Debo reconocer que la Nochevieja siempre se me ha antojado una de las fiestas más tontas, sólo superada por el resacoso Año Nuevo. Celebramos que la Tierra ha dado una vuelta completa en torno al Sol, y lo celebramos con desmesura, como si en el fondo temiéramos que el planeta se iba a parar antes de completar su recorrido. Es una apoteosis del calendario, lo cual ya es una bobada, pero es que además celebramos un calendario desacertado, pues Dionisio el Exiguo se equivocó al menos en cuatro años al fijar la fecha del nacimiento de Cristo (que, paradójicamente, debió de nacer entre el cuatro y el seis antes de Cristo y, desde luego, en ningún caso en invierno).
Pero es que, además, es una fiesta frustrante. Cuando yo era un jovencito alocado, me pasaba los días previos al fin de año buscando alguna fiesta a la que asistir. En vano; nadie daba fiestas. Un año –diciembre de 1971-, mi padre se fue de vacaciones a Londres con mi hermano mayor y me quedé solo. Como era joven e inexperto, decidí dar un fiesta en casa. Creo que fue la única fiesta que se celebró esa Nochevieja en Madrid, porque la casa se llenó de gente, en su mayor parte desconocidos. Yo acababa de romper con mi novia y estaba borracho antes de que llegara el primer invitado, así que no me importó mucho. Pero jamás se me volvió a pasar por la mente dar otra fiesta de Nochevieja. A partir de entonces, vagué como un alma en pena en pos de festejos tan tirados que incluso me aceptasen a mí. A veces lo conseguía, a veces no. La reunión más divertida que recuerdo fue en un chalé de gente desconocida donde me tiré toda la noche jugando al póker con desconocidos. No recuerdo si gané o perdí, pero estuvo muy bien.
Ahora las nocheviejas las paso en San Sebastián, con mi familia política, y ya no tengo que buscar ninguna fiesta, lo cual es un descanso. Me sigue pareciendo una conmemoración de lo más gilipollas, pero es lo que hay; al menos en San Sebastián lanzan fuegos artificiales para celebrar el nuevo año, lo que da cierto colorido al asunto. Por cierto, dado que está prohibido vender fuegos artificiales a particulares, supongo que allí todo el mundo debe de tener su proveedor secreto, una especie de camello de cohetería.
En fin, conspicuos merodeadores (qué dos palabras más bonitas, pardiez), mañana cogeremos el coche Pepa, Óscar, Pablo y yo y nos iremos a Donosti. Volveremos el dos de enero, si el gran F.S.M. quiere. Así pues:
¡Feliz 2009!
Pero es que, además, es una fiesta frustrante. Cuando yo era un jovencito alocado, me pasaba los días previos al fin de año buscando alguna fiesta a la que asistir. En vano; nadie daba fiestas. Un año –diciembre de 1971-, mi padre se fue de vacaciones a Londres con mi hermano mayor y me quedé solo. Como era joven e inexperto, decidí dar un fiesta en casa. Creo que fue la única fiesta que se celebró esa Nochevieja en Madrid, porque la casa se llenó de gente, en su mayor parte desconocidos. Yo acababa de romper con mi novia y estaba borracho antes de que llegara el primer invitado, así que no me importó mucho. Pero jamás se me volvió a pasar por la mente dar otra fiesta de Nochevieja. A partir de entonces, vagué como un alma en pena en pos de festejos tan tirados que incluso me aceptasen a mí. A veces lo conseguía, a veces no. La reunión más divertida que recuerdo fue en un chalé de gente desconocida donde me tiré toda la noche jugando al póker con desconocidos. No recuerdo si gané o perdí, pero estuvo muy bien.
Ahora las nocheviejas las paso en San Sebastián, con mi familia política, y ya no tengo que buscar ninguna fiesta, lo cual es un descanso. Me sigue pareciendo una conmemoración de lo más gilipollas, pero es lo que hay; al menos en San Sebastián lanzan fuegos artificiales para celebrar el nuevo año, lo que da cierto colorido al asunto. Por cierto, dado que está prohibido vender fuegos artificiales a particulares, supongo que allí todo el mundo debe de tener su proveedor secreto, una especie de camello de cohetería.
En fin, conspicuos merodeadores (qué dos palabras más bonitas, pardiez), mañana cogeremos el coche Pepa, Óscar, Pablo y yo y nos iremos a Donosti. Volveremos el dos de enero, si el gran F.S.M. quiere. Así pues:
¡Feliz 2009!