
ResponderEliminar(estribillo de un villancico, que por motivos que no vienen a cuento, siempre canto en navidad en compañía de otros colegas, pero que a este cuento le viene que ni te cuento).
FELICES FIESTAS frohe weihnachten!
muchas gracias Cesar, un placer como siempre
ResponderEliminarGran cuento. Se me ha puesto la piel de gallina. Un cuento distinto. Gracias por sacar tiempo parano perder esta bella tradición de tu blog. Felices fiestas y buen trabajo.
ResponderEliminarCon este cuento has conseguido algo complicadísimo: que sienta placer leyendo una barbarie. Sencillamente magistral.
ResponderEliminarUn gran cuento de nuevo, César. Gracias. No sé yo si no habrá habido alguna asociación de ideas rara con lo de la exposición en el MATADERO :)
ResponderEliminarEduardo Norte: Me alegro de que el cuanto no sea tan chungo como pensaba. Gracias por decírmelo.
ResponderEliminarNyna: Espero que el mal cuerpo no te haya durado mucho. Un beso.
Juan Constantin: Never more, exacto.
Natalia: Ya he terminado el artículo, a falta de unos pequeños detalles. Espero que tengas razón y el esfuerzo haya valido la pena.
Jarl-9000: Estoy de acuerdo contigo; mejor la variedad. Pero un cuento navideño tan oscuro... no sé, no sé...
Samael: No te veía yo a ti cantando villancicos...
José Luis G.: Gracias a ti por animarme con tus comentarios.
Mazcota: Vaya, gracias... (me sonrojo)
Juan M.: Vaya, pues ahora que lo dices puede que eso del "Matadero" me haya influido.
Soy nuevo lector... No conocía nada, he leído 13 monos y acto seguido quería leer tu cuento de Navidad 2015. Ya tienes otro seguidor. Felices fiestas!!!
ResponderEliminarIván RT: Bienvenido a Babel, amigo mío. Y feliz año nuevo. Supongo que si has leído "Trece monos" y eso te ha llevado al blog, entonces es que la antología no te ha defraudado del todo. Me alegro.
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