Cuando era pequeño, en mi casa se
compraba el Selecciones del Reader’s
Digest, la traducción española de una revista norteamericana de bolsillo que
reunía artículos de todo tipo aparecidos en otras publicaciones, además de
secciones fijas como Mi personaje inolvidable,
Citas citables o Enriquezca su vocabulario. Durante varios años, en los 60, el
primer número de verano de la revista incluía un reportaje publicitario de
Nescafé, que consistía en varias páginas consecutivas de combinados de verano
hechos con eso, con Nescafé, incluyendo la receta y un bodegón fotográfico de
cada alternativa. En los diferentes bodegones se veían las bebidas en entornos
veraniegos, algunos de ellos iluminados de la misma manera: como si encima
hubiera un sombrajo de estera y el sol dibujase líneas de luz y de sombra.
Por algún motivo, cuando era un niño
me quedaba extasiado mirando esas fotografías. Para mí, eran la esencia del
verano. Eran el verano. Y desde entonces, y aún ahora, cuando pienso en el
verano evoco aquellas fotos. Siempre me ha sorprendido cómo los recuerdos de la
infancia, por nimios que sean, no solo se nos quedan marcados a fuego, sino que
además conforman el modo en que vemos la realidad. Supongo que cuando eres niño
el mundo es nuevo para ti, y cada experiencia se inscribe con tinta indeleble
en la memoria.
Otro aspecto mágico de la infancia
es la percepción del tiempo. De niño, los veranos eran eternos. Sin embargo,
ahora tengo la sensación de que hace nada estaba en junio, celebrando mi maldito
cumpleaños, y zas, ya estamos en agosto. Y casi ni me he enterado de lo que ha
pasado entre medias. Joder, cuántas cosas perdemos al dejar atrás la infancia. La
vida es una comida en la que el postre se sirve al principio.
Y no es que mis vacaciones actuales
sean desdeñables, ni mucho menos. Pepa y yo, y durante un tiempo nuestros dos
okupas, hemos hecho viajes maravillosos a lugares extraordinarios. Pero, coño,
qué poco duran ahora.
En fin, queridos merodeadores,
mañana sábado Pepa y yo nos vamos un par de semanas al sur de Francia y luego a
Suances, en nuestra querida Cantabria. Os deseo que paséis un verano maravilloso.
¡Felices vacaciones!
Que os divirtáis, que descubráis paisajes, esas casas de comidas de la verdadera Francia, y durmáis siestas sin mosquitos.
ResponderEliminarDa igual que, en nuestra percepción, el tiempo sea elástico: la belleza siempre lo redime.
Un abrazo
Felices vacaciones César, pasarlo genial y a descansar de todo. Si hay algún recuerdo de las vacaciones que me viene a la cabeza, era el de los días soleados, los prados recién segados o la pequeña fiesta familiar a la recogida de la cosecha de patata, correr como locos por los maizales, todo muy rustico y rural, claro, y la sensación de que el tiempo a veces se paraba. Al releer alguno de los libros y relatos de Bradbury creo que lo refleja de forma muy acertada, y muy cercano a lo yo sentía y recuerdo ahora, seguro que poco que ver con la realidad que viví...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Juan H.
Saludos:
ResponderEliminarFelices vacaciones. Pasadlo lo mejor posible y divertíos hasta decir basta.
Juan Constantin
Felices vacaciones, César. Me ha encantado lo que has escrito porque comparto contigo todo eso: Los Selecciones que mi padre coleccionaba, las recetas del Nescafé, la percepción del verano, los viajes de antes y de ahora... y este verano que pasa como un suspiro y en el que septiembre está ahí mismo.
ResponderEliminarDisfrútenlo tú y Pepa con toda el alma. Un abrazo.
Pues que paséis muy buenas vacaciones en los sitios tan bien elegidos ( sobre todo Suances,que me toca de cerca, jeje ) César,me has recordado la existencia del Selecciones, que también mi padre coleccionaba,estaba suscrito. Yo también lo leía,me encantaban los chistes cortos y las anécdotas que iban repartiendo por las páginas y los anuncios eran mi debilidad. me encantaban los más antiguos y a veces era lo único que miraba. Mira tú, me has sacado un recuerdo del baúl famoso.
ResponderEliminarSaludos dede Cantabria y felicísimas vacaciones.
Aurora Boreal
Joooo, qué recuerdos me has traído. En mi casa también se leía Selecciones, y estaban todas guardaditas, así que en los 70 y 80, a falta de biblioteca pública en el barrio, me dediqué a leer esas revistas gringas con formato librito que mi padre había ido coleccionando desde los 50. Pensándolo ahora, seguramente el tono y la ideología eran más bien conservadores, pero era lo que había. Y, casualmente, hace poco en la consulta de un médico vi ejemplares actuales ¡Aún existen!
ResponderEliminarGracias, César, por tus maravillosas historias. No pido florituras literarias, pido historias fantásticas que me hagan soñar, viajar y volar. Y con las tuyas siempre lo consigo. No sabes la ilusión que me hace guardar tus libros para cuando mis hijos crezcan, sé cuántas horas de disfrute tienen por delante. Gracias.
Kima: Cuando era niño leí en un ejemplar de Selecciones un artículo sobre Mont Saint Michel. Me llamó mucho la atención eso de que, con marea baja, el mar desaparecía de vista, y que cuando la marea subía lo hacía a la velocidad de un caballo al galope. Desde entonces, deseé conocer ese lugar, y cuando ya de adulto lo visité por primera vez, me emocioné tanto que se me saltaron las lágrimas. Selecciones forma parte de mi vida, aunque hace décadas que no la leo. Sé que aún se publica, pero nunca la veo en los kioscos.
ResponderEliminarMe alegro de que te gusten mis historias, y espero que ocurra lo mismo con tus hijos, cuando crezcan. Un abrazo.